Artificial e irresistible: una casa para Gatsby

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CENTER ISLAND.- La mansión de Gatsby no era solo un símbolo de estatus. Era una carta de amor arquitectónica, un intento desesperado de materializar un sueño. Tenía columnas copiadas de un Hôtel de Ville francés, una pileta olímpica, y un jardín palaciego británico. “Colosal”, resume Fitzgerald. Pero no se basaba en una única casa real: era una combinación de varias mansiones de esta zona de la Costa Dorada de Long Island. La casa tenía que ser un trampolín social. Gatsby organizaba fiestas descomunales con la esperanza de que Daisy, la chica distinguida con la que había mantenido un breve romance y a la que quería recuperar, se animara a cruzar la bahía que los separaba. Por eso la arquitectura era parte de la seducción. No solo le hablaba a ella, sino a los habitantes de la zona para crear una fama que la arrastrara hacia él. Y por supuesto, a los lectores de todos los tiempos.

Este abril es el centenario de la publicación de la obra más famosa de F. Scott Fitzgerald, y la casa ficticia de Gatsby naturalmente está siendo analizada y vuelta a analizar como clave de la historia. Se la puede abordar desde distintos ángulos. El académico Curtis Dahl, profesor emérito del Williams College y autor de estudios pioneros sobre arquitectura en la literatura estadounidense, observó que esa “enorme incoherencia de casa” —como la percibe Nick Carraway, el narrador y primo de Daisy, testigo algo perplejo de todo lo que ocurre— refleja perfectamente el carácter de Gatsby: recargado, artificial, una copia sin contexto pero a la vez irresistible. Dahl señala que Fitzgerald usó deliberadamente estilos arquitectónicos distintos para marcar la brecha entre el nuevo y el viejo dinero. Gatsby intenta replicar la aristocracia europea pero termina creando un híbrido, que es ligeramente ridículo pero que encapsula la energía del Sueño Americano.

La casa de Daisy y Tom, en cambio, tiene una elegancia más simple. “Una alegre mansión colonial georgiana en colorado y blanco con vistas a la bahía”, dice Fitzgerald. Sólida y aristocrática, era de esas que no necesitan contar su historia porque ya la traen puesta, pero que no dejan lugar ni a un ápice de fantasía.

Mansiones en Long Island, parte del imaginario arquitectónico de

Otros estudios van aún más lejos: un artículo firmado por la investigadora Martha Banta en la American Studies Journal propuso leer la casa de Gatsby como parte de una tradición gótica americana. No gótica como en castillos medievales, sino como en la literatura de Edgar Allan Poe o Nathaniel Hawthorne, donde el espacio físico (una casa, un paisaje, una ciudad) se vuelve siniestro, simbólico, cargado de obsesión, encierro o ruina. En esa línea, la mansión de Gatsby no solo representa el brillo y la energía de un deseo imposible; también es la prisión de su propia fantasía. Es enorme pero vacía, luminosa pero trágica, viva pero destinada a derrumbarse. La investigadora turca Gökçe Özdem, especialista en estudios urbano-literarios de la Universidad Técnica de Estambul, también leyó la arquitectura en clave social: East Egg y West Egg —esos lados ficticios de la bahía— no solo dividen geográficamente a los personajes. Representan dos mundos opuestos: uno hecho de apellidos y herencias, el otro de esfuerzo y exageración. En ese contraste, la arquitectura no es un telón de fondo sino el mismísimo campo de batalla.

Dahl señala que Fitzgerald usó deliberadamente estilos arquitectónicos distintos para marcar la brecha entre el nuevo y el viejo dinero

Esta cronista conoce bien la zona donde se desarrolla la novela. Los hijos compiten en vela aquí, y fueron muchos años mirándolos en sus optimist casi inmóviles porque rara vez hay viento hasta que cae la tarde. No es lo más apasionante del mundo, pero implica tiempo –y binoculares náuticos- para entretenerse. Es imposible dejar de pensar, al toparse con las imponentes mansiones que se exhiben sin cortinas sobre las costas, dónde vivirían Gatsby y Daisy ahora. Se ven menos bibliotecas privadas y más cuartos de yoga, menos estatuas de mármol y más cocinas con isla central, pero la sensación es que todo es lo mismo: la novela sigue maravillosamente hablando sobre el deseo, la arquitectura y la identidad americana.

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