Carlos Bayala: Creatividad, política y el futuro de la comunicación

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En el ciclo Conversaciones nos damos el lujo de dialogar con Carlos Bayala, fundador y director de New Creative Science, reconocido por su mirada sobre el comportamiento humano y social, tanto en la Argentina, su tierra natal, como a nivel global. Bayala combina datos, creatividad y cultura con una sensibilidad única para leer las tensiones de nuestro tiempo: de la política a la tecnología, de los consumos culturales a los modos en que nos vinculamos.

En esta charla, presenta Pan, un Instituto de Experimentación en Inteligencia Creativa que buscará explorar y poner a prueba todas las formas de creatividad conocidas. Y también comparte reflexiones sobre la democracia y los discursos de odio, el impacto de la violencia virtual, el “pánico” inicial frente a la inteligencia artificial y la importancia de recuperar la creatividad orgánica. Además, repasa proyectos que lo marcaron —desde la NASA y el Vaticano hasta Porongo y Potrero— y cuenta cómo es vivir y pensarse argentino desde Londres.

¿Cómo te interpela esta época?

Es un momento fascinante, porque también es terrible. Si evaluamos los dos mundos que hoy existen, tenemos un mundo en guerra física y otro en guerra virtual.La guerra física se da entre naciones que todos conocemos, con el desastre más saliente que es Gaza, que, como escuché decir, y creo que acertadamente, es una especie de Auschwitz con cámaras, donde estamos viendo en vivo una tragedia colosal, de una crueldad tremenda. Y luego está la guerra entre ciudadanos y ciudadanas de uno a uno a través de “alias”, que es virtual. Y creo que es fascinante porque nos estamos dando cuenta de eso.

¿Y cuánto pesa la política y los discursos del odio a nivel global? Vimos hace poco lo que ocurrió con [Charlie] Kirk, a quien terminaron asesinando. ¿Es consecuencia? ¿Es causa? ¿Qué está ocurriendo?

Es consecuencia. Te lo llevo al fútbol, pero no como metáfora, sino como espectáculo social. Cuando los partidos se paraban porque se escuchaban cantos racistas, xenófobos o violentos, al principio era interesante ver cómo los mismos hinchas se miraban entre sí y decían: “¿Qué pasó?”. Después se dieron cuenta de que era por eso, y empezaron a callar a quienes cantaban así, porque querían seguir viendo el partido. La gente entendió que existía una ley implícita que decía: “La palabra es violencia y la palabra genera violencia”.

Eso mismo ocurre en el mundo virtual. Lo de Kirk es, en cierto modo, el “cantito de la cancha”, pero online. La retórica violenta genera violencia. Y con esto no justifico en absoluto una tragedia tan horrible —un padre de familia asesinado es un horror—, pero hay una forma de la palabra que inspira violencia que luego se traslada offline. Creo que nos estamos empezando a dar cuenta y ya aparecen los primeros focos de esperanza.

¿Qué opinás de lo que ocurrió en la provincia de Buenos Aires a partir del último resultado electoral?

Escuché muchas opiniones y muchas son válidas. Pero yo lo interpreto así: en Argentina mucha gente no “compró” a [Javier] Milei, lo “alquiló”. Ese alquiler era: “Queremos que este loco haga dos o tres cosas que se necesitan en este país y que no se harían con la política tradicional”. El problema es que ese público que lo eligió por necesidad se encuentra con otra situación rara, donde Milei interpreta: “No, vos me compraste y yo me quedo acá”. Ese es un peligro muy grande. Yo lo llamé una enfermedad de la democracia.

La democracia está enferma en el mundo: tiene fiebre alta. Solo se va a recuperar si recuperamos la palabra chica, el mensaje chico de los ciudadanos, una palabra positiva y constructiva. Creo que este voto no fue necesariamente un voto a [Axel] Kicillof, sino un voto para balancear, para poner un “medio” a una historia donde la palabra se volvió demasiado violenta.

¿Qué pasa con el comportamiento electoral? Gente que no va a votar, gente que va para expresar enojo. ¿Qué ocurre en la Argentina y en la región, donde este fenómeno excede a lo local?

No soy especialista en política, pero la política me fascina, e irresponsablemente la interpreto así: la votación del domingo pasado fue simbólica. Lo elegido como representantes es secundario frente a lo que se dijo simbólicamente. Se le dijo “hasta acá” a Karina [Milei], a Milei, al “Gordo Dán” y a una forma de hacer no política. Hubo un freno. Quienes no fueron a votar, probablemente habían votado a Milei antes. Ese es un mensaje. Y quienes votaron a Kicillof no lo hicieron todos por él; no hay tanto entusiasmo. Lo hicieron porque no había otra opción. No quiero pronosticar, pero quizás esos dos espacios dejen lugar a un tercero más equilibrado, que creo necesario.

Te saco de la política y te meto en la creatividad, tu core: creatividad fundamentada en datos. ¿Cómo conquistamos a los jóvenes en este contexto?

En vivo. Este encuentro tuyo y mío, cara a cara, es cada vez más valorado. En Europa ocurre algo muy fuerte que empieza a replicarse: el Offline Club, con millones de seguidores, diseña espacios donde la tecnología no ingresa.

El gran problema de la tecnología fue que se anticipó a la ley. La ley vino corriendo de atrás. Cuando la tecnología se apodera de la comunicación —prensa, streaming, redes— se escapa de la regulación. Por eso hubo tanta impunidad. Ahora la legislación empieza a alcanzarla. En el cara a cara, en cambio, hay leyes tácitas: si te empujo, significa que quiero pelear; si no, nos sentamos a charlar. Ese orden implícito, que existe en lo físico, no está en lo virtual. Por eso se leen los tuits que se leen, por eso hay tanta violencia. Pero creo que empieza a encontrar cauce.

¿Cuál es el futuro del sesgo de confirmación, esa idea de leer solo lo que pensamos y evitar puntos de vista distintos?

Está cambiando. El Pew Research Institute mostró que las fuentes volvieron a importar para una parte importante de la sociedad en EE.UU. Es clave, porque durante años la prensa estuvo en su peor momento y los streamers arrasaban en credibilidad. Hoy se empieza a dar algo sano: streamers serios dialogan con periodistas serios. El streamer dice: “Yo no soy periodista, soy streamer”, pero transmite honestidad. El periodista dice: “Me sirve que me interpelen porque a veces soy careta con mi audiencia”. Esa fusión es positiva.

Estás conectado con el MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) y con el arte a través de Gustavo Santaolalla. ¿Qué te dice esa combinación entre datos, creatividad y arte?

Nos obliga a repensar qué significa hoy la creatividad. Hay un tsunami de creatividad sintética. Eso abre una oportunidad gigante para recuperar una creatividad orgánica. Coincido con lo que dijo Sandy Pentland: “¿Querés salvar la democracia? Andá a la esquina y hablá con alguien desconocido”.

¿Y qué contradicción o complemento tiene con la Inteligencia Artificial?

La IA genera un primer pánico, y eso es bueno: nos hace reactivos, nos obliga a verificar. Todo el tiempo nos preguntamos: “¿Esto es real o lo hizo una IA?”. Esa verificación es un gran ejercicio mental. Pero también nos desilusiona cuando sabemos que algo lo hizo una IA. Porque seguimos valorando el contacto humano. Además, quienes manejan los grandes motores de IA son gente con poca calle, muy ensimismada. Les falta, justamente, salir a la esquina.

Vos tenés, por un lado, el comportamiento del creativo y, por otro, el del emprendedor. ¿Existe un “gen argentino”?

Sí. La Argentina produce una síntesis caótica, y el mundo hoy se parece cada vez más a la Argentina. No sabemos si para bien o para mal, pero nos identificamos con lo que está ocurriendo porque lo vivimos durante años. Eso nos da cierta calma en medio de situaciones extremas.

Los europeos estaban demasiado acomodados, confiados en Estados Unidos. Hoy no. Por ejemplo, los servicios militares vuelven a distintas naciones europeas. Eso obliga a los jóvenes a reconsiderar el peligro. Empresas tecnológicas europeas trabajan a gran velocidad porque saben que deberán defenderse solas. Ahí hay un reordenamiento. Vamos a ver cómo responden Europa y su juventud después de 30 años de relajación.

El mundo está atravesado por guerras, y vos también tenés una mirada interplanetaria en tu trabajo con la NASA. ¿Cómo es eso?

Hay un ejemplo que puede darnos esperanza. La misión United —así la llamamos nosotros— busca estudiar un asteroide que pasará cerca de la Tierra el 13 de abril de 2029, mucho más cerca que el cometa Halley: a solo 32.000 kilómetros. Será visible como una estrella enorme.

La pregunta es: ¿qué pasaría si chocara contra la Tierra? Sería como 14 bombas nucleares juntas. Por suerte, nos pasa raspando. Pero si no fuera así, ¿cómo lo desviás? No podés volarlo porque se fragmentaría en miles de trozos más peligrosos. Tenés que desviarlo. Esa investigación la hacen juntos Europa, Japón, India, EE.UU. y países árabes en un programa de defensa planetaria. Detrás de escena, los países están mucho más unidos de lo que parece.

Alguna vez trabajaste también para el Vaticano y la Iglesia católica. ¿Con qué sentido?

Participé en dos iniciativas gracias a la invitación de gente muy generosa, como el padre Fabián, muy amigo de Francisco, y Juan Maquieira. Una derivaba de Fratelli tutti, la encíclica del Papa Francisco. Conversamos con jóvenes emprendedores sobre cómo encarar proyectos, cómo comunicar y potenciar emprendimientos fascinantes.

Un ejemplo es “La muralla verde”, en África, que busca frenar la desertificación desde el Atlántico hasta el Índico. Además de detener sequías, generó trabajo, frenó la migración forzada y debilitó a grupos guerrilleros que reclutaban jóvenes. Una iniciativa científica, comunitaria y creativa que ya lleva más de diez años y que muestra que, incluso en contextos difíciles, se puede cooperar.

Te llevo a definiciones cortas. ¿Qué nos divide a los argentinos?

El miedo.

¿Tu mejor idea?

Estudiar la comunicación antes de hacerla.

¿En qué te equivocaste?

En no haber creado antes mi propia empresa.

¿Qué parte de tu infancia volverías a vivir?

Los 10 años.

¿Qué cosas te hacen reír con ganas?

Los chistes de fútbol. La crueldad futbolera me encanta.

¿Qué enojos no podés soltar?

La envidia y los celos. Son dos herramientas que todos tenemos. Si no las descubrís en vos, aunque sea en mínima proporción, pueden esclavizarte. Es una pelea diaria.

¿Qué canción marca tu vida?

Una en inglés que dice: “No dejes que la guita te cambie”.

¿Qué paisaje de Argentina llevás siempre afuera?

Necochea.

¿Por qué?

Como decía Clemente, “hay un viento que voltea”. Necochea son mis veranos, mi infancia, mis 10 años. Para muchos es un destino menor, pero para mí es un lugar maravilloso.

¿Qué libro marca tu historia?

La autobiografía de Malcolm X.

¿Por qué?

Porque muestra la contradicción del hombre: capaz de cometer enormes errores, pero también de despertar esperanza. Malcolm X encarna violencia y transformación, y demuestra que siempre hay una posibilidad de cambio.

¿De qué te arrepentiste tarde?

De no confiar más temprano en mi impulso creativo. Me castigaba mucho con eso. Tenía síndrome del impostor y lo arrastré toda la vida. Con el tiempo lo entendí como un regulador sano: cuando lo respetás, te vuelve más humilde y te obliga a aprender de los demás.

Muchos no recuerdan lo que pasó con el acuerdo de paz en Colombia: vos anticipaste el resultado cuando todas las encuestas decían lo contrario. ¿Cómo fue?

Los estudios no suelen incluir a menores de 18 años. Yo tuve la chance de hablar con chicos en colegios. Ellos catalizan lo que se conversa en sus casas. Y cuando les pregunté qué pensaban del acuerdo de paz, se agarraban la cabeza.

Las encuestas mostraban entre 65% y 70% a favor. Terminó ganando el “no” por 51% a 49%. Los chicos habían captado el clima real. Ese fue un ejemplo de lo que llamamos pig data, “datos sucios”, pero reveladores. A veces, la mejor encuesta no pregunta “¿a quién vas a votar?”, sino “¿de qué hablaste el domingo en el almuerzo?”. Eso refleja la verdad.

Una vez que superaste ese síndrome del impostor, ¿quién te baja a tierra?

Tres cosas: el recuerdo de los maestros, que vuelve como eco; la familia —hermanos, parejas, hijos—; y las preguntas simples que hacen los chicos. Ellos desestructuran cualquier personaje y te devuelven a lo básico.

Se viene Pan, el proyecto en la Universidad Torcuato Di Tella. ¿En qué consiste?

Es un instituto conceptual de experimentación en inteligencia creativa, sin edificio. Queremos entender la creatividad desde distintos ángulos. Vendrán Dan Goods (NASA), Trevor Edwards (Nike Global), Otto Scharmer (MIT), Marta Minujín, Lucrecia Martel, Gustavo Santaolalla, entre otros.

La consigna es simple: apagar computadoras y celulares, y trabajar con papel y lápiz. Vamos a cuestionarnos lo que creemos saber de creatividad en sesiones de “pánico”, sin red.

Cuestionaste también el negocio de la yerba mate con Porongo. ¿Por qué ese proyecto?

Había un vacío entre lo que la gente sabía sobre la yerba, lo que debería saber y lo que las marcas orgánicas podían comunicar mejor. Ejemplos: el trabajo infantil en la producción, los agroquímicos en el secado.

Porongo buscó hacer ruido desde lo orgánico. Rosa, llamativo, con un nombre fuerte. Porongo es el recipiente del mate, pero también suena a otras cosas en la calle. Esa provocación sirvió para instalar un debate. Después de siete años, logramos un lugar en un mercado competitivo.

Cinco últimas. ¿Quién es Carlos Bayala?

Un tipo que duda todo el tiempo.

¿Qué te trajo hasta acá, a este lugar de entrevistado?

Ser tonto. Puse “sea tonto” como lema en mi agencia. Reconocer y jugar con nuestra propia estupidez es fundamental.

¿Y por qué te considerás tonto?

Porque intento mirar el mundo con sorpresa, lo más infantil posible.

¿Cuánto sufriste y cuánto te sumó vivir expatriado en Londres?

Todos los días en Londres sufrís los 2 de abril, son muy heavys. Explicarle a mis hijos, Domingo y Alonso, que crecen en un país con una historia dura con la Argentina no es fácil. Ahora hacemos una marca de fútbol, Potrero, con botines que llevan las Islas Malvinas en la lengüeta, junto a Pablo Aimar y Agustina Dubié. Ese símbolo une el potrero con las Malvinas y recuerda aquel momento en que Maradona nos dio una revancha simbólica.Me siento más argentino hoy en Inglaterra que hace 20 años.

¿Qué es el pasado para vos?

Una fuente de información, no de apego. La nostalgia es una tentación que trato de evitar. Prefiero la brújula que dice “no sé”. La incertidumbre es buena.

¿Y el presente?

Una posibilidad. Pero me obsesiono demasiado con el futuro. Creo que deberíamos recuperar algo fuera de moda: la religión, no como dogma, sino como idea de que la muerte no es el final. Esa ilusión trae alegría y sentido.

¿Cuándo recuperaste la fe?

Siempre la tuve. Soy optimista. Me parece estúpido pensar que al final solo seremos polvo. En la NASA, por ejemplo, encontrás mucha gente con fe. La religión bien entendida genera alegría común.

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