Andrés Duprat: “La cancelación lleva a la autocensura”

admin

“Mirá el cartel que pusieron”, observa Andrés Duprat desde la ventana de su oficina ubicada frente a la Facultad de Derecho de la UBA, edificio público con una emblemática fachada devenida soporte de publicidades de una compañía surcoreana. El comentario del director del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) podría ser el de uno de los protagonistas de la película Mi obra maestra (2018), traducida a varios idiomas y de cuyo guion es autor: “Buenos Aires es la mejor ciudad del mundo”, dice el personaje interpretado por Guillermo Francella antes de enumerar lo que hace tan seductora a la capital argentina. Acá, concluye, “todo puede pasar”.

Una ciudad siempre despierta, acechando. Esperando para empujarte al vacío o para darte una mano, que te sorprende para bien o para mal. Intrincada, contradictoria, sofisticada, salvaje, encantadora e impredecible”, agrega Robert De Niro desde su rol en la serie Nada (2023), en la cual Duprat fue productor ejecutivo y asesoró a los directores: Mariano Cohn y su hermano Gastón, con quien se crio en Bahía Blanca.

A esa ciudad del sur de la provincia de Buenos Aires regresará el funcionario en las próximas horas. Porque si bien integra ese trío creativo con creciente fama internacional desde El artista (2008) y El hombre de al lado (2009), que está por estrenar Homo Argentum, Duprat no olvida sus raíces. Fue en Bahía Blanca donde creó un centro cultural a principios de la década de 1990, recién recibido de arquitecto en La Plata –donde nació y vivió hasta los tres años– y después de haber trabajado un tiempo en Italia. Pronto asumió la dirección del Museo Municipal de Bellas Artes, al que sumó luego el primer museo público de arte contemporáneo del país. Integrados, hoy se conocen como “2Museos”.

“Soy un creador de espacios”, reconoce ahora al recordar que su paso siguiente fue mudarse a Buenos Aires a principios de este milenio, para fundar y dirigir el célebre centro de arte que dependió de Fundación Telefónica. Asumió después como director de Artes Visuales del Ministerio de Cultura de la Nación, cargo que ejerció durante una década antes de ganar por concurso el actual, en 2015.

“Soy un creador de espacios”, dice Duprat, fundador del primer museo público de arte contemporáneo de la Argentina y del centro de arte de Fundación Telefónica

Le quedaba algo pendiente, sin embargo: inaugurar la reserva que diseñó hace más de un cuarto de siglo para los museos que dirigió en Bahía Blanca. Eso hará pasado mañana, mientras continúa coordinando desde el MNBA con su Asociación de Amigos la ayuda institucional para paliar los efectos de las inundaciones. Un regreso distinto al del protagonista de El ciudadano ilustre (2016), el laureado escritor que vuelve desde Europa para ser homenajeado en su pueblo.

El tema central de mis guiones es el choque entre la cultura popular y la cultura de elite. Hay un arte exclusivo para expertos y otro más denostado. Con Mariano y Gastón, cada vez más, estamos tratando de unir esos dos mundos”, dice a los 61 años, casado con la coreógrafa Mariana Bellotto y padre de dos hijos, antes de compartir con LA NACION opiniones similares a las del director de museo que concibió para Bellas Artes (2024).

“Soy viejo, soy hombre, soy blanco, de ascendencia europea y heterosexual”, dice este personaje, interpretado por Oscar Martínez, al explicar ante un jurado por qué es el “peor candidato” para ocupar ese puesto. “No debí haberme presentado”, se excusa, tras recordar que tiene una experiencia de más de medio siglo en el mundo del arte, y señalar que sus jóvenes competidoras son mejores “porque encarnan todos los lugares comunes de la corrección política”. “Cualquiera de ellas -agrega- sería una elección menos arriesgada y más conservadora”.

–¿Cómo fue llegar a dirigir un museo con la colección más importante del Hemisferio Sur?

–Estoy contento de estar en el Museo Nacional de Bellas Artes, porque no sé si hoy podría dirigir un museo de arte contemporáneo. Mi teoría es que hay un momento de la vida en que uno conecta de una manera sensible, no solo intelectual, con su época: con lo que se está haciendo en música, con las problemáticas sociales, las estéticas del momento, las nuevas tecnologías, etcétera. Esa antena va perdiendo sintonía a medida que crecés. Ya no tengo esa conexión.

–¿En qué no conectás con el arte contemporáneo?

–No soy un interlocutor muy lúcido. Muchas veces voy a ver muestras más vanguardistas, acá o en el mundo, y enseguida me salta la reflexión: “¡Ay, esto ya lo vi! Esto se parece a lo de Yves Klein, pero con otro color; esto parece Ai Weiwei…” Termino poniéndolo en una bolsa preexistente. Para mí es sana esa ruptura, en un momento. La generación que sigue no puede seguir admirando lo mismo que admiré yo, porque es otro el mundo. Tiene que “matar” a esos ídolos para poder hacer otras cosas.

–La serie Bellas Artes es muy irónica respecto del arte contemporáneo. ¿Qué pensás, por ejemplo, de lo que hizo Maurizio Cattelan al exhibir una banana pegada en una pared?

–Lo que yo pienso está ahí, un poco caricaturizado, pero está mostrado en la serie. A mí me encanta Cattelan, es de mi generación, lo considero un contemporáneo. Me parece que es un tipo que pone el dedo en la llaga de problemáticas sobre todo epifenoménicas, no tanto de la poética del arte, sino del fenómeno del sistema del arte. Conozco muy bien su obra. Él está poniendo el dedo en la llaga porque una banana que vale medio dólar en cualquier lado, termina vendiéndose en millones. Está poniendo en evidencia una situación que está buenísimo discutir. Me parece que eso hace avanzar un poco el concepto de arte, se va ampliando lo que era arte hace cien años.

–¿Y qué opinás sobre el hecho de que Banksy destruyera una obra cuando acababa de venderse en una subasta?

–Me parece que también tiene algo de marketing, es vivísimo. Todas estas acciones le hacen bien al concepto de arte para no adocenarlo y decir: “Arte es hasta el impresionismo, esto no es arte”. Lo lindo del mundo del arte es que es dinámico.

–En la serie Bellas Artes se ve cómo uno de los personajes interviene una obra y el abuelo lo reta, pero en un punto le parece genial.

–Le parece genial que el pibe tenga un rol activo, y que no sea un admirador. Creo que al arte no le hace bien el respeto sacrosanto, como si fuese una iglesia. El arte es producción humana, está dedicado a nosotros, no a los doctores en historia del arte, los PHD. El arte es expresión humana para el humano, no es una ciencia para una elite que estudió. Eso es un grave problema del arte contemporáneo, que está como capturado por la academia. La gente va a los museos y dice: “Ah no, yo no entiendo, esto no es para mí, tendría que estudiar”. Es un error esa aproximación, no pasa con otras disciplinas del arte. La gente va al cine y no dice eso, dice: “Me gustó la película, me encantó, no me gustó para nada, me levanté antes porque me pareció re aburrida”. Pero no dice: “No entiendo”. Dice: “No me gusta, no adhiero, me pareció revolucionario”.

–Y el tema de la cancelación, que se toca también en la serie… ¿Qué opinás sobre eso?

–Me parece una barbaridad de esta época también. Ahí está re bien explicado.

–¿Creés que lleva a la autocensura?

–Re lleva a la autocensura. Y aparte, juzgar una cosa hecha hace cincuenta años con los parámetros de ahora es de una injusticia terrible. Yo puedo decir que en el siglo de oro de Pericles tenían esclavos, para denostarlo por una situación. Obvio que uno no está a favor, pero miles de años después es fácil esa crítica. Muchos museos europeos les cambian el título a las obras porque son ofensivas. Para mí no hay que corregir para atrás. Hay que asumir los problemas que tuvimos como seres humanos. Si acá había esclavitud, hay que asumirlo. No creo que haya que corregir hacia atrás y borrarlo del mapa, me parece mucho mejor vivir con esa mancha, pero tenerla en un lugar crítico. Viste que a veces pasa: “La estatua de Roca, tírenla”. Bueno, Roca fue presidente…

–Algo parecido pasa en Bellas Artes con una escultura.

–Yo no creo en la cancelación hacia atrás, tampoco creo en la cancelación contemporánea. Es decir, si un tipo hizo algo en su vida privada hizo algo, entonces su obra… Pero la de atrás es la más canalla, porque no está la persona para defenderse. Entonces, además, corrés el riesgo de ser juzgado en el futuro por parámetros que no existen ahora. Creo que es una manipulación muy peligrosa. Está bueno asumir los problemas: Videla fue el presidente de la Argentina, de facto, mató gente, hubo centros clandestinos, no hay que esconderlo. Eso está, nos constituye como sociedad. Nos dará vergüenza, pero la única salida a eso es superarlo. No decir que no existió, sino superarlo y que no pase nunca más. Creo que a veces hay como una especie de puritanismo o cosa políticamente correcta que hace que nadie se pueda ofender.

–¿Qué te parece el hecho de que la gente se ofenda tan fácil?

–Para mí está bien que el arte ofenda. No te digo que todo el arte tiene que ofender, pero si la ficción ofende, bueno, es otra forma de hacer pensar. Lo que hablamos de la banana de Cattelan. Por ahí hay alguno que se ofende, y dice: “Una banana con una cinta es una falta de respeto”. Hasta eso es bueno para reflexionar, porque a esa persona, evidentemente, le han tocado un límite y entonces va a pensar, a reflexionar. Siempre nos hace bien ser reflexivos. Creo que lo peor para una obra es pasar inadvertida y que te aburra, que te produzca un bostezo. Si el arte te moviliza, incluso para mal, para mí cumple una función en ese sentido, que es marcar o correr un límite. Ha pasado siempre en la historia del arte.

–¿Qué opinás sobre otro tema actual como el de la vandalización de las obras, que también aparece en Bellas Artes?

–Me parecen “White People Problems”, como se dice. Es un problema, por suerte, europeo.

–¿Por qué crees que no llegó acá?

–Cuando empezamos a ver estos asuntos que pasaban en los noticieros, hicimos unas reuniones con los servicios de seguridad. Y les marcamos obras que, a nuestro punto de vista, podían ser icónicas para que estuvieran en alerta. La única forma de frenar eso es con guardias de seguridad, eso no te lo paran ni las alarmas, ni las cámaras. Con los videos te avivás después de quién fue. No pasó nada, no hubo nunca ni un intento.

–¿Tienen vidrios que cubran las obras?

–Algunas sí, otras no. Lo que pasa es que hay obras que tienen textura, espesor, y lo perdés con el vidrio también. Yo no acuerdo con esas acciones, porque la noticia es que mancharon, o intentaron manchar una obra. Después, no sabés si era por el petróleo, o por el uso de biodiesel. No logran lo que buscan y es muy condenatorio. Aparte, volvemos a lo mismo: esto de juzgar hacia atrás. ¿Qué culpa tiene Van Gogh, que hizo Los girasoles, para transformarse en una especie de ícono o de culpable de una situación? Me parece que también es tergiversar. No comparto, y en la Argentina no hubo ningún caso.

–¿Y qué te parece el problema que tienen ahora los museos europeos con el público que rompe obras por accidente, mientras se saca fotos con las obras?

–Eso también está en la serie. Acá no ocurre. Acá no podés entrar con los palitos para eso. Si vos querés usar un trípode o algo por el estilo, tenés que pedir un permiso y se te controla. Podés fotografiar las obras sin flash, pero hay un protocolo.

–Pero además acá no hay tanto turismo. ¿Cuántos visitantes vienen por día?

–Unas 2500 personas, en promedio.

–Hay otro tema que se toca en la serie, que es divertido: el de los animales. Las polémicas por una ballena muerta en el museo y las babosas vivas. En el Malba hubo un caso parecido, donde tuvieron que retirar una obra con arañas.

–En eso me inspiré, en lo de las arañas. También: “White People Problems”. Me parece cosas transferidas acríticamente de sociedades o sectores que no tienen ningún problema real. En un país donde la mitad de la gente es pobre, como la Argentina, estar preocupándote por las arañas me parece frívolo. No por eso hay que ser un insensible, pero sí poner las cosas en su lugar. Eso está dicho en la serie. Te preocupan las arañas en el museo pero no los chicos que piden en la puerta del museo, que no sabés dónde van a dormir o si tienen para comer. Es un poco loco y anacrónico.

–¿Creés que es un poco snob el ambiente del arte?

–Creo que sí, que es re snob. Pero a la vez es hermoso, a mí me encanta.

–¿A nivel global o en la Argentina?

–A nivel global. Yo he ido a los eventos más internacionales. Me encanta el mundo del arte porque admite la crítica. Yo hice muchas películas y series que de alguna manera ponen el dedo en la llaga en un montón de cosas, y el arte se encarga de digerirlas y aceptarlas como tal. No es algo que te expulsa. Un tipo como Cattelan está incluido dentro del arte y, sin embargo, está criticando. En una bienal de Venecia hace mucho, creo que la primera vez que lo invitaron y le dieron una pared, vendió ese espacio a una marca, para exhibir una publicidad en un lugar al que van miles de personas. Es una de sus primeras obras, para preguntarse: “¿Qué es el arte? ¿Es publicidad? ¿Es un espacio donde la gente va a comprar?“. Yo lo critico en las películas, pero soy un sujeto del mundo del arte. Y prefiero el mundo del arte a cualquier otro: al del fútbol, al de los dentistas, al de los abogados.

Duprat con

–El protagonista de Bellas Artes, ¿está inspirado en tu propia vida? ¿Cuántas de esas cosas viviste?

–Está inspirado en mí, pero obvio yo no soy así. Muchas de esas cosas las viví, pero otras las vivieron muchos colegas, que me han escrito desde todo el mundo. Por ejemplo, el director del Centro Galego de Arte Contemporáneo, que se llama Santiago Olmo y lo conozco desde hace años. A él le pasó lo del primer episodio, con un pintor gallego que le impuso la Xunta de Galicia. Él era el director concursado del museo, pero terminó aceptando a regañadientes. Y cuando ya estaba llegando el fin de la muestra, le dijeron: “Ahora se queda cuatro meses más”. Dice que estuvo a punto de dimitir. A muchos referentes del arte les ha encantado la serie: desde el director de Reina Sofía hasta el del Thyssen o Marcelo Pacheco… La gente del arte festeja.

–¿Cómo es ese vínculo entre el director del museo y las autoridades?

–Eso es un tema central de la gestión, ya sea en el espacio público o en el privado. Porque en el privado tenés al CEO de la compañía, o al dueño o al board del museo. Honestamente, prefiero trabajar en el Estado. Por dos razones. Una, porque es un servicio público y lo vivo como una devolución de servicios de una cosa que sabés hacer, o de la cual tenés algo que decir. Este museo acaba de cumplir 130 años, o sea que pasó por todos los gobiernos que te imagines, con directores disímiles como [Jorge] Romero Brest, [Jorge] Glusberg, [Eduardo] Schiaffino. Esa estirpe me gusta. Uno aporta con total honestidad y energía su granito de arena en algo que excede a los gobiernos.

–Vos conviviste con muchos…

–Tuve muchas autoridades: cuando concursé, estaba Cristina; después, enseguida, subió Macri; después vino Alberto Fernández, y ahora Milei. Tuve distintos secretarios de Cultura, y me llevé muy bien con todos. En el Estado se respeta muchísimo el expertise. Siempre me sentí súper apoyado. Y claro, el Museo Nacional de Bellas Artes es una institución muy importante, que trasciende los gobiernos. Entonces no cabe que alguien te diga: “Hay que hacer esto, hay que hacer lo otro”. Porque tiene una dinámica que puede ser ejecutada por gente más experta. Obvio con problemas, como el de que no hay plata.

–¿Qué pasó con el terreno que le habían asignado al museo en Congreso?

–Al final del gobierno anterior habíamos logrado que ese terreno público pasara a Cultura, y Cultura lo había asignado al Bellas Artes para hacer un centro de reservas, que es un antiguo proyecto mío. Cuando cambió el gobierno, lo hablé con [Leonardo] Cifelli y con Liliana Varela, y ellos están de acuerdo con el proyecto. El tema es que había que construir un edificio. Junto a Cultura seguimos viendo alternativas, con inmuebles que son del Estado, para poder concretar tener un edificio de reservas y centro de conservación. La idea de ese proyecto es sacar las reservas del subsuelo.

–¿Cuántas piezas tiene la colección y cuántas se exhiben?

–Tiene 13.500 y se exhibe un diez por ciento. Además cambió el paradigma, a nivel mundial. Yo lo vi en el museo de Rotterdam; en el Museo du quai Branly, en París; el Louvre hizo un centro de reservas y ahora también el Victoria & Albert, en Londres. Malba Puertos también lo hizo, en esa línea. Obvio, todos esos museos tienen plata. Pero, ¿sabés lo que cambió? Que antes la reserva no se mostraba, era para expertos o para conservadores. Nuestro proyecto es para tener más espacio y que la gente siga donando para seguir acrecentando el patrimonio, pero también que la gente pueda acceder. Hay grillas, hay estanterías, no es como ir a ver una muestra al museo. Es más informal, es otro concepto. Es como la cocina de una casa, que antes no se mostraba. Ahora todos tienen cocina-comedor. Para mí, que soy arquitecto, tiene que ver con lo mismo. Colón Fábrica es un ejemplo: mostrar las escenografías y el vestuario, que antes no se mostraban, aunque no esté la obra.

La colección del Museo Nacional de Bellas Artes tiene 13.500 obras, de las cuales se exhibe un diez por ciento

–Aparte de ése, ¿cuál es el principal desafío del museo?

–Mantener la vara alta que tiene este museo, que es re prestigioso. Es el más popular, el más visitado. Estar a la altura de una institución con mucho pedigree y con importantes highlights en su historia. Es un museo histórico, no es que tenés que crear algo nuevo y hacerlo híper tecnologizado, inmersivo. Es un museo que tiene que usar las tecnologías para mejorarlo, para optimizar su statement, pero la misión es la misma. No hay que refundarlo. Así como el arte es un territorio que se amplía, los museos siguen de atrás, nunca son vanguardia. Lo que hay que hacer es que no sea un elefante tan pesado como para dejar afuera cosas que empiezan a ser relevantes. La cintura que tiene que tener es ir incorporando los cambios que se producen en la producción artística. Creo que ni siquiera los museos de arte contemporáneo son vanguardia. Creo que la vanguardia parte de las experimentaciones de los artistas, después vienen los lugares. Entonces el museo tiene que ser una institución que funcione, y este museo es un violín: tiene el personal justo, súper especializado, tiene protocolos. No hacés lo que querés.

–¿Cuál fue la situación más difícil que te tocó atravesar como director de este museo?

–No tengo recuerdos de situaciones súper difíciles, quizás porque soy optimista y las termino canalizando… Qué se yo, eso que está también en la serie: cuando murió Rómulo Macciò, que yo estaba recién concursado, fresquito, joven, me dicen las autoridades: “Murió Rómulo”. Y les digo: “Sí, ya sé, vamos a hacer un posteo”. Y me dicen: “No, no, el velorio”. Los velorios se hacían en el Palais de Glace, y yo no quería inaugurar mi gestión con un velorio. Aparte después pensé, equivocadamente: “Por qué si haces el velorio de Macciò, no hacés el de Yuyo Noé, y después…“. Todo el mundo va a querer morirse acá, pensaba. No quería inaugurar un nuevo programa del museo que fuera “velorios”. Igual me lo impusieron y terminamos haciéndolo acá, vino un montón de gente. Y después, una cosa que usé en la serie, los empleados más gremializados vinieron a decirme: “No, flaco, hay un cadáver. No está dentro de nuestro rol cuidar a un muerto”. Igual, no sufro con el museo. Es arte, qué puede pasar. Trabaron una obra en la Aduana, o llegó tarde el catálogo.

–No son los problemas de un cirujano.

–Yo tengo gran admiración por los médicos, porque no me repondría de la muerte de una persona en la que yo tuve que ver. Tendría que ir tres años al psicólogo. Uno conoce sus límites. A mí me gusta mucho la gestión cultural pública. No trabajaría en una galería y no estoy en el mercado, no voy a recomendarle qué comprar a un coleccionista. No me gusta, jamás lo hice ni lo voy a hacer. Me gusta ser un difusor del arte. Por eso estoy contento acá, porque es un museo al que viene mucha gente y es muy amplia la acción. Me gusta la relación con la gente que trabaja acá, aprendo un montón de otras áreas. No tengo algo que me saque el sueño, para nada.

–En los guiones de Nada y de Mi obra maestra se elogia mucho la escena de Buenos Aires, que se califica entre otras cosas como “impredecible”. ¿Cómo definirías su escena cultural?

–Es extraordinaria. Para mí, es la mejor ciudad del mundo. Me encanta porque hay capas: grandes espectáculos, grandes teatros, grandes museos, y a la vez hay galerías, galerías ocultas, muestras en garajes de casas. Escena under. Y otra cosa que pasa acá es que hay público para todo. Acá todo se llena, es increíble. También me gusta la actitud de los artistas, que no es especulativa. Por eso es una ciudad de grandes creadores. Hacen por el hecho de hacer, por la necesidad de expresar, y no por especulación. Es como una especie de pulsión creativa, que lo tienen que hacer sí o sí. Creo que la profesionalización trae cosas buenas, pero también trae muchísimas cosas malas, que es como adocenar la práctica artística. Muchos reclamos están bien, pero justamente lo lindo que tiene el mundo del arte es esa gran libertad donde las cosas pasan por otro lado.

–Vos que venís de una provincia, ¿cuál es la diferencia entre la escena federal y la de Buenos Aires?

–Creo que es un país todavía muy injusto. Esa frase hecha que dice “Dios está en todos lados pero atiende en Buenos Aires” es un poco cierta en el caso de las actividades culturales. Francia ha logrado revertir eso, porque antes París era la “Ciudad Luz” y en algunas décadas la escena se amplió a Lyon, Burdeos, Lille y Metz, que tiene una sede del Pompidou. También pueden sumar aportes de la ciudad, de la región y de la nación. Han logrado que sea realmente federal, y acá todavía no.

–Sin embargo, hay ferias que están apareciendo.

–Sí, se está trabajando en eso y vamos en camino, pero todavía… A mí me pasaba cuando dirigía el museo de Bahía Blanca: los sponsors atendían en Buenos Aires. Eso hay que revertirlo. Ahora hay más museos también: el Franklin Rawson de San Juan, el Macro de Rosario, el Bellas Artes de Neuquén… pero todavía falta.

Deja un comentario

Next Post

Una nube de gas

En la Argentina tenemos la certeza de que, en octubre, telescopio mediante, podremos observar el cometa 3I/ATLAS. Los científicos confirman que se desplaza a más de 221.000 kilómetros por hora y que por eso se lo conoce como bola de nieve cósmica. Aseguran que no causará ningún daño a nuestro […]
Una nube de gas

NOTICIAS RELACIONADAS

error: Content is protected !!