Estaba al pie de una palmera cuando la vieron. Y, de inmediato, supieron que tenían que hacer algo por aquel pichón de lechuza campanario cuya vida estaba en peligro. Sin perder tiempo, se contactaron con Claudio Restivo, un rescatista y conservacionista que trabaja en la Reserva Natural Parque del Este, en la localidad de Baradero.
Le consultaron qué hacer. Y escucharon atentos. Las noticias no eran buenas: “Claudio nos explicó que los padres de la lechuza no volverían a alimentarla ni podían reubicarla en el nido. Su destino, lamentablemente, era la muerte”, relata Flavia Cabo.
Generalmente, Claudio Restivo se encargaría de un caso como el de la lechuza recién encontrada. Pero, en esta oportunidad, no podía. Había rescatado una camada de crías de comadreja que requerían todo su tiempo y atención. “Debo confesar que al principio no quería tener a este bebé en casa. Pero antes de dejarla morir, acepté”, confesó Flavia Cabo, la mujer que encontró al ave.
“Si un pichón cae, los padres no lo regresan al nido”
Probablemente, el pichón habría caído del nido durante una tormenta. “Estas lechuzas no son de fabricar nidos complejos. En cuanto encuentran una superficie plana, ahí ponen sus huevos. Si algún pichón cae, los padres no los regresan al nido, ya que no pueden transportarlos. Algunos pueden seguir alimentándolos mientras el pichón responda activamente. Pero, si sufrió heridas graves en la caída, los padres no pierden tiempo y se dedican al resto de la camada. Es parte del ciclo natural: algunas crías sobreviven y otras no”, explica Restivo, que es Guardaparque de la Reserva Natural Urbana Parque del Este.
Entonces, ya con una guía para asistir a la lechuza -a la que bautizaron Palmira y le calcularon unos 16 días de vida- Flavia y su marido acomodaron al pichón en una caja de cartón. Claudio les había indicado cómo y con qué debían alimentarlo: menudos de pollo, solo cogote, corazón y panza. Más adelante, habría que intentar con ratones. “Obviamente, como soy vegetariana, puse una cláusula: seré tu mamá, pero sin ratones incluidos”, aclaró ella.
Con el correr de los días, Palmira fue creciendo y pasó de una caja abierta a otra más grande y cerrada. Flavia le cambiaba sus trapitos dos o tres veces por día e incluía una bolsita de agua caliente para mantenerla abrigada. “Al principio le abríamos el pico para alimentarla, luego empezamos a hacerlo con un palito de brochette. Y, poco a poco, empezamos a enseñarle a comer sola”.
Luego le fabricaron una caja-nido de madera y la lechuza ocupó el que había sido el cuarto de la hija del matrimonio. El proceso dentro de la casa duró unos 60 días. “Nos fuimos adaptando a su crecimiento. Cuando empezó a largar el plumón de pichón con el que había llegado fue tremendo: parecía que nevaba dentro del cuarto”.
Con el tiempo, Palmira empezó a caminar, a querer salir, a colgarse de los equipos de aire acondicionado, lámparas y volar de un lado a otro. “Aquel pichón desamparado se transformó en un ser hermoso, con una mirada mágica que te atravesaba el alma y te hacía sentir la criatura más pequeña del mundo. Palmira me adoptó como su mamá, y para mí fue un honor y una gran responsabilidad. Su primer vuelo fue hacia mí y es algo que jamás olvidaré”, recuerda Flavia emocionada.
Plumas para magia negra
Palmira es una lechuza Tyto alba. De hábitos nocturnos, es raro que se dejen ver durante el día. Los individuos de esta especie, anidan en altura, a diferencia de las lechuzas vizcacheras, que hacen cuevas en la tierra. Su visión está adaptada para la noche. Tienen un sentido auditivo altamente desarrollado y, además, cuando vuelan, no generan ruido, lo que las vuelve imperceptibles para sus presas. “Sentirlas volar cerca es una experiencia maravillosa”, dice Flavia.
“Siempre que uno encuentre un pichón, lo ideal es devolverlo al nido. Nada mejor que los padres para cuidarlo. Además se evita que el pichón se impronte con la persona que lo está criando y se haga dependiente de esa persona (en muchos casos el animal improntado rechaza a su propia especie y nunca formará pareja). Por eso, en caso de tener que criar un pichón hay que tener el menor contacto posible. Y que sea solo una persona que lo atienda. En muchos casos se utilizan máscaras o títeres para que el pichón no relacione al humano como familia”, aclara Restivo.
En Argentina, las lechuzas campanario deben hacer frente a la ignorancia y codicia de quienes las matan o las ofrecen en el mercado negro del tráfico de fauna. Ciertas especies, entre ellas la Tyto alba, son muy buscadas ya que se venden sus plumas para la buena suerte o por rituales vinculados a la magia negra.
“Al caer el sol, voló y se fue”
Pero llegó un momento en que tener a Palmira dentro de la casa fue insostenible. Como el matrimonio vive en el campo, en una cabaña en altura, sin depredadores, decidió que lo mejor era trasladar la caja-nido a la galería. “Estuvo un día y medio sin salir. Hasta que, al caer el sol, voló hasta nosotros y se fue”.
Al principio, la lechuza volvía de noche para comer. “Me guiaba por lo intuitivo y por su demanda, como cuando tenés un bebé y sabés cuándo quiere comer. Ella producía un ruido típico de las lechuzas cuando tienen hambre, y entonces la alimentaba”. Luego regresaba a las 6:30 de la mañana a pedir su comida y dormía en su caja. Más adelante dejó de dormir en la caja de madera que hacía las veces de refugio. Solo volvía al atardecer, comía, se dejaba mimar, y se iba. A veces regresaba al amanecer, comía y partía de nuevo. “Lo difícil fue salir con cinco grados bajo cero para alimentarla. Pero para eso estamos las madres”.
Hoy, Palmira vuela en libertad. Y eso es maravilloso. Esa era la idea de Flavia y su marido desde el inicio: respetar a la naturaleza y a los seres que la habitan. En el lugar donde viven, pasan liebres, nutrias… todos vuelven a su lugar. En dos ocasiones, Palmira volvió a la casa de Flavia acompañada de una lechuza igual a ella que sobrevuela, pero no se acerca. “Por eso nunca hay que tratar a los animales silvestres como mascotas. Tampoco alejarlos de la zona donde se los encontró. Son aves que forman familia y algunas especies arman grupos y siempre estarán en el mismo lugar si no se las molesta”, enfatiza Restivo.
“Nosotros somos quienes invadimos su hábitat, y estamos en deuda. Pero también podemos aprender a convivir con respeto, ayudando a que sigan su curso. Ellos son un gran regalo. Es un honor ser parte de su protección y su regreso a la vida libre. Palmira es una gran maestra en el arte de soltar y amar sin condiciones”.
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