Amador Sánchez Rico, embajador de la Unión Europea, habla sobre la diplomacia y su afinidad con la Argentina

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No fue fácil encontrar un rato de calma en medio de su ajetreada agenda, pero, finalmente, recibe con su amabilidad característica a LA NACION en su residencia en el Bajo Belgrano. Sucede que, tras cuatro años en el país, el embajador de la Unión Europa en la Argentina, Amador Sánchez Rico, terminará en unas semanas su misión diplomática y su vida social está llena de despedidas.

El español desempeña un cargo que pocos fuera del mundo diplomático conocen. “Ser embajador de la Unión Europea es un gran honor y una gran responsabilidad, el representar los intereses y los valores de 27 países (21 de los cuales están acreditados aquí en Argentina), exige una gran labor de coordinación”, dice el español de 52 años. “Yo nací en España, en Madrid, pero he vivido siempre en el País Vasco, en la zona fronteriza. A los 12 años me mudé a Francia, estudié derecho en San Sebastián, luego en Montpellier y finalmente di mi examen para la Comisión Europea en Bruselas”, enumera.

-¿En su familia ya se dedicaban a la carrera diplomática?

-No, mi padre es ingeniero industrial, pero del lado de mi madre vengo de una familia muy metida en el tema de aduanas y fronteras, entre Francia y España. Mi abuelo era agente de aduanas, de casualidad, o no tanta, desde hace 30 años yo vengo trabajando en la Unión Europea por un gran objetivo, que es suprimir las fronteras.

-¿Cuál fue su primer destino?

-Pasé los primeros diez años en la sede, Bruselas. Y mi primer destino fuera de Bélgica fue como consejero político de nuestra embajada en Nueva York ante Naciones Unidas. Por entonces, ya estaba casado con mi mujer, Sonia Lalanne, y fuimos en familia.

Con su familia, en el Hipódromo

-¿Dónde se conocieron?

-Es una gran historia [sonríe]. Nos conocimos en el colegio secundario, a los 12 años, en Francia, ella es francesa. Empezamos a salir al finalizar el colegio, a los 18. Estudiamos juntos, ella también es diplomática y me siguió, sacrificó o congeló su carrera para seguirme a Nueva York. Después estuvimos en México, otros cuatro años.

-¿Se hallaron en el mundo latino?

-Me siento muy identificado con el mundo latino, ya en México y aún más aquí, que me siento como en casa. Llegué en septiembre de 2021, en los últimos coletazos de la pandemia, me encanta la Argentina, yo pedí este destino, es muy codiciado.

-¿Tanto?

-Sí, Argentina está en el top five, es un lugar con el que los europeos nos sentimos muy cercanos, yo aquí me siento como en casa porque es un país muy afín, con mucho pasado en común con Europa. Se ve en la ciudad de Buenos Aires: yo diría que es mucho más europea que algunas capitales europeas.

Junto a las autoridades del Gobierno nacional

-¿Qué características rescata de los argentinos?

–Yo creo que son las dos caras de la misma moneda, algo paradójico es la pasión que le ponéis a todo, con la que vivís todo. La pasión con la que vivís el fútbol, por ejemplo. Tuve la gran suerte de estar aquí en la final de la Copa del Mundo, no me preguntes lo que pensaba mi mujer, que iba por Francia [sonríe]. Y este seguimiento tan cercano con el que vivís la política, la macroeconomía o la pasión con la que se está todo el tiempo pendiente del dólar, eso es algo que yo tampoco había vivido en ningún otro lugar.

-¿Un embajador hace sus compras personales, está al tanto de los tipos de cambio?

-De eso estamos bien al tanto. Nos toca hacer las compras por el barrio, tenemos gasto diario privado y también dentro de la embajada. Hay pagos que hacer, salarios que pagar, licitaciones… Tenemos que afrontar una serie de transacciones diarias y tienes que estar informado, porque nos toca lidiar con estos cambios. Gracias a Dios creo que la situación está un poco mejor que hace cuatro años.

¿Qué rol llevan adelante entre reuniones, cócteles y eventos como la Exposición Rural?

-El oficio de la diplomacia está más a prueba que nunca. Tenemos una geopolítica muy complicada a nivel internacional, mucho conflicto, tensión, y es ahora cuando la diplomacia tiene que demostrar su valor añadido y defender sus intereses. Somos entre 80 y 90 embajadores, es un número importante si lo comparas con otros países en la región, pero aquí, se siente una gran cercanía y compañerismo entre todos los embajadores. Creo que eso es algo saludable, porque no quiere decir que no tengamos, cada uno, nuestros principios, valores e intereses, pero eso no quita que tengamos un buen relacionamiento. Esto ayuda mucho en las relaciones entre los países.

El Puente de la Mujer en Buenos Aires, con los colores de las banderas de Argentina y de la Unión Europea

La vida de un diplomático

“Tengo dos hijos. De mamá francesa y padre español, ellos nacieron en Bruselas y se criaron en Nueva York y en México. Hoy, Inés tiene 21 y Adrián tiene 19… Adrián en español o Adrien en francés, tenemos nuestras internas en cuanto a eso y no me preguntes cómo lo hemos anotado en sus pasaportes o si está escrito de la misma manera, porque creo que no [ríe]. Los cuatro nos hemos ido moviendo juntos como núcleo familiar.

–¿Sus hijos se adaptaron bien a esa forma de vivir nómade?

-Creo que les damos muchas herramientas a los niños con esta vida, pero también es un gran desafío y sé que pueden llegar a carecer de aspectos básicos para todos, como la identidad. No es nada fácil. Mis hijos hoy, entre ellos, se hablan en inglés. Cuando toca reñirles –de vez en cuando– es en español, aunque la madre les habla siempre en francés. Adrián ha estado en 12 colegios diferentes…¡12! Creo que hay que saber llevar esa vida. Yo tuve que cambiar una vez, cuando mis padres se mudaron, fui al colegio en Francia y eso para mí fue traumático, un punto de inflexión. En México mi hijo fue a tres colegios diferentes, luego volvimos a Bruselas, después a Madrid, de nuevo a Bruselas y ahora vinimos aquí, donde él terminó el colegio el año pasado.

–¿Cuáles son sus lugares favoritos?

-Me gusta ir al Teatro Colón, es uno de los top tres del mundo. ¿Cómo no cómo no aprovechar mi estancia aquí y escaparme al Colón en cuanto tengo la oportunidad? Si pienso en destinos es difícil, dada la extensión del país, tan grande y diverso. Porque, ¿qué eliges? ¿Cataratas, El Chaltén o Ushuaia? Visité Bariloche, Villa Angostura, Neuquén, recorrí los Siete Lagos conduciendo un auto antiguo en las 1000 Millas, una experiencia inolvidable con conexión con la naturaleza, indescriptible. También la provincia de Chubut, que quizá no es tan conocida desde el punto de vista turístico y me parece una provincia muy completa, porque tienes a la Cordillera de un lado, ahí tocando con los Andes, lagos y unos paisajes maravillosos, cruzás la provincia por una zona bastante inhóspita con unos paisajes espectaculares y llegas a la costa con la mayor concentración de fauna marina de todo el país. Me gustó muchísimo la Bahía Bustamante, que la fundó un español.

–¿Cómo es el día a día de un embajador?

-Es un trabajo que me apasiona, que exige mucho de relacionamiento y de networking. A mí me gusta relacionarme con la gente, dialogar. En los fines de semana intento desconectar; con un poco de suerte, lo logramos. Aunque siempre hay compromisos y viajes, pero yo muchas veces me tomo esos compromisos como algo lúdico, alegre, algo que hago con satisfacción. Prácticamente todos los domingos jugamos un partido de pádel temprano por la mañana, porque tenemos un grupo de chat, somos siete embajadores. ¿Quiénes estamos? Bueno, es un grupo que viene además evolucionando en función de los nuevos que llegan. Tenemos a Marruecos, al noruego, al sueco, al belga, al canadiense… ¿Brasil? No, él juega tenis.

En la maratón por el Día de la Unión Europea en Buenos Aires

-También debe tener compromisos con amigos locales…

-Sí, claro. Una de las cosas que más me gustan y que me llevo de la Argentina es la importancia que se le da a la amistad y esto se refleja en muchas cosas, en muchos eventos, como en la tradición del asado, cuando nos reunimos. Lo hacemos aquí en esta parrilla [señala] o nos reunimos en asados en diferentes lugares; yo me ocupo de hacerlos. Vengo del País Vasco, donde también hay una gran tradición y una gran cultura gastronómica y la cocina es mi pasión.

Degustando una paella junto al embajador de Noruega

-¿Y cuánto disfrutó nuestra comida?

-Pues, me estoy acostumbrando a la gastronomía de aquí [sonríe]. No fue fácil al principio, porque yo venía de Europa, de estar mucho en Italia, y puedo llegar a ser un poco picky (quisquilloso), demasiado purista como los napolitanos, con los que he vivido cuatro años. Para ellos la boloñesa, la masa de pizza, el aceite de oliva, la pomodoro es de una única manera y algo de eso me contagiaron. Y en el País Vasco, de donde yo vengo, también hay mucho culto a la cocina. Las pizzas acá son buenas, pero el asado…

-¿El asado no es como en Europa?

-Un buen chuletón, nosotros lo hacemos a la llama, vuelta y vuelta, queda bastante crudito dentro y eso aquí no hay. Al principio me tuve que acostumbrar. Pero de sus vinos, ¡soy un gran apasionado! Pienso que en Argentina defendéis muy bien vuestras marcas, se confirma: asado y Malbec. Además, siento que, desde que llegué -en Mendoza, pero sobre todo en Buenos Aires- se ha notado una explosión, un crecimiento exponencial del número de restaurantes y de su calidad.

-¿A dónde sale a comer?

-Me gusta Roux en Recoleta, Crizia si quieres salir un poco de la tradicional e irte a algo un poquito más sofisticado. También hay muy buenos restaurantes de sushi como Chocho. De los clásicos, Don Julio es un valor seguro, también Elena.

-¿Cocina en la residencia?

-Cocino, soy muy bueno haciendo paellas, aunque muy pocas veces como en casa, pueden pasar semanas sin que yo cene aquí. Solo estoy por las mañanas, aunque ahí intento hacer un poquito el ayuno intermitente, porque si no… [señala la camisa]. Tengo mi rutina de las mañanas.

-¿Es verdad que nada cada mañana?

-Tanto como nadar, no. Pero desde que estoy aquí he tomado el hábito: no puedo salir de casa sin haberme sumergido en la piscina que está ahora helada, porque no está climatizada. Es un shoot de adrenalina, algo adictivo que ya no me lo puedo quitar de encima. Aunque salga a las 5 o 6 de la mañana, oscuro, me meto. Sales como nuevo, un shoot de energía que me dura todo el día.

-¿Y qué va a hacer ahora que se va?

-Mi destino es Bruselas, dudo que la piscina tenga sentido. Desde allí voy a llevar 14 países africanos, así que toca buscar casa, y además me voy con una configuración familiar muy diferente a la que tenía cuando llegué aquí. Me voy prácticamente solo, porque tengo a los niños en Madrid y Sonia irá de diplomática a Ruanda. Estos son los momentos que uno no quiere que lleguen, porque se resiste a pensar en irse de un país como este, donde me he sentido en casa. Pero justamente por eso no me iré del todo, busqué unos departamentos, apuesto por el Microcentro. Tengo una serie de sentimientos agridulces: miro para atrás y todo ha pasado muy rápido, pero al mismo tiempo, creo que hemos hecho mucho.

-¿Qué recuerdo se llevará de su paso por el país?

-Al poco tiempo de llegar dije que no me iba a aburrir, porque la actualidad aquí es frenética, y no me he aburrido. Nosotros tenemos que ir intentando adaptarnos a este ritmo y ha sido apasionante. A mi sucesor le diría: “¿Conoces ese refrán que dice que tú te vas 20 días de Argentina y todo cambia, pero que vuelves 20 años más tarde y todo sigue igual? Bueno, es justamente así“.

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