Buen trato al paciente: clave para un sistema de salud humano en Perú

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Personal asistencial de Salud. - Crédito Andina

El derecho a la salud trasciende diagnósticos y recetas. El buen trato al paciente es un pilar esencial de ese derecho, una manifestación concreta de respeto, escucha y dignidad que debe garantizarse en cada atención dentro del sistema de salud. Para la enfermería, esta premisa no es un complemento, es la base de la profesión.

Las cifras revelan una realidad preocupante. Según la Encuesta Nacional de Hogares (ENAHO), entre el 54 % y 62 % de personas que presentaron algún problema de salud no accedieron a atención en establecimientos de salud. Esta brecha no es solo una falla estructural, sino también una profunda deuda ética, negar atención oportuna no solo pone en riesgo la salud física del paciente, sino que implica una forma de exclusión que vulnera la dignidad de las personas. La calidad del servicio no puede evaluarse solo por sus aspectos técnicos o estructurales, sino que debe centrarse en la humanización del cuidado, entendida como un trato cercano, empático y personalizado, donde cada uno sea reconocido como una persona con derechos.

En este contexto, la enfermería tiene un rol irremplazable. Este personal es, con frecuencia, el primer contacto que tiene una persona al ingresar al sistema de salud, y también es este profesional quienes acompañan hasta el final del proceso de atención. Su presencia continua —desde la admisión, el cuidado diario, hasta el alta o seguimiento— los convierte en un pilar esencial tanto en lo clínico como en lo humano. Sin embargo, las condiciones del sistema no siempre permiten ejercer este rol con la profundidad y calidez que requiere. En 2023, la sociedad de comercio exterior del Perú (COMEX) reportó que el 97.7 % de los 8,783 establecimientos de salud del primer nivel de atención presenta una capacidad instalada inadecuada, incluyendo infraestructura precaria y equipamiento obsoleto o insuficiente; y el 97.6 % de los 247 hospitales del país se encuentra en la misma condición crítica, esta situación no solo limita el desempeño de los profesionales de salud, sino que compromete la calidad, continuidad y humanidad del cuidado que la población merece. Sin una infraestructura adecuada, incluso el personal más capacitado y comprometido ve restringida su capacidad de brindar atención digna y efectiva.

Frente a este escenario precario del sistema de salud, la formación académica en enfermería no puede mantenerse ajena. Las universidades tienen la responsabilidad de formar profesionales no solo técnicamente competentes, sino también profundamente humanos, por ello es urgente consolidar una educación con enfoque humanista, que prepare a enfermeras y enfermeros capaces de aplicar protocolos clínicos con excelencia, pero también de escuchar, acompañar y dignificar a cada persona atendida, incluso en contextos adversos. Además, es necesario precisar también que tenemos la gran responsabilidad de enfocarnos en el primer nivel de atención, nivel donde se resuelven la mayoría de los problemas de salud y se establece el primer vínculo con la comunidad, es así que tenemos que desarrollar en nuestros estudiantes competencias de liderazgo, sensibilidad cultural y compromiso social, aun cuando los recursos sean limitados.

Es así que, desde la universidad, necesitamos repensar las prácticas formativas, priorizando escenarios reales en zonas vulnerables, promoviendo la investigación aplicada y fomentando un enfoque comunitario e interprofesional del cuidado. El buen trato no es un gesto de buena fe, es la esencia misma del derecho a la salud. Todo paciente merece, además de un tratamiento adecuado, ser escuchado, comprendido y tratado con humanidad. La enfermería, por su vocación y cercanía, tiene la oportunidad y responsabilidad de liderar esta transformación hacia un sistema más digno, empático y humano.

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