Chacarita Moderna. La necrópolis brutalista de Buenos Aires es el título del libro, en cuyo prólogo, su autora Léa Namer, le “escribe” una carta a Ítala Fulvia Villa (1913-1991), una relegada arquitecta que, hacia fines de la década del 40, ideó el subterráneo Sexto Panteón (o Panteón VI) de la necrópolis, un inframundo de hormigón que alberga a miles de difuntos.
La arquitecta francesa construyó una obra escrita, que presentará en agosto en Argentina, visita en la que también profundizará su investigación sobre el mítico cementerio y, además, filmará escenas para sus próximos proyectos cinematográficos.
Porque, desde su primer acercamiento con este camposanto subterráneo de 90.000 m2, en 2014, Namer sintió “una conexión muy fuerte” con la persona que había diseñado ese amplio espacio soterrado. “Fue algo intuitivo, difícil de explicar, intuía en ella una sensibilidad cercana a la mía, en la manera en que se organiza la puesta en escena de la bajada a las galerías, en el tratamiento de la luz, en el trabajo cuidadoso del hormigón. Quería convocar esa ausencia, abrir un espacio de diálogo entre dos mujeres arquitectas separadas por décadas”, resumió vía e-mail, desde Francia, a Infobae Cultura.
De hecho, cuando esta arquitecta graduada en París en 2012, con una experiencia de intercambio en la FADU (Buenos Aires, 2010–2011), se interiorizó con el cementerio subterráneo, desconocía la autoría de la proyectista en cuestión. Es más, por la fecha en que se firmó el masterplan (1949), creía que era obra de un arquitecto varón. “Lo que más me sorprendió de Ítala es lo pionera que fue: la sexta mujer en recibirse como arquitecta en Argentina, en una época en la que estudiar esa carrera significaba estar rodeada de hombres. En su promoción, fue la única mujer”, subrayó Namer.
La ambición y coraje de Ítala, para diseñar y llevar adelante un proyecto tan monumental y complejo como el Sexto Panteón, influyó también en las elecciones de vida de la antigua proyectista argentina quien nunca se casó, ni tuvo hijos, decisiones poco convencionales para la época: definían a un ser volcado a su trabajo y vocación pública.
“Lo que me sigue sorprendiendo de ella es cómo una arquitecta tan relevante pudo desaparecer tan rápidamente del relato oficial. No existen archivos, no hay biografías, no hay memoria institucional. Es como si se hubiese disuelto en el tiempo. Falleció en 1991 y, en apenas 34 años, casi no queda nada”, resumió Léa.
Brutalismo en descenso
Desde su rol en la Dirección General de Arquitectura y Urbanismo, Ítala Fulvia Villa concibió un proyecto que proponía una idea radical de igualdad en la muerte. “A diferencia de los mausoleos o bóvedas, donde cada familia compite por visibilidad y prestigio, ella diseñó un espacio común, horizontal, donde todos descansan bajo el mismo cielo, una visión de igualdad”, sintetizó Namer.
Porque, al involucrarse en este proyecto, Villa no se limitó a responder a un encargo funcional sino que diseñó una renovada estética funeraria para el hombre moderno. “Recurrió a la plasticidad del hormigón y a su imaginario abstracto para dotar al Sexto Panteón de una monumentalidad sobria, pero profundamente sagrada, como si reinterpretara los vitrales de las catedrales góticas, trabajando las texturas y motivos ornamentales del material con una delicadeza que potencia la fuerza de las estructuras”, describe la proyectista europea.
Visitar el Sexto Panteón es ser testigo de una escala brutalista que impacta, en donde se ve el trazo de la misteriosa arquitecta argentina orquestando la experiencia del descenso. Las escaleras sobredimensionadas, la modulación de la luz y del sonido, los ecos que varían a medida que uno baja. Todo está pensado para que la arquitectura sea también “un ritual, un pasaje físico y emocional”.
Así Villa decidió verticalizar la tipología del cementerio-parque, una secuencia de circulaciones y un paisaje subterráneo que establecía un diálogo con la naturaleza.
“El color del hormigón envejecido, el verde de la vegetación, la sombra de los árboles, el sonido del viento en las hojas aportan un respiro sensorial al peso simbólico del lugar, porque Ítala realizó un tratamiento paisajístico desarrollado con patios interiores, fuentes de agua y recorridos a cielo abierto”, desarrolló Namer.
Esa integración sutil, entre racionalismo estructural y sensibilidad atmosférica, denotó una completa visión arquitectónica y, aunque muchas partes del proyecto estén deterioradas en la actualidad, aún se percibe la fuerza de su concepción. “Es una arquitectura que, incluso en ruina, sigue viva”, subrayó la francesa.
La organización del Sexto Panteón, para Namer, funciona como un umbral entre el mundo de los vivos y el de los muertos. “Estoy convencida de que Ítala, al reinventar el cementerio moderno, también convocó memorias universales: mitos antiguos como el descenso de Orfeo al inframundo, el laberinto del Minotauro o el cruce guiado por Caronte. El Sexto Panteón se convierte en un escenario de lo invisible, donde esos relatos ancestrales se actualizan en clave contemporánea”.
Según ella, la experiencia de descender es intensa, casi ritualística: una vez abajo, todo cambia. La extensión laberíntica, la repetición de nichos y la pérdida de referencias espaciales remite a una deriva, no solo física, sino también emocional y existencial.
Y, en este contexto, los cuidadores del lugar aparecen como figuras de tránsito, verdaderos pasadores entre mundos. “Me recordaron a Caronte, el barquero que guía a las almas hacia el más allá. Entre lo visible y lo olvidado, son ellos quienes sostienen, en silencio, la vida del lugar”, agrega la arquitecta.
Recuerdos de costa a costa
Namer rememora, desde París, su primera visita al Sexto Panteón, ocurrida hace más de una década atrás. “Fue un bouleversement profundo, un flechazo, una sensación física, intensa: la experiencia arquitectónica más conmovedora de mi vida, como si algo en mi cuerpo estaba cambiado. Tuve la impresión de descubrir un espacio suspendido, casi sagrado. A medida que descendía por las rampas hacia las galerías subterráneas, me invadió la sensación hacer una catábasis, como Orfeo bajando a los infiernos”, explicó.
Su madre, historiadora del arte, le hablaba de este mito desde su infancia a Léa quien, con su afán curioso e investigador, se volvió sensible a los sonidos, al eco de sus pasos, a la luz filtrada a través de los motivos de hormigón. “Todo parecía vivo, esa arquitectura, tan sobria y monumental, tenía algo primitivo”, destacó.
Familias que ponían música y se sentaban en sillas plegables, a pasar un rato en los pasillos silenciosos del panteón -cerca de los suyos que ya no están- conmovieron a Namer, quien atestiguó la manera en que los argentinos se vinculan con los muertos.
Fotos del difunto/a, entradas a recitales, dibujos y frases hechas a mano por los deudos, escudos de clubes de fútbol (y hasta objetos tan disímiles como escarpines o latas de cerveza) conviven con miles de flores que adornan las cientos de tapas de nichos que conforman el Sexto Panteón. “Cada objeto te interpela dentro de un entorno que tiende a la uniformidad, los detalles individuales resaltan con más intensidad”, sintetiza.
Con el tiempo, lo que más le impactó a esta mujer no fue la presencia del duelo, sino su ausencia, entre el arrullo de las palomas que se amplifica en las galerías subterráneas. “La mayoría de los días, el Sexto Panteón está casi vacío, salvo por la presencia de los cuidadores”, reconoce.
— En los videos y fotos, para la investigación de tu libro, mantuviste cierta distancia con respecto a las identidades de los que moran allí. ¿Tu postura fue mostrarte más como espectadora que como visitante?
— Nunca quise invadir el territorio de los muertos, ni el de las familias que los visitan. Intenté mantener una presencia discreta, sin forzar un lugar que no me pertenece. La intención no fue documentar tumbas individuales, sino explorar el conjunto como un cuerpo colectivo, una arquitectura de la memoria y del olvido.
— ¿Viviste alguna experiencia que te haya perturbado? Hay pasillos completamente oscuros, como en varios sectores de nichos que albergan cenizas
— Una vez, que quise llegar muy temprano al cementerio para filmar el amanecer desde el Sexto Panteón, debían ser las siete de la mañana y todavía todo estaba medio oscuro. Apenas pisé la cubierta del panteón, vi salir varios perros desde las galerías. No sé si venían de dormir allí o estaban buscando comida. Con el trípode al hombro, me subí a una de las bocas de ventilación y me quedé totalmente inmóvil, tratando de no llamar la atención, hasta que se fueron. La verdad es que me asusté bastante. Como en muchos cementerios, hay una vida animal subterránea que no había considerado.
— ¿Qué crítica, en cuanto a la política de mantenimiento o respeto patrimonial del lugar, harías para que mejore el Sexto Panteón?
— Creo que es, irónicamente, un cementerio que se está muriendo debido al escaso mantenimiento que tiene. Cada vez menos familias eligen enterrar allí a sus seres queridos y, aunque desde la cubierta, el deterioro pueda pasar desapercibido, en las galerías subterráneas los signos son claros: filtraciones de agua, suelos degradados, falsos techos colapsados y fallas en el sistema de ventilación. Hoy, su conservación depende en gran medida del esfuerzo cotidiano de los cuidadores, que incluso reemplazan las lámparas por su cuenta para que el espacio siga siendo accesible y digno para las familias.