En una esquina tranquila de Belgrano, donde la Avenida Olazábal se cruza con Conde, se encuentra una bella casona de estilo inglés que estuvo abandonada durante muchos años. Tras intensos meses de obra recuperó el esplendor de sus años dorados, pero totalmente renovada como restaurante. “La casa original es de 1930 y era para los trabajadores del Ferrocarril. Con los años se fue alquilando como vivienda y se nota que estuvo llena de vida. Muchas personas se acercan a contarnos historias”, expresa Belén Zanchetti, mientras recibe a los comensales y los acompaña a ubicarse en las mesas de “Casa Beza”. Cuando el clima acompaña las más codiciadas son las del patio rodeado de un bello jardín con enredaderas y plantas. Allí late el corazón de la propuesta: la humeante parrilla repleta de carnes y vegetales asados.
La anfitriona, Belén Zanchetti, tiene 29 años y es sommelier. “Soñé con este proyecto toda mi vida”, confiesa, quien tras varios años de aprendizaje en Europa decidió regresar a Argentina para concretar un sueño familiar: abrir su propio restaurante. “La verdad extrañaba mucho. A pesar de haberme ido tan joven y por un tiempo largo, siempre amé mi país y todo lo que lo forma. Me encanta el argentino, nuestros códigos y las formas de relacionarnos; vivir afuera me hizo valorarlo aún más. Europa me dio muchísimo aprendizaje, tanto personal como en el mundo del vino y la gastronomía, pero había algo adentro que me pedía volver y crear aquí. Quería armar un lugar propio, con la energía y la calidez que tenemos acá”, dice. Así la Be de Belén y Za de su apellido dieron nombre al proyecto.
“Estaba totalmente abandonada y en ruinas”
Convencida, buscó durante varios meses el sitio perfecto hasta que descubrió una antigua casona en alquiler. “Estaba totalmente abandonada y en ruinas, la vegetación salía para afuera y a los vecinos no les gustaba pasar por la esquina. No fue difícil imaginar cómo mejorarla y toda la vida que podía haber en ella: salones con gente, un patio con flores y mesas, una parrilla con fuego, personas disfrutando con nosotros de todo eso”, rememora la emprendedora, quien se puso manos a la obra junto a su madre Cecilia y Raúl, otro de los socios.
La obra duró tres meses y el objetivo siempre fue el mismo: conservar su esencia. Como Cecilia es fanática de la arquitectura y de rescatar detalles antiguos fue la encargada de llevar adelante la reforma. Fue todo un desafío. “La casona tenía mucho encanto, pero también varios detalles: caños rotos y viejos, pisos para restaurar ambientes que no estaban pensados para un restaurante. Recuerdo tardes enteras con mis dos socios, eligiendo pinturas, pensando dónde poner cada ventana, cortina, luces, artefactos. Fue agotador pero hermoso a la vez. Cada día que veíamos avanzar la obra, sentíamos que la casa revivía, que le devolvíamos vida”, confiesa. Curiosos, los vecinos se acercaban a pispear cada uno de los avances. Todo el barrio estaba entusiasmado con la futura propuesta. “Muchos agradecían que la reconstruyamos. Otros que embellecemos el barrio y sobre todo estaban felices de que no la tiramos abajo”, agrega, quien recorrió el Mercado de Pulgas, anticuarios y ferias del interior en busca de antigüedades, cómodos sillones y objetos con historia.
“Lo pensamos para que cada persona se sienta relajada, como en casa de un amigo”
En agosto del 2024 llegó la tan deseada apertura. Con entusiasmo ultimaban detalles: preparaban la vajilla, armaban las mesas con sus centros de flores y chequeaban ingredientes de cada uno de los platitos. Sin embargo, no todo salió como esperaban. El cielo se puso negro y comenzó a llover fuerte. Lo que parecía una simple tormenta se transformó en un diluvio. “Fue impresionante. La tormenta tiró abajo toda la enredadera del portón de entrada. Fue una catástrofe: esa enredadera es parte de la identidad verde del restaurante, lo que lo desconecta de la calle y le da mucha alegría. Ese día no pudimos abrir y para mí fue durísimo porque era lo que más me gustaba de la casa. Pero en Beza tenemos una frase: “lo que sucede conviene”. Y así fue. Meses después la planta volvió a brotar con más fuerza, una metáfora de la resiliencia del proyecto. Finalmente, pudieron abrir las puertas a fines de agosto de 2024 un día de sol radiante. La aceptación del público fue inmediata: faltaba una propuesta para sentirse “como en casa” en esta zona tranquila y bien residencial. “Lo pensamos como un lugar donde cada persona se sienta relajada, cuidada, como en casa de un amigo o amiga. Más allá de la comida y los vinos, con la ambientación buscamos crear un clima cálido y hogareño, siempre respetando la esencia de la casona antigua”, explica.
Así, después de décadas en silencio, la casa volvió a llenarse de deliciosos aromas, charlas interminables y brindis con vinos naturales de distintas provincias del país. Se convirtió en refugio y punto de encuentro donde vecinos y antiguos inquilinos se acercan con recuerdos y anécdotas. Algunos incluso aseguran que allí vivió un modelo famoso de otros tiempos. “Hace unos meses vino la señora Eliza, quien alquilaba la casa con su familia. Y nos contó que acá era el lugar donde se juntaba con toda su gran familia y que tenía muy lindos recuerdos. Después de eso, celebramos su cumpleaños 90. Fue algo muy lindo. Una vez entró una mujer y se puso a filmar toda la casa para su familia que ahora vive en Miami. Habían vivido ahí de chicos y se emocionó al poder entrar y al ver los cambios”, resume, entre otras anécdotas.
La parrilla está encendida desde temprano
Salen a la par chorizos, morcillas, matambrito, mollejas, entraña con chimi de hierbas y bife de chorizo con papines y salsa criolla. También son muy demandadas las verduras como el repollo con babaganush o el coliflor con ajo blanco, kale y almendras. Sin dudas, los fuegos son la gran estrella de este hogar que recuperó su alma. “Cuando decidimos hacer el restaurante en una casona, lo primero que pensamos fue que toda casa argentina tiene que tener una parrilla, aunque al principio no imaginábamos que fuera la gran protagonista. Aunque la idea siempre fue respetar la tradición, pero darle una vuelta más gastronómica: trabajar con pequeños productores, elegir cortes distintos, sumar vegetales a la brasa. Al inicio teníamos solo algunos platitos que salían de allí, pero con el tiempo, los vecinos empezaron a preguntar por la carne y nos alentaban a sumar más cortes y optar por porciones más abundantes y menos tapeo”, cuenta.
Belén anticipa que pronto se vienen cambios estacionales en la carta y que la parrilla va a tener cada vez más protagonismo. La empanada de carne (cortada a cuchillo) frita y el paté casero con chutney de estación, manzana verde y focaccia, se llevan todos los aplausos como entrada. Además, ofrecen algunos pescados como los langostinos con crema de palta cítrica y cilantro y la trucha con puré de coliflor, gremolata y ensalada de estación. La propuesta se complementa con una carta de vinos naturales cuidadosamente seleccionada por ella misma, con etiquetas que van desde Mendoza, San Juan, Salta hasta Buenos Aires. “El movimiento del vino natural busca romper con el consumo único de las cepas tradicionales y mostrar que se pueden hacer grandes vinos con otras variedades, que reflejan mucho más su lugar de origen”, resume. Hay variedades para todos los gustos: desde algunas bien clásicas hasta otras menos comunes como las criollas, patricia o niagara. Para coronar la experiencia culinaria hay dos opciones: una torta húmeda con helado de crema y naranja y un frangipane con helado, crema inglesa y almendras.
Puro movimiento y energía
Belén es una gran anfitriona. Ella es puro movimiento y energía. Recibe a los comensales, supervisa la cocina y no duda en sugerir alguna cepa nueva de vinos a los más curiosos. En el primer piso tiene su mayor tesoro: la vinoteca, que conoce de memoria. Estar en el servicio la gratifica. “Siempre me gustó trabajar en sala, como camarera o sommelier. Me gusta conocer gente y más aún en el contexto de un restaurante, donde las personas vienen a disfrutar y relajarse. Buscar un vino, contar la historia de cómo nació este proyecto, conocer a los clientes que vuelven seguido o a los que viajan desde lejos para venir a conocernos”, dice.
A un año de la apertura, su sueño ya es una realidad. “Lo que más deseo es que Beza siga siendo auténtico, que el barrio nos adopte cada vez más como su parrillita y que podamos crecer como equipo, con productos nobles y mucho corazón”, remata Belén, desde aquel frondoso jardín que celebra la llegada de la primavera con sus enredaderas llenas de flores.