Como las mentiras, el proteccionismo tiene patas cortas. Esto podría aplicarse a la frase pronunciada por la secretaria de Agricultura de Estados Unidos, Brooke Rollins, luego de que el presidente de su país, Donald Trump, dijera que estaban evaluando importar más carne vacuna de la Argentina con el objetivo de morigerar el impacto de las subas de precios de los cortes que padecen los consumidores de su país.
Rollins dijo que la Argentina tenía problemas con la fiebre aftosa y que, en caso de aumentar las importaciones, no iba a ser por una cantidad importante.
Es evidente que la funcionaria del gobierno de Trump buscaba calmar el malestar de los productores ganaderos estadounidenses por el posible impacto negativo de esa medida en su producción. El anuncio del jefe de la Casa Blanca contradecía, de alguna forma, la política de “América Primero” esgrimida por el republicano en su campaña electoral. La propia Rollins, en abril pasado, a poco de asumir el cargo, había dicho que era necesario reducir las importaciones de carne de “países como la Argentina”.
Pero una suba de 15% de los precios de la carne, que para Estados Unidos es mucho, pareció llamar a la realidad de los funcionarios de Trump y dejar atrás los principios del proteccionismo para apelar al liberalismo. Es decir, que la competencia externa le ponga un techo a los valores internos.

Es entendible que Rollins respalde a sus ganaderos, lo curioso es que una funcionaria de su nivel no conozca que la Argentina no registra focos de fiebre aftosa desde 2006 y que no tiene ningún mercado cerrado por la enfermedad. Es más: se encuentra en el proceso de abrir un mercado exigente e históricamente vedado a las carnes argentinas como el de Japón.
Acaso la secretaria de Agricultura norteamericana haya incurrido en ese error por la discusión sobre la desregulación de la vacuna contra la aftosa que se dio en la Argentina en los últimos años. Desde el kirchnerismo y sus satélites también se buscó forzar esa interpretación. En plena campaña electoral, sus voceros esparcieron en las redes sociales mensajes que vinculaban la desregulación que promovió el ministro Federico Sturzenegger con la supuesta reticencia de los Estados Unidos a comprar más carne argentina.
Rollins, además, seguramente debe saber que el banco de vacunas que dispone Estados Unidos para hacer frente a un eventual brote de fiebre aftosa está a cargo de un laboratorio de origen argentino, Biogénesis-Bagó, que también administra desde este año el de Canadá. Curiosamente, es la firma a la que Sturzenegger acusaba de haber manejado en forma monopólica el precio de la vacuna.
Si la confusión de la funcionaria norteamericana nació a partir del debate sobre el precio de la vacuna, el episodio demuestra que la desregulación en las cuestiones de sanidad animal y de productos veterinarios debería hacerse con bisturí, no con motosierra. La competencia y la desregulación son bienvenidas, pero si no se hacen con criterio técnico sino meramente comercial se corre el riesgo de destruir la reputación de la actividad de ganados y carnes de la argentina frente a otros mercados en un contexto de guerra comercial.
En todo caso, Estados Unidos enfrenta un problema estructural con la caída del stock bovino. De hecho, Rollins anunció esta semana un programa para recuperar la producción. Pero es evidente que esta crisis refleja que puede haber una oportunidad para la Argentina, especialmente si se concreta el acuerdo con los EE.UU. por el cual la cuota con aranceles bajos pasaría de 20.000 a 80.000 toneladas anuales. Más mercados abiertos representan un desafío para toda la cadena. Si aumentan los incentivos para producir más animales pesados, el objetivo de mejorar los índices reproductivos que tiene la ganadería argentina será más fácil de alcanzar. Es también una ocasión para superar todo el resto de las trabas que enfrenta la actividad como la infraestructura, la presión impositiva, el doble estandar sanitario y la informalidad, entre otros. Así como la Unión Europea esgrime argumentos de dudosa base ambiental para no aceptar una mayor oferta de carne de los países del Mercosur, algunos funcionarios norteamericanos apelan a motivos sanitarios cuestionables. Es el viejo proteccionismo que se viste con ropas nuevas y al que conviene estar muy atentos para no perder oportunidades en los mercados internacionales. La producción agroindustrial argentina compite en una liga mundial en la que las reglas de juego no siempre son del todo limpias.
