Andrés Paredes, en una exploración poética de la memoria y la transformación

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Pablo Jantus @ARSOmnibus

El aroma de la lavanda, yerba mate y otras plantas medicinales impregnan el ambiente de la primera sala de Un puñado de tierra, con la que el artista misionero Andrés Paredes se presenta en el Museo Sivorí.

No es un gesto menor.Es un gesto poético y, a la vez, intelectual. De todos los sentidos, el olfato es el más poderoso debido a su íntima conexión con el sistema límbico, la parte del cerebro que aloja las emociones y la memoria. Hay una famosa escena de Ratatouille (2009), en relación a la cocina y los recuerdos, que es el mejor ejemplo de eso.

Es un gesto el de Paredes (Apóstoles, Misiones, 1979) que despierta el instinto y que nos presenta, aún antes de observar cualquier obra, una idea central: allí hay un espacio vivo, que se encuentra en plena transformación, donde el ciclo de la vida está en auge.

Así, la exposición curada por Sandra Juárez, se despliega como un recorrido sensorial y conceptual donde la naturaleza, la memoria y la transformación se entrelazan. Y es, a su vez, un gran sitio específico, una experiencia que no volverá a repetirse, ya que cuando cierre, todo aquello que allí se ve, se desarmará.

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El título, Un puñado de tierra, proviene de una poesía de Hérib Campos Cervera, poeta paraguayo exiliado, y remite a la memoria y el desarraigo: “Él habla del puñado de tierra como todos los que nos vamos de nuestro lugar, que llevamos en ese puñadito toda nuestra historia, todo nuestro momento de felicidad”, comenta Paredes a Infobae Cultura en un recorrido exclusivo.

El territorio que lo inspira abarca Misiones, parte de Corrientes, el sur de Paraguay y el sur de Brasil, no hay una cuestión de limíte geográficos, sino esa “mancha de tierra colorada donde habitaron una treinta pueblos jesuíticos, donde hay culturas preguaranísticas”, en la que la mitología y el sincretismo se hacen presentes en la figura de “san la muerte”, un mito guaraní que trascendió los límites religiosos y culturales.

En el centro de esa primera sala, unas instalaciones remiten a las raíces que buscan su lugar, y en ellas se encuentran “bolitas de arcilla que tienen adentro semillas de trébol y de árboles nativos. Entonces, cuando eso cae, la humedad hace que eso se abra y primero brotan las de trébol, hacen un colchoncito y de ahí va a salir un árbol. O sea que si tiramos esto, lo más probable es que salga un árbol nativo en cualquier lado”, detalló.

Están en el aire, colgantes, generando una contradicción entre sus deseos, sus funcionalidades y su posibilidades. Son, pero a la vez, no. Flotan en un estado de latencia, de espera, y ese estado de potencialidad, se convierte así en un concepto central en la propuesta.

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En las instalaciones, diferentes flores pigmentan los marrones, entre ellas orquídeas traídas de Montecarlo, que florecen y se marchitan, pero que permanecen vivas: “El año que viene va a volver a florecer. No representa la muerte, sino lo temporal”, subrayó el artista.

Sobre una de las paredes, un friso de veintidós metros, realizado en pintura sobre bastidor, representa el cielo de septiembre en Buenos Aires. “Esto es como un recorte del cielo que estamos viendo. Y es como el cielo en la tierra. Representa un poco esta cuestión del ciclo de la vida, de la trascendencia. Que no sabemos qué pasa después de eso”, explicó.

La obra se inspira en la ontología guaraní y en leyendas como la del picaflor, que “cuando se mueren las personas, sacan las almas de las flores y las llevan al cielo”, aunque el artista introduce personajes sobrenaturales de su propia invención, como “una raya mandrágora” o “el tapir que tiene alas”, y retoma la cosmovisión guaraní, para quienes la Vía Láctea es “el camino del tapir”. La franja de pintura, compuesta de tierra, cemento y acrílico, alude a la primera ley del Kybalion: “Como es arriba, es abajo; el cielo en la tierra”.

Detalle con el

Sobre el fondo de la sala, en la obra “El oro de los sueños”, un papel fabriano calado a mano tras años de trabajo, explora la conexión entre los ríos de América y la búsqueda histórica de tesoros minerales: “Es un poco esa cuestión de nuestros ríos, que están todos conectados y de esa búsqueda del tesoro mineral”.

En una sala contigua, lo mineral toma la escena con la instalación “Materia Vibrante”, en la que plantea una reflexión sobre el extractivismo y la espiritualidad.

“Existe esa latencia en lo inerte, en el mineral. Y en esa búsqueda, me gustaba pensar en armar esta situación de instalación donde se hable de esa capacidad espiritual que podría tener una piedra, qué sentiría una piedra y en esa pregunta también qué sentiría un continente si no se hubiesen sacado ni una amatista, ni un poco de oro, ni un poco de esmeraldas en Brasil. Es una utopía, pero la pregunta está”, expresó Paredes.

Para materializar esta idea, los cristales expuestos no fueron extraídos de la naturaleza, sino creados sintéticamente con un proceso de bórax y choque térmico. Si se observa al detalle, algunas surgen como cristales, mientras otras guardan la forma de los pequeños peluches que se utilizaron como base.

Los cristales expuestos no fueron extraídos de la naturaleza, sino creados sintéticamente con un proceso de bórax y choque térmico

El recorrido continúa con una serie de pinturas matéricas inspiradas en el informalismo y en la obra de Tàpies. “Cuando vi toda la potencia de la obra de él, me pareció que había en esto como un registro performático”, explicó Paredes. Estas piezas fueron realizadas con la mano izquierda, buscando perder el control, el cuidado por el detallismo que lo caracteriza, y en las que experimenta con materiales como sales, yeso, selenita y arcilla del desierto de Atacama o de tierras de Brasil, así como pigmentos vegetales y minerales.

Estas obras mantienen una consistencia estética con las instalaciones escultóricas del ingreso, las raíces, lo figurativo cautivo del vacío, los colores que irrumpen, las hojas fantasmagóricas que marcan un eterno regreso: los ciclos de la vida como expresión de los esencial y, a la vez, de lo efímero.

La figuración aparece en la muestra a través de obras que incorporan restos de hormigueros y minerales en muchas capas en sus bases, “los tacurúes que están molidos y tienen almidón de mandioca”. Esta materialidad remite a la naturaleza microscópica y a la integración del ser humano con su entorno: “Las arrugas son naturaleza, las canas, el dolor de estómago. Todo esto tiene que ver con cómo nos sentimos con la naturaleza, que somos uno, y no un ser que va a ir apropiándose de algo”.

Las vanitas de la última sala contiene 350 mariposas donadas al artistas, cuando fallecen, por el santuario Santa Ana, de Misiones

En la última sección, la muestra incorpora el motivo de la vanitas barroca, reinterpretado desde una perspectiva contemporánea y personal, que se encuentran inmersas en varias grandes instalaciones de sitio específico, que recrean paisajes naturales, con una profusa vida insectos, como 350 mariposas y chicharras, restos de hormigueros y tubos de ensayo, prismas, poliedros, que hablan de estos elementos más como alquímicos, porque toda la muestra también tenga esa cuestión de la transformación”, explicó.

Andrés Paredes es uno de los artistas del Nordeste Argentino (NEA) con mayor proyección nacional e internacional. Sus obras forman parte de las colecciones del Museo de Arte Contemporáneo de Salta, el Museo Provincial de Bellas Artes René Brusau de Resistencia, el Museo Areco de Posadas y colecciones privadas en Argentina, Los Angeles, Madrid, Nueva York, París, Beirut, Hong Kong y Miami. En ese sentido, en este diálogo con Infobae Cultura, repasa un poco su historia como también reflexiona sobre la escena de esta parte del país:

Pablo Jantus @ARSOmnibus

En Un puñado de tierra hay un tema latente, el del desarraigo, el de la distancia del lugar que nos define, ¿a qué edad te estableciste en Buenos Aires?

— Vine hace relativamente poco, porque hasta ese momento iba y volvía. Mi statement era que se podía vivir en Misiones y trabajar acá. Entonces todos los marcos, los catálogos, todo, lo hacía en Apóstoles y mandaba en camiones de yerba, que todavía uso como medio de traslado. En Apóstoles hay una empresa de yerba que me apoya un montón, entonces cargo en camiones de yerba y vienen para acá directo. Y de acá se vuelve allá. Vine hace nueve años a vivir a Buenos Aires. Pero ya como después de haber transitado bastante viviendo en Misiones.

¿Cómo fue esa camino? Me refiero desde el momento que decidiste que querías ser artista.

— Yo terminé la secundaria en Brasil y cuando llegué a Oberá me inscribí en técnico ceramista en la facultad de arte de la Universidad Nacional de Misiones (UNaM). Éramos tres alumnos y luego seguí diseño gráfico porque pensé que en el arte me iba a morir de hambre, haciendo pintura, etcétera, pero en realidad mi primer contacto fue la música. Estudié muchos años en un conservatorio, entonces había toda una cuestión de la armonía de lo musical que está en mi búsqueda estética, que tiene que ver con lo tonal; o sea que eso como que rige muchas de las obras, no en todas, pero como que está, sobre todo en esos papeles que tienen ritmo y pulso y acentos. Y en la facultad estudié diseño gráfico, técnico ceramista, estudié fotografía, grabado, pintura, escultura. Tuve grandes maestros de Leo Tavella, Vilma Villaverde, que todavía dan clases. Fue una facultad donde por otro lado el diseño está articulado con la comunicación, que tenemos semiótica, psicología, teoría de la comunicación, teoría del conocimiento, como una carrera súper amplia que fue muy enriquecedora desde todos los lugares.

¿Cómo se produjo, entonces, la oportunidad?

Había un concurso de un programa educativo de artes visuales que lo habían organizado Jorge Gumier Maier con Ana Quijano y Francisco Ali-Brouchoud. Una empresa nos daba premios, como clínicas con Pablo Siquier, por ejemplo. Cuando lo conocí a Gumier fui con unos papelitos chiquititos y cuando los vio me dijo “hace miles, hace todo lo que quieras” y ese año fuimos a arteba con un stand. Fue entrar como de la nada, de no saber nada, a saber lo que era un coleccionista, un galerista. Todo de sopetón. Tenía 24 años y me compró una obra Juan Cambiaso. Empecé a descubrir que el universo artístico era muy complicado, lo es ahora, pero hace 20 años lo era mucho más. Había como que entrar con aguja hipodérmica al mercado al sistema del arte, era prácticamente imposible. Al próximo año empecé a trabajar en la galería Palatina, donde estuve 16 años.

Pablo Jantus @ARSOmnibus

¿Cómo está la situación hoy en tanto a oportunidades para los nuevos artistas de la zona?

Creo que estamos como en un desierto ahora, porque hubieron becas de Fundación Antorchas durante años, después del Fondo Nacional de las Artes, y ahora no hay nada. O sea, lo que nos nuclea es la feria, que es una cosa rara, porque ya se está produciendo pensando en una feria y en un grupo de coleccionistas que van a venir con la varita mágica. Entonces, por un lado, hay toda esa expectativa y esa cuestión, lo que nuclea no es más un lugar de pensamiento, sino que nos unimos para poder participar de eso.

En una época tuvimos el Mac-UNaM, un Museo de Arte Contemporáneo de la universidad, que fue muy vanguardista y después se cerró en 2007 y ahí sí, no quedaron ni las ruinas, porque no quedó nada de nada. Tenía dos espacios que funcionaban como salas y tenían un pequeño archivo. Fue muy importante. Creo que se está en la peor situación de pensamiento contemporáneo de la provincia.

En tu muestra está muy marcada la cuestión de la territorialidad. Es algo que, por ejemplo, en la última feria de Corrientes se pudo ver como transversala los artistas de la región, lo que llamé sincretismo litoraleño, ¿por qué creés que sucede?

— Nosotros pateamos la historia de nuestros pueblos. O sea, Corrientes es una ciudad antiquísima. La casa de mis padres tiene piedras del 1600, que si se empieza a escarbar un poco se va a descubrir que hay toda una historia atrás. Y al mismo tiempo está la naturaleza que es indomable al lado, que uno deja una ventana abierta y se llena de bichos. O sea, hay tanto estímulo, pero tanto estímulo y tanta carga, en mi caso, a nivel de la vegetación, que es imposible trabajar sin la naturaleza. En Misiones por mucho tiempo se hizo paisaje. Y nosotros tuvimos clínicas de arte y había muchos artistas que se negaban a trabajar con el paisaje y empezaban a hacer obra conceptual, geométrica, pero peleando contra el paisaje. Entonces, también trabajaban con el paisaje. Era como muy interesante porque ellos se embanderaban diciendo “no al paisaje” y la respuesta era al paisaje.

Eso aparece en toda la obra del arte de la región, muchísimo. Y estas cuestiones nos fortalecen. Yo creo que también como que es una necesidad de identificarnos. El misionerismo, el correntinismo, el chaqueñismo. El Chaco es el que menos se ve identificado con esas cuestiones territoriales, ¿no? Es un poco más abierto, pero en Corrientes, Misiones y Paraguay, un montón.

Se nota una frescura también de esa producción de obras, hay una reverencia. Yo la veo como muy consecuente con lo que es el lugar, lo que nos habita. O sea, yo por más que vivo en Buenos Aires hace un tiempo, viajo todo el tiempo a Brasil, a Paraguay, a Corrientes, al Chaco. Mis amigos que están en Chaco, la gente que yo consulto o que tengo intercambio conceptual o de alguna obra son pares del Chaco o de Misiones.

¿Considerás que esto que decías, que desaparecen los espacios de pensamiento, de alguna manera se refleja en la unión de los artistas? Digo, es algo que suele suceder, por ejemplo, durante las crisis. Buscar alternativa ante la ausencia de estímulos. Y después, ¿esto de producir para la feria no puede terminar estandarizando los procesos creativos?

— Para mí es como que fortalece toda esta cuestión… Unirse entre artistas como que fortalece un poco esto. Me parece que está recién empezando y Corrientes en ese sentido fue como muy vanguardista, más allá de que en Chaco había premios y tienen mecenazgo. Al abrir una feria tan importante y una vidriera tan nacional nos abrieron la tranquera a todos, o sea nos dijeron hagan lo que quieran y creo que eso es lo que está pasando. Se empiezan a visibilizar un montón de artistas que antes no estaban tampoco. Si bien hay muchas galerías y espacios jóvenes en Buenos Aires, son cerrados, son también de grupos de artistas de Buenos Aires. Es importante el lugar de las ferias y de visibilización. También como es tan incipiente es imposible que no aparezcan todo esto imaginario que está como en la primera capa de la cebolla, que es el paisaje, los personajes, la mitología sobre todo el paisaje y sus habitantes.

Teniendo una carrera ya extendida, ¿cómo tratás de esos temas para no repetirte?

— Yo vengo trabajando hace años esta cuestión de hablar del paisaje de misiones de una manera contemporánea, como esas lianas cortadas que proyectan sombra, donde se ve la densidad de la selva, después las mariposas, habitantes, cigarras, libélulas. Siempre me gustaba hablar del territorio y de esa relectura contemporánea. En un momento, empecé a tratar de abrir y si bien sigue apareciendo, con obras que hablen desde otro lugar. Las que tienen yerba mate, las que están pintadas con tierra o las vanitas, que son como una disección del siglo XVI, están hechas con materiales del paisaje. Hay piedras, tacurúes, mariposas, todo está pintado con colores de la naturaleza, del propio paisaje, es paisaje puro pero con otro relato que le cae arriba.

Uno de los temas que pude ver durante la última feria de Chaco, a.362, por ejemplo, fue la relevancia que tiene la Universidad del Litoral (UNL), que posibilitó la aparición de nuevos artistas. Muchos era de las primeras generaciones de artistas que habían estudiado ahí.

— Sí. Creo que ahora se está pensando en que, aunque sea horrible la palabra, profesionalizarse en el arte. Mi facultad, durante muchos años, formó docentes, porque en el medio misionero la única manera de tener una facultad de arte era generar docentes. Entonces, el pensamiento estaba apuntado todo hacia la didáctica. Y ahí yo agradezco haber podido elegir los talleres que quise y terminar una carrera de diseño, porque no estaba focalizado en dar clases, sino en poder producir.

Ahora sí, hay toda una generación nueva de artistas muy jóvenes que sale del la UNL, donde hay tres carreras. Y bueno, Chaco tiene una escena contemporánea de hace mucho tiempo. Yo fui a mostrar en el 2006 a Espacio Radio Libertad, que era una sala de arte contemporáneo en un garage, que la gente demandaba ese espacio. Diego Figueroa, Jorge Tirner y Andrés Bancalari manejaban ese espacio. Y me acuerdo que fui a mostrar y afuera estaban los críticos, las autoridades, un montón de gente, en una sala de arte que no era privada. Y al año próximo estuvieron en arteba hicieron un gallinero con gallinas, que ahora no se podría hacer jamás. Pero sí había una irreverencia y una frescura. Que es un poco lo que se espera también.

¿Considerás que hace falta un sistema más integrado para que crezca?

— Creo que no todos los sistemas tienen que ser iguales. No todo tiene que ser el modelo porteño, pueden haber otros modelos, tanto desde ferias como de artistas, como de sistemas propios del arte, desde el cual existan el talento y las ganas de poder, en este caso, adquirirlo, ¿no? Por ejemplo, la escena de arte de Asunción no es ni parecida a la de Buenos Aires, ni tiene por qué serlo; o sea, es su modelo de galerías, no tienen feria, tienen como un salón. Y funciona, pero no es la manera que nosotros estamos acostumbrados a Buenos Aires, que es la galería. Sin embargo, hay muchas patas que faltan, sobre todo en Misiones y el interior: falta mucho la pata de la crítica y la de desarrollar conceptos. Eso es fundamental, que no sea publicar una gacetilla, sino como incentivar o enseñar de alguna manera a ver el arte. Aunque parezca elitista, es necesario un poco aprender a ver, como aprender a tomar vino, que en la segunda vez te gusta más, la tercera, y ya después ya podés opinar. Ayuda mucho el pensamiento crítico y pensar en generar pensamiento en diferentes medios. Creo que hoy sería tan complejo hablar de cómo llegar a la gente de TikTok, Instagram, Twitter, o sea ya va mucho más allá de una prensa crítica, pero me parece que esa pata es fundamental y es la que más falta para poder incentivar un coleccionista que adquiera una obra o verse representado.

*“Un puñado de tierra”, de Andrés Paredes, en el Museo Sívori, Av. Infanta Isabel 555 (Parque Tres de Febrero). Lunes, miércoles, jueves y viernes de 11 a 19 h. Sábados, domingos y feriados de 11 a 20 h. Martes cerrado. Entrada: $10.000; residentes argentinos y/o extranjeros con DNI, $2.000. Miércoles sin cargo. Jubilados, ex combatientes de Malvinas, estudiantes universitarios presentando acreditación, personas con discapacidad más un acompañante, menores de 12 años y grupos de estudiantes de colegios públicos, sin cargo todos los días.

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