¿Un Boyhood a la argentina? ¿Es posible recrear o reproducir desde esta parte del mundo aquella experiencia única de acompañar con una cámara durante algo más de una década, año por año, el tránsito vital de una persona para llevar hasta las últimas instancias de realidad aquello de que el cine es fundamentalmente un arte que da cuenta mejor que cualquier otro del paso del tiempo?
La proeza artística y creativa que Richard Linklater concibió a lo largo de 12 años acaba de encontrar su espejo en la frontera entre la Argentina y Paraguay. Allí, la talentosa realizadora correntina Clarisa Navas dedicó toda una década a relatar en su primer largometraje documental el paso de la niñez a la adolescencia de un chico que tiene nueve años en el comienzo del relato y 210 minutos después, ya con 19, se enfrenta a desafíos existenciales, compromisos y responsabilidades que ni él ni los espectadores podrían haber imaginado.
De aquí hasta el final de agosto, todos los domingos a las 20, en el auditorio del Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415, esa historia se pone en movimiento en El príncipe de Nanawa. Como ocurre desde otra dimensión narrativa con las Historias extraordinarias de Mariano Llinás, que acaba de reestrenarse en la misma sala los jueves a las 19, estamos frente a la impredecible aventura de una película-río que decide correr riesgos poco habituales en el cine argentino y se anima a ampliar límites y búsquedas, poniendo en marcha un viaje que se niega de antemano a garantizar la seguridad de un destino.
Cámara en mano, dejando a la vista durante buena parte del recorrido algún contorno de su propio perfil como para que tengamos la certeza de que siempre está allí, caminando junto al protagonista de la historia, Navas se involucra en la aventura, hace preguntas que no siempre consiguen respuestas, plantea cuestionamientos y en más de una ocasión hasta se pregunta sobre el sentido de esta misión. Algo parecido le pasa a nuestro protagonista. La travesía podría interrumpirse en cualquier momento, si el dueño del relato elige el silencio. Es aquí donde la esencia misma del documental alcanza la máxima expresión. Y su mayor compromiso con la verdad.
Enclaves de frontera
Al comienzo, la cámara inquieta de Navas empieza a explorar el inabarcable movimiento de uno de esos enclaves de frontera donde es posible conseguir cualquier cosa. Mientras busca casi por azar un punto de referencia para seguir, porque no hay rincón alguno de ese inmenso laberinto que se distinga del resto, aparece en el cuadro un chico rubio (el único rubio a varios kilómetros a la redonda) que se muestra todavía más curioso que el sorprendido equipo completo de filmación.
La propia Navas cuenta que la situación lo sorprendió. “En medio de ese ritmo vertiginoso conocí a Ángel, a sus nueve años. Al escucharlo hablar me emocionó tanto que prometí volver a verlo. Un año después regresé y comenzamos a hacer una película juntos”, cuenta la realizadora en las notas que acompañan la presentación de la película en el Malba. El pequeño protagonista se llama Ángel Omar Stegmayer Caballero y no dejará en ningún momento, a lo largo de las siguientes tres horas y media (divididas en dos partes), de abandonar el magnetismo, la perspicacia y la sorprendente desenvoltura de esa primera aparición. No hay dudas: el chiquito rubio es una rareza y el color de su cabellera lo destaca frente al resto.
Hay un primer escenario de conflicto en la vida de Ángel relacionado con el idioma. En el comienzo, el chico se reconoce con el audaz desparpajo que le permite la edad como argentino y paraguayo al mismo tiempo, pero esas dos dimensiones entrarán en tensión, primero en silencio y luego a través de un dilema difícil de resolver en términos idiomáticos: la convivencia no siempre armónica entre el castellano y el guaraní. En este terreno, como en muchos otros a partir de allí, quedará expuesta para el muchacho la peligrosa perspectiva del desarraigo cuando, ya crecido, le llegue el momento de elegir.
Hay también unos cuantos problemas familiares alrededor de Ángel que conviene no revelar por anticipado. El chico está siempre en movimiento, como si quisiera escapar y ocuparse a la vez de resolver un dilema que lo acompañará a lo largo de toda la década siguiente y a la vez condicionará algunas de las decisiones personales que irá tomando mientras se acerca a una acelerada adultez.
El tiempo se acelera y obliga a Ángel a tomar decisiones que en otros contextos resultarían mucho más calmas, reposadas y prudentes. En la frontera laxa y casi invisible entre Clorinda y la localidad paraguaya de Nanawa, separadas por un puente que nuestro protagonista y la cámara de Navas cruzarán una y mil veces, hay tentaciones que surgen de la estrechez de recursos, del futuro económico incierto y de algunos objetos peligros demasiado fáciles de conseguir a uno y otro lado.
Navas elige ese puente como espacio simbólico por excelencia del viaje del protagonista, al que deja hablar y expresar un sinfín de emociones. Muestra a Ángel como alguien que jamás se queda quieto, que se hace preguntas todo el tiempo y que nunca esconde las emociones compartidas con su complejo círculo más cercano, una familia cuyos contornos siempre parecen en movimiento. Por otro lado, es fascinante el modo en que el equipo de filmación se conecta con un protagonista que mientras crece lucha entre su natural extroversión y una necesidad igualmente natural de preservar la intimidad. Por momentos Ángel parece sentir por momentos que no tiene vida propia al margen de lo que muestra la cámara.
Hay otros momentos de poderosa expresividad en el documental: el tiempo de la pandemia, con Ángel transitando en soledad ese mismo puente que poco antes estaba lleno de gente, el tránsito vital representado por la ceremonia de cada nuevo cumpleaños, la crucial entrada y salida de amigos y familiares en momentos decisivos del crecimiento, algún viaje que abre horizontes y posibles sueños de futuro lejos del terruño natal.
La pura espontaneidad de la infancia se va transformando en el recelo y la desconfianza del adolescente. La cámara registra ese último tramo del viaje con más incomodidad que antes mientras el espectador empieza a preguntarse por el sentido de las decisiones que empieza a tomar Ángel. Pocas veces un documental logró capturar en su condición más profunda la pérdida de la inocencia.
La película alcanza en ese momento su punto más alto. Navas convierte a El príncipe de Nanawa en una guía ideal para reconocer los alcances, los límites y las posibilidades que ofrece el género cinematográfico más cercano a la observación genuina de la realidad. El “Boyhood a la argentina” es la crónica de una década de vida. El paso del tiempo convertido en una hazaña cinematográfica.