El mayor en retiro Roberto Samcam fue asesinado a tiros en su casa, en San José, Costa Rica, el 19 de junio de 2025. Su esposa, la defensora de derechos humanos Claudia Vargas, asegura que el crimen fue ordenado por la dictadura Ortega-Murillo y que representa un “mensaje de silenciamiento” para el exilio nicaragüense.
En esta entrevista con Infobae, Vargas relata el momento en que recibió la noticia, cómo avanza la investigación judicial en Costa Rica y por qué decidió mantenerse de pie, hablando y denunciando, pese al miedo.
“He acompañado a mujeres víctimas de violencia política y sexual, incluidas las Madres de Abril. Hoy soy una de ellas”, dice.
Claudia Vargas, 52 años, trabaja en la Fundación Arias para la Paz y el Progreso Humano, donde promueve la participación política de jóvenes y mujeres. En esta conversación recuerda a su esposo como un hombre que “usó su conocimiento militar para denunciar los crímenes del poder” y asegura que su asesinato no fue personal, sino político.
La mañana del crimen, Samcam había regresado de México apenas cuatro días antes. Lo mataron en el apartamento donde vivía. Claudia Vargas, en su oficina, recibió la llamada que cambiaría su vida.
-Como familia, ¿cómo están llevando la vida después del asesinato de Roberto Samcam?
Muy unidos. Creo que el asesinato de Roberto nos ha cohesionado muchísimo. Estamos de acuerdo en absolutamente todos los puntos en cuanto a la búsqueda de justicia. También hemos estado tratando de apoyarnos unos a otros. Cada uno está atendiendo sus propios procesos de duelo: los hijos desde su rol, yo como esposa. Todos hemos estado en psicoterapia individual y también, de manera colectiva, activando nuestras propias redes de cuidado y de protección.
¿Cómo vivió el momento en que recibió la noticia?
Fue mi hija quien me llamó. Me dijo: “Bobby está en el piso con sangre y no sé qué pasa”. Yo asumí que era algo médico, porque Roberto había tenido cirrosis hepática. Ese fantasma nos ha perseguido por años. Acababa de regresar de México, y pensé que podía ser una úlcera o una várice que había explotado por el chile (ají) o chilaquiles que había comido. Le dije que pidiera ayuda y llamé a emergencias. No me puse a hacer preguntas, solo quería que llegara auxilio.
Luego, mientras decidía si ir al hospital o a la casa, volví a hablar con ella. Le pregunté si ya lo habían trasladado y me dijo que no, que seguían con él. Entonces le pregunté: “¿Está vivo?”. Y me respondió: “Apenas”. Luego me dijo: “Claudia… a Bobby le dispararon en el pecho”. En ese momento sentí que me partía en mil pedazos.
Fui hacia el apartamento y, en el camino, mi hija volvió a llamarme: “Bobby no lo logró”. Lo mataron de inmediato. Mi hija solo trató de dosificarme la información para que no fuera un golpe tan brutal.
-¿Alguna vez habían hablado sobre la posibilidad de algo así?
-Sí, muchas veces hablamos sobre la muerte, pero de forma general, como cualquiera que dice: “Si me muero, me ponés tal camisa”. En varias ocasiones, por los atentados que había sufrido Joao Maldonado, conversamos sobre qué haríamos si algo nos pasaba. Pero creo que la mente te protege: no querés imaginar un escenario en el que te maten. Además, Roberto se cuidaba mucho. Salía muy poco, evitaba los espacios públicos. En los últimos años pasaba casi todo el tiempo encerrado. A veces se iba a otros países por meses. Una vez estuvo nueve meses fuera. El año pasado solo entró dos o tres días y volvió a salir. Así que no, nunca imaginé que pudiera pasar algo así.
-¿Sintieron vigilancia previa?
-Yo nunca la sentí. El asesinato de Roberto me tomó completamente por sorpresa. Él había regresado el domingo y lo mataron el jueves. Sí lo estaban vigilando. Roberto era más paranoico. Desconfiaba de todo. Una vez hubo un indigente frente a la casa durante tres meses, y él sospechaba que podía ser alguien vigilándolo. Yo le decía que no lo creía posible, y él me respondió: “No sabés de lo que son capaces”.
-Una vez ocurrido el asesinato, ¿qué ha pasado con la búsqueda de justicia?
-A muy poco tiempo del crimen, los primeros en llamarme fueron los medios de comunicación. Me dieron el pésame, ofrecieron respaldo, se pusieron a disposición para lo que necesitara. La segunda persona que me llamó fue Almudena Bernabéu, de Guernica 37. Ya nos conocíamos por el Tribunal de Conciencia sobre la violencia sexual en las protestas de 2019. Me dijo: “Si necesitás representación, aquí estamos”. Y acepté de inmediato.
En medio de todo el dolor tuve la claridad de aceptar esa ayuda. Guernica 37 asumió el caso. Después vinieron muchos pronunciamientos. Yo no quiero ver el asesinato de Roberto como algo personal. Sí, me mataron a mi compañero de vida, al padre de mis hijos, pero también fue un mensaje político. Fue un mensaje para los exiliados, para la diáspora, para quienes seguimos denunciando desde fuera. Llegar a nuestra casa a matarlo fue un mensaje directo al exilio.
-¿Está satisfecha con el avance de la investigación?
-Sí, hasta ahora sí. A tres meses del asesinato hay personas arrestadas. Falta encontrar al gatillero, pero estoy segura de que lo van a capturar. Reconozco el trabajo del Poder Judicial y del OIJ (Organismo de Investigación Judicial), las palabras del director de la OIJ y del fiscal general. También reconozco que esto se debe al alto perfil político y mediático de Roberto. Los medios han mantenido viva la noticia, y la ola de solidaridad internacional ha sido enorme.
Costa Rica necesita acompañamiento, porque este es un caso inédito: un crimen de Estado transnacional. El propio fiscal lo ha reconocido. Es un crimen complejo. No existe aún un registro académico sobre estos patrones, pero es evidente que hay una conexión entre la inteligencia nicaragüense y el crimen organizado que ejecuta los asesinatos.
-¿Qué sintió al saber que el gatillero era un muchacho de 20 años?
-Fue durísimo. Trabajo en derechos humanos, y he trabajado con jóvenes en prevención de la violencia armada. Mi hijo tiene 21 años. Me costó asimilarlo, pero también sé que todos tomamos decisiones. Incluso en los contextos más vulnerables, siempre hay un margen para elegir el lado justo.
Creo que probablemente ese muchacho ni siquiera sabía a quién estaba matando. A uno de los capturados lo detuvieron en la frontera con bastante dinero; seguro les pagaron bien. Roberto había denunciado cómo operan estas células transnacionales en Costa Rica con apoyo de la Embajada nicaragüense. Él fue prueba viva de lo que denunció: el trabajo de inteligencia que se conecta con el crimen organizado para borrar huellas y separar a los autores intelectuales de los materiales. Costa Rica tiene la obligación de ir más allá de los ejecutores y llegar a quienes planificaron y ordenaron este asesinato político.
-¿Señala a la dictadura nicaragüense como responsable?
-No me cabe la menor duda. Fue la dictadura. Y en complicidad con el Ejército. El asesinato de Roberto, cometido con total impunidad y descaro frente a su casa, fue un mensaje de silenciamiento para el exilio. Este patrón se repite. Mientras en Nicaragua se reprimía con saña en Carazo, aquí en Costa Rica se mataba a Roberto Samcam.
-Da la impresión de que, incluso con su muerte, Roberto sigue denunciando.
-Totalmente. Ese es uno de sus mayores legados. Roberto tenía un perfil demasiado alto, y no midieron las consecuencias de tocarlo. Era un exmilitar que conocía cómo funcionaban la inteligencia, la planificación y la seguridad del Ejército. Usó ese conocimiento para denunciar. Tenía una vocería fuerte y sabía escribir. Llegaba a audiencias diversas y amplias.
Sus libros siguen vendiéndose en Amazon, incluso más después de su asesinato. No tenían idea del impacto que tendría matarlo. Sí, el exilio ha sentido miedo, pero su voz se multiplicó. No han logrado silenciarlo.
-¿Se ha avanzado en la búsqueda de justicia internacional, además de la investigación en Costa Rica?
-El primer lugar donde debemos buscar justicia es en Costa Rica. Pero también estamos explorando otras vías internacionales, de la mano de Guernica 37, que lidera la estrategia. Almudena Bernabéu, Michael Reed y Federico Ocampo llevan la representación de la familia.
Tengo una red de apoyo impresionante: mentores políticos, acompañamiento psicológico, asesoría jurídica. Eso me permite sostenerme y transmitir este mensaje. Creo que Roberto nos dejó una oportunidad única: buscar justicia y sentar a los perpetradores en el banquillo de los acusados.
-¿Ya hay fecha para el juicio?
-Aún no. La fiscalía consiguió seis meses de prisión preventiva para los sospechosos, prorrogables, lo que le da al OIJ más tiempo para reunir pruebas. Lo más importante para nosotros es que se reconozca el perfil político de Roberto y el contexto en el que ocurrió el crimen.
-¿Cuál sería, para usted, el desenlace justo?
-Creo que vivimos un duelo doble: por el esposo, el padre, y por el símbolo político que fue Roberto. Su muerte no me pertenece solo a mí, pertenece a Nicaragua. Cada vez que me encuentro con nicaragüenses en el exilio, veo cuánto dolor comparten. Roberto es una bandera de lucha que sostenemos todos.
La justicia no puede ser algo que me satisfaga solo a mí. Es una justicia para Nicaragua. Este proceso sintetiza la búsqueda que comenzó en 2018 con los asesinatos de entonces. La única reparación posible será poder decir: nunca más.
-¿Tiene miedo?
-El miedo es algo que me preguntan mucho. Creo que cada quien es dueño de su miedo. Está bien tener miedo, pero hay que saber dónde ponerlo. El silencio no puede ser una opción. He elegido quedarme en pie, seguir hablando, porque callar sería traicionar mi trabajo y el legado de Roberto. Estoy en el exilio, en Costa Rica. También eso es una decisión política: quedarme aquí.