Un Boca más entero, de cuerpo y mente, con algunas individualidades inspiradas y determinantes, le asestó otro duro golpe a un River sin alma, al que la renovación del contrato de Gallardo no le provocó ningún efecto positivo. Sigue a la deriva, con un entrenador que tendrá mano para estampar una nueva firma, pero le sigue faltando tacto para agarrar el timón. Premio doble y merecido para Boca: cortó la racha de dos derrotas consecutivas en el superclásico y se aseguró la clasificación a la fase de grupos de la Copa Libertadores. Las tribulaciones y los pesares quedaron para River, con ocho caídas en los últimos 10 diez partidos, una rodada cuesta abajo que sigue perforando el fondo.
Dos jugadas destrabaron una victoria que en el segundo tiempo pudo alcanzar cifras de goleada. Fueron la última del primer tiempo y la primera del segundo, ambas con Exequiel Zeballos como protagonista y figura, definidor en el 1-0 y como asistente para el 2-0 de Merentiel. Goles que podrían haber quedado apretados en dos minutos de no mediar los 15 del descanso. Demasiado para este River con mandíbula de cristal, flojo atrás, sea con la línea de tres del inicio o la de cuatro en el segundo tiempo; con un mediocampo del peso de una pluma y un ataque que lo único que transmite es impotencia.

Boca esperó y aprovechó su momento. Con el resultado a favor, se movió con la soltura y la confianza que traía y que este triunfo seguramente potenciará. Úbeda encontró el esquema y los intérpretes. Una zaga central firme, el liderazgo de Paredes con la pelota, un alumno-socio laborioso en Delgado y el renacer del Changuito Zeballos, que se sintió tocado por Dios en el superclásico. Sus apariciones, espaciadas pero decisivas, fueron desequilibrantes para el que saliera a marcarlo. Montiel lo descuidó siempre, a Rivero lo sacó a pasear en el primer gol y a Portillo lo dejó tirado en el desborde del segundo. Más que suficiente.
Era un clasiquito, le sobraba el súper. Así era el primer tiempo. Dos equipos tímidos, irresolutos. El único que rompió tanto acartonamiento y el cero fue el jugador que en los dos partidos anteriores le volvió a brotar el fútbol desinhibido, el alma de potrero le volvió al cuerpo. El “Changuito” Zeballos, seguramente el mayor acierto de Úbeda desde que quedó como primer responsable en la dirección técnica. El santiagueño fue a buscar una pelota que pivoteó Giménez tras un envío largo desde atrás de Costa. Quedó mano a mano con Rivero, le enganchó hacia adentro, remató, bloqueó Armani y tomó el rebote para el 1-0. Gol de atrevido, de futbolista que recuperó la confianza y que en el festejo casi que se zambulle en la platea. River se exaltó, le protestó a Ramírez un foul -desplazamiento con un brazo- de Giménez a Paulo Díaz. Acción muy fina, de interpretación, para dividir a la biblioteca.
Gallardo apeló a una defensa con tres zagueros, pero con un integrante impensado: la vuelta de Paulo Díaz, que por bajos rendimientos había perdido el puesto con Rivero. Los 90 minutos del chileno expusieron otro error del entrenador. Regresaron tras las lesiones Montiel y Driussi, que se ubicó como un enganche, detrás de Salas y con la misión de tapar la salida de Delgado.
Lo más destacado de Boca 2 – River 0
Boca tuvo un comienzo contemplativo, no salió a presionar a un River que tuvo la pelota, pero sin profundidad. Lo buscaba a Salas, bien controlado por la dupla Di Lollo-Costa. River merodeaba el área rival y acababa con remates de media distancia (Salas, Castaño). Boca recurría a los centros y se activaba futbolísticamente cuando Paredes cambiaba el ritmo y repartía el juego, y con algunos chispazos de Zeballos, que hizo amonestar a Martínez Quarta, desdibujado a partir de que cargó con esa amarilla.
El desarrollo era anodino, no se contagiaba de la efervescencia que bajaba de las tribunas. El rendimiento en general no daba para especular con que se estaba ante alguno de los candidatos al título. Vuelo bajo, imprecisiones, interrupciones, una por varios minutos a causa de la lesión de Meza (se resbaló y su rodilla izquierda tuvo toda la pinta de haber sufrido algo grave). Lo reemplazó el indescifrable Galarza, que todavía no se sabe para qué está.
Se iba un primer tiempo en el que había pasado muy poco, más dado al bostezo que a las emociones. Hasta que llegó la jugada que cambió la historia y llevó el sello del Changuito. Gallardo le hizo pagar a Rivero la indolente marca a Zeballos en el gol y lo dejó en el vestuario. Ingresó Quintero y la línea de cuatro hizo agua en la primera acelerada de Zeballos por la izquierda.

El partido quedó definitivamente de cara para Boca, con River desfigurado, sin un jugador que pusiera orden y criterio. El desbarajuste alcanzaba a Armani, que midió mal una salida y cometió mano fuera del área.
Desde el banco ingresaron Borja y Galoppo para lo que ya era irremediable. Cuando Boca armaba algún ataque, amenazaba con el tercer gol. Lo tuvo dos veces Giménez, menos preciso que otras tardes. Paulo Díaz se durmió en un tiro libre y permitió que Giménez intentara fabricar un penal ante Armani que compró Ramírez y corrigió el VAR.
Pasada la media hora del segundo tiempo, en la Bombonera sanguínea sonó el académico “ooole, ooole”, ante un River que se cargaba de foules (19 contra 9 de su rival), protestas y amonestados (siete). Otro desolador partido, al que ni siquiera pudo maquillar con el descuento en un cabezazo desviado de Galarza al lado del arco. La victoria de Boca no tuvo reparos ni objeciones. Por méritos propios, los jugadores terminaron festejando y cantando con los hinchas de cara a la 12, con el pasaje a la Copa Libertadores en el bolsillo, y los jugadores de River metiéndose en el vestuario en procesión cabizbaja.
