China acaba de hacer una doble demostración de fuerza: ¿está lista para liderar el mundo?

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Las dos escenas ocurrieron con horas de diferencia. En Washington, un Donald Trump malhumorado y con poca paciencia desmentía ante el asedio de los periodistas los rumores sobre su muerte que se habían instalado en las redes sociales tras varios días de ausencia. A 11.000 kilómetros de ahí, Xi Jinping, Vladimir Putin y Kim Jong-un paseaban distendidos y con aire triunfal por Pekín y filosofaban sobre la inmortalidad, según los captó un micrófono abierto.

Ese contraste en el estado de ánimo sintetiza la semana en la que China quiso venderse al mundo como líder de un nuevo orden global con dos demostraciones de fuerza de alto impacto, la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) en Tianjin y un desafiante desfile militar en Pekín.

Putin, Xi y Kim en Pekín

La lectura dominante de los analistas es más o menos la siguiente: China apuesta a capitalizar, que bajo el mando de Trump, Estados Unidos se volvió una potencia impredecible y poco confiable, y se ofrece ante los países desorientados del mundo como una garantía de estabilidad. Ante los volantazos y los cambios intempestivos de opinión del líder del mundo libre, el régimen comunista se muestra como una alternativa de consistencia a lo largo del tiempo.

Los dos eventos fueron minuciosamente coreografiados por Xi para reforzar este desafío a la hegemonía norteamericana. En la cumbre de la OCS participaron más de 20 líderes, incluido el primer ministro indio, Narendra Modi, que se acercó a China después de subir sorpresivamente a los primeros puestos del ránking de lideres mundiales apuntados por la guerra comercial de Trump.

En el desfile, que conmemoró el 80º aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial, Xi, Putin y Kim se mostraron por primera vez juntos en el mismo lugar. El aislamiento que Occidente quiso imponer a Rusia por la guerra de Ucrania y a Corea del Norte por su plan nuclear no estaría funcionando.

Helicópteros chinos vuelan en formación durante el desfile

Xi aprovechó la cumbre para criticar implícitamente a la Casa Blanca y pidió a los líderes mundiales que se opongan al “hegemonismo y la política de poder” y practiquen un “verdadero multilateralismo”. El desfile no solo buscó tocar una fibra nacionalista, sino también reescribir la historia de la Segunda Guerra Mundial y mostrar a China como artífice de la victoria contra el fascismo, en lo que algunos expertos llaman una “guerra de la memoria”.

Si la apuesta de Xi era demostrar el éxito de su política exterior y aprovechar los choques de Estados Unidos con la India y otros socios para atraer nuevos países a su órbita, Trump acusó el golpe. “Parece que hemos perdido a India y Rusia ante la China más profunda y oscura. ¡Que tengan un futuro largo y próspero juntos!”, ironizó Trump este viernes a la mañana en su red social.

En una tregua después de que ambos demostraran que pueden dañar escalando la guerra comercial, Trump y Xi se encaminan ahora a una esperada cumbre que redefina la rivalidad entre las dos mayores potencias del mundo. ¿Habrá llegado finalmente el momento en el que todos deberíamos aprender a hablar chino? Veamos.

Primer desafío: ¿un bloque chino?

Junto con el foro de los Brics, la OSC se ha convertido en un instrumento clave en la campaña de China para proyectar esta imagen global de estabilidad. Fundado en 2001, se amplió de sus seis miembros originales a 27, y su agenda está cada vez más centrada desarrollar esta visión de un orden mundial alternativo al promovido desde Occidente.

Pero a pesar de la imagen de unidad que China intenta proyectar, la OCS no es un bloque monolítico alineado con sus intereses. No es un pacto de seguridad colectiva ni tiene mecanismos de coordinación militar o de inteligencia. La OTAN puede tener sus desencuentros, pero hasta ahora no hay parecido a un bloque chino.

Dicho de otra manera, hoy, al igual que los Brics, la OSC es más una tribuna para hacer declaraciones políticas que una plataforma desde la que China puede impulsar respuestas colectivas junto con otros países a los desafíos que les plantea Trump.

A la mayoría de los miembros de este foro no los une tanto el amor a China como el espanto a Trump. Y eso aplica especialmente para la India. El primer viaje de Modi a China en siete años fue interpretado como una respuesta a su disputa con Trump por los aranceles, pero la rivalidad entre las dos potencias asiáticas es demasiado profunda como para empezar a hablar de una alianza.

La India y China compiten por ejercer su influencia en Asia, y están en veredas opuestas en casi todos los conflictos de la región. Incluso ambos países tienen disputas fronterizas todavía no resueltas, que han devenido en recurrentes enfrentamientos mortales, el último de ellos hace apenas cinco años.

El presidente ruso, Vladimir Putin, el primer ministro indio, Narendra Modi, y el presidente chino, Xi Jinping, conversan antes de la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) en el Centro de Convenciones y Exposiciones Meijiang en Tianjin, China, el lunes 1 de septiembre de 2025.

En una señal de estas tensiones, Modi evitó ir al desfile militar de Pekín. Algunas de las armas chinas que se exhibieron fueron usadas por Pakistán en la escalada con la India que estuvo al borde de desencadenar una guerra abierta.

El propio Trump se encargó de reabrirle la puerta a Modi apenas horas después de haber tuiteado que había perdido la India. “Siempre seremos amigos, es un gran primer ministro”, dijo en el Salón Oval. Y Modi lo correspondió la mañana del sábado: “Comparto plenamente los sentimientos del presidente Trump. India y Estados Unidos mantienen una asociación estratégica integral y global muy positiva y con visión de futuro”.

Además de para intentar atraer a Modi, para Xi Jinping la OSC también fue una oportunidad de ganarse el apoyo de los líderes regímenes autocráticos, como el ruso o el iraní, que pudieron mostrarse en la arena internacional y demostrar así las sanciones occidentales no son suficientes para aislarlos.

Es el tipo de comportamiento que en el pasado generó reparos en varios países de cambiar un liderazgo norteamericano por uno chino: ¿un orden regido por Pekín legitimaría a las autocracias y convertiría a la represión y a la censura en prácticas mundialmente aceptadas? Es un interrogante que hoy muchos piensan que también le calza al jefe de la Casa Blanca. China todavía tiene camino diplomático por recorrer para instalar su idea de un nuevo orden global, pero la coyuntura parece ayudar a que más países estén dispuestos a escuchar.

Segundo desafío: poder militar

Una potencia que quiere imponer un nuevo orden mundial además de un aparato diplomático necesita demostrar su capacidad de defenderlo por la fuerza. Y ahí es donde entra la segunda demostración de fuerza que Xi Jinping hizo esta semana. Con su desfile militar, busco instalar la idea de que su Ejército le está recortando distancia a pasos acelerados al de Estados Unidos.

Por Pekín desfilaron misiles balísticos intercontinentales con capacidad nuclear, misiles hipersónicos casi indetectables, drones de última generación y tanques avanzados. Gran parte de este arsenal parece diseñado específicamente para una posible invasión de Taiwán.

El desfile en Pekín

Según datos de The Wall Street Journal, en la última década su arsenal de armas nucleares creció más de dos veces y además construyó la flota naval más grande del mundo en número de buques.

La brecha en la calidad del armamento con Estados Unidos también se está reduciendo, pero eso no compensa las desventajas y vulnerabilidades que todavía rodean al Ejército Popular de Liberación (EPL) chino.

Empezando por el gasto. El presupuesto militar de China prácticamente se duplicó en la última década y alcanzó hoy unos 250.000 millones de dólares, pero ni así llega a representar un tercio del norteamericano, que asciende al billón de dólares.

El desfile en Pekín

A eso se suma la falta de experiencia en combate. El EPL no ha librado una guerra a gran escala desde 1979. Su capacidad para llevar a cabo operaciones conjuntas complejas e integradas a gran escala es teórica y no ha sido probada en un conflicto real. En términos prácticos, nadie sabe si China está en condiciones de hacer un ataque lejos de su territorio como el bombardeo de Estados Unidos al programa nuclear iraní de julio pasado.

Por último, la corrupción. Xi ha emprendido una profunda purga dentro de las fuerzas armadas, con la destitución de al menos dos docenas de altos mandos y ejecutivos de la industria de defensa en los últimos dos años. Estas purgas pueden consolidar el control político de Xi, pero generan dudas sobre la preparación para el combate y la fiabilidad de la cúpula militar.

“Xi no confía en el EPL y no apostaría su régimen a su capacidad para disuadir o derrotar a Estados Unidos en una guerra. Para Xi, Taiwán sigue siendo una crisis que debe evitarse, no una oportunidad que quiera aprovechar”, sintetiza John Culver, especialista de la Brookings Institution.

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