Alguien dijo alguna vez que el verdadero error es aquél del que no aprendemos nada. Las razones de la paliza electoral que dejó grogui a la escuadra libertaria son múltiples y bastante conocidas, pero si el oficialismo no las analiza detenidamente y sin prejuicios de secta, y no encuentra el núcleo del malestar, es probable que equivoque su diagnóstico, punto crucial de esta hora dramática.
Séneca advertía que el médico no puede curar bien sin tener presente al enfermo. Aludía a lo que luego el padre de la medicina moderna, William Osler, traducía de este modo: “El buen médico trata la enfermedad; el gran médico trata al paciente que tiene la enfermedad”. Concentrarse únicamente en las planillas de Excel y en los más extravagantes libros de teoría económica sin atender las secuelas devastadoras de la economía real (recesión, enfriamiento, desempleo) y sin plantearse una reconversión cuidadosa y planificada de los damnificados por el cambio para que logren atravesar el puente de la dura coyuntura, asimila al Presidente de la Nación y al “mejor equipo económico de la historia” con entusiastas gamers de videojuegos, sordos a todo y en medio de estragos y escombros humeantes.
La búsqueda del equilibrio fiscal y la baja de la inflación es, aquí y en cualquier país, una condición necesaria pero insuficiente, y un objetivo virtuoso siempre y cuando la operación no se haga sin planificación y sin anestesia, o incluso bajo la idea de que esa variable por sí sola garantiza la felicidad terrenal. Pero aquí había triunfado la cultura del shock y se miraba con desprecio cualquier clase de gradualismo, de manera que todo había que hacerlo rápido, a lo guapo y sin mirar por nadie: se ganó la batalla cultural, la gente modificó su cabeza, ya lo entendería; tengamos superávit, lo demás no importa. La obra pública, la industria, las pymes, la agricultura, los jubilados y el bolsillo de los ciudadanos de a pie padecieron las consecuencias de esa frívola desaprensión, y los médicos discutían la enfermedad en un ateneo erudito mientras el paciente se retorcía en el quirófano.
Los libertarios, por otra parte, invirtieron tiempo y dinero en una narrativa que no usaron para comprar paciencia y contener a la población sino para agredir a los disidentes y para fanfarronear con los goles que todavía no habían anotado: contaban plata delante de los pobres. La falta de cuidado, el no reconocimiento de las angustias concretas que provocaba la motosierra, muestra el encapsulamiento de un grupo que se reía del dolor, como si fuera una evidencia del buen rumbo, y nunca condescendía a la sensibilidad social; más bien la consideraba una tara demagógica de “los zurdos”. Ese espíritu sacrificial que demandaba para la calle no cundía en el palacio, donde se acumulaban sospechas de venalidad, y esos detalles tampoco pasaban inadvertidos.
El rencor servía cuando hace dos años la sociedad estaba indignada con la “casta” y cuando Javier Milei aprendió a encarnarlo con sinceridad y vehemencia. Pero hoy esos mismos sectores acusan penurias equivalentes y el León no se hace cargo de ese nuevo sentimiento desgarrador, más bien lo ignora. Menem decía, en medio de su ajuste, “estamos mal, pero vamos bien” para que la base social no pensara que vivía en un tupper y que no comprendía la dimensión de sus desdichas. Kirchner aseveraba que habían dejado atrás el infierno, pero a continuación siempre agregaba que seguíamos en el purgatorio y que faltaba mucho para llegar al paraíso. Milei se autopromocionaba como el mejor gobierno de la historia, merecedor del premio Nobel y factótum de un modelo maravilloso que venía a destruir el Estado: los que padecían, los que no llegaban a fin de mes, sólo podían ver en esos gestos ampulosos traición y negacionismo.
El círculo que se formó es perfecto, un perro que se muerde la cola: furia, sonrisa, mueca, lágrima y de nuevo ira. Primero vieron que Milei estaba tan enojado como ellos, luego sonrieron con esperanza, a poco de andar sintieron en carne propia el filo injusto de la motosierra y esbozaron una mueca de espanto; más tarde se abandonaron a las lágrimas y al final retornaron a la bronca, que demostraron quedándose en casa y dándole la espalda en las urnas: al peronismo le bastó con movilizar su aparato y recoger a sus víctimas. El que las hace las paga.
La aplicación de un modelo dogmático, con buenas intenciones aunque mal instrumentado, es un asunto nodal y quedó fuera del discurso que Milei pronunció al cabo de su noche más negra. Se habían cometido, según él, sólo algunos errores en el “plano político”. Pero esta derrota aplastante y de consecuencias impredecibles, no sólo refiere a la equivocada estrategia de Karina y de los Menem, la formación de listas donde cunden filibusteros con ínfulas o la vana imposición de la consigna “violeta o nada”, que terminó aislándolos y dejando al Gobierno sin gobernabilidad. También se conecta con la mishiadura generalizada, y con que los mileístas no abrieron su presupuesto nacional a discusión y se guardaron para sí, con altivez insólita, la prerrogativa de elegir en exclusividad dónde y cómo cortar del gasto público para alcanzar las metas fiscales. Los genios son así.
Sería fácil decir que naufragaron en la provincia de Buenos Aires por la estrategia de Sebastián Pareja, e ignorar que fracasaron por la gestión: la micro fue mala y la macro, aunque tuvo principios loables, no ayudó, fue deficientemente ejecutada y se les fue de las manos. También faltaron afecto y credibilidad: las formas, y no solo las republicanas. No se han dejado querer, más bien se han hecho aborrecer porque fueron odiosos con actores sensibles como los discapacitados, los médicos del Garraham, la ciencia y la educación. Hoy el oficialismo enfrenta no el “riesgo kuka” sino el riesgo Milei, que provocó una crisis endógena, inherente a su praxis y a su amateurismo. Y el desastre electoral bonaerense pone en tela de juicio varias supersticiones de toda esta época: el outsider está preparado para gobernar, no se necesitan profesionales de la administración ni de la política, lo central ocurre en las redes sociales, el ajuste puede ser brutal e indiscriminado y aun así tener consenso, y el encumbramiento de esos líderes solitarios es una tendencia irreductible que proviene fatalmente de la revolución tecnológica. Cuando, en verdad, todo es transitorio en la viña del Señor, y así como la única cultura imperante es la emoción personal, el único rasgo imperturbable es la volatilidad: el ciudadano usa el voto (efectivo o en blanco) como un gatillo caliente. Hoy te levanto y mañana te entierro. Y no hay outsider que valga. Nadie tiene la vaca atada, y eso lo saben más que nadie los peronistas, que no se atrevieron a mostrar euforia porque, con este esquema, el que ríe un domingo puede llorar un lunes.
Milei quiso meterle el último clavo al cajón del kirchnerismo, pero se clavó un pie al hacer algo imprevisto: nacionalizar unos comicios municipales. Cristina Kirchner intentó convencer a Axel Kicillof de que no desdoblara las elecciones precisamente por el peligro de que se discutiera la temática local: admisión implícita de que el conurbano es la obra maestra de terror del justicialismo. Pero el León, en lugar de hacer lo que dañaba a su enemigo, le dio una mano inesperada y planteó la contienda como un plebiscito de su modelo económico. El resultado fue demoledor en el territorio con más población de la Argentina y donde más víctimas puras y duras tienen las políticas libertarias. Asimismo, sus tuiteros e influencers, que responden a Santiago Caputo y son liderados por el Gordo Dan, se presentaban anoche indignados con los “terrenales”, que habían conducido la perdidosa campaña mientras ellos habían sido marginados. También esta es toda una paradoja, puesto que el Mago del Kremlin (Pagni dixit) pretendía más aliados y Karina solo quería “violetas”, pero resulta que la tropa de la hermanísima era menos belicosa y corrosiva, mientras que los guerreros digitales del gran asesor protagonizaron una verdadera carnicería en redes.
Un gran ejemplo piantavotos tuvo precisamente como actor principal al doctor Parisini, que escupió un tuit soez y vergonzoso de gran repercusión contra el senador Luis Juez, emulando a Herminio Iglesias y a horas del sufragio. Los “celestiales” no fueron funcionales a los acuerdos soñados por el Mago del Kremlin; más bien fueron una repugnante maquinaria de intimidación y una factoría de enemistades innecesarias.
Kicillof, que aprovechó todos estos yerros e inexperiencias, fue hábil al admitir que el kirchnerismo viene de un gobierno decepcionante y haber sugerido alguna vez que debía cambiar su canción (será creíble sólo cuando se autocritique y modere su ideología); también al insinuar que se librará de la tutela de la arquitecta egipcia y al proponer “unidad de todos” más alianzas con segmentos no peronistas: la Gran Lula. Pero no resultó verosímil al asegurar que el peronismo amó siempre la paz y la democracia, puesto que varias veces la fuerza de Perón integró el Club del Helicóptero y algunos de sus herederos, en estos mismos días, amagan ya en el Congreso de la Nación con tácticas destituyentes. No deberían hacerse los rulos: todavía las mayorías sociales no parecen estar preparadas para regresar a una experiencia que fue objetivamente calamitosa. Pero, dado el cariz y la velocidad de los acontecimientos, habrá que ver si los actuales estropicios no fabrican una nueva amnesia colectiva.
Milei tienen poco tiempo para detectar el error fundamental y aprender de la experiencia. Y se demostrará en unos días si puede ser un gran médico –es decir, si arribará a un buen diagnóstico y será capaz de dejar de pensar sólo en la enfermedad y tendrá en cuenta también al paciente-, y luego si la dinámica argenta le permitirá rehacerse en octubre. Es difícil imaginar una salida para su laberinto como no sea abandonar el aislamiento y abrir su gabinete a la liga de gobernadores, única entidad de tercera posición que podría ser un escudo contra los embates de los conjurados de siempre. Séneca también decía: “La adversidad es ocasión de virtud”. Veremos.