CARACAS.– Las últimas decisiones adoptadas por la administración de Donald Trump –la declaración de organización terrorista al Cartel de los Soles, la recompensa récord por información que lleve a la captura de Maduro, la orden de desplegar fuerzas militares para combatir los cárteles de la droga por tierra, mar y aire– son, en principio, una nueva arremetida contra el mando despótico que se atornilla en el país, después de su derrota el 28J y el despliegue de fuerzas policiales y militares para contener nada menos que a su propio pueblo.
Si ese conjunto de decisiones tomadas en Washington despierta más que resquemores e incertezas, las acciones implantadas en el suelo patrio por un grupo de venezolanos entregado a intereses contrarios al bien nacional son un sufrimiento perpetuo, que puede conducir al desaliento, la impotencia, la frustración y, también, a una rebeldía sin marcha atrás, hasta conseguir el desalojo del poder de los responsables de hundir en la miseria a millones de compatriotas.
La inmensa mayoría del pueblo dio un veredicto inapelable. Pero no bastó, lo sabemos, porque no se está frente a gobernantes con un mínimo apego a las formas democráticas. Es un grupo criminal adueñado de un territorio y todos sus bienes. Un remake de la triste y dolorosa historia cubana. La presión internacional, amplia, coordinada e inequívoca, es entonces fundamental para recuperar la democracia en Venezuela.