Alta Fidelidad: una noche en el museo según Ca7riel & Paco

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Exorcizado, una hora y media después, tras un infatigable despliegue performático, visual, tecnológico y sonoro, el Movistar Arena se vacía con una música instrumental absurda de esas que (casi) todos conocemos pero a la vez desconocemos su autoría (¿sonaba en el show de Benny Hill? ¿Era el soundtrack de una comedia?) como con un meme. Es como si no hubiera pasado nada aunque pasó demasiado: Ca7riel & Paco Amoroso meten una noche en Buenos Aires como una ciudad más en su explosiva internacionalización que los vuelve for export aunque la porteñidad brille en cada gota del sudor que dejan sobre algo que seguimos llamando escenario a falta de un nuevo nombre. Como la forma neutra en la que cantan (es en las arengas al público donde se revelan fatalmente argentinos), una declinación de época (así como Spinetta acentuaba en inglés en el principio de los tiempos del rock) en la que van hacia un spanglish que define el régimen latino de hoy. La cuestión se complejiza con los subtítulos en inglés en las pantallas de video (un instrumento más de la big band de latin jazz rave & roll que los sostiene) que provocan un extrañamiento en el que las palabras se diluyen entre lo que se escucha y lo que se lee y se produce una pérdida o un abandono del lenguaje en el que empiezan a entreverarse, una vez más, los universos de los movimientos pop y las vanguardias artísticas.

En medio de esa glosolalia que rebosa de alusiones sexuales (como en el comienzo del rock & roll, nada nuevo), escenas de la vida digital y anacronismos excéntricos (¿cuántos de los que apuntan el smartphone sabrán sobre “Nicolino”, el boxeador dancer?), no parece tan curiosa la aparición de la palabra “museo” en dos rimas de la lista de temas. No es que necesiten ser legitimados por una apreciación erudita porque lo mejor que hacen es sostener el fenómeno pop para el fin del pop (desde parrillas que ofrecen “choriamoroso” al contagio de una moda propia en los gorros de peluche de cosaco-animé). Pero es imposible no repasar la sobrecarga de estímulos sin asociaciones que atraviesan la frontera de la cultura visual y lo que seguimos llamando arte.

Un libro perdido sobre Piazzolla, objeto de arte

A ver. Muralismo mexicano en los dos retratos inflables que van cobrando forma en ese intersticio ansioso en el que las luces se apagan pero la música todavía no explotó. Ca7riel & Paco como enormes mascarones de Orozco o, mejor, Siqueiros si tenemos en cuenta el uso que el agente stalinista hacía de la tecnología de punta para pintar. Una línea directa entre el chaleco de corazones de Ca7riel y los corazones camp de Delia Cancela & Pablo Mesejean (Donde existe el amor reina la felicidad, 1964) o entre el transformismo de Paco Amoroso en la Eva Perón de Nicola Constantino, una máscara que se resiste a ser momificada.

Pero si el pop lunfardo y el arte contemporáneo argentino podrían ser referencias afectivas para nada premeditadas, más profunda e insondable resulta la resonancia con el arte clásico, las estrategias de la pintura holandesa por caso. El despliegue incesante de transformaciones lo largo del show es apabullante: Ca7riel (Cato) puede ser Prince, Sandro, Antonio Gades, Bruce Lee (Kato era su nombre en El avispón verde), María Becerra o cualquiera de las hermanas de Juana. Todas las máscaras de Bowie (una de las escasas referencias al rock en las rimas) en una sola noche por ponerlo en términos pop pero también la transformación de la pintura en los Países Bajos a la luz de los nuevos dispositivos ópticos en el siglo XVII.

En El Arte de Describir: el arte holandés en el siglo XVII (Ampersand, 2022), la historiadora Svetlana Alpers refiere la experiencia de Constantinj Huygens con la cámara oscura de Drebbel: “(…) Primero cambio el aspecto de mis ropas antes los ojos de quienes me están viendo. Al principio estoy vestido de terciopelo negro, y en un segundo, a la velocidad del pensamiento, aparezco vestido en terciopelo verde, terciopelo rojo (…) Me presento como un rey, adornado con diamantes y toda clase de piedras preciosas y, luego, en un instante, me convierto en un mendigo, con todas mis ropas en andrajos”. De estas experiencias, explica Alpers, surgió un tipo de género muy propio de Holanda: el retrato historiado, modelos de la burguesía con atributos de Ulises y Penélope, como en una obra de Jan de Bray de 1668.

El arte ataca de maneras insospechadas y el jueves por la noche, Ca7riel & Paco exorcizaron el estadio con una forma expandida y contemporánea de retrato historiado para un museo de una sola noche. El lunes dicen que hubo un recital de rock.

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