Ante la crisis, fin del cepo y mayor competitividad

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Con el fin del cepo cambiario para las personas y la flexibilización para las empresas, comienza una nueva etapa que coloca a la Argentina ante la oportunidad de concretar nuevas inversiones y expandir sus exportaciones. El crédito del FMI, el aporte de otros organismos multinacionales y la renovación del swap con China darán las cartas que el Banco Central necesitará para afrontar, desde mañana, los desafíos que implica dejar flotar el dólar dentro de las bandas fijadas.

En un mundo desconcertado con las medidas impuestas por Donald Trump para frenar la expansión china, haberse atrevido a dejar ese nefasto control cambiario y logrado, en simultáneo, ese fortalecimiento de las reservas es una jugada sorprendente e inesperada con un paquete bien armado que se adelantó a los hechos para cambiar las expectativas. Todavía no se sabe el end game de la guerra comercial en curso, pero la Argentina no podía sentarse a esperar su resultado.

Dado que su balanza comercial con EE.UU. es deficitaria, la Argentina solo ha sufrido la imposición del arancel flat del 10%. De todos modos, el terremoto global impactará en otros aspectos de nuestro quehacer colectivo. Por lo pronto, el riesgo país llegó a superar los 900 puntos, un deterioro lamentable luego de tanto esfuerzo por recrear la confianza indispensable para las inversiones y la renovación de las deudas. Es de esperar que, con los anuncios del ministro Luis Caputo las aguas se calmen y siga su tendencia descendente.

Se ha señalado, con razón, que la caída del precio del petróleo afectará los proyectos vinculados a los hidrocarburos y Vaca Muerta. Lo mismo puede decirse de los minerales. Por efecto indirecto, si hubiese recesión mundial, no saldrán indemnes la actividad económica interna, el valor de los inmuebles, la demanda de empleo ni la recaudación fiscal. Y si China desviase excedentes a otras regiones, también sufrirán las industrias textiles, de calzado y otros productos masivos.

Esos efectos no se podrán impedir, pero es importante tener las ideas claras para no reaccionar de manera equivocada. El kirchnerismo, tan parecido en esto a Trump, quizás sugeriría “vivir con lo nuestro” aumentando aranceles y controles. Pero, como está probado, quien no importa tampoco puede exportar pues el costo de la sustitución descoloca la competitividad de los exportadores. Y ello conlleva crisis periódicas de balanza de pagos, que siempre se han resuelto con devaluaciones. El abandono del cepo no es una devaluación, como chicanea la oposición, sino la apertura del mercado de cambios para eliminar la “brecha” que tanto permitió lucrar a funcionarios claves del anterior gobierno, para alentar ahora la liquidación de exportaciones, las decisiones de ingresar inversiones y también moderar las importaciones según las necesidades. No hay ahora dólar oficial, por tanto, no hay devaluación, sino libre juego de oferta y demanda.

El riesgo país demuestra que, pese a los logros alcanzados, el mundo nos percibe como extremadamente volátiles y sospecha que la política puede derrumbarlo todo

Esta nueva política cambiaria, aun a costa de un salto inflacionario puntual, era indispensable para evitar especulaciones. Es fundamental ahora profundizar los cambios estructurales para incrementar la competitividad de la producción local y aventar dudas sobre la vocación política de ir a fondo con las transformaciones. Cualquiera que sea el escenario futuro –acuerdo con Estados Unidos, con la Unión Europea o con diversas contrapartes del nuevo comercio internacional–, la Argentina debe afilar sus dientes, bajar costos a “cara de perro” y prepararse para generar más divisas exportando.

La patología del riesgo país a 900 demostró que el mundo, pese a los logros alcanzados, nos percibe aún como extremadamente volátiles y sospecha que la política puede impedir avances y derrumbar todo lo logrado.

Para reducir impuestos se necesita reducir gastos, hacer privatizaciones y eliminar organismos del Estado con medidas que no cuentan con apoyo legislativo. Se requiere un nuevo pacto fiscal con las provincias y reformar la coparticipación, que rechazan los gobernadores. Es urgente descentralizar la negociación colectiva y limitar el poder gremial, que se opone, insuflado de cuotas solidarias, obras sociales y perpetuación en los cargos. Es fundamental la flexibilización laboral y erradicar la industria del juicio, entre tantos otros cambios de fondo. Es indispensable la reforma previsional, junto con la laboral, para que se equilibre la proporción entre aportantes y jubilados.

El caso de Tierra de Fuego es incomprensible, ya que la ley 16.940 permite eliminar el régimen de un plumazo. Cuando el país más divisas necesita para atender sus compromisos, el régimen fueguino sigue demandando dólares para importar celulares desarmados, condenando al público a pagar precios exorbitantes o viajar a Chile para acceder a la tecnología. Y el fisco nacional jamás ha hecho auditorías a las ensambladoras de sus pagos al exterior para verificar que, mediante sobreprecios, no se desvíen dólares oficiales a cuentas offshore.

La llave para que esos cambios sean viables las tiene el peronismo, con sus senadores y diputados, gobernadores e intendentes, sindicalistas y dirigentes empresarios. Esa es la “trampa peronista” de ahora y de siempre. Saben que las medidas para “equilibrar la cancha” son claves en cualquier plan de estabilización y que, hasta las elecciones, esa llave estará en sus manos. Pero la crisis mundial ya no da lugar a jugarretas electoralistas y, más allá de los discursos, es tiempo de lograr acuerdos para que la Argentina pueda hacer de esta crisis una oportunidad.

El Gobierno ha tomado la delantera con la eliminación del cepo antes de lo previsto gracias a haber logrado un apoyo internacional que parecía de muy difícil concreción. Ahora es tiempo de que el resto sepa acompañar, pues obstaculizar cambios que son “de manual” solo postergará –a costa del bienestar general– transformaciones que tarde o temprano deberán ocurrir.

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