¿Saben qué le falta a la Inteligencia Artificial para ser el compañero de trabajo ideal? Contar con la santa trinidad de un empleado promedio: el arte de quejarse, la pasión por chismosear y la capacidad de criticar. Estas tres acciones son el motor que mueve una relación sana en cualquier ambiente de trabajo. Sí, sana, porque no hay nada más divertido que ver a lo lejos a ese compañero con el que uno tiene confianza y decirse, con apenas una mirada, la frase más esperada: “Tengo que contarte algo”.
El viejo arte de quejarse -tan antiguo como las cadenas de mails que quedan en el olvido― suele tener una frase disparadora: “¿Sabés lo que más me molesta?”. Ahí comenzará la catarsis en la máquina de café o en el dispenser de agua. Quejarse es una actividad paraguas, porque dentro puede caer cualquier tema: el salario, el horario, el jefe, el subordinado, la cafetera que calienta mucho, la pava eléctrica que está en corto, que la yerba que compró Karen de Contabilidad no es la que tomamos todos, que Carlos de Administración no puso plata para el regalo de Silvia o que la computadora que me dieron no tiene el Solitario…
La tecnología podrá avanzar, habrá robots por las calles, Elon Musk aterrizará en Venus, el dólar volverá a estar 1 a 1 pero jamás la inteligencia artificial podrá arrastrarse por los pasillos, ofuscada y resoplando, para encontrarse en la cocina del trabajo, ambientada con olor a pescado porque algún genio lo calentó en el microondas, para despotricar veinte minutos.
Tampoco la IA podría tener la picardía necesaria para el “lleva y trae”. El chisme es, quizás, la motivación fundamental para que un empleado esté siempre atento, más allá de sus obligaciones. Escuchar quién dijo qué y con qué tono podría convertir una reunión más en un chisme reluciente para hacer correr. “No sabés cómo le paró el carro”, “Se lo dijo en la cara, eh”, “Se pudrió todo hoy”, “Me parece que se fue al baño a llorar”. Cada una de estas frases se han repetido más de una vez. Todos saben que vienen con IVA, así que habría que sacarles la carga pasional y los agregados personales para tener la versión original. Sin embargo, cada una de ellas es una motivación que la IA nunca mostrará: las ganas por empaparse del radio pasillo y sumarse a esa ola de chismes que solo pueden vivir en esa organización, porque a nadie de afuera la importará que Nancy de Tesorería le dijo a Pablo de Sistemas: “Yo te estoy hablando bien, eh”.
Y finalmente está el último ariete de batalla que la inteligencia artificial jamás podrá tener, porque está en contra de su esencia: cri-ti-car (así, separado, que suena más divertido). Criticar se diferencia de quejarse porque, si bien implica un comentario negativo, no afecta directamente a quien lo dice. En general, criticar en el trabajo es hablar con malicia de alguien que se viste mal, o es medio inoperante, o inoperante del todo, o está acomodado por ser amigo del gerente, o todo eso junto. La IA nunca lo entenderá. No hay procesador, microchip, algoritmo o servidor que pueda alojar una tecnología tal que mire con el ojo de quien ama criticar. Esto es porque, básicamente, está programada para recolectar información pero sin la intención necesaria como para dispararla a mansalva.
Por lo pronto, y hasta el momento, la inteligencia artificial podrá responder “qué es la moda”, “quién inventó los jeans” o “cómo se hace el nudo de la corbata”, pero jamás podrá decir: “Ornella, los estampados de cuadros no van con ese pantalón a rayas. Parece que te vestiste en la oscuridad, mamita”.