César Troncoso tenía 25 años cuando tomó su primera clase de teatro. Trabajaba en un estudio contable, estudiaba medicina, pero las cosas no andaban del todo bien. Llegó a la actuación, podría decirse, escapando. Pero, ¿de qué? Nacido y criado en Montevideo, hijo de padre almacenero y madre ama de casa y modista, cuando le preguntaron qué iba a estudiar, eligió por inercia. “Había carreras que había que leer mucho, otras que tenían mucha matemática. Yo elegí medicina, como eligen los vagos: la carrera del medio”. “Salvé más vidas dejando la Facultad de Medicina”, y se ríe. Era, en sus palabras, ”un camino cómodo”, pero “cuando no hay vocación, la comodidad se te va al caño”.
Ahora, en su casa, en Montevideo, a la hora de la siesta, día de semana, más frío que sol, el actor que se volvió furor por su papel en El Eternauta, recuerda el verano donde ocurrió todo: se separó, dejó la carrera y se encontró con algo nuevo y extraño, que pronto llamaría vocación. Hubo un momento muy concreto en esas clases teatrales. “Estaba haciendo un ejercicio, una improvisación con un texto de Antonin Artaud. El profesor nos dijo: ‘Represéntenlo de la manera en que ustedes lo deseen, pónganle la carga sientan que deben ponerle’. Yo hice una cosa medio bailada, medio cantada, con algunos movimientos de expresión corporal, aunque este cuerpo es bastante tronco».
La escena improvisada transcurrió un rato extraño; sucedió por fuera del tiempo. Al terminar, volvió a su silla siendo otro. “Cuando me volví a sentar, detecté una energía rara, muy potente dentro de mí, que me dio mucha confianza. Me acuerdo que me halagó el profesor. Me dijo: ‘Muy bien, de verdad que lo hiciste muy bien’. Ahí dije: ‘Loco, este es el camino’”, cuenta del otro lado del teléfono.
César Troncoso es de abril del 63, pero fue en los albores de este siglo que entró en el mundo del cine. “Con 40 años hice mi primer película”, dice y recuerda: El viaje hacia el mar, de Guillermo Casanova, año 2003. En 2007 hizo XXY, de Lucía Puenzo. Ahí conoció a Ricardo Darín, quien sería su futuro compañero en la serie de Netflix. A la par, hizo otra, El baño del Papa, de César Charlone y Enrique Fernández, que le abrió las puertas de Brasil, donde hizo mucho cine pero también una novela para TV Globo, Flor del Caribe, de enorme popularidad. Desde entonces nunca paró de trabajar en la industria cinematográfica: Infancia clandestina, El pampero, Norberto apenas tarde, La noche de 12 años y un largo etcétera. También en series como Entre hombres, Iosi, el espía arrepentido y Diciembre 2001.
En 2019 protagonizó, junto a Andrea Carballo y Matilde Creimer Chiabrando, 36 horas de Néstor Mazzini. En 2002 salió la secuela, Cuando oscurece, y ahora está llegando a los cines la tercera parte de esta trilogía titulada Autoengaño. Se llama La mujer del río. Pedro, el protagonista, está atrapado en un espiral de angustia que lo violenta. “El tipo no es malo, que le está errando como a las peras todo lo que se propone y hace. Pero hay que tratarlo como el tipo humano que es, porque sino queda la caricatura de un villano y eso no es lo mío; me parece que no aporta nada”. No era una temática ajena: su esposa trabaja en el Ministerio de Desarrollo Social con temas de violencia de género.
El personaje lo fue construyendo a partir de su intuición, el “ida y vuelta” con sus compañeros de escena y la mirada del director, Néstor Mazzini, quien “tenía muy claro para dónde quería ir”. “Y trabajás con todo lo que tenés interiormente, que aunque no lo saques, aunque vos no seas un tipo jodido o complicado, vos sabés que en algún lugar hay porquería humana juntada. Yo tengo mis zonas oscuras, mis zonas terribles, que no las suelto, que no las largo al mundo, pero están. Se trata de pensar un poco en eso, en lo que uno trae, lo que uno tiene, y ahí se se va armando”, asegura.
Esta trilogía, sostiene Troncoso, “podría perfectamente ser un insumo para una discusión interesante y profunda acerca del fenómeno de los femicidios y el fenómeno de la violencia de género. Bienvenido todo lo que sume a debatir el tema, que es un tema que nos cuesta la vida de las víctimas, pero también muchas veces la del victimario, y a veces el victimario también es un pobre tipo sumergido en una vivencia nada compleja”.
—Y de repente llega El Eternauta. ¿Cómo vivís todo este gran fenómeno?
—Sí, es absolutamente desbordante para mí. Yo ya he tenido éxitos, me han premiado en varios países y qué sé yo. Eso ya me ha pasado. Sin embargo, el fenómeno de El Eternauta no sé muy bien a qué se debe ni qué tan profundo sea. Es un punto de inflexión. Es un momento en el que algo cambia. A lo mejor no, pero esa es la sensación. Yo tenía la expectativa, por supuesto, sabiendo con quienes estaba trabajando, sabiendo uno sabe que las cosas se van a hacer bien, que iba a ser un bombazo, pero esto es una bomba atómica. Es mundial lo que pasó. Yo no me imaginaba que Japón, la India, los países nórdicos, que en Estados Unidos iba a estar tercera, que Francia iba a estar segunda. Eso no se me ocurría como una posibilidad. Y sin embargo lo que sucedió, por lo menos desde lo anímico, desde lo personal, es un punto de inflexión. A lo mejor también es un punto de inflexión laboral, habrá que verlo. A lo mejor es un punto de inflexión también en lo que tiene que ver con el reconocimiento y la fama y la carrera. En unos años voy a decir: ‘Loco, entre las cosas que hice, hice El Eternauta‘.
—Y con tu personaje, con el Tano Favalli, se produjo algo especial.
—Sí. Desde declaraciones de amor hasta gente que pide que no me vayan a matar en la segunda temporada. Pasa de todo. Gente que me está dibujando y me mandan por redes. Es un fenómeno muy raro. Yo ya conocía la historieta de antes. Sabía que el Tano Favalli, dentro de la historieta, ya era también un personaje querido. Igual te sorprende, te da vuelta como una media. Es una locura.
—Tiene muchas particularidades El Eternauta, pero lo del mensaje social, en tiempos donde prima el individualismo, es una grata novedad.
—Sí. ‘Nadie se salva solo’. O ‘lo viejo funciona’, que me parece que va en el mismo sentido. Cuando decís ‘lo viejo funciona’ estás hablando de una cosa muy pragmática, que los aparatos viejos funcionan, pero también estás hablando de las edades que tienen los personajes de Ricardo Darín y yo. Nosotros, los veteranos, que somos, al fin y al cabo, junto a otras personas más, los que llevaron adelante una resistencia contra el invasor extraterrestre. Ese mensaje me parece muy piola: démosle bola al viejo y a lo viejo. Porque si queremos construir futuro no podemos dejar a nadie atrás, y menos al que tiene la experiencia y al que la ha vivido. Por el otro, ‘nadie se salva solo’. Es una muy buena frase, pero también es tan obvia. Lo tendríamos que estar sabiendo todos. Si no existe mi mujer, yo no existo. Nadie existe sin el otro. No existo sin el tipo que me da una oportunidad en mi primer trabajo o el que me educa en el colegio. Todos, en esta sociedad, estamos inevitablemente enganchados con el tipo de al lado. Es inevitable. No somos lobos esteparios que vivimos solos en la nieve. Somos personas que tenemos inevitablemente vínculos sociales y cuando no los tenemos nos enfermamos, o de la cabeza o del cuerpo. Es un mensaje tan natural. Debiera de ser tan entendido a la primera, sin ningún tipo de resistencia. Es un mensaje que creo que todo el mundo comparte. Por lo menos es lo que espero. Si alguien piensa otra cosa… mamá mía.
Cine, serie, teatro, telenovela. Para Troncoso no son cosas tan distintas. “Me da la sensación de que las herramientas que se usan en una y en otra son las mismas, solo que tenés que ajustar las perillas. Es diferente hacerlo en un escenario o frente a una cámara. Pero actuar, se actúa siempre más o menos del mismo modo. Lo que quiero decir es que no tenés recursos nuevos para el audiovisual que no tenías en el teatro. Son más o menos lo mismo. Lo que tenés que hacer es ajustarte. Si en una sala teatral tenés que llegar a la fila 20, en el cine vos no tenés que forzar nada porque estás microfoneado. Además la cámara se aproxima a vos. Todo esto hace que el la misma herramienta con la que trabajás la tengas que dosificar distinto. Son complementarias, son placenteras. Yo estoy hecho con ambas”.
La actuación, entonces, no es otra cosa que “un trabajo”, aunque “a veces es muy duro”: “Está la fantasía de que esto es ponerse un smoking e ir a festivales de cine. No, es un trabajo que muchas veces es muy duro. Yo perdí el bazo en un rodaje. Me volví de El Eternauta con tendinitis. Pero es trabajo con placer. Yo pasé 25 años laburando en un estudio contable con mayor estabilidad laboral que la que tengo como actor. Ahora ando bien, pero cuando tomé las primeras obras de teatro andaba a los saltos y no sabía lo que iba a pasar mañana. Lo que tiene de gratificante es que estás haciendo lo que deseás hacer, lo que sabés que hacés más o menos bien. Estás comunicando, porque de algún modo también el teatro es eso: comunicación con el espectador que te mira».
“Cuando actuás estás hablando de tus cosas, hablando de tu país, hablando de tu vida, que son todas cosas necesarias. Cuando vos querés pensar un país o pensar una vida tenés que hablar de las cosas. Y el cine funciona como una herramienta para eso: para hablar de quién sos, de cómo sos, para refrescar cosas que vienen de atrás y que de repente las tenés medio perdidas. Además, el entretenimiento, claro. Para eso uno trabaja también: para entretener al espectador. Es un hermoso lugar de trabajo. No es el único, obviamente, y no todo el mundo tiene que pensar como pienso yo”, concluye el actor, del otro lado del teléfono, desde su casa, en Montevideo.