Billy Joel se confiesa en un crudo documental: sus intentos de suicidio, el alcoholismo y la depresión de su madre

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La vida de una persona puede comprimirse, sintetizarse muchas veces en un solo instante. En un hecho, un momento clave que la determina para siempre. Para Billy Joel, una estrella de la música que tuvo hits arrasadores como “It’s Still Rock and Roll to Me”, “Tell Her About It”, “We Didn’t Start the Fire” o “Uptown Girl” y vendió más de 150 millones de discos en todo el mundo a lo largo de su exitosa carrera, todo cambió a principios de los años setenta del siglo pasado.

Todavía vivía en Long Island y ni siquiera sospechaba que se iba a convertir en la gran figura de la música popular que terminó siendo. La historia que dejó una huella imborrable fue la de una conflictiva relación sentimental: Joel se enamoró de una mujer, Elizabeth Weber, que estaba casada con uno de sus compañeros en la banda The Hassles y la culpa lo carcomió durante mucho tiempo. Intentó quitarse la vida dos veces, de hecho. Pero también hizo obra a partir de una necesaria catarsis. Buena parte de sus mejores canciones en discos importantes de su carrera como Cold Spring Harbor (1971) y The Stranger (1977) nacieron de ese desaguisado.

Esa es la nota trágica que subyace al relato cronológico del colosal documental de HBO Billy Joel: And So It Goes, dirigido por Susan Lacy y Jessica Levin y producido por Tom Hanks. En casi cinco horas repartidas en dos episodios, la serie escarba con paciencia y respeto en la biografía de Joel, sin ningún temor a los abismos: el músico confiesa sus intentos de suicidio, habla de su alcoholismo y de la angustia que le generaron la depresión de su madre y la relación distante con su padre. También de los profundos traumas familiares ligados al Holocausto. No es para nada un relato edulcorado. Se trata de la redención de un personaje cuyo sinuoso recorrido no desembocó en tragedia gracias a algún tipo de bendición. La hipótesis suena exagerada, pero los hechos la justifican.

Entre garajes y promesas

La historia que cuenta el documental de HBO Max empieza en la Long Island de los años sesenta, sede privilegiada de una escena rockera sorprendentemente activa. Antes de llegar a los grandes estadios, Joel tocaba en bares y garajes junto con The Hassles, banda de corte psicodélico a la que siguió el breve experimento de Attila, un grupo de proto-metal cuya portada con Joel fotografiado entre reses en una carnicería luce como un testimonio inequívoco de excentricidad adolescente. Fue ese pequeño ecosistema el que lo enfrentó al amor y la traición: Elizabeth Weber fue primero la esposa de Jon Small y finalmente un gran amor de Joel, su primera mánager y la gran impulsora detrás de movidas decisivas en su carrera.

La música era en aquellos años válvula de escape y carta de presentación. La escena de Long Island, retratada en el documental a través de muchas imágenes inéditas y relatos de muchos de sus contemporáneos, era tan fértil como competitiva. Joel crecía entre colegas talentosos, absorbiendo influencias del rock, el jazz y el pop más radial. Ese ambiente marcó su carácter: obstinado, leal a su gente, él mismo describe su actitud como “Bien de Long Island”, esa mezcla de terquedad y sensibilidad que marcaría toda su vida como artista.

La relación con Elizabet Weber sobrevivió a traiciones, distancias y contratos difíciles. Tras estar muy cerca de la muerte por sobredosis y depresión, Joel se refugió en su casa materna y desde ahí empezó a construir un cuerpo de obra que le sirvió para canalizar sus emociones.

Las canciones de su primer disco solista, Cold Spring Harbor, tenían ese espíritu, aunque un error en la masterización hizo que su voz sonara en el álbum como la de una ardilla y transformó a ese debut en un problema contractual.

Presionado por las exigentes condiciones del sello Family Productions, Joel se refugió en Los Ángeles y tocó en bares bajo el seudónimo Bill Martin (usando el nombre materno). Allí nació la famosa canción “Piano Man”, incluida en el disco del mismo nombre que editó en 1973.

Aunque Artie Ripp, productor ejecutivo de Family Productions, había negociado la cesión de los derechos de las canciones de Joel con Columbia, siguió recibiendo una parte considerable de las regalías por “Piano Man”, un hit categórico que produjo muchas ganancias.

De esa experiencia amarga nació “The Entertainer”, un alegato contra la industria musical y la fama efímera donde Joel ya exhibía a pleno el tono crítico y el humor mordaz que se consolidaron como parte fundamental de su estilo.

La vuelta a casa y el salto definitivo

Puesto frente a la tentación de trabajar con el célebre productor de los Beatles, George Martin, Joel rechazó el uso de músicos de estudio y mantuvo su lealtad a la banda de Nueva York que había reunido tras el fiasco que supuso su trabajo con los músicos de Elton John.

Turnstiles (1976) marca, en muchos sentidos, el regreso de Joel a su identidad neoyorquina y fue concebido como un rechazo abierto al brillo prefabricado del Hollywood de la época. El disco es ecléctico y, en perspectiva, un manifiesto de resistencia artística: “New York State of Mind”, “Summer, Highland Falls”, “Miami 2017” y “Say Goodbye to Hollywood” se apilan como testimonios de un artista en tránsito, más interesado en el relato de su entorno que en la validación crítica. Puede ser considerado como un punto de inflexión donde Joel afirmó la voz y la personalidad que luego lo volverían masivo.

La decisión de rechazar a George Martin derivó en la convocatoria de Phil Ramone, que había cosechado prestigio trabajando con artistas tan diversos como John Coltrane, Quincy Jones, Paul Simon y Barbra Streisand.

Con la banda fiel de Joel como columna vertebral, se gestó The Stranger (1977), para muchos el mejor álbum de su carrera. El proceso de grabación de este disco está lleno de leyendas. La mejor cuenta que los ejecutivos de Columbia no vieron un hit evidente al escucharlo terminado, pero Elizabeth Weber impuso como primer corte a la balada “Just the Way You Are”, ¡dedicada a ella misma! Y acertó.

Podría haber quedado en una actitud vanidosa, pero el tema impulsó la fama internacional de Joel. En The Stranger, el músico nacido en el Bronx consiguió asentar una estética propia, reeditando influencias de Broadway, el Tin Pan Alley y el doo-wop para firmar un auténtico clásico del mainstream de esa época.

Éxitos, adicciones y el precio de la fama

A partir de ese momento, la vida de Joel se perfiló como un continuo de giras, intensa producción musical e intolerable presión mediática. La docuserie de HBO Max narra, apoyada en valioso material de archivo, el desembarco del músico en el circuito de grandes estadios y la reafirmación comercial que implica la sucesión de premios que atestan su vitrina, pero también los momentos más oscuros de su vida personal: la relación turbulenta con Weber, la adicción al alcohol, el grave accidente de moto de 1982 y la habitual erosión que la fama produce en los vínculos personales.

Aparecen las voces autorizadas -Bruce Springsteen, Paul McCartney, Sting, Elton John- para realzar la imagen de un músico al que la crítica más exigente nunca se tomó demasiado en serio. Springsteen lo define como un artista incomprendido y McCartney confiesa que soñó con escribir algunas baladas como las de Joel.

El adiós al pop, las crisis y las reconciliaciones

En la segunda parte del documental, la historia avanza hasta los años ochenta y noventa, cuando en discos como The Nylon Curtain y An Innocent Man Joel exploró las influencias de la música clásica, se ocupó de su entorno político y social e incluso abordó otras cuestiones muy personales: la identidad judía, la reconciliación con su padre, un sobreviviente del Holocausto, y las razones por las cuales decidió alejarse de la música pop después de lanzar River of Dreams en 1993.

Billy Joel en los años 70

Uno de los fuertes de Billy Joel: And So It Goes es la franqueza con la que el músico -hoy inactivo por los efectos de una hidrocefalia normotensiva que le causa problemas en funciones motoras y cognitivas- aborda sus tragedias y sus intensas relaciones. En el relato de sus esposas y de su hija, Alexa Ray Joel, también emerge la imagen de un artista vulnerable, a veces abrumado por la celebridad y casi siempre en busca de un refugio emocional en la música.

Tiene especial relevancia la relación de Joel con su padre, Howard, dañada por la distancia física y los traumas del Holocausto. El reencuentro con él en Austria y el descubrimiento de un hermano perdido nutren a la emotiva historia que cuenta otra buena balada del músico, “Vienna”, una canción que, como se remarca en el documental, ha adquirido con el paso del tiempo un poder simbólico y emocional muy especial.

Aun habiendo coqueteado con la gloria -tres decenas de canciones en el Top 40 de Estados Unidos, 23 discos de platino, 6 premios Grammy-, el protagonista pagó un alto precio por el suceso y la fama, de eso no hay dudas. Su historia tiene muchos condimentos: talento, azar, sacrificio, perseverancia, oscuridad, éxtasis e incluso algún atisbo de pacto fáustico.

En el documental, él asegura que uno de sus mayores aprendizajes es aceptar la existencia como una pelea permanente y vocifera con su reconocida acidez que “envejecer apesta, pero sigue siendo preferible a ser incinerado”. Como bien nos dispara a quemarropa el título, entonces: “and so it goes”. Esto es: ver la vida como un camino regado de deseos que derivan en logros y frustraciones, y poder contarlo en persona antes de que solo sean algunas buenas canciones las que mantengan en la memoria colectiva al bendito Billy Joel.

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