Chespirito: la aventura televisiva del visionario que fundó lazos de camaradería que él mismo terminó dinamitando

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Un chico huérfano que quería ser feliz. Un superhéroe temeroso, torpe y noble. Con estas dos figuras, Roberto Gómez Bolaños se metió en las casas de toda América Latina para derramar diversión y entretenimiento apto para toda la familia. Con El Chavo del Ocho y El Chapulín Colorado, Chespirito internacionalizó el lenguaje, la cultura y la identidad mexicana como nadie lo había hecho desde Cantinflas.

Reventó los ratings televisivos, llenó los estadios más imponentes del continente, creó lazos de camaradería que él mismo terminó dinamitando,e implantó en el inconsciente colectivo hispano de mexicanismos antes incomprensibles y personajes siempre vigentes. Un fenómeno irrepetible, que veneran Los Simpson, Stranger Things, Fortnite, Marvel y DC, con la misma devoción que millones de fanáticos anónimos que repiten sus frases icónicas como mantras y contraseñas.

Aprovechando el estreno de la biopic Chespirito: Sin querer queriendo, recorremos la historia de un icono televisivo que dibujó la risa de varias generaciones.

Un Shakespeare chiquito

Existen muchas versiones sobre esta historia. Y como todas coinciden en lo esencial, pero difieren en algunos datos de color, vamos a quedarnos con una. Ciudad de México, a principios de 1959. En el set de Angelitos del trapecio, octavo largometraje cinematográfico de la dupla cómica Viruta y Capulina (equivalente azteca de El Gordo y el Flaco), el director Agustín Porfirio Delgado Pardavé festejaba las divertidas ocurrencias de su guionista, un gracioso chaparrito (término coloquial para referirse a una persona de baja estatura) que la venía rompiendo con sus trabajos para la radio y la TV.

A carcajadas, mientras exaltaba la calidad de su escritura marcada por los juegos de palabras, Delgado Pardavé le dijo: “¡Por Dios, eres un Shakespeare!… Bueno, ¡un Shakespirito!”. Pensando mucho más allá de su próximo encargo, decidido a capitalizar cada oportunidad que la vida le pusiera en el camino, el guionista saltó de Shakespeare al fonético Chespir; y de Shakespirito a Chespirito. En silencio, Roberto Gómez Bolaños empezó a sonreír, aferrado al futuro que no pensaba soltar.

Roberto Gómez Bolaños, de guionista a protagonista de sus propias ocurrencias

Este drástico pero afortunado cambio en mi vida profesional me hizo comprender algo: la clave está en hacer lo que te gusta y nunca es tarde para ello”, aseguró Chespirito. Gozando del favor del público, debutó como actor en Dos locos en escena (1960) y escribió las rutinas chistosas de los tres programas ómnibus más vistos de la TV local: Cómicos y canciones, Estudio de Pedro Vargas (con el referente de la música popular mexicana) y Sábados de la fortuna. Para este último, creó en 1968 Los supergenios de la mesa cuadrada, pequeño sketch interpretado por el propio Chespirito, junto con María Antonieta de las Nieves, Ramón Valdés, Rubén Aguirre y César Costa. Como si estuvieran al frente de una versión aún más bizarra de Intrusos, los actores jugaban a ser panelistas de un programa de chismes dedicado a burlarse de las principales figuras del star system mexicano. Sentados a esta mesa algo delirante, hicieron su aparición las primeras versiones del Doctor Chapatín, la Chilindrina y el Profesor Jirafales, los tres con sus muletillas más famosas: “Ya me dio cosa”, “Fíjate, fíjate, fíjate” y “¡Ta Ta Ta Ta Tá!”.

Envalentonado con el rating semanal, Chespirito presentó a los ejecutivos del Canal 8 su primera sitcom, protagonizada por un hombre que perdía la memoria en un accidente automovilístico. El ciudadano Gómez debutó el 25 de enero de 1969, con el mismo elenco protagónico de Los supergenios… Contra todos los pronósticos, el programa fue un fracaso estrepitoso y voló rápidamente de la grilla.

Dispuesto a no perder el espacio televisivo, Chespirito accedió al pedido de Canal 8 e independizó a Los supergenios…, abandonando el formato satírico-periodístico para enfocarse en cuadros cómicos de ficción con diversos personajes. “Fue una muy mala experiencia, pero me permitió conocer a Angelines Fernández”, confió Gómez Bolaños. Lo que no dijo en voz alta es que ya no haría programas cuyo título no empezara con “Ch”.

Fríamente calculado

En Los supergenios…, Chespirito terminó de pulir el que sería su estilo definitivo, una entrañable combinación de humor blanco y apto para todo público, que coqueteaba con el absurdo mientras destilaba sutiles apuntes sociales. Utilizando entornos cotidianos y altamente reconocibles, recurriendo al lenguaje coloquial y la creación de una imparable seguidilla de frases icónicas. Todo ello con un timing envidiable, puesto al servicio de mensajes moralizantes alrededor de la amistad, la solidaridad y la familia. “Mi mayor fuente de inspiración siempre fue la calle -contó Chespirito-. Cada detalle de mis personajes los vi antes en hombres, mujeres y niños que pasaban caminando. Yo sólo junté los pedacitos”.

Al arrancar 1970, el notable manejo de cámaras y puesta en escena de Enrique Segoviano terminó de apuntalar el éxito arrollador de cada envío. Ni lerdo ni perezoso, Gómez Bolaños cambió su título a Chespirito y la Mesa Cuadrada, dejando muy en claro quién era el dueño y la fuerza creativa detrás del suceso. En los hogares, las plazas y los mercados, el mexicano de a pie opinaba sobre el humor de Chespirito, dando a entender que se sentía representado por esa forma de hablar, sentir, comer, moverse, comportarse y relacionarse.

Ante lo obvio, el 15 de octubre de 1970, Gómez Bolaños y Canal 8 levantaron la mesa cuadrada y el programa pasó a llamarse, simplemente, Chespirito. Los cambios no fueron sólo de forma, ya que las entregas se prodigaron en nuevas criaturas gracias a la incorporación de diversos actores. Con la llegada de Florinda Meza, Carlos Villagrán, Édgar Vivar, Raúl “Chato” Padilla y Horacio Gómez Bolaños (hermano de Chespirito), se establecieron las nuevas y definitivas versiones del Doctor Chapatín y El ciudadano Gómez; y surgieron Los caquitos (El Chómpiras, El Peterete, El Cuajináis y El Botijas con su esposa La Chimoltrufia), Los chifladitos (Chaparrón Bonaparte y el “licenciado” Lucas Tañeda) y sentidos homenajes a Chaplin y El Gordo y el Flaco.

Entre el amplio pelotón, poco a poco, dos criaturas fueron concentrando el interés masivo de los espectadores: El Chapulín Colorado y El Chavo del Ocho, en referencia directa al canal que lo cobijaba.

No contaban con su astucia

Nacido como parodia del género superheroico, El Chapulín (Saltamontes) estaba en las antípodas de Superman. Sin ningún poder especial, impartía justicia con la fuerza de su noble corazón, la ayuda de sus antenitas de vinil, el infalible Chipote Chillón, la Chicharra Paralizadora y las pastillas de Chiquitolina, junto con un latiguillo de frases memorables (“¡Oh! Y ahora, ¿quién podrá ayudarme?” “No contaban con mi astucia”, “Síganme los buenos”, “Que no panda el cúnico” y “Se aprovechan de mi nobleza”). Generalmente visto como un antihéroe, Chespirito estaba abiertamente en contra de esta clasificación.

“Es un héroe, y esto lo digo en serio -confió en una histórica entrevista del ciclo La noticia rebelde-. El heroísmo no consiste en carecer de miedo, sino en superarlo. Batman y Superman son todopoderosos, no tienen miedo, no pueden tener miedo. El Chapulín se muere de miedo, es torpe, débil, tonto, etcétera. Y consciente de estas deficiencias se enfrenta al problema. Además, como los héroes verdaderos, pierde muchas veces, aunque sus ideas después triunfen”.

A diferencia del Chapulín, en El Chavo el protagonismo pasa de lo individual a lo colectivo. El chico del título es un anónimo huérfano de unos 8 años, que parece vivir en el barril ubicado en el patio de una humilde vecindad (algo parecido a nuestros conventillos), donde familias de escasos recursos alquilan habitaciones. Generador primario de casi todos los conflictos, el Chavo es acompañado en sus travesuras por la enamoradiza Chilindrina (María Antonieta de las Nieves) y el presumido y envidioso Quico (Carlos Villagrán). Alrededor de los niños, el mundo adulto se completa con el pícaro desocupado Don Ramón (Ramón Valdés), padre de la Chilindrina; la engreída Doña Florinda (Florinda Meza), madre de Quico; y la solterona Doña Clotilde (Angelines Fernández), la “bruja” del 71.

El Chavo del 8 fue una de las producciones latinoamericanas más memorables de la historia

Con el correr de las semanas, el mundo exterior comenzó a interactuar con la vecindad, principalmente con el arribo del Señor Barriga (Édgar Vivar), dueño del inquilinato; y las incorporaciones infantiles de La Popis (Florinda Meza), gangosa sobrina de Doña Florinda; el ingenuo Ñoño (Édgar Vivar), hijo del Señor Barriga; y el circunspecto Godínez (Horacio Gómez Bolaños), parte de la creciente troupe infantil. Además, el espacio de la escuela cobró mayor relevancia y eso permitió el regreso del Profesor Jirafales (Rubén Aguirre) al frente de la caótica aula y como interés romántico de Doña Florinda. “El Chavo no estaba originalmente dirigido al público infantil, sino al adulto. Lo que pasa es que mi padre trabajó con los valores morales y las grandes contradicciones humanas. Y del choque entre esos opuestos surgió una comedia universal”, aseguró Roberto Gómez Fernández, hijo de Chespirito.

Creados como chistes sueltos a fines de 1970, El Chapulín y El Chavo fueron expandiendo sus universos a medida que el rating los iba entronando. Cada vez más alto. Un año después, la hora de artística de Chespirito estaba dividida en dos mitades iguales, una para cada uno de los personajes. La gente, rendida ante el talento de Chespirito, lo seguía en televisión y consumía las figuritas, historietas, muñequitos y todo tipo de merchandising oficial, gestionado por el propio Gómez Bolaños. Consciente de que había llegado la hora de emancipar al héroe y al chico, Chespirito dio uno de sus pasos más ambiciosos: aprovechó la fusión de los canales 8 y 2 para cancelar Chespirito y entregarle a la recién fundada Televisa, dos de los activos más importantes que tendría la mayor compañía de contenido audiovisual de habla hispana.

Chiripiorcas y garroteras

En febrero de 1973, El Chapulín Colorado y El Chavo estrenaron sus propias series, en el horario central de la pantalla más caliente del país. Con ellos se mudaron también todos los personajes de Chespirito, primero en cortos entremeses que prologaban los episodios de las estrellas principales; y después compartiendo aventuras. Así, el Chapulín salió en defensa del Doctor Chapatín, que revisó a Chaparrón Bonaparte después de que El Chómpiras intentara birlarlo mientras La Chimoltrufia hacía sus compras cerca de la vecindad del Chavo. La apoteosis de estos cruces llegó a El Chapulín Colorado en julio de 1974, bajo la forma del episodio doble “El disfraz, el antifaz y algo más”, donde todo el universo de Chespirito se daba cita en una misteriosa fiesta de disfraces.

Fueron los años dorados de esplendor y expansión de las franquicias. Su éxito se extendió por toda América Latina y llegó hasta los Estados Unidos. Manteniendo promedios históricos de 60 puntos de rating semanal en cada país, las series fueron seguidas con devoción por más de 350 millones de televidentes continentales, que terminaron naturalizando el uso de mexicanismos inentendibles antes de semejante fenómeno, como “menso”, “chusma”, “chispotear”, “chichicuilote” y hasta la sencilla “torta de jamón”.

A mediados de los ‘70, Chespirito y los suyos alcanzaron la categoría de rockstars, girando por el mundo mientras se cansaban de llenar estadios con sus espectáculos musicales y humorísticos. A sus pies cayeron rendidos el Estadio Nacional de Santiago de Chile, el Anfiteatro de la Quinta Vergara en Viña del Mar, el Luna Park de Buenos Aires, el Madison Square Garden de New York, el Poliedro de Caracas, el Coliseo Amauta del Perú y las instalaciones más grandes de Bolivia, Panamá, Puerto Rico, Honduras, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica, Ecuador, Uruguay, Paraguay y Colombia.

El boom se extendió rápidamente por toda América

Semejante repercusión vino acompañada de recaudaciones multimillonarias, que no se distribuyeron equitativamente entre las partes; y de un fervor popular para los personajes de Quico y Don Ramón, que comenzaron a ganar mayor protagonismo en las tramas. Dinero y celos profesionales, las dos razones que terminaron generando grietas donde antes había amistad y compañerismo.

“Nadie discutió nunca el talento de Roberto, pero el amor incondicional que despertaron los personajes fue por lo que nosotros hicimos con ellos -sentenció Villagrán-. Fíjate que el llanto gutural de Quico fue idea de Segoviano; y las frases ‘no me simpatizas’, ‘chusma, chusma’ y ‘ya cállate, cállate, cállate que me desesperas” surgieron de improvisaciones mías. Por eso, cuando digo que nosotros también fuimos los creadores de esos personajes es porque nosotros también fuimos los creadores de esos personajes”.

En 1978, Quico abandonó la vecindad. “No por decisión propia, a mí me sacaron –aseguró Villagrán-. Pero Don Ramón se salió por compañerismo, por solidaridad y porque fue un grande”. Valdés se bajó en 1979, alegando motivos personales, aunque en una entrevista confesara después que el ambiente de trabajo había dejado de ser lo que era. “Estábamos entre la chiripiorca y la garrotera”, dijo en referencia a las reacciones físicas que solían manifestar Chaparrón Bonaparte y el Chavo, perdiendo el control de sus movimientos o paralizando por completo su cuerpo.

Formalmente vetado por Chespirito, e iniciando una batalla mediática por la propiedad intelectual de Quico, Villagrán empezó a recorrer Latinoamérica con sus espectáculos personales de Federrico y Kiko, dos chicos vestidos de marinerito y con “cachetes de marrana flaca”.

Valdés abandonó el ciclo en 1979, un año después de la salida de Villagrán

“Estuve siete años en Venezuela y once en la Argentina –aseguró-, porque no podía regresar a México. En casa no tenía trabajo”. En escena estaba acompañado por Ramón Valdés, cuyo personaje era un calco de Don Ramón. Salvo un pequeño paréntesis en 1981, cuando regresó temporalmente a la vecindad del Chavo, Valdés se mantuvo al lado de Villagrán hasta su muerte, ocurrida el 9 de agosto de 1988 a causa de un cáncer de estómago.

Se lo llevó el chanfle

La salida de Villagrán y Valdés fue un golpe durísimo. Para el Chapulín, donde los actores no interpretaban personajes fijos, significó la pérdida de una dinámica humorística provocada por la extraordinaria química que mantenían entre ellos. En El Chavo, la falta de Quico y Don Ramón impactó con la fuerza de una bomba atómica. Para peor, la incorporación de Jaimito el cartero (Raúl “Chato” Padilla) y Doña Nieves (María Antonieta de las Nieves), abuela de Don Ramón y “bizcabuela” de la Chilindrina, terminó haciendo más notorio el hueco emocional provocado por las ausencias.

Chespirito entró en un bloqueo creativo importante, marcado por la repetición de chistes y una serie de innecesarios remakes de capítulos exitosos, incluido el clásico “El disfraz, el antifaz y algo más”. Para Padilla, “la caída no fue drástica, pero sí continua”.

El 26 de septiembre de 1979, tras 7 temporadas y 283 episodios, El Chapulín Colorado se despidió del público. Ante las cámaras, el Chapulín graba su última escena y se retira del set, dejando a los actores Florinda Meza, Rubén Aguirre y Édgar Vivar a cargo de la presentación oficial de su reemplazo, La Chicharra, que debutó el 3 de octubre. Las desventuras del periodista Vicente Chambón y la fotógrafa Cándida (interpretados por Chespirito y Florinda Meza), reporteros estrella del diario La Chicharra, se mostraron chatas y repetitivas. Ante la mala recepción del público, la serie se levantó el 9 de enero de 1980, con sólo 15 episodios realizados y emitidos.

La agonía de El Chavo fue un poquito más larga. Se extendió hasta el 7 de enero de 1980, totalizando 290 episodios en 8 temporadas. “Dejé de hacerlo porque el peor error que uno puede cometer es dejar de evolucionar -se sinceró Chespirito-. El ser humano es producto de la evolución y tiene que ir cambiando”. Gómez Bolaños tenía pensado un cierre trágico, completamente atípico para su historial: El Chavo moría atropellado por un automóvil, era velado en la vecindad y todos los personajes lloraban desconsolados su partida. La idea de Chespirito era mostrar un mundo moderno y convulsionado, que sepultaba la nobleza y la bondad para abrazarse a valores tóxicos y deshumanizados. Por suerte, su hija, la psicóloga Graciela Gómez Fernández, lo convenció de abandonar el proyecto por los efectos devastadores que la vuelta de tuerca podía llegar a producir en los pequeños televidentes.

Sin solución de continuidad, a partir del 28 de enero de 1980, todos los personajes de Gómez Bolaños quedaron subsumidos en la segunda etapa de Chespirito. Retomando la naturaleza antológica del programa de sketchs, el material nuevo empezó a alternar con viejas repeticiones y refilmaciones que mutaban de acuerdo con la disponibilidad de los actores.

La frágil relación interpersonal entre las figuras traspasó la pantalla, y el clima de tensión quedó totalmente visibilizado. Ramón Valdés volvió y se fue. María Antonieta de las Nieves inició su proceso de apropiación de la Chilindrina, pelea que terminaría eclosionando como la expulsión más fuerte del ciclo. Édgar Vivar y Raúl “Chato” Padilla se retiraron para tratar sus problemas de obesidad y diabetes. Angelines Fernández falleció y Chespirito empezó a mostrar los achaques de su edad. Después de 15 años de sostener el programa en horario central a pesar de las cada vez más magras mediciones, Televisa decidió reprogramar a Chespirito en un horario menos competitivo de los fines de semana. Gómez Bolaños no estuvo de acuerdo, y el 25 de septiembre de 1995 bajó definitivamente la persiana. Entretenido con los viejos episodios de El Chapulín Colorado y El Chavo, el mundo casi ni registró la noticia.

Síganme los buenos

El paso del tiempo abrió nuevas lecturas sobre los materiales generados en otros contextos sociohistóricos. Como si hubieran sido realizados bajo parámetros actuales, el segmento más crítico definió al humor de Chespirito como una exaltación de los estereotipos y los comportamientos machistas y clasistas, proclive al bullying, la ridiculización de las diferencias, las burlas crueles y la violencia física sobre los infantes.

“No es así. La ternura fue la clave detrás de los personajes de mi padre; y gracias a ese sentimiento generó audiencias en toda Hispanoamérica. Era un hombre bueno, con una mirada inocente a la hora de reflejar las vulnerabilidades humanas”, afirmó Gómez Fernández, creador y guionista de Chespirito: Sin querer queriendo, biopic que acaba de estrenar el servicio de streaming Max.

Ajenos a la discusión, artistas de todo el mundo se referenciaron en la figura de Chespirito y le rindieron diversos tipos de homenajes. Entre los más notorios se encuentra el Hombre Abejorro, personaje creado en 1992 por Matt Groening para Los Simpson, después de ver un episodio de El Chapulín Colorado. En la ficción, se trata del alter ego de Pedro Chespirito, actor mexicano que encarna al torpe paladín en un programa en castellano para el Canal 8 de Springfield.

Además de haber sido incorporado al videojuego Fortnite, el legado de Gómez Bolaños encarnó en La Langosta Roja, superheroína de los cómics de Marvel aparecida en 2017; y en una escena post-créditos del film Blue Beetle (2023), donde DC convenció al hijo de Chespirito para realizar un nuevo corto animado del Chapulín en stop-motion, locutado por el propio Gómez Fernández imitando la voz de su padre. En México, para lanzar la segunda temporada de Stranger Things (2017), Netflix realizó un corto de cinco minutos donde María Antonieta de las Nieves interpretaba a La Chilindrinueve, antecedente directo de Once como conejito de indias para los experimentos psíquicos en el pueblo de Hawkins.

Muestras ínfimas del enorme cariño y respeto que millones de fanáticos le siguen profesando a este Shakespeare chiquito, capaz de emocionar a lo grande con la mueca melancólica de un chico huérfano o el arrojo de un héroe más noble que una lechuga. “Yo sólo quise divertir a los pueblos trabajadores”, dijo alguna vez Chespirito. Vaya si lo logró.

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