Se presentó en la Sección Orizzonti del pasado Festival de Venecia y ya se ha convertido en una de las óperas primas más interesantes (y más especiales) del año.
Se trata de Estrany riu (Extraño río), el debut en la dirección de Jaume Claret Muxart que ha conseguido lo más difícil, componer una atmósfera y una identidad propia en su primera película detrás de la cámara.
Comenzó a escribir esta historia con diecinueve años y su desarrollo coincidió con el descubrimiento de su propia identidad cinematográfica gracias a cineastas como Milagros Mumenthaler (Las corrientes), Matías Piñeiro o Angela Schanelec (Estaba en casa, pero…). Gracias a esa visión tan libre a la hora de acercarse al cine como espacio de experimentación, empezó a configurar su propio estilo.
Un viaje tanto físico como sensorial
El resultado de todo este proceso de búsqueda es una película que, al fin y al cabo, también parece indagar a cada paso sobre sí misma y que parte de un viaje físico, el de una familia que recorre los márgenes del Río Danubio en bicicleta, y termina convirtiéndose en un trayecto en el que el protagonista, Dídac (Jan Monter), explorará su sexualidad.
La película bascula entre la realidad y el elemento onírico y su acercamiento al interior de los personajes resulta de lo más poético y repleto de un extraño magnetismo.
El director disemina durante la película algunos datos biográficos, como la propia premisa, ya que su familia dedicaba muchos veranos al cicloturismo por Europa.
“Esos viajes tienen un ritmo muy concreto, muy atípico que corresponde con la velocidad de la bicicleta”, cuenta el director a Infobae España.
Elementos mitológicos
Cuando decidió ubicar la acción en el Danubio, comenzaron a aflorar ciertos mitos, como la figura de Ondina, ninfas acuáticas (en este caso ‘sirenos’) que viven en los ríos y entornos fluviales.
“Me interesan mucho las figuras misteriosas y en este caso se trataba de una entidad acuática que cada verano emergía a la superficie para encontrar el amor. Me parecía que era una figura que entroncaba con el romanticismo alemán”, continúa el director.
No cabe duda de que nos encontramos en el territorio de la fábula, aunque al director no le guste la etiqueta de realismo mágico. Pero sí que hay un momento, como también ocurre en Romería en su parte final, en la que nos introducimos en un espacio de ensoñación en el que, incluso, no se necesitan las palabras.
En ese sentido, el trabajo de sonido y de fotografía de la película resultan fundamentales, a la hora de escuchar el agua, de sentir el sol, como si todos esos elementos se fundieran de manera orgánica. “Queríamos hacer una película que de alguna manera estuviera siempre en movimiento”, cuenta el director.
Jaume Claret siempre tuvo claro que quería rodar en 16mm. “Me da pánico lo digital”, continúa. “Y después están las texturas que se generan, que son como óleos, algo muy ‘matérico’…”.
El director reivindica ese tipo de cine en la era de la digitalización. “Me interesa más cómo el romanticismo se sitúa en el mundo contemporáneo”.