En el local de Recoleta, todo tiene el sello de lo atemporal: camisas blancas que nunca fallan, tejidos que parecen abrazar y una luz suave que invita a quedarse. En medio de ese orden elegante y cálido, madre e hija se miran y se sonríen como quien ya se entiende sin palabras.
Hace 20 años decidieron unir sus caminos laborales. Any tenía su propio local en San Isidro. Pao se dedicaba a la decoración. Por insistencia de su madre, con algo de duda y mucha curiosidad, se sumó al proyecto. “Siempre me sentí culpable por haberla sacado de la decoración porque lo hacía muy bien –dice Any–, pero a ella le encantaba la ropa y tenía buen gusto desde chica: desde que tenía tres años se empilchaba antes de salir”.
Pao tiene 49 años y un hijo de 12, Mateo. Es viuda, su pareja falleció hace algunos años, y dice que el trabajo compartido con su madre la sostuvo en los peores momentos. Any está casada hace casi cinco décadas y tiene cuatro hijas, pero la relación con Pao tiene algo particular: “Somos distintas, pero nos entendemos sin hablar. Hay respeto, humor y confianza. Eso hace que funcione”, asegura.
En un universo de tendencias efímeras, Pao Colombo –el nombre de la hija es también el nombre de la marca– es una historia de permanencia y de amor. La moda es un hilo que une a una madre y una hija que aprendieron a crecer y a sanar trabajando juntas. Y cada vez que llega un nuevo Día de la Madre, repiten el mismo ritual: eligen juntas algo del local, brindan y agradecen.
–¿Cómo empezó esta historia?
Any: –Empecé hace 28 años en San Isidro, con un local muy chiquito. Después me fui agrandando y, en un momento, quise expandirme. Entonces le propuse a Pao que se viniera conmigo.
Pao: –Me lo propuso con culpa porque sabía que me gustaba la decoración, pero la acompañé y enseguida me enganché.
-¿Cómo fue el paso de franquicia a marca propia?
Pao: -Trabajábamos con Sathya, que diseñaba, y nosotros vendíamos. Pero empezamos a notar que muchas clientas necesitaban algo más: una manga más larga, una prenda que tapara el brazo, un tejido que abrigara. Así nació la idea de tener nuestra propia línea. No queríamos competir, solo crecer. Y un día dijimos: “Pongámosle nuestro nombre”.
Any: -A mí me encantó la idea de que fuera Pao Colombo. Mi nombre, de ninguna manera [risas]. Ella era la que decidía, la que iba a continuar. ¡Y yo ya pasé los 70!
-¿Cómo se reparten las tareas?
Pao: -Yo copié de mamá cómo vender. Al principio era tímida, me intimidaban las clientas grandes. Pero ella me dio espacio y seguridad. Me enseñó a confiar en mi mirada. Ella tiene más autoridad y hace los números; yo soy más ordenada. Nuestro secreto es la atención personalizada. No se trata de decir “te queda divino” y despachar. Es acompañar y mostrar, quizás, aquello que no esperan que les quede bien. La clienta tiene que irse feliz.
Any: -Y eso es lo que nos diferencia. Vestimos mujeres reales. Nos probamos toda la ropa. Somos nuestras propias modelos. Así sabemos cómo calza y cómo se siente: si no nos queda cómodo, no sale a la venta. Además, nuestras edades distintas nos permiten vestir a mujeres de 15 a 100. Es nuestro valor agregado.
–¿Qué las une en el trabajo?
Pao: –Nos une la mirada estética y el amor por las clientas. Nos gusta que cada mujer se sienta bien.
Any: –Y también que se vaya feliz. No se trata de vender, sino de que se sienta una reina.
–¿Nunca discuten?
Any: –Un cimbronazo, jamás. Cada una respeta el territorio de la otra, aunque a veces Pao me cambia toda la vidriera [ríe].
Pao: –Nos hace bien tener cierta distancia. Ella vive en provincia, yo en capital. Eso nos da aire. Tenemos miradas distintas que se complementan.
-¿Qué las identifica estéticamente?
Pao:- Los neutros. Nos reímos porque pareciera que somos medio aburridas: lo mío es el jean y mamá es la camisa blanca.
–¿Hay alguna anécdota que las describa?
Any: –Una vez me fui de viaje feliz de la vida y la dejé acá al mando de los dos locales. Debe haber tenido 25 años, y ella compró 50 tops amarillos de lentejuelas. Todavía debe haber alguno. ¡Fue un viaje carísimo! [risas].
Pao: –Fue un exceso de entusiasmo creativo [risas].
–¿Qué consejos le darían a una madre y una hija que quieren emprender algo juntas?
Any: –Si van a emprender juntas, deben tener algo en común, algo que sepan hacer. Y le diría a la madre que deje crecer a su hija.
Pao: –Yo le diría a la hija que respete la experiencia, esa mirada que una cree que es más antigua, pero no lo es.
–Pao, fuiste viuda joven. ¿Cómo influyó tu mamá en ese momento?
Pao: –Quedé viuda a mis 42. Mateo tenía cinco años… Fue un accidente de paracaidismo. Yo estaba paralizada, destruida, con un hijo chiquito. Y mamá me dijo: “Tenés que volver al local”. Al principio me enojé, sentí que no entendía mi dolor. Pero después me di cuenta de que su exigencia me estaba salvando. Ella sabía que el local iba a ser mi fuerte, mi entrada económica. Mi salida en todo sentido. El trabajo me sostuvo, me sacó de la oscuridad y me devolvió a la vida.
Any: –Alejandro murió un viernes, y el lunes yo ya estaba en el local. Sabía que, si Pao volvía a trabajar, iba a salir adelante.
–Ya llega el Día de la Madre.
Pao: -Soy la encargada oficial de los regalos. Me gusta sorprenderla con zapatos o carteras, algo que sé que no va a cambiar. De chica, papá, que era súper conservador, le regalaba cosas y ella siempre las cambiaba. Todos decían “comprá cualquier cosa que total lo va a cambiar”, pero con el tiempo fuimos afilando el lápiz. Un día no lo hizo y fue todo un acontecimiento.
Any: -Yo le enseñé a su hijo Mateo, que hoy tiene 12, a elegirle regalos. Hablo con él, pensamos juntos y él se los da. Me encanta. También ayudo a los maridos que vienen al local a elegir regalos, me decís el apellido y las conozco y sé lo que le gusta a cada mujer.
–¿Tienen algún ritual propio?
Any: –Sí, cada 24 de marzo, aniversario del local, comemos solas y nos regalamos algo que nos gusta.
–¿Qué se agradecen mutuamente?
Pao: –Le digo gracias por todo lo que me dio, por confiar y dejarme crecer.
Any: –Y yo le digo gracias por ser como es.