Camilo Ugo Carabelli, antes de Roland Garros: ansiedad, presión y miedo a los controles antidoping en el mejor momento de su carrera

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PARÍS (Enviado especial).- Camilo Ugo Carabelli degusta el momento más sabroso de su carrera. Hace un año estaba diez escalones afuera del top 100 y en enero comenzó la temporada en el puesto 95°. El ajuste de tuercas, el empuje y los resultados lo llevaron a su mejor ranking (51°), que le permite estar jugando los torneos que siempre fantaseó. Uno de ellos, Roland Garros, donde este lunes se medirá con el español Jaume Munar, en el cuarto turno del Court 12.

Pero, pese a ello, no se siente conforme al cien por cien. El Brujo, como lo apodan, es parte de la amplia porción de tenistas que sufre una severa ansiedad. No lo oculta, lo describió con brutalidad durante una charla con LA NACION que comenzó hace unas semanas en su club, Harrods Gath & Chaves, en la Ciudad de Buenos Aires, y siguió en esta ciudad.

Camilo Ugo Carabelli, con LA NACION, sobre las amenazas que reciben los tenistas en redes sociales:

Camilo, al igual que muchos de sus colegas, se sintió identificado por el ruidoso posteo que en marzo hizo Federico Gómez, el argentino que reconoció -a través de un posteo de Instagram- haber tocado fondo emocionalmente y que en “reiteradas” ocasiones se le habían cruzado “pensamientos suicidas”. El jugador de Merlo puso sobre la mesa un asunto que alarma en el mundo de las raquetas: los problemas de salud mental. Ugo Carabelli, sin haber llegado a ese extremo, lucha contra los demonios internos. Y no desde ahora, sino de hace años.

El desapego de los tenistas con sus lugares de origen -más si son sudamericanos, debido a las distancias con los grandes centros- se inicia desde que son muy chicos. “Lo hablaba con mi novia, que tiene un hermano de 15 años: le decía que a esa edad yo ya había recorrido y hecho giras por todo el país y viajado a Europa cinco veces. Mi primer viaje afuera sin mis papás fue a los diez años, a Bahamas. En esta profesión hay que madurar antes de tiempo. A mí siempre me gustó mucho ir al colegio y estar con mis amigos; era mi cable a tierra. Fui al colegio San Román en la primaria y al Santa Ana en el secundario. Me perdí sólo el último año: quería seguir yendo, pero el rector me dijo que no me podían bancar más. El último año presencial tuve como 90 faltas. ‘No es un colegio para esto’, me dijo. Y lo terminé a distancia, por Seadea. Y todos mis amigos me decían: ‘Uh, qué bueno, te vas a Bahamas, a Europa’. Y yo por dentro decía: ‘Me encantaría quedarme acá con ustedes, salir el fin de semana’. No sé qué cantidad de cumpleaños míos o de familiares que me perdí… Hoy veo a un chico de diez años y no me puedo imaginar que se pierda eso; es demasiado el precio que hay que pagar para ser tenista profesional”, narra Ugo Carabelli.

El tenista argentino que posteó ideas suicidas: “Termino un partido y tengo 25 mensajes de ‘te voy a matar’”

-¿Alguna vez te planteaste si el esfuerzo valía la pena?

-Uf… todos los días, todos los días. Es más, el último año que no fui al colegio no entendía lo que era levantarme y no ir a estudiar sino a entrenar a una academia, en lo de Blengi (Fabián Blengino), hacer físico, después tenis, almorzar en mi casa y después volver a entrenar. Decía: ‘¿Qué estoy haciendo?’. Al viaje de egresados a Bariloche pude ir; estuve en la fiesta de egresados y todo. Pero ese año que dejé la escuela no podía salir de mi casa; jugué siete u ocho torneos y nada más. No quería viajar. Imaginate lo que me contaban mis amigos y lo que ellos vivían en el último año de secundario, yo perdiéndome todo eso y me quería morir. Todos los días me decía: ‘¿Qué hago? ¿Vale la pena esto?’. Ese año me costó mucho adaptarme a mi nueva vida, a lo que estaba eligiendo.

El festejo de Camilo Ugo Carabelli en el ATP de Hamburgo, la semana pasada

-¿Podías hablarlo en profundidad con alguien?

-Siempre fui un chico al que le costó mucho hablar las cosas. Me gusta escuchar al otro. Me cuesta mucho exteriorizar lo que me pasa, más si es algo malo y todavía más siendo adolescente, como en ese momento. Hablaba con mi hermano (Jeremías, fue futbolista en el ascenso), que es seis años mayor y estaba en la misma. Él se fue a Italia a jugar al Cittadella, no le gustaba el lugar, lo sufría, yo lo veía a él y me hacía dudar un poco. También lo hablaba con mis viejos (Gustavo y María Marta); ellos siempre me bancaron en todas. El tenis me gustaba, era muy bueno desde chico. Iba al colegio, hasta los 14 años jugaba al fútbol en el club y a esa edad ya había ido al Sudamericano y al Mundial de tenis, era número 1 de Cosat (Confederación Sudamericana de Tenis) y eso que no entrenaba todos los días. Tenía facilidad, era bueno, ya tenía contrato con Nike y les pedía botines para jugar al baby fútbol, ja. En el tenis me fue llevando el nivel, la vorágine; no sé si lo elegía. Todo lo que viví, los tropezones y los momentos malos, fueron por algo. Hoy, siendo más grande, siento que algo aprendí. Estar realmente mal y preguntarme todos los días si valía la pena me enseñaron cosas.

-¿Cuándo hiciste el clic positivo para seguir? ¿Un partido puntual, una gira, un consejo, una situación especial…?

-Creo que tuvo que ver con empezar a vivir del tenis, a tener un poco más de independencia, a ver que quizás mis amigos no podían hacer algunas cosas por un tema económico y yo podía, entonces los invitaba y me gustaba. Mantengo a los amigos del colegio, tanto de primaria como de secundaria. Tengo mi grupo de amigos del club también. No sé si un clic, pero eso me hizo pensar. Tenía 20 o 21 años, no fue hace tanto (tiene 25). Dije: ‘Vamos por todo’. Porque iba a medias. Tenía 19 o 20 años, estaba 300 del mundo y era mucho teniendo en cuenta lo mal que entrenaba. Hoy me preguntás y digo: ‘Qué mal que hacía las cosas’. Hoy soy otra persona. Cada etapa mala de mi carrera me ayudó.

Camilo Ugo Carabelli disfruta del mejor ranking de su carrera, 51°, pero todavía no se siente pleno emocionalmente por las presiones y la ansiedad

-¿Cuál fue el momento más angustiante?

-El año en el que no fui al colegio. Ese año fue terrible; no entendía qué estaba pasando. Era chico, no estaba preparado para enfrentar eso. Tenía mucha vida social, salía, tenía varios grupos de amigos, iba al club, del frontón pasaba jugar al fútbol y así. Y de un día para el otro se cortó para ir a entrenar. Me costó.

-¿Qué relación tenés con la psicología?

-Arranqué desde chico con un psicólogo con el que hablo de todo menos de tenis. Trabaja con equipos de fútbol y eso me encanta. Y hace un año empecé a trabajar con un mental coach que ayuda un montón, porque me cuesta hablar y siento que sacar las cosas me hace bien. En estos años tuve y tengo mis momentos de bajón. Ahora es el mejor momento de mi carrera, no tengo problemas personales, pero soy muy exigente, me hice bastante atrapado, quiero que esté todo perfecto, la suplementación, los alimentos… Me puse obsesivo con la raqueta, la tensión, la cuerda. Me preguntabas antes con qué raqueta jugaba y no tenía ni idea cuánto pesaba, qué tensión, nada. Le daba la raqueta a mi entrenador y le decía: ‘Tomá, llevala a encordar’. Ahora pido que siempre me las encuerde el mismo, con la misma máquina. No sé por qué me puse así: tiene sus cosas buenas y malas. En abril, en el torneo de Madrid, para mí me la estaban encordando mal y fui a decirle que no podía ser, que estaba floja. El tipo me decía que no, que la había encordado el mismo, en la misma máquina y a la hora que yo le había pedido. Y yo: ‘No, que no, que no’.

-Es probable que él tuviera razón…

-Ooobviamente. No me estaba mintiendo. Era yo que no estaba bien y que estaba buscando una excusa por otro lado. Cuando estás bien, te ponés a pensar y decís: ‘¿Por qué le eché la culpa a este flaco, pobre?’. En este nivel te pasan por arriba si no hacés las cosas al 100%; es una carnicería. En un Challenger (la segunda división del profesionalismo) no lo sentís, hay más margen, mentalmente bajan antes que vos.

El festejo de Ugo Carabelli al ganar en octubre pasado el Challenger de Villa María, ante el neerlandés Jesper de Jong

-¿Qué tan ansiosos son los tenistas?

-Es una locura. No sé los otros, pero yo soy terrible. Una ansiedad… es muy duro. Estoy el 90% del día estresado. Todo el día necesito hacer algo: saber cómo salió este o el otro, cuándo le quebraron, qué porcentaje de primeros servicios tuvo… Veo todo, todo. Nunca fui así. Pero hace dos o tres años que me volví así, obsesivo con el tenis. Antes jugaban Nadal y Federer la final de un Grand Slam y no sabía ni la hora. Ahora veo todo. En un momento libre, en vez de ver una serie, me pongo a ver un Challenger. Es parte de mi crecimiento también, pero a veces me paso de la raya. Es como que quiero ver cómo juegan todos, qué hacen, qué cambiaron. Lo peor es que no hay secretos. Todos hacen lo mismo. Todos comemos lo mismo. La preparación física a este nivel es prácticamente la misma. Lo ves a Djokovic y hace casi lo mismo que todos nosotros. Tengo una anécdota: el año pasado (Mariano) Navone no paraba de ganar y había cambiado la raqueta, que se la había recomendado (Marco) Trungelliti. ¡No paraba de ganar! Digo: ‘No puede ser’. Había arrancado el año casi 200, habíamos jugado en enero en Punta del Este en el segundo torneo del año, yo le había ganado y a partir de ahí se metió 30. Yo juego con la misma marca, pero con otro modelo. Le digo: ‘Boludo, ¿qué hiciste? No puede ser’. Le agarro la raqueta y digo: ‘Algo tiene esta raqueta’. La pruebo y era un desastre (sonríe). Yo recontra atrapado y él diciéndome que era esa. ¡La raqueta más fea que probé en mi vida! Y yo pensando que tenía un secreto, que tenía un chip o no sé. Y era una raqueta común, como cualquiera.

-¿Y la lección cuál es?

-Que no hay ningún secreto. El flaco pasó del puesto 200 al 30, tuvo una buena sensación con esa, un feeling de locos y listo.

-¿Por qué el tenis es tan demandante a nivel mental?

-Sacando a los galácticos, son todos buenos; todos le pueden ganar a todos. Siempre hay algo más. Cuanto más bueno te vas haciendo, mejor ranking y recursos tenés, más querés. Antes hacía kinesiología dos veces por mes; ahora hago tres o cuatro por semana. Me preguntás, ¿por qué? Qué se yo. Me siento igual que antes. Pero como lo hacen Djokovic, Sinner… decís: ‘Para llegar ahí yo lo tengo que hacer también’. Me pasó algo espectacular. La primera vez que fui a Australia, en 2022, estoy en el comedor haciendo la fila y lo tenía a Nadal adelante mío. Yo había pedido la comida primero, me llaman, me sirvo y tenía, todos los acompañamientos en el plato y veo que Rafa estaba mirándome el plato con atención, de arriba para abajo. Me di cuenta que el flaco me relojeaba para ver qué comía. Era mi primer Grand Slam y estoy seguro de que él no tenía ni idea de quién era yo, pero quería saber qué comía. ‘No tengo idea quién es, pero puede ser un futuro rival’, habrá pensado. Se agarran de todo.

-¿Cómo influyen el celular y las redes sociales?

-Y… es bravísimo. Todo lo que se escribe de uno lo recibís sí o sí. Hay veces que lastima un montón, como cuando perdés un partido y sos lo peor que hay. También están los apostadores que te ponen cualquier tipo de amenazas. Es difícil separar el mundo virtual del real. Trato de no hacerme problemas, pero es difícil. A todos los jugadores les pasa lo mismo.

-¿Qué te generó el posteo de Fede Gómez?

-Fue terrible. Me sentí identificado. Tengo buena relación con él. A las dos semanas del posteo coincidimos en Miami, entrenamos, no lo pude hablar porque a mí me cuesta un montón, no le pude sacar el tema. Es muy duro. Es clave rodearse de gente que te acompañe. A mí, estar con mi familia y mi novia, me hace bien. Pero es como que en ningún momento terminás de relajar la cabeza, estás todo el tiempo pensando, incluso en vacaciones. Siempre algo con el tenis hay que hacer. Ahora entré en el programa de doping y tenés que avisar dónde estás todos los días de tu vida y la hora. Te pueden caer a hacer un test a cualquier hora. Es muy invasivo. Obvio que me cuido a full; tengo un atrape tan grande que no comparto el mate con mi familia, por ejemplo. A ver si, por alguna medicación que alguno esté tomando, me salta algo y chau. No sé si es posible, pero por las dudas no lo hago. Es una locura.

El afectuoso saludo entre Djokovic y Ugo Carabelli, en marzo pasado, en Miami, cuando el serbio se impuso por la tercera ronda

-¿Entre los jugadores hablan de los problemas de salud mental?

-Sí, sí, todo el tiempo. Viene uno y dice: ‘Uh, me quiero volver, estoy quemado’. Pero tampoco mucho porque no querés mostrar las cartas. En mi caso no tengo un muy amigo del circuito al que le cuente todo; tengo muy buena relación con todos, pero no hay uno como mis amigos del colegio, mi familia o novia. A la otra semana podés enfrentarte con ese mismo al que le contaste. Yo no toqué fondo como Fede, pero el año en el que no fui al colegio no quería salir de mi casa. Fede dijo cosas muy extremas, yo no llegué a ese punto, pero no quería ver a nadie, me invitaban a hacer algo y no quería. Más adelante también me sentí mal, tuve depresión. Me cuesta mucho viajar, no por los aviones, sino por el desapego. Encima cuando volvés al país y estás una semana tratás de hacer todo: ir a cenar con uno, ver al otro…

-¿Tenés momentos mejores, en los que te conectás con lo más puro del tenis y la competencia del deporte?

-Sí, pero es muy difícil. La vorágine te lleva. En Miami jugué contra Djokovic en cancha central (por la 3ª ronda, ganó Nole por 6-1 y 7-6) y yo crecí viéndolo en la tele, un ídolo… pero estaba ahí y no es nada, es un partido más. La noche previa hablé con mi familia por videollamada y era como que siempre querés más. ¡Nada te llena! Nada. Me cuesta mucho, cuando me va bien, parar y disfrutar de todo lo que logré. Son muy pocos momentos y si los tenés duran poco. Una vez que me retire sí lo voy a disfrutar más. El circuito es tan demandante que es difícil. Te va bien una semana y a la otra tenés que empezar de nuevo. Ganás un domingo un torneo y el martes empezás de nuevo.

-Si pudieras elegir de nuevo tu camino, ¿optarías por el tenis?

-Sí, sí, cien por cien. No me arrepiento de nada. Soy masoquista, jaja.

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