Chimamanda Ngozi Adichie aparece en la pantalla cuando todos los periodistas están muteados. En esta rueda de prensa virtual, la presentación de su nueva novela, Unos cuantos sueños —muy esperada: su última novela es del 2013—, hay unas 79 personas conectadas. Si en el inicio hubo bullicio y dispersión, ahora prima el silencio, la atención. Unos anteojos de marco grueso, una bata amarilla de seda, un guelé en la cabeza de color fucsia, al igual que el labial, y una sonrisa blanca, prístina, geométrica.
No solo es esperado este regreso para el mercado editorial y para sus lectores, también para ella. Su tercera novela, la última que había publicado, fue Americanah, que ganó el National Book Critics Circle Award y se convirtió en serie con Lupita Nyong’o como productora y protagonista. Al año siguiente publicó el ensayo Todos deberíamos ser feministas, que la posicionó, ya no solo como autora de ficción dura, sino como, ya no solo ensayista, sino intelectual, además de referente feminista.
También es, según leemos en la web de Penguin Random House, “el libro más esperado de 2025 según Oprah Daily, Readers Digest, The Seattle Times, LitHub, The Chicago Review of Books, Marie Claire, Harper’s Bazaar, Elle, Radio Times». Esa necesidad de saber qué dice, qué piensa y qué sueña Chimamanda Ngozi Adichie está ligada a la incertidumbre de estos tiempos. Una incertidumbre que ya no tiene la ingenuidad de la época de la pandemia, sino que está teñida por el cansancio y la imposibilidad.
En este contexto es que aparece Unos cuantos sueños, una novela de largo aliento —unas 529 páginas en su edición en castellano, traducida por Carlos Milla Soler— con cuatro personajes centrales, todas mujeres: una escritora nigeriana que vive en Estados Unidos, su mejor amiga abogada, su prima influyente entre la sociedad de Nigeria, y su ama de llaves inmigrante. No hay dudas: es un libro feminista. Lo es en el sentido que despliega sus vidas frente a las dificultades del mundo; no en forma de manifiesto.
“La novela no es una terapia. Hay aflicción, hay dolor, pero también me encontré riendo al escribirla. Espero se pueda percibir el humor que tiene”, cuenta durante el Zoom. Para la autora, la sororidad no es una moneda tan corriente. De hecho, dice, “hay muchas mujeres que no quieren otras mujeres”. Su propuesta es sencilla: “La amistad entre mujeres es algo radical. La verdadera amistad entre mujeres es algo revolucionario”. “A veces, estar vivo es atrapar algo aunque sea imposible”, agrega.
“Necesitamos ver a más mujeres haciendo eso que llamamos literatura seria”, dijo y lamentó que exista esta foto del presente, a tono con las burbujas de autoafirmación: “Hombres leyendo a hombres y mujeres leyendo a mujeres”. “Si los hombres leyeran más literatura de mujeres, porque yo creo en la literatura, mejoraría la comunicación”, y agregó: “Las mujeres por sí solas no pueden resolver la marginación. Solas no podemos resolver los problemas del mundo; los hombres son parte esencial”.
Adichie nació en un pequeño pueblo de Enugu, Nigeria, llamado Abba, en 1977. Que sus padres le hayan inculcado el hábito de lectura pudo haber sido clave, pero quizás también esto: cuando la familia se mudó a la ciudad de Nsukka se instalaron en una casa donde vivió, varios años atrás, Chinua Achebe, autor de la novela Todo se desmorona, el libro más leído en la literatura africana moderna. Estudió Medicina pero se inclinó por la literatura y, tras conseguir una beca, se fue a estudiar a Estados Unidos.
La carrera académica empezó con Comunicación y Ciencias Políticas en la Universidad de Drexel, siguió con una Maestría en Escritura Creativa de la Universidad Johns Hopkins, continuó con una Maestría en Estudios Africanos en la Universidad de Yale. Mientras tanto, publicó La flor púrpura en 2003, Medio sol amarillo en 2006 y Americanah en 2013. Su nombre empezó a resonar en 2009 cuando dio una charla TED titulada “El peligro de una sola historia”, donde habló de los estereotipos en torno a África.
En la rueda de prensa habló de inmigración: “Quienes sueñan con una vida mejor están siendo criminalizados”. También sobre ser una mujer negra: “Hay una comprensión intuitiva entre nosotras del hecho de ser mujeres. Pero las mujeres negras parten de una situación más difícil. Una mujer negra que muestra rabia es algo todavía peor”. “Yo escribo ficción realista. Espero que si alguien la lea dentro de cien años entienda cómo vivimos hoy”, y agregó: “La literatura es nuestra última frontera para decir la verdad”.
El momento más gracioso de esta rueda de prensa fue, sin dudas, cuando un periodista varón le preguntó si el libro estaba dedicado a los hombres. Adichie detuvo el tiempo con una gran risotada y dijo: “No, claro que no”. “Es una novela para todo el mundo”, explicó. Y el momento más aburrido fue todas las veces en que la autora no supo responder a preguntas, también aburridas, sobre cómo nació tal personaje o por qué puso a tal personaje en tal lugar de la novela. “Realmente no lo sé”, repitió.
La rueda de prensa fue eso: preguntas a la autora. No todas, desde ya. Entre las que se incluyeron, alguien se refirió a la “masculinidad tóxica”. “No me gusta la expresión de masculinidad tóxica. ¿Qué significa? A menudo los niños crecen con una idea de masculinidad que realmente no lo es. Por ejemplo, la violencia contra una niña. Eso no es fuerza, es inseguridad: estás pegándole a alguien más débil que tú. No deberíamos poner la etiqueta de masculinidad ahí. Esa violencia no está mermando”, arremetió.
“Nos tenemos que adentrar, no solo en las víctimas, sino en quienes la ejercen. ¿Qué les pasa a esos chicos para que de pronto algo se tuerza y hagan lo que hacen? Hay que redefinir la masculinidad. No una masculinidad femenina, no, me refiero a otra cosa, a ir hacia atrás, a buscar esas ideas que a veces se consideran anticuadas. Creo que es importante que nos planteemos más preguntas sobre cómo reducir la violencia. No es solo centrarnos en las víctimas, sino en los perpetradores», concluyó.