“A lo largo de 50 años, suavemente, las circunstancias colaboraron para que el vaporoso anhelo fuera realidad”, dice el arquitecto José Orol, mientras recorre su casa, su sueño cumplido. Recostada en la roca y al pie del lago Moreno, la vivienda se entrevera con los árboles.
José creció a pocos pasos de aquí, hijo de una madre pintora, escritora y cantante, y de un padre ambientalista, abogado y pescador que, en 1945, viajaron a Bariloche para su luna de miel. “Tenían vocación sureña”, dice convencido. Quince años más tarde, compraron la casa donde criaron a su familia y donde José se empapó de su pasión por el entorno.
Cuando llegó la hora, José partió a Buenos Aires para estudiar arquitectura y, allí, encontró la inspiración que florecería muchos años después. “La semilla de este proyecto la plantaron en 1976, en La Escuelita, Ernesto Katzenstein y Pancho Liernur durante el ejercicio clásico que proponía pensar una ‘vivienda para artista en un sitio singular’”.
Nuestro arquitecto volvió a la Patagonia y en 1979 montó su propio estudio, Arquitectura Orol & Asociados; y además fundó el Colegio de Arquitectos de Bariloche, fue parte de la puesta en valor del hotel Llao Llao y desarrolló proyectos comunitarios y educativos en la zona rural. Instalado durante años en las afueras de Bariloche, nunca imaginó volver a vivir en estas orillas, donde con Inés disfrutan de una casa que huele a madera y que se siente como el proyecto de toda la vida.
Romper las estructuras
“La ortogonalidad nos limita y oprime entre planos paralelos inexorables y uniformes. Haber tenido una relación fuerte con la naturaleza me ha sacado de esa rigidez”.
Arq. José Orol, dueño de la casa y líder del proyecto
“Irrumpimos en el paisaje y en el sitio. Nos atrajo la presencia del bosque y la montaña, a los que fuimos invitados a sumarnos. Pero ese paisaje es un patrimonio ajeno que hemos penetrado con un mensaje propio. A esa sinfonía natural, la hemos debido respetar».
Mirador al lago
Integrados, los espacios sociales miran al exterior: “La vida diaria transcurre aquí, donde contemplamos, oímos, reflexionamos, compartimos y comemos”.
La salamandra aporta algo más que calor: “El vértigo del exterior y la intemperie quedan neutralizados por el fueguito. Aunque afuera haya viento y frío, ver esa llama adentro hace que un día cualquiera sea glorioso”.
Sobrevuelo
La casa tiene orientación sur y está en una península angosta que se mete al agua a poco de pasar el Llao Llao. “Hubo que sacrificar sol para tener vista, pero sin dudas valió la pena”.
“La terraza, que literalmente flota en esta novedosa altura, es como un muelle aéreo que nos convierte en pájaros y nos invita a hacer otra lectura del paisaje”, reflexiona José.
Para sostener la terraza, el arquitecto diseñó un “árbol”de tubos de acero de petróleo, de los que también sujetó los parasoles de tela.
Con visión sustentable y pensando en el ahorro energético, los muros y el techo se hicieron con una aislación de viruta de 17”, mientras que las carpinterías son de DVH. Para complementar, losa radiante.
Hacia la orilla
Los dormitorios están en los dos niveles más bajos, cerca de la base desde donde se accede al lago.
“Silenciosa, descubrimos una pasarela. Un sendero que sale a nuestro encuentro cosiendo musgos, rocas, coihues, arrayanes y selva que bordean el lago”
“A los 6 años llegué a este sitio. Mi primer recuerdo es el de subirme a una rama vieja a un metro sobre el agua, en la playa donde hoy está la casa, y sentir estar volando mientras contemplabay reconocía el paisaje. La geografía, el agua, el aire, el más allá»