Agustina llevaba de novia tres años con Damián. Él le propuso casamiento y ella, con sus 28 años y un noviazgo consolidado añoraba aquel momento, o eso era al menos lo que ella creía. Siempre había sido “Susanita” y estos eran los pasos lógicos para seguir.
Anunciaron la buena noticia a familiares y amigos, pusieron fecha, reservaron iglesia, salón para la fiesta, fotógrafo y camarógrafo. Todo iba tal cual lo planificado y para hacer mejor el recuerdo, la hermana de Agustina también se iba a casar y juntas compartían la dicha, ¿o no la compartían?
“Yo quiero estar así de feliz”
Agustina empezó a notar que su hermana estaba entusiasmada con todos los preparativos de su casamiento, pero ella no tenía la misma energía, por el contrario, sentía angustia dentro suyo y no entendía por qué. Se dio cuenta de que la ponía mal hablar del casamiento y cuando le preguntaban acerca de los detalles del gran día cambiaba de tema, no quería hablar de eso, “sentía que algo no estaba bien”, recuerda Agustina.
Lo que evidenciaba ese sentir era ver la diferencia de ánimo entre su hermana y ella ante un mismo evento crucial de la vida. Agustina pensaba en aquel momento: “yo quiero estar así de feliz el día que me case, siempre fui Susanita y ahora que me llega el momento ando triste y angustiada”, pero no se animaba a hablarlo con nadie, era algo que tenía atragantado y no sabía que hacer.
Su incomodidad era tal que decidió buscar en la cartilla de su obra social una psicóloga que atendiera cerca de su casa para que la ayudara a descifrar lo que pasaba. La psicóloga fue clara: “Vos ya sabés lo que te pasa. Lo que te cuesta es enfrentar todo lo que esta decisión conlleva. Vos estás poniendo un cuadro en la pared principal de tu casa, en el que hay algo del cuadro que no te gusta para nada y sabés que aunque todo lo demás sí, eso va a estar siempre”.
La cabeza de Agustina daba vueltas, se mezclaban sus sentimientos con sus pensamientos. Pero no fue la psicóloga la única que le mostró las cartas sobre la mesa, fueron su hermano y su mamá quienes la ayudaron a poner en palabras lo que de verdad sentía y a ver la situación con mayor claridad. Como si leyeran lo que le pasaba la llamaron para una “intervención”, le confesaron que el casamiento les generaba mala espina, que no la veían radiante, ella siempre fue muy alegre y la notaban apagada.
Le llevó entre seis y siete sesiones procesar todo lo que le pasaba hasta que un día, a seis meses del casamiento, Agustina tomó coraje y le dijo a Damián que no quería casarse. Él, con una tristeza profunda le propuso aplazarlo, pero ella sabía que por ahí no era el camino, en el fondo se dio cuenta de que todos estos años con Damián se había sentido tensa.
“La propuesta de casamiento me la esperaba y la quería, pero según esta psicóloga no es que la quisiera sino que necesitaba estar entre la espada y la pared para poder decidir cortar, pero no lo sé”, analiza Agustina a la distancia.
Al rescate de un cita fallida
Era el mes de agosto cuando Agustina, con valentía, suspendió su casamiento y cortó con el novio con el que no era feliz. Estaba tranquila con su decisión, se sentía en una etapa de paz y necesitaba tiempo y tranquilidad para ella. En ese momento estaba haciendo un máster y trabajando en un lugar que no le divertía, todo aquel mix en su vida le hizo tomar la decisión de planificar con el máster un intercambio de un cuatrimestre a Londres.
A Agustina siempre le había gustado mucho salir, pero en ese momento de su vida el plan que necesitaba era quedarse mirando películas en su casa o leyendo un libro.
Una noche de octubre en la que diluviaba, se puso el pijama, prendió el televisor para mirar una película pero el sonido del teléfono la interrumpió. Una amiga le pidió que la acompañara a un bar en San Isidro donde iba a estar el chico que le gustaba.
Agustina le dijo que no, llovía, no tenía ganas, no estaba para ese tipo de programas todavía. Su amiga llamó a todo el resto del grupo, pero ninguna quiso acompañarla, todas querían salir por capital y nadie quería ir para zona norte. Luego de llamar e insistir, Agustina accedió.
Llegaron al bar, estuvieron un rato pero el chico nunca apareció. Agustina contuvo el malhumor con su amiga, recibió un mensaje de un amigo de su hermano pidiéndole si podía caer de “casualidad” en el bar donde él estaba con una cita que no iba para nada bien, el bar en cuestión era cerca así que aceptaron ir a su rescate.
Al entrar al bar Agustina vio a un chico que le llamó la atención en la barra, ella no solía tomar alcohol pero igual se acercó.
“¿Sos de verdad o te soñé?”
Aquella noche Mariano (29) fue al bar por insistencia de sus amigos pero con pocas ganas de salir. Vio una chica que lo deslumbró al acercarse a la barra y le invitó una cerveza. No pudo evitar preguntarle enseguida cómo podía ser que ella estuviera aún soltera. Ella le contó que hacía pocas semanas había cancelado su boda.
A veces cupido tiene que hacer malabares para formar el encuentro de dos almas destinadas a estar juntas.
Agustina recién recibía la cerveza y estaba de lo más divertida hablando con Mariano cuando su amiga le contó que recibió un mensaje de aquel chico diciendo que al final no había salido por la lluvia. “No sale hoy, esto es un embole, vayámonos”, sentenció. Agustina le dijo de quedarse un rato más pero su amiga insistió en dar por finalizada la noche. Mariano propuso “quédate y yo te llevo”, pero Agustina no quería dar la impresión de que se quedaba solo por él y se negó. Intercambiaron números de teléfono y se fueron.
Pasaron solo segundos cuando Agustina recibió el primer mensaje y se volvió a su casa sintiendo que había algo mágico con él, “me había volado la cabeza en esos minutos y aún en ese estado de cero interés”, recuerda.
Al día siguiente se despertó con un mensaje de Mariano: “¿Sos de verdad o te soñé?”
“Me arriesgué por una relación que recién arrancaba”
Al día siguiente Agustina y Mariano tuvieron su primera cita: cena en Kansas y Bowling. En la tercera cita el primer beso. A las pocas salidas Agustina decidió cancelar su viaje de intercambio a Londres, no le dijo nada a Mariano hasta mucho tiempo después, “me arriesgué por una relación que recién arrancaba”, admite. En abril él la acompañó al casamiento de su hermana.
A los 11 meses Mariano la invitó un fin de semana a Chile. En un hotel con una vista majestuosa se arrodilló y le propuso casamiento, ella no se lo esperaba pero con la felicidad de la certeza absoluta le dijo que sí.
“Con él no hubo dudas. Todo fue certeza, paz, alegría, un abismo”, asegura Agustina. Cuenta que él luego le confesó que sintió que era un riesgo planificar un casamiento con quien ya había cancelado uno, pero era tanto el amor que decidió asumir el riesgo.
Desde el primer día que la familia de Agustina lo amó a Mariano y recibieron feliz la noticia del nuevo casamiento. Para sus amigas fue un poco más raro, lo querían mucho al ex y sintieron que todo iba muy rápido.
“Desde el día que lo conocí sentí que con él iba a pasar mi vida, y a él le pasó igual. Con él todo era fácil, todo fluía, todo era simple y lindo”, asegura Agustina.
Al año y medio de conocerse Agustina y Mariano se casaron, y por esas gracias de cupido lo hicieron en el mismo salón que ella ya tenía reservado.
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