Alacrán regresó al país para ser parte de ChaChaCha en el teatro: “Se sigue dando la magia”

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Un llamado irrumpió en la tarde de Miami y rompió la calma de una rutina instalada desde hacía tres años. Del otro lado, la voz de Giuliano Bacchi: “Che, ¿ustedes piensan volver acá?” Así, una simple pregunta cruzó los kilómetros de distancia y forzó el reencuentro de Rodolfo Samsó, el hombre detrás de Alacrán, con su pasado y con una ciudad a la que tiempo atrás había jurado no regresar tan pronto. El escenario: la expectativa renovada del regreso de ChaChaCha al teatro, casi treinta y cinco años después de aquel primer estallido en la clásica pantalla de la televisión.

La invitación de Bacchi, productor del fenómeno teatral, creció despacio y forzó un viaje: Alacrán volvió a Buenos Aires. Ahora está ahí, ni una ni tres, sino a dos cuadras exactas del Obelisco. Aún con el eco de la pregunta, sostiene la taza —ya es el segundo ristretto de la tarde— y confiesa: “Me siento como en las películas, cuando llaman al comisario que ya se da por retirado para que cumpla una última misión”. ¿Qué hace que alguien cruce el continente por una “misión” teatral? ¿Qué secretos guarda el regreso del humorista a su ciudad?

La trama de esta historia se remonta sesenta y cinco años atrás, pegada a la antigua cancha de San Lorenzo, donde los recuerdos no duermen: “Pintábamos las calles de azul y rojo, íbamos a la cancha que la teníamos a 10 cuadras. Y ahí pasé buena parte de mi infancia, en la pileta, jugando a la pelota, los picados de barrio. Era parte del club. Después vinieron los carnavales, los bailes de San Lorenzo, venían Serrat, Sandro… Vi a todos”, relata Samsó. Sus palabras flotan, cargadas de melancolía y de una ternura inusual en quienes hacen reír.

Entre baldíos y pelotas maltrechas por su propia torpeza, crece una ironía: “Me acuerdo que había unos grandes baldíos en Pichincha y Garay, frente a la cárcel, y a veces íbamos a jugar a la pelota ahí. Yo era el primero en tomar el colectivo y llegar, pero en el pan y queso siempre era el último en ser elegido. El baile tampoco es un arte que yo haya demostrado tener condiciones. Todo lo que haga con las piernas me sale mal. Pero bueno, se me dio con otras cosas”.

Alacrán se encuentra en el país para ser parte del éxito de ChaChaCha en el teatro (Crédito: Joynix Media)

La guitarra —dice— fue una pasión que desaprovechó: “Por ejemplo, tuve una habilidad bastante natural con la guitarra que no desarrollé, porque la vida me llevó por otro lado, y medio escondido hasta los 30 y pico de años…”. ¿Por qué el destino lo puso a kilometros de los escenarios? ¿Quién podría imaginar a Alacrán lejos de la actuación, de la carcajada que enciende una sala entera?

Pocos lo saben, pero durante años ejerció el comercio: “Yo vendía ropa. Me iba bien y ahí andaba con eso. No me imaginaba dedicarme a otra cosa, para nada. O sea, cuando yo voy a estudiar teatro, quería hacer un hobby, como si fuera alpinismo. Jamás me hubiera ocurrido vivir de eso para nada. Es más, era muy introvertido y justamente empecé a estudiar teatro para ver si aprendía a hablar, porque no era locuaz”.

El giro fue involuntario, una necesidad personal más que un diseño del azar: “Entonces, voy a ver un director de teatro muy bueno, Augusto Fernández. Y me apasionó enseguida. Empecé a actuar, Shakespeare, Chejov….”. Pero la revelación final vendría de boca de su maestro: “Y el maestro, me dice: ‘Mirá, tengo un problema. A mí me encanta cómo actuas, pero se me cagan de risa los compañeros tuyos. Yo te recomiendo que te dediques al humor porque tenés mucho para dar’”.

El recuerdo surge intacto: “En ese momento estaban de moda los pubs, año ’89, ’90. Había uno en Palermo, en la calle Honduras, que se llamaba El Pozo Voluptuoso. Entonces voy con un compañero de teatro y empiezo a contar chistes”.

El sistema era sencillo y despiadado: el más famoso abría la noche y los debutantes quedaban relegados al fondo del horario. “Antes había cuatro funciones. El pub empezaba a poner, por ejemplo, a las diez de la noche a Daniel Aráoz, a las 23:30 a Atilio Veroneli. Después venía Juan Acosta y yo, claro, desconocido total, me ponen a las tres o cuatro de la mañana”.

Pero el azar, como tantas otras veces en su vida, tejió un puente inesperado: “Tuve la suerte que terminé de actuar y se había quedado a tomar una cerveza Juan Acosta. Me dice: ‘Me encanta tu personaje. ¿Querés trabajar conmigo?’».

“Yo pasé de tímido vendedor de ropa, taller de teatro frustrado porque no podía hacer ‘To be or not to be’ a trabajar con Juan Acosta, que al otro día me llevó a la tele, me llevó a conocer a Antonio Gasalla, me llevó al Parakultural y ahí lo conozco a Alfredo Casero. La suerte que tuve”, repite, como si aún no pudiera creer la cadena de casualidades.

Ya existía Alacrán, aunque todavía era una criatura en desarrollo, y así lo definió él mismo: “Estaba verde como un loro, y aprendí mucho actuando con Juan Acosta. Él hacía un show de una hora y yo diez minutos, pero yo lo miraba actuar a él y aprendía”.

Alacrán vivió los últimos tres años en los Estados Unidos, tras un largo tiempo en la Argentina con una importante carga horaria laboral

El Parakultural fue la usina de una generación entera. Alacrán nombra, uno a uno, a los gigantes que pasaron por allí: “Desde Urdampilleta y Tortonese, hasta Capusotto, Casero, las Gambas al Ajillo… incluso Los Melli y hasta Los Redondos tocaban. Estaban todos”.

Cada relato, cada pequeña casualidad, construye el misterio de una carrera improbable.

Ya para 1992, el paisaje televisivo de la Argentina estaba a punto de cambiar para siempre. Roberto Cenderelli, director artístico de América TV, tomó una decisión que parecía arriesgada y acaso improbable: reclutar a los actores del movimiento underground porteño para un nuevo programa de humor. Nadie lo sabía, pero el elenco saldría casi en su totalidad del hervidero del Parakultural.

El personaje principal de nuestra historia revive ese momento. “Yo vivía en Ezeiza y suena el teléfono: ‘Hola, ¿Alacrán cómo estás? Habla Alfredo Casero. Mirá, estoy por hacer un programa que va a cambiar el humor, que va a cambiar la televisión, que va a estar vigente durante los próximos cuarenta años’”.

La cita, extrañamente, era ese mismo día a las 3 de la mañana. Dudó: ¿no sería una broma? Imaginó acercarse a la cita y que nadie atienda. Pero la curiosidad pudo más. Llegó y lo inesperado ocurrió: “Entré y estaba todo el elenco del Parakultural. En ese momento todavía no lo dirigía Alfredo, él fue uno más en ese momento, pero fue la cabeza visible por peso propio”.

Fue como un casting frenético en la madrugada, sin manuales ni guiones, solo la orden exacta: “Me dijeron ‘Parate detrás de esa línea y hacé lo que sabés hacer’. Esas eran todas las instrucciones”. Bajo la luz cruda del estudio, se jugó el cuerpo entero: “Hago ‘¡Iupi, iupi!’, con todo, tres chistes y al otro día me llaman y me dicen: ‘Che, quedaste para el programa’”.

El 15 de abril de 1992, la televisión argentina recibió algo más que un nuevo ciclo humorístico: De la cabeza debutó en la pantalla chica y con él irrumpió el grupo de artistas salidos del sótano porteño, dispuestos a incendiar –con ironía, talento y absurdo– la comodidad de lo conocido. Figuras como Mex Urtizberea, Pablo Cedrón, Mariana Briski, Daniel Aráoz, Favio Posca, Diego Capusotto, Vivian El Jaber, Sandra Monteagudo, Fernando Baleirón y los grupos teatrales Loca… como tu madre y La Cuadrilla dejaron atrás el anonimato y saltaron a una nueva dimensión, mientras la audiencia presenciaba la aparición de una generación capaz de reescribir las reglas de la comedia.

El programa no tenía un destino claro al principio. La forma se construía sobre la marcha. El empuje fue tal que, al año siguiente, el legendario Alejandro Romay irrumpió para ofrecerles un nuevo ciclo en Canal 9. Algunos, tentados, aceptaron la propuesta: Favio Posca, Fernando Baleirón, Irene Almus y La Cuadrilla emprendieron el salto en lo que se llamó Del Tomate.

El reconocido actor fue parte fundamental de los más importantes ciclos humorísticos de los '90 y los 2000

Alacrán recibió también la oferta, pero las lealtades y los lazos forjados en las tablas pesaron más: “Ahí a mí me ofrecieron estar en el otro equipo, pero la verdad yo tenía una empatía artística y afectiva con los chicos. Es más, de Fabio Alberti era compañero de teatro con Ricardo Bartis. Digamos que ya tenía un antes con los chicos de De la cabeza. Yo seguí con ellos y ya después empezaron a pasar los años y el tiempo le terminó dando la razón a Alfredo”. Permaneció fiel a una comunidad nacida en los márgenes.

Todo cambia rápido. A mediados de 1993, aquel delirio colectivo llegó a su fin. Las piezas volvieron a mezclarse: Nicolás Repetto y Raúl Naya los contactaron para crear un proyecto nuevo, con la ambición de aterrizar en El Trece. El canal cerró la puerta. Volvieron, entonces, a América TV. Así nació Cha cha cha, un ciclo que llegaría a acompañar a la audiencia hasta 1997 y que, durante años, sería referencia del humor menos complaciente y más atrevido de la televisión local.

Han pasado décadas, pero el asombro sigue vigente. Y Alacrán lo observa con incredulidad: “Hoy, treinta y tres años después de ese debut, se está por hacer el estadio Movistar Arena con Cha cha cha. O sea, fue lo que me dijo Alfredo. Treinta y tres años después, un grupo de teatro va a hacer un estadio”.

Su voz tiembla apenas. Hay algo que no se agota en los aplausos, sino que aparece cuando la emoción lo desborda. “Creo que le tenemos que agradecer a las redes que nos devolvieron cuando yo pensé que ya había pasado de moda el sketch, el iupi, los chistes que contaba”, admitió, y la revelación atraviesa décadas de oficio y rutina. La vuelta del fenómeno no es solo una cuestión de nostalgia; es la reacción viva del público que reclama: “Me dicen: ‘Che, volvé a contar tal cosa, ¿por qué no vuelven a hacer tal otra?’”.

Alacrán se muestra agradecido del público que día a día lo recuerda y continúa riéndose de sus personajes

Para el humorista, la devolución es como un renacimiento: “Es maravilloso porque más allá de que uno labura y vive de esto, es una inyección de vida. Yo agradezco todo lo que pasó y lo que está pasando, que es más de lo que merezco, cada mañana al levantarme”. Los días se repiten y, al mismo tiempo, nada es igual. “El otro día fui a ver la función en La Plata y Alfredo canta ‘Shimauta’ y a mí me emociona. Se sigue dando la magia.”

Detrás de esa magia, se esconde la exigencia: “Sigo agradeciendo por los compañeros que tuve y por los que tengo, que me obligan a mejorar porque tengo que estar a la altura de las circunstancias. Para mí es muy groso estre regreso y lo que representa. Así que estar en este momento, cuando yo pensé que ya estaba medio retirado…”.

No fue un recorrido fácil. El traslado a Miami surgió tras años de ritmo extenuante. “Como yo siempre fui una abeja obrera de laburar y laburar y laburar, hubo un momento en donde se me juntaron los laburos, me levantaba a las 4:30 de la mañana para hacer radio (fueron 15 años junto con Beto Casella). Después hacía un programa de tele, Consentidos o Sin Codificar o Por Amor a Vos, o sea, un programa de tele que generalmente era de 9 de la mañana hasta las 18 o 19. Después iba al teatro con Carmen Barbieri o Miguel Ángel Cherutti. Y a la medianoche me iba a dormir”.

Pero no ahí terminaba la jornada: “Incluso, durante un tiempo tuve un programa en radio que se llamó El Guachón de Alacrán, que iba de medianoche a 2 de la mañana, entonces dormía de 2:30 a 4:30. En el medio dormía una siesta en los decorados. Fueron 15 años consecutivos de radio, todos los días, porque en radio laburás los feriados también”. ¿Quién podría sostener ese ritmo sin quebrarse?

Alacrán será la figura destacada en el cierre de la gira teatral de ChaChaCha el próximo 15 de diciembre en el Movistar Arena (Crédito: Joynix Media)

Rodolfo Samsó fue mucho más que Alacrán: fue Fernandito, El Guachón, y cada personaje que la ficción reclamó. Pasaron los años, las risas junto a Marcelo Tinelli, las giras con obras de teatro por el país y el mundo y las fiestas privadas. Quedó atrás la vorágine de los sets y las radios, pero este 15 de diciembre el telón de ChaChaCha volverá a cerrarse, quizá por última vez, en el Movistar Arena.

Y entonces, ¿qué viene después? La pregunta queda suspendida, inacabada. “Desde hace un tiempo me resulta que cuanto menos expectativa pongo, más me salen las cosas. Ahora seguir haciendo lo que estoy haciendo con todo mi ser. O sea, ahora voy a hacer esto como si fuera a durar cincuenta años. Y después, supongo que lo decidirá Alfredo. Hoy hablé con él, pero no se me ocurre… Me da miedo preguntarle. Tal vez lo mejor es que sea una despedida con toda la pirotecnia y termine, o tal vez… quizás para el verano. Y el 15 de diciembre seguramente nos iremos a comer después de la función y Alfredo nos dirá qué va a pasar”.

En esa incertidumbre hay gratitud. Y en la gratitud, la certeza de haber marcado a fuego la historia de la comedia argentina del hombre que, como el comisario de la película, se sentía ya retirado y fue llamado para una última misión. O tal vez más de una.

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