Adrián Bennardis: “La mayoría de los adolescentes de los barrios están en actividades positivas, pero hay una gran avance del narcomenudeo”

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Frente al premetro, desde la avenida Mariano Acosta, se abre el pasaje C por el que se entra al barrio Fátima de Villa Soldati, en la zona sur de la Ciudad de Buenos Aires. Un viernes a la mañana, en el que el frío afloja cuando las nubes se abren y el sol da de lleno en las veredas, ese pasaje es puro bullicio.

Justo después de las oficinas del Registro Nacional de las Personas, decenas de jóvenes, hombres y mujeres se acercan al Club Atlético Virgen Inmaculada con sillas de plástico y bancos. Alguien pone unos parlantes afuera del comedor del club, que huele a guiso de lentejas, y comienzan a sonar canciones románticas.

El festejo es porque se cumplen 11 años del desembarco en ese barrio popular de los Hogares de Cristo, una red que en el país tiene 330 centros orientados al tratamiento de adicciones para personas de bajos recursos. Depende de la Iglesia Católica y es la institución del país con más centros orientados a la atención de esta problemática. Acá, en Fátima, lo hace a través de una parroquia, talleres de oficios, una orquesta, una escuela secundaria, el club y el hogar donde albergan y tratan a niños, adolescentes y adultos en situación de consumo.

“La idea es recibir la vida como viene y especialmente a los niños, niñas y adolescentes de estos barrios, cuyas familias muchas veces están rotas por la pobreza, la desocupación o el consumo de drogas”, explica el padre Adrián Bennardis, a cargo de la parroquia Virgen Inmaculada de Villa Soldati y responsable de la Comisión de Niñez y Adolescencia en Riesgo del Arzobispado de Buenos Aires.

Bennardis, que es parte del equipo de sacerdotes villeros, tiene 59 años y hace 10 que vive en la villa. Recibe a LA NACION en la escuela secundaria, que también cumplió una década en el barrio y se encuentra ubicada al lado del club y antes de la parroquia.

En mayo pasado, un proyecto de ley del oficialismo que propone bajar la edad de imputabilidad de 16 a 14 años obtuvo dictamen y entró en la agenda legislativa de Diputados. Así se volvió a poner el foco en los adolescentes que cometen delitos. Cuando se analiza la trayectoria de vida de esos adolescentes, la mayoría había empezado a consumir drogas a edades muy tempranas, había dejado la escuela y había crecido en un contexto de muchas carencias, tal como lo reveló una investigación reciente.

En ese contexto, Bennardis habla con LA NACION sobre cómo los Hogares de Cristo trabajan con los adolescentes para evitar que consuman y caigan en la delincuencia, o para conseguir que salgan de ese mundo y retomen sus estudios.

–¿Cómo crece un adolescente que nace en una villa?

–El punto de partida de nuestros pibes es muy distinto al punto de partida de los pibes de las clases medias. En nuestro barrio es común que siempre haya algún familiar o amigo que haya cometido un delito. Cuando eso se naturaliza, sonamos. Los chicos crecen en un contexto donde el narcotráfico ya estaba presente, pero como el Estado se retira, ese lugar lo ocupa el narco. El narco es el que presta plata o les da una tarea que les hace ganar dinero fácil a través del narcomenudeo. Todo esto en un contexto donde los chicos están expuestos a todo tipo de violencias.

–La información oficial muestra que la mayoría de los chicos que cometieron un delito, antes habían abandonado la escuela. ¿Qué situaciones explican esa desvinculación con el colegio?

–La educación formal no ofrece las respuestas necesarias e inmediatas a los chicos. En los sectores populares no la ven como una herramienta de movilidad social porque vienen de varias generaciones donde no lo fue. Además, los chicos tienen que sostener la casa o no ser un peso para la casa, porque eso es lo que sienten. Entonces salen a trabajar de pequeños. En otros casos, los menos, ven que hay otras ofertas más baratas y crueles a largo plazo que les permiten avanzar más rápido, como delinquir o prestarse al narcomenudeo. Pero el joven tiene mirada de corto plazo y no prevé lo que pasará y cuán cruel será para él.

–¿Cómo trabajan ustedes para sostener la continuidad escolar?

–Hace 10 años vimos que muchos no terminaban el secundario entonces construimos el colegio de cuota cero (es decir cien porciento gratuitos). Por otra parte, creamos Aulas De Fortalecimiento Abiertas, que son cursadas para chicos con sobreedad que en algún momento dejaron el colegio, quedaron boyando en el barrio sin poder conseguir un trabajo, tuvieron un vínculo con el delito. Son cursadas de menos horas y en las que no se quedan libres. De paso los enganchamos en otras actividades, deportes, talleres de oficios.

–¿Cómo trabajan con los chicos y las chicas para que eviten o se alejen de los referentes negativos, esas denominadas “malas juntas”?

–Nuestro eje es que la comunidad abraza a la vida tal como viene, con todas sus carencias. Trabajamos con los chicos y chicas en lo que nosotros llamamos las tres “C” de la vida: capilla, colegio y club. Se contraponen con las tres “C” de la muerte, que son consumo, cárcel y cementerio. Entonces, en la capilla, el colegio y el club ofrecemos actividades diferentes y son todos de cuota cero. En el colegio, el Gobierno porteño paga los sueldos, por suerte aún recibimos esa ayuda. Salimos a la calle y los buscamos y después empieza a funcionar el boca a boca porque les ofrecemos la contención que no tienen en su vida diaria y los invitamos a soñar.

–¿Cómo es el trabajo que hacen desde los Hogares de Cristo con los chicos de los barrios con problemas de adicciones?

–Hace cerca de 17 años comenzamos a trabajar con adultos, pero en los últimos cuatro nos dimos cuenta de que la droga había llegado a niños de 10 a 13 años y empezamos a hacer hogares para ellos. En Capital hay dos, uno de ellos está acá en Soldati. En el hogar duermen, se alimentan, tienen tratamientos acordes a su edad, talleres de oficios y aseguramos que continúen sus estudios.

–¿Por qué empiezan a consumir a edades más tempranas?

–Esto es porque hay una gran avance del narcomenudeo en los barrios populares. La mayoría de los chicos del barrio están en actividades positivas como las que ofrecen los clubes, pero si el Estado se retira, si no financia el deporte, la educación, su lugar lo ocupa el narco de la esquina.

–Hablabas de cómo una política de deportes sería efectiva para sacar a los chicos de la calle. ¿Cómo funciona esto en los barrios?

–Nación retiró la ayuda que nos daba en el área de deportes. Nos daban una ayuda por cada chico que se anotaba en el club. Vos le tomabas el presente y tenía una beca conforme a lo que quería hacer. Así podíamos pagarle a los profes, comprar pelotas, palos de hockey, etcétera. Ahora es más difícil conseguir fondos. La cuota sigue siendo cero y los chicos reciben una camiseta, sienten la pertenencia de su club barrial. Hay fútbol para chicos y chicas, taekwondo, hockey, una orquesta. Tenemos pibes que de chiquitos comenzaron a venir, dejaron las malas juntas. El deporte les inculca los valores del trabajo en equipo y disciplina y respetar al otro. Pero toma tiempo y trabajo. Ese es el camino: llegar antes y acompañarlos.

La escuela secundaria Virgen Inmaculada es de cuota cero y tiene un programa especial para chicos que abandonaron el colegio

–¿Qué cambios ven en los adolescentes a través del deporte?

–Ya tenemos cuatro profes que crecieron en el barrio, que tuvieron infancias difíciles, con padres que los abandonaron, con problemas de adicciones o que cometieron algún delito menor. Pero se engancharon, quisieron terminar la secundaria para estudiar en el profesorado y hoy son referentes. Pasa lo mismo con la escuela secundaria, los vamos a buscar, los acompañamos y asistimos en sus carencias y muchos están terminando sus estudios. Hay que proponerles sueños en vez de descartarlos.

–¿Cómo ve la sociedad a estos chicos?

–Como curas de la villa nos damos cuenta de que el humor social ha sido puesto en un lugar de la no reflexión, de la no empatía. Hay alternativas al encierro que son más eficaces para alejar a los menores del delito. La amenaza de la cárcel no les va a hacer efecto. Hay una red comunitaria que sostiene como puede a los que menos tienen ¿Qué tendría que hacer el Estado? Sostener esa red social comunitaria. No quebrarla. No decirte que si vos querés ser una organización y ayudar es tu decisión individual, tu libertad, arreglate. Siento que estamos como en la etapa donde si no valés económicamente, no valés. Si no sos útil en el mercado, no existís y te dicen ´no te voy a ayudar y no me interesa qué hacés´.

–¿Lo que ustedes hacen puede ser replicable?

–Nos gustaría que reconozcan nuestro modo de trabajo y los resultados de los procesos con los que disminuimos la violencia en los barrios y damos más oportunidades. Pero en vez de reconocer eso, recortan programas. Antes Nación tenía un programa que te financiaba una obra si querías, por ejemplo, construir un nuevo espacio. Y vos como organización rendías todo como debe ser. Pudimos construir una canchita en el colegio y un playón. Pero ahora no tenemos luz en una parte de la cancha. No podemos pagar la instalación y a las 18.30 en invierno tenemos que cerrar porque está todo oscuro. Y nos encantaría no cerrar a esa hora.

Bennardis explica que buscan que los chicos estén en la escuela, al club y la capilla, en vez de estar en la calle; en la foto, la cancha en donde harían los festejos y donde se quedaron sin luz porque no tienen dinero para arreglar la instalación eléctrica

–¿Es clave poder tener a los adolescentes activos a esa hora?

–Si un pibe no está acá en el club, está en la esquina y está más expuesto a la violencia y la delincuencia. Acá el pibe empieza a hablar de otras cosas, del equipo, de la disciplina, hace otros amigos, sabe que el fin de semana que viene juega, entrena, termina cansado y se va a dormir temprano. Las cosas son sencillas cuando el Estado tiene la capacidad de entender el rol que tenemos la Iglesia y otras organizaciones.

–¿A esta manera de acompañar a un adolescente es lo que llaman criar en comunidad?

–Para criar a un joven se necesita de toda una comunidad. Pero la idea de comunidad que cuida se ha venido quebrando hace 20 años. Es algo que excede a un gobierno, pero este terminó de quebrar esa idea. Ahora las políticas públicas son medir, auditar. Y en realidad el Estado tiene sentido para cuidar la humanidad. Seguramente tenemos errores y hay cosas que no hacemos bien, pero queremos que los chicos empiecen a encontrarle un sentido a su vida en el marco de una comunidad que los respeta y cuida. Así aprenderán ellos también a cuidar y respetar.

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