El cine peruano no solo está vivo, está en pleno auge. En el año 2024, se estrenaron 87 largometrajes nacionales, superando por tercer año consecutivo la cifra anterior. Casi la mitad fueron documentales, un género que ha encontrado su lugar no solo en salas comerciales, sino también en festivales, plataformas digitales y espacios alternativos. Por primera vez, Perú tuvo presencia oficial en el Marché du Film del Festival de Cannes, gracias a la estrategia Film in Perú de PROMPERÚ, posicionando al país como un escenario natural para historias globales. Además, un estudio de PwC proyecta que, para el 2025, el mercado cinematográfico peruano generará cerca de 200 millones de dólares.
Esto demuestra que el cine no solo es arte, sino también es una industria en crecimiento con impacto económico, cultural y turístico. Sin embargo, este crecimiento exige una pregunta urgente: ¿estamos formando a los profesionales que esta nueva era del cine necesita?
En Latinoamérica, países como México, Colombia y Argentina han consolidado sólidas industrias audiovisuales. Perú, pese a avances importantes, enfrenta desafíos: falta de financiamiento sostenido, limitada presencia internacional fuera de festivales y una desconexión entre formación académica y necesidades del sector. Según la Asociación Nacional de Salas Cinematográficas, el cine peruano representa casi el 8 % de la taquilla, una cifra destacable en la región que evidencia interés local, pero también una alta dependencia del cine extranjero.
En ese sentido, los futuros cineastas no solo deben saber contar historias, sino también entender cómo llevarlas al público en un entorno hiperconectado. Para ello, es necesario que cuenten con competencias técnicas, aprovechando las tecnologías digitales, pero también tener visión estratégica, pensamiento crítico y habilidades de comunicación efectiva. Deben aprender a posicionar un proyecto, a gestionar audiencias en redes, a diseñar campañas de lanzamiento y a trabajar en entornos colaborativos, digitales y multiculturales. Precisamente, las habilidades que les enseñamos a desarrollar en la universidad, puesto que la innovación en el cine ya no es solo estética o narrativa: es también de modelo, de distribución y de sostenibilidad.
Hoy, la tecnología juega un papel clave para democratizar el acceso a la creación cinematográfica. Herramientas de edición en la nube, cámaras de alto rendimiento a precios accesibles, inteligencia artificial para corrección de color o diseño de sonido, y plataformas de distribución global permiten producir con calidad sin necesidad de grandes inversiones. Esto elimina brechas históricas y abre oportunidades para cineastas de regiones alejadas de Lima, o con menos recursos, pero con historias poderosas que contar. El reto ahora no es solo tener una buena idea, sino saber aprovechar estas herramientas para escalarla.
La formación audiovisual debe ir más allá del dominio técnico: debe incluir estrategia, emprendimiento y sensibilidad cultural. Hoy, el storytelling con propósito cobra fuerza. Ejemplos como Yana-Wara, filmada en quechua y aymara, o Kinra, premiada en Mar del Plata, destacan no solo por su calidad, sino por su conexión con identidades profundas que llegan a escenarios internacionales.
En mi experiencia, vincular academia e industria es clave. Por eso, iniciativas como apoyar la realización de películas desde las aulas, como UCAL lo ha hecho con el prestigioso director Luis Llosa, o pasantías en medios de comunicación permiten que los estudiantes vivan procesos reales, exigentes y transformadores directamente vinculados a la industria.
El futuro del cine peruano y la industria audiovisual, no depende solo de talento, sino de profesionales preparados para un entorno cambiante. Y si queremos que nuestras historias trasciendan fronteras, necesitamos formar cineastas que no solo vean por el visor, sino que también lean el mundo.