La Casa Rosada, tanto como los amantes de las teorías conspirativas, están de parabienes. La inédita provisión de oxígeno financiero, económico, político y electoral que terminó aportándole el gobierno de los Estados Unidos a Javier Milei asoma como la última de varias acciones para revertir un acelerado proceso de declinación y derrapes libertarios.
El abrupto cambio de clima, que ayer fue de celebración en la cima libertaria y de euforia en los mercados, había empezado a mutar, no obstante, justo cuando el Gobierno parecía a punto de tocar fondo. Todo tiene que ver con todo.
Conviene repasar una corta cronología. Quienes frecuentan a las figuras oficialistas y siguen el comportamiento de la milicia digital libertaria comprobaron en las últimas 72 horas un notable cambio de humor y narrativa, tras casi un mes de desconcierto y desasosiego.
Milei todavía puede ganar, pese a las diez plagas de Egipto
Eso fue antes de que el secretario del Tesoro, Scott Bessent, diera ayer a la tarde las esperadas precisiones sobre el crucial salvataje estadounidense, que, en lo inmediato, implica una modificación radical de la escena cambiaria, económica y política. Justo 16 días antes de las elecciones legislativas y cuando al equipo económico ya le quedaban pocos recursos para seguir haciendo frente a la sostenida presión cambiaria.
Aunque pueda parecer una paradoja, el alivio y la renovación de la esperanza electoral comenzó a percibirse hace cuatro días en la Casa Rosada. Apenas horas después del punto cúlmine del escándalo por la relación de José Luis Espert, ahora exprimer candidato a diputado de LLA, con Federico “Fred” Machado, el extraditable a EE.UU. por vínculos con el narcotráfico, que terminó con aquella candidatura.
También los funcionarios del equipo económico instalados en Washington, en busca de salvavidas, y sus amigos del norte, dispuestos a tenderle la mano, habían respirado, entonces, con la forzada (y demorada) renuncia o expulsión de Espert, luego de que el Presidente se rindiera ante las evidencias.
Que el principal candidato oficialista hubiera sido financiado, aunque fuera hace seis años, por un acusado en los Estados Unidos de lavado de dinero del narcotráfico era un argumento adicional para políticos y agentes económicos que cuestionaban por otras razones a la administración trumpista por su disposición a rescatar a Milei.
Así se cerraba, al menos en parte, lo que la mayoría de los colaboradores presidenciales no solo consideraban una muy mala decisión de Javier Milei, que no conseguían revertir, sino que decían haber corroborado que lo era, de acuerdo con encuestas y trabajos cualitativos.
Pero todo había empezado bastante antes. Los estrategas electorales y los (pocos) funcionarios con experiencia y olfato político del mileísmo sostenían desde hace tiempo que la postulación del economista al tope de la lista podía llevarlos a una derrota más abultada en la provincia de Buenos Aires que la que podía soportar la salud del Gobierno, en medio de muchas complicaciones económico-financieras. Nada tenía que ver con la causa final de la caída en desgracia de Espert. Los malos pronósticos se agravaron después de la catastrófica derrota de LLA y del triunfo perokirchnerista en las elecciones bonaerenses.
Por eso días trascendió que hubo un intento de hacer cambios en el diseño de la boleta única papel y que en lugar de las fotos de los dos primeros candidatos (Espert y Karen Reichardt, en la lista bonaerense) pudiera haber tres imágenes.
El único objetivo era incluir la cara de Diego Santilli, que, a juicio de los estrategas oficialistas, compensaría el handicap que ofrecía el candidato ahora renunciado, quien se enteró de esa maniobra fallida y se refugió en su amigo presidencial.
“Son todas operetas. Según las encuestas nuestras, soy como Milei pero con identidad propia. Y trabajamos juntos con él y Karina”, le dijo Espert a alguien que por esos días lo consultó sobre los intentos por desplazarlo o diluir su candidatura, sin negar que esas “operetas” pudieran surgir del interior del oficialismo.
Casi inmediatamente después de esa tentativa se hicieron públicas (causal o casualmente) evidencias del financiamiento de Machado a Espert y llegó la denuncia penal del candidato a diputado kirchnerista Juan Grabois. Entonces empezaron a arreciar versiones y advertirse rastros de hiperactividad en los subsuelos del espionaje.
Aún más que en otros casos, con otros allegados que terminaron defenestrados de cuajo, Milei había resistido hasta el límite de lo inexplicable los cuestionamientos internos al “profe”, como él llama (o llamaba) al ahora excandidato, inclusive los de las dos personas más influyentes sobre él, como su hermana Karina y el asesor externo-interno Santiago Caputo, bajo cuyo imperio está el aparato de inteligencia estatal.
Sólo una sucesión imparable de revelaciones públicas que expusieron omisiones, mentiras y contradicciones de Espert puso fin el domingo pasado a esa reticencia, infranqueable para algunos ministros y colaboradores, que dicen haberle llevado al Presidente evidencias y pruebas de lo que Espert negaba o no reconocía.
Las confusas explicaciones de la ministra de Seguridad y candidata a senadora, Patricia Bullrich, sobre el conocimiento que habría tenido de documentos comprometedores para Espert solo oscurecieron lo que pretendió aclarar. Bullrich había sido una de las primeras en pedirle explicaciones al candidato.
El alivio posterior de los colaboradores mileístas e incluso del Presidente, a pesar del impacto del escándalo, cuya permanencia en el centro de la agenda pública no ha concluido con la renuncia, asoma ahora directamente proporcional al nivel de esfuerzo y dedicación puestos no solo por los adversarios políticos para lograr ese fin.
Tan evidente ha sido el encomio de prominentes oficialistas como para dar aval a los amantes de las conspiraciones sobre el origen y desarrollo del caso. La presencia de agentes del espionaje (de pertenencia variada y con terminales antagónicas) vinculados con este caso había sido advertida y admitida desde sus inicios por muchos y en las 48 horas previas al desenlace ya parecía desembozado, como si estuvieran utilizando sus últimos recursos para forzar la renuncia.
Según esa cronología y el alivio postrero experimentado por el oficialismo, la definición del caso Espert asoma así como la reacción última de un aletargado instinto de supervivencia y de un ejercicio de real politik, que para un agudo observador se trató de una expresión de “política real”. La diferencia entre una y otra, según él autor, es que “la real politik consiste en hacer cosas malas con buenos fines, mientras que la política real implica cosas malas con malos fines”. Claro que se trata de un crítico de la gestión libertaria. Los resultados dirán.
Al 26 de octubre apuestan ahora con mejor ánimo desde la Casa Rosada. No es que ya mismo se ilusionen con volver a los horizontes despejados que a principios de este año proyectaban para las elecciones nacionales, cuando se atribuían un piso del 45% de los votos.
Sí están convencidos de que están en condiciones de volver al escenario algo más modesto que barajaban antes de las fatídicas elecciones (para ellos) bonaerenses.
El salvataje de los Estados Unidos, que ya tuvo repercusión favorable y despejaría el horizonte financiero-cambiario en el corto y mediano plazo, y la renuncia de Espert componen una nueva y mucho más auspiciosa geografía.
Perder por menos de ocho puntos en ese territorio volvió a estar entre las previsiones, aunque todavía nadie tiene certeza de la profundidad del daño que tuvo el caso del narcoaportante, que vino a coronar la sucesión de escándalos iniciada el 14 de febrero con el Criptogate. El cual, de paso, todavía podría deparar alguna inquietante sorpresa para el oficialismo, según renovadas preocupaciones libertarias.
“Cuando la economía va bien o se estabiliza después de un temblor, todo lo demás pasa a segundo plano, incluidas las denuncias de corrupción. Mucho más si enfrente no hay nadie o está Frankestein”, advertía en las últimas horas un oficialista, que veía en el espejo retrovisor los años dorados del menemismo.
Tan profundo ha sido el repentino cambio de ánimo que hasta algunos funcionarios empezaron a relativizar el efecto que tendrá que la foto de Espert siga en la boleta por la provincia de Buenos Aires, luego de que el juez federal Alejo Ramos Padilla rechazara el pedido de reimpresión, que será apelado.
En el oficialismo confían en la apreciación de varios encuestadores al respecto, inclusive algunos que no están entre sus favoritos. “En los electores predomina la marca antes que los candidatos, así que mucho no va a cambiar que esté Espert”, afirma el encuestador y consultor Hugo Haime. Al menos dos colegas suyos coinciden.
No obstante, el Presidente quiere eliminar de la agenda el tema y se ofuscó y maltrató a un periodista cuando le preguntó lo obvio: si considera suficientes las aclaraciones de Espert. Sobre todo, porque él había dicho que no le hubiera pedido la renuncia. Tratar de tapar el sol con el dedo meñique es una tentación de casi todos los que temen que se iluminen zonas oscuras.
Lo que nadie ha alcanzado a determinar aún, por inmediatez y vertiginosidad, es cuál será el impacto electoral del caso Espert y, sobre todo, del salvataje estadounidense.
En los días previos, las encuestas y proyecciones daban un escenario que no era tan malo para la escuadra libertaria como podían hacer presumir el deterioro de la situación económico-financiera, las disputas internas y los escándalos que golpearon a la cima del poder.
En esos sondeos, la LLA se mantenía en niveles competitivos aunque no le permitía proyectar más que un número de bancas capaz de sostener el tercio de Diputados, suficiente para blindar vetos presidenciales. No para imponer la agenda.
Para eso necesitará profundizar al camino del abuenamiento que empezó a transitar tras la catástrofe bonaerense. El rockstar furioso del Movistar Arena tendría que dejar paso a un presidente dispuesto a buscar acuerdos, sin escalas en el economista dogmático, sino en el político pragmático que procura alcanzar sus objetivos.
Habrá que ver si Milei es capaz de admitir que se ganó una vida más gracias a un doble rescate. Primero, de su amigo Trump. Después, del despreciado Pro, que le proveyó un sustituto cuya imagen en las encuestas asomaría mejor que la de su (¿ex?) amigo Espert. También, gracias al apoyo que volvió a darle Mauricio Macri, cuyo umbral de tolerancia al maltrato mileísta se está volviendo proverbial.
El impacto del salvataje de la dupla Trump-Bessent asoma como un cambio de juego, que modifica radicalmente el clima en la cúpula y en los tomadores de decisiones económicas.
Si ningún otro temblor se registra hasta dentro de 15 días y la ciclotimia no se adueña del ánimo del Gobierno se verá cuánto cambiaron las expectativas del electorado a favor del oficialismo, a pesar de la sucesión de escándalos, tropiezos y heridas autoinfligidas. La Argentina es así de vertiginosa y provisional.