Sonríe con un gesto que achina al máximo sus ojos y suelta: “¿Para qué querés hacerme preguntas? Todo lo que puedo responderte ya está en mi libro“. Alberto Churba, a punto de cumplir 93 años, es el anfitrión que da la bienvenida a Diseño Infinito -la muestra retrospectiva de su trayectoria que inauguró la semana pasada en el Museo de Arte Decorativo-.
Él sabe que su paso por el mundo del diseño fue transformador, que la idea ética y estética con la que concibió desde muebles escultóricos hasta piezas de vidrio soplado pasando por textiles, alfombras y pinturas digitales se ha pronunciado y encontrado ecos en las seis décadas en las que sus producciones se convirtieron en referencia. También sabe que aún tiene mucho por decir y por conversar. Concede la entrevista a LIVING y, con generosidad, se presta a buscar siempre más y más respuestas.
—Fue un pionero en llevar el diseño argentino al mundo. ¿Qué aspectos cree que definen una identidad local auténtica dentro de un lenguaje universal del diseño?
—Una identidad auténtica nace de comprender profundamente nuestro entorno. En mi caso, esa comprensión comenzó desde muy chico, en contacto con los textiles, con el color, con la combinación de materiales. El lenguaje del diseño puede ser universal, pero la mirada siempre parte de un lugar íntimo, casi doméstico. Cuando llevé piezas a escenarios internacionales, lo que sorprendía no era que fueran “argentinas” en un sentido folclórico, sino que tenían una sensibilidad particular, un modo de ensamblar lo artesanal con lo moderno, lo racional con lo emocional. Esa síntesis, creo, es donde reside lo local dentro de lo universal.
—El Estudio CH revolucionó la forma de pensar el interiorismo en la Argentina. ¿Cómo era en aquel momento y qué fue lo que más cambió hasta la actualidad en cuanto al diálogo entre diseño, arte y arquitectura?
—En aquel momento, la palabra “interiorismo” casi no existía como disciplina profesional. Había casas de muebles de estilo, pero no una idea clara de cómo crear un entorno contemporáneo. CH empezó como una caja de vidrio en Cabildo y Juramento, donde se veía todo: diseño, objetos, texturas. Integré arte, diseño industrial, piezas internacionales y producción local. Eso era nuevo. Hoy cambió mucho el acceso y la velocidad, pero a veces extraño la dedicación con la que se miraba una silla o se armaba una vidriera. Ese diálogo con el espacio era más profundo.
—Sus muebles, textiles y objetos, además de funcionales, siempre tuvieron una filosofía estética. ¿Qué idea -explícita o secreta- guiaba sus decisiones de diseño?
—Siempre busqué armonía. Y esa armonía no es solo formal: es emocional, es sensorial. Me formé en Bellas Artes y pasé algunos años en el mundo de la danza, donde la forma y el movimiento son inseparables. Esa formación marcó mi forma de diseñar. Cada objeto debía tener carácter, proporción, belleza. Pero también debía servir para vivir mejor. Diseñar era, para mí, proponer una vida más plena, donde las cosas cotidianas pudieran ser bellas, útiles y dignas.
Diseñar es crear las condiciones para que otros también puedan crear.
—El sillón Cinta, hoy en colecciones del MoMA y del V&A, es un ícono. ¿Qué representa para usted esa pieza, y qué aprendió de su propio oficio diseñándola?
—El sillón Cinta representa una síntesis: de técnica, de forma y de tiempo. Fue concebido como una única pieza de madera laminada, con una geometría curva que abraza al cuerpo. Su construcción desafió lo convencional, tanto desde lo formal como desde lo estructural. Aprendí que una pieza puede ser contemporánea sin perder calidez, que la innovación nace muchas veces de observar lo cotidiano con otra mirada.
—En su carrera trabajó con artesanos locales, materiales nobles y técnicas modernas. ¿Cómo concilia -o tensiona- esa búsqueda entre lo artesanal y lo industrial?
—Para mí nunca fue una contradicción. Desde mis primeros muebles trabajé junto a ebanistas como la familia Pace, que interpretaban mis planos con maestría artesanal. Pero también importé muebles de producción industrial de países como Dinamarca o Japón, porque valoraba su diseño y ejecución. La clave está en no oponer lo uno a lo otro: el diseño puede unir ambos mundos si respeta los materiales, la función y la belleza.
—A sus casi 93 años, sigue creando. ¿Cuál es el mayor aporte que ha hecho el paso del tiempo en su faceta creativa?
—El arte de Matisse, Picasso, Mondrian, es atemporal. Me gustaría acercarme a la belleza sin tiempo.
—Diseño Infinito, su muestra retrospectiva en el Museo Nacional de Arte Decorativo, recorre seis décadas de trabajo. ¿Qué descubrió de usted mismo al revisar ese archivo personal?
—Descubrí que el juego nunca me abandonó. Incluso en los momentos difíciles, la creación fue una forma de volver a mí. Rediseñar sobre lo diseñado, improvisar, combinar objetos y culturas, eso fue siempre parte de mi forma de ser. Al mirar hacia atrás, entendí que cada etapa tuvo sentido, aunque no lo supiera en el momento.
El acto de decorar puede ser profundamente ético si busca crear entornos que favorezcan la vida, que estimulen lo mejor de nosotros.
—¿Qué lugar le otorga al error, al accidente o a la intuición en su proceso creativo? ¿Diría que hay algo del orden de lo “inesperado” que es necesario preservar incluso en el diseño más riguroso?
—Diseñar sobre lo diseñado, así lo llamaba. Muchas veces, las mejores ideas no nacen de un cálculo, sino de una imagen fugaz. El rigor no está reñido con la sorpresa. Es más: el buen diseño necesita de esa chispa inesperada para no volverse automático.
El juego nunca me abandonó. Incluso en los momentos difíciles, la creación fue una forma de volver a mí.
—La geometría, el color, la curva, la textura: ¿hay algún elemento formal al que vuelva una y otra vez casi sin darse cuenta?
—Sí, el color y la curva. El color fue mi primera burbuja de protección. De niño, combinaba telas en la tienda de mi familia. Y la curva… la curva tiene algo de cuerpo, de danza, de fluidez. En mis muebles, especialmente en el sillón Cinta o el respaldo moldeado, siempre vuelve esa búsqueda de lo suave, lo envolvente.
—Sus piezas dialogan con el cuerpo, el movimiento, la luz. ¿Cuánto de arquitectura hay en sus objetos y cuánto de escultura hay en sus muebles?
—Mi formación en escultura y mi experiencia en danza me marcaron profundamente. Por eso, muchos de mis diseños tienen algo de escultura: están pensados para ser vistos desde distintos ángulos, como una figura en el espacio. Al mismo tiempo, respetan la función, como lo haría un arquitecto. Me interesa el cruce entre ambos lenguajes: lo que se habita y lo que se contempla.
La mirada siempre parte de un lugar íntimo.
—En sus obras más recientes trabaja con óleo digital. ¿Qué le atrae de esa técnica y qué continuidad encuentra entre sus primeros dibujos y esta nueva etapa?
—Mis dibujos y pinturas tratan la figura humana. El desarrollo de formas abstractas se dio mayormente con el diseño. Entre 2013 y 2015 desarrollé obras en Photoshop que luego se imprimieron en Roma de forma única.
—La palabra “decoración” ha tenido épocas de mayor o menor prestigio. ¿Cómo la piensa usted hoy, desde la experiencia, y qué valor cree que tiene el acto de decorar una casa?
—Decorar, para mí, nunca fue poner adornos. Fue siempre componer un espacio donde el vivir tuviera sentido. Las cosas que nos rodean no son neutras: nos afectan, nos inspiran o nos aplastan. Por eso trabajé con tanto cuidado cada ambientación, cada mueble, cada luz. El acto de decorar puede ser profundamente ético si busca crear entornos que favorezcan la vida, que estimulen lo mejor de nosotros.
—Si pudiera dejar una sola idea, una sola línea —como un manifiesto secreto para futuras generaciones de diseñadores, ¿cuál sería?
—“La mayoría de las personas necesitamos ambientes estimulantes y facilitadores que nos animen a desarrollar nuestras potencias creadoras.” Esa idea sintetiza todo: diseñar es crear las condiciones para que otros también puedan crear.
—¿Qué consejo le daría a quienes hoy empiezan a diseñar: cómo encontrar una voz propia sin ceder al vértigo de las modas o las tendencias?
—Trabajen con honestidad. Escuchen su intuición, pero no dejen de estudiar. La formación es clave: en mi caso fue Bellas Artes, la danza y los viajes. Todo aporta. Y, sobre todo, no tengan miedo de mirar hacia adentro: la voz propia se encuentra en la experiencia.
- Diseño infinito se presenta en el Museo Nacional de Arte Decorativo, Av. del Libertador 1902, hasta el 12 de octubre, de miércoles a domingo de 13 a 19.