Kuky, Pupy, Maia y Guillermina no son las Rubias de New York, a las que le cantaba Gardel, pero se les parecen al menos en aquella descripción de “frágiles muñecas del olvido y del placer”. Más que muñecas, muñecotas de unos tres mil kilos, o más.
Durante décadas fueron mero objeto de contemplación y curiosidad a cambio de una vida de destrato (algunas de ellas, exhibidas en circos, que las llevaban y traían en condiciones de vida lamentables) y cautiverio (en zoológicos, con poco espacio, pisando cemento y casi siempre en soledad).
Los elefantes son animales simpáticos e inteligentes, que en libertad gustan de vivir en manada, caminan unos diez kilómetros por día para proveerse por sí mismos de 300 kilos, o más, de comida vegetal y darse chapuzones en los espejos de agua que encuentran en sus recorridos.
Tardamos mucho en darnos cuenta cuánto sufrían encerrados. Kuky, Pupy y Maia vivieron durante años estresadas en el Zoológico de Buenos Aires; Guillermina, en el de Mendoza. Las tres últimas disfrutan desde hace un tiempo de un espacioso habitat natural en el Santuario de Elefantes, ubicado en Mato Grosso (Brasil). Kuky y Tamy (el padre de Guillermina) murieron antes de ser trasladados.