Suele decirse que en la Argentina todo es cíclico, que es el país en donde aunque pase el tiempo nada cambia. Y qué mejor muestra que su moneda. Ahora mismo, en las calles de Buenos Aires puede verse un afiche con la promoción de una conocida fintech. Su nombre es “Palo por palo” y ofrece ganar un millón de pesos, un “palo”, mediante un sorteo que la empresa realiza dentro de su aplicación cada vez que en un partido de fútbol la pelota pega en el poste y no termina en gol. Una suerte de dos por uno de pasiones argentinas, el fútbol y las devaluaciones.
No debe dejar de despertar curiosidad, fuera del país, que una simple promoción comercial, ya no una lotería o un programa de preguntas y respuestas, entregue como premio un millón de unidades de una moneda nacional. Para alguien acostumbrado a vivir en dólar o euro, seguramente una rareza. De hecho, en Youtube proliferan desde hace unos años los videos de turistas que llegan al país y se sorprenden por la cantidad de billetes necesarios para hacer compras de rutina.
La recurrente desvalorización del dinero y los graves problemas económicos argentinos han inspirado películas, series y canciones a lo largo de los años, como “Cacho Palos”, de Miguel Cantilo y Punch, publicada en el álbum A donde quiera que voy, de 1980. El tema habla de un personaje que colecciona palos y los ata en fajos, que ‘trae un palo verde” en el que se apoya y “mucho peso en Bolsa para depositar en algún banco del parque nacional”. Aun con la lógica depreciación por el paso del tiempo, el palo verde sigue siendo una cifra respetable. Su homólogo argentino, en cambio, no corrió la misma suerte. Desde esa fecha hasta hoy la moneda local vio tres cambios de denominación (peso argentino, austral y peso) y la pérdida de once ceros (ya había cedido otros dos a partir de 1969 con el peso ley 18.188).
Esta nominalidad desbordada alcanzó su pico en noviembre de 1981 cuando se emitió el billete de un millón de pesos ley con la cara de un José de San Martín anciano como dudoso homenaje. El austral, en cambio, se quedó a las puertas del récord: antes de desaparecer, solo llegó al billete de 500.000. Cada tanto volvemos a ser todos millonarios, aunque sea con “millones de mierda” como dijo la cantante y actriz Lali Espósito, en 2021, entrevistada en la televisión española.
Ese país donde la plata no vale nada quedó retratado por la desaparecida revista La Semana en su edición del 24 de mayo de 1989, que entregó un billete de un austral como “obsequio de recuerdo” por la muerte de esa moneda, que en realidad sucedió el 1° de enero de 1992, cuando fue reemplazada por el peso actual. Su precio de tapa era de 180 australes y, a menos de cuatro años del lanzamiento del plan homónimo y de la creación de esa divisa, regalar un austral a cada uno de sus lectores ya no tenía un impacto significativo para las finanzas de la editorial.
En la Argentina nos movemos literalmente con otra escala de valores, no éticos en este caso, sino económicos. Se ve también con las monedas, que aquí solo sirven para romper los bolsillos o incomodar en la billetera. Nadie las quiere. Son un incordio que hay que sacarse de encima lo más rápido posible y que, casi sin darnos cuenta, un día desaparecen de circulación. De pronto, ya no hay cambio chico y todos los precios se redondean.
No está claro cuál es el origen de la referencia al millón como a un “palo” así como tampoco el uso de “mango”, “gamba” y “luca” para referirse a uno, 100 o 1000 pesos, respectivamente. Los buscadores de internet o de inteligencia artificial ofrecen distintas teorías que hay que tomar con pinzas. Es probable que la nomenclatura haya nacido por la necesidad de manejarse con una nominalidad menos delirante. Si no se puede en la realidad, al menos que sea de palabra.