La invitada a este episodio de A dónde vamos cuando soñamos es súper especial. No sólo porque casi nunca brinda una entrevista. Sino porque en las pocas que dió, nunca abrió su corazón como en esta oportunidad. Claudia Villafañe se sentó frente a Oriana Sabatini y surgió una charla única.
“Vengo de una familia súper normal. Mis viejos laburaron siempre. Vivíamos con mis abuelos maternos, mi hermana, mi papá, mi mamá, yo y mis abuelos en Desaguadero y Baigorria, cerca de la cárcel de Devoto. Ahí crecí hasta los 12 años, la primaria la hice con mi hermana en un colegio de monjas y la secundaria en el San Rafael, que era solo de mujeres. Me crié al lado de mi primo Román, que tiene mi misma edad y es el hermano varón que no tuve. Mi papá trabajaba en la línea 25 del colectivo y mi mamá trabajaba en Jonte y Bermúdez, en un local donde cosían uniformes de colegio, vestidos para la comunión, y ahí aprendí el oficio. Esa fue mi infancia, iba al club de barrio, jugaba en la vereda con los vecinos y pasar las fiestas de fin de año con la mesa larga en la calle”, comienza Claudia, “La Tata”, su relato.
Su abuelo italiano, que llegó a nuestro país a los nueve años, dejó una fuerte impronta en su familia. Por él, Claudio adoptó años más tarde la nacionalidad italiana. “Somos una familia muy unida, y creo que se nace con eso. Después viene la personalidad de cada uno, a mí nunca se me cruzó por la cabeza lo que iba a vivir, o en qué se iba a transformar en mi vida. Pero no me arrepiento de nada y la volvería a elegir”, sostiene.
De niña soñaba con estudiar Ciencias Económicas, le gustaban las matemáticas. Aún hoy habla de vez en cuando con Ana María, su profesora de matemáticas del secundario. Pero no llegó a estudiar. Y el motivo tiene nombre y apellido: a los 14 años se enamoró de Diego Armando Maradona. Y su vida dio un giro. Uno no: pegó mil volteretas. A la edad que muchas jóvenes se preparan para ingresar a la Facultad, ella estaba haciendo las valijas para viajar a Barcelona junto a Diego. Es, en otra época y a otra escala, lo que la propia entrevistadora vive junto al futbolista Paulo Dybala. Por entonces, la vida era distinta. Cuenta Claudia: “No pude estudiar. Por ahí en ese momento era diferente, y la vida se me fue para otro lado. Lo que pasa es que viví muchos años afuera y se me complicaba con mis hijas, sola”.
— No era como ahora, que la tecnología está súper avanzada y hasta podés estudiar online.
— No, ni siquiera se podía tener una conversación por videollamada, mi vieja no podía ver a mis hijas.
— Y en la secundaria te enamoraste. ¿Cómo conociste a Diego?
— Se mudó a vivir al lado de mi casa en Villa del Parque. Yo tenía 14 para 15 y Diego tenía 15 para 16. Y Argentinos Juniors le alquila un departamento pasillo de por medio del mío, porque era casa, pasillo, casa, pasillo… El destino. Yo estaba por pasar a tercer año del secundario.
— ¿Y cuántos años tenías cuando te fuiste a vivir afuera?
— Me fui con 20, en 1982.
— Yo también lo sé, porque salvando las diferencias, hacemos esto de acompañar, dejar todo para irte a otro país. Es como que el amor tiene que ser algo súper importante. Para vos era así…
— Yo me fui sin convivir. No existía la convivencia. Imagínate irme sin casarnos, lo que se decía… era la trola del barrio.
— ¿Qué pensaban tus papás?
— La primera vez que me fui de viaje con Diego fue a Alemania, por la marca deportiva que tenía. Era menor y mi papá me tenía que firmar el permiso para salir del país y yo no le quería pedir. Entonces lo llama él, se juntan a hablar y me dice que no, que ni loco nos dejaba ir solos a Alemania. Yo me puse a llorar, y después me dijo que era mentira, que mi papá me había autorizado. Pero primero me hizo llorar, casi lo mato. Fue emocionante. Pero bueno, me lo podía haber evitado el llanto. Después, cuando a él lo venden a Barcelona, se va solo y al mes me dice que vaya. Y pasó lo mismo, otra vez hablar con mis viejos. Le cuento la situación a mi papá y me pregunta con quién iba a viajar. Y yo le digo, me voy con Lalo, uno de los hermanos de Diego. Mi papá se empezó a reír: ¿Pero vos me estás jodiendo, te vas con un nene de diez años? Pero bueno, me fui y al mes viajaron mi mamá y su mamá a ayudarnos y ya no me volví más.
— ¿Cuando te fuiste sabías que te ibas a quedar?
— No, era un voy a ver qué pasa; pero ese voy a ver qué pasa no es el mismo de ahora. Pasaron 42 años, era otra cabeza, sin comunicación. Mis viejos encima no tenían ni teléfono de línea en su casa.
— Una de las cosas más difíciles que hice fue irme de mi país. ¿Cómo lo viviste vos emocionalmente?
— Lo que pensaba en ese momento, trato de transmitirlo a chicas más jóvenes como vos, que les está pasando lo mismo en diferentes trabajos, no solo en el fútbol. Tenemos que pensar que uno va a acompañar por trabajo y que siempre tenés la posibilidad de regresar a tu casa cuando querés. Tenés que estar convencida de que todo es para bien, y así es más llevadero.
— Mucha gente de afuera piensa que es espectacular, que es todo color de rosa. ¿Cómo te afectó a vos mudarte? Porque para mí todo es una catástrofe…
— Lo pienso como algo que tiene que pasar, y es mejor hacerlo riéndote que con mala sangre. Porque igualmente lo tenés que hacer. Igual no viví tantas mudanzas, porque me fui de acá a Barcelona sin nada, con lo básico. Después de dos años, a Nápoles y ahí estuvimos siete y nunca me mudé de casa. Hasta que nos fuimos que ahí, sí fue durísimo, porque fueron siete años de cosas para embalar. Nos pasó que a Diego le hicieron pagar lo del Mundial del 90, que Italia quedó afuera y a los poquitos meses le dio positivo un doping. Y no se quiso quedar más, nos tuvimos que ir de un día para otro. No fue que lo vendieron a otro lado. Nos fuimos con las dos nenas dejando a toda la gente que no tenía nada que ver con eso. Porque el napolitano es increíble, son como nosotros. Yo me fui llorando, con el abrazo de Paula, la mujer de Ciro Ferrara, un compañero y amigo de Diego.
— ¿Qué sentiste con esa decisión?
— Y, nosotras no decidimos mucho. Podemos opinar, claro, pero la decisión final es de ellos, porque el trabajo es de ellos. Mirá, hace poco volvimos a Nápoles con las chicas después de 30 años, y fue muy fuerte encontrarme con Lucía, la señora que trabajaba en mi casa. Lloré por verla después de tanto tiempo, era como mi mamá; me enseñaba a cocinar, estaba con mis hijas y era como una parte mía. O volver con las chicas a lugares donde yo la llevaba de la mano y ahora me llevan ellas a mí.
— Me animaría a decir que hoy te conocen en todas partes del mundo.
— No, uno cree que es así, pero sé que voy a lugares donde no me conoce nadie. También en Argentina, cuando fue lo de MasterChef, por ahí llegué más a la casa de la gente y me vieron tal cual soy, que es diferente a la imagen que muestran de vos.
— ¿Cómo es ir de un extremo al otro? ¿De no tener nada que ver con el mundo de los medios a ese lugar de exposición?
— Fue paulatino, porque ya en Argentina era difícil, siempre se le buscaba el pelo al huevo. Era como querer ensuciar un montón de cosas que a veces eran verdad y otras no. Yo tenía 15 años y veía la tapa de Crónica: “La nueva novia”, y salía con una vedette con plumas. Y yo venía de colegio secundario, uniforme de monjas, pero bueno, fueron etapas que cada uno fue superando a su manera. Nadie nace sabiendo nada de la vida misma, y por ahí las equivocaciones te sirven para no volver a cometerlas.
—¿Tenías alguna red de contención?
— Hay personas que no ves por años y cuando te volvés a encontrar es como que te viste ayer. Y eso me pasó con un montón de amistades del colegio que hasta el día de hoy las tengo. O con mujeres de jugadores amigas que me quedaron de Italia, que nos vemos, hablamos por los cumpleaños y eso me encanta.
— ¿Cómo hacías cuando te pasaba algo y le querías contar a alguien que no fuera Diego?
— Era el teléfono de línea, que después te venía un huevo de factura. Cuando llegué a Italia no sabía hablar ni una palabra en italiano. Me anotaba las palabras básicas para poder comunicarme. Después, al leer el diario o ver la tele vas adquiriendo más vocabulario, pero no tenía amigas argentinas en Italia. Y aparte, la vida que llevaba allá era totalmente distinta a la de mis amigas acá, entonces no entendían el momento que estaba viviendo.
— ¿Cómo es esto de vivir una vida tan diferente, súper expuesta, fuera de lo normal? ¿Te deshumaniza un poco?
— Al contrario. Solo que era muy difícil vivir el día a día en Nápoles, porque teníamos a los fotógrafos colgados de los árboles, y la gente quería ver a Diego, tocarlo. Pero después yo hacía una vida totalmente tranquila. Me acuerdo que salíamos a pasear y a Dalma la llamaba por otro nombre, porque no había otra. Pero con Diego no podíamos salir.
— ¿Sufrías por no poder hacer cosas más normales?
— No, porque acá tampoco lo pude hacer nunca. Muy al principio, nos tomábamos el colectivo y nos íbamos al cine al centro. Pero no pasó mucho tiempo y él ya no podía circular.
— A mí me pasó de estar al lado de una persona a la cual todo el mundo ve gigante y es super talentoso y demás, y sentirme chiquitita, como en un segundo plano. Y esto reconozco que es 100% del ego y que viene de una inseguridad propia. ¿Te pasó alguna vez de sentirte así?
— No, al contrario. Siempre fui la que me escondía, la que nunca quise aparecer. Le hacían una nota a Diego y yo me ponía a un costado, no quería salir en la foto. Yo creo que mi rol fue el de ser mamá, de formar mi familia y defenderla con uñas y dientes. Y en eso tuve una vida normal de una ama de casa. Cocinaba, iba al supermercado… Por ahí la gente tenía una perspectiva de que vivía en un palacio, con mayordomo, el chofer, la custodia. Yo viví en un departamento súper chiquito en Nápoles, siete años, donde estaba la habitación de mis hijas, un escritorio y la nuestra, con un balcón terraza y nada más. No tenía chofer, ni custodia, solo la señora que venía y se iba. Diego al principio tenía un traductor para hablar con sus compañeros, pero nada más. Nos arreglábamos cada uno con su auto.
— ¿Qué decían tus papás? Porque yo los tengo afuera y se preocupan porque ven noticias en la tele, pobres santos, y vos no tenías el WhatsApp para decirle que estén tranquilos.
— Sí, la mala sangre era terrible, porque yo la dejaba pasar y no le prestaba atención. Era más mi mamá igual, porque mi papá vivió la calle, tenía otra cabeza. Y mi mamá se ha hecho mucha mala sangre. Estando allá no tanto, fue más dura la vuelta a la Argentina.
— ¿Por qué?
— Vinimos en el 91, con esa situación de Diego, que no me acuerdo cuántos años le dieron. Después volvió a jugar. Pero venir acá, el acoso de la prensa, las cámaras que te siguen. Yo digo siempre que no me debo a la prensa porque no trabajo para los medios ni nada; pero ellos toman como que sí, que uno debe parar, responder y si no, sos una maleducada. Entonces llega un momento que te preguntás qué hacer, porque trato siempre de ser amable. Y viste cuando ese micrófono que te insiste y te lo clavan acá, o la cámara que te golpea la cabeza y nadie piensa en la persona. Entiendo que es un laburo, pero también tienen que respetar del otro lado.
— Además es algo que vos no elegís. ¿Qué era lo que te frenaba para no exponerte?
— Lo que me frenaba, y me sigue frenando, es que todo queda grabado, mucho más en la actualidad. Y como ya tenía mis hijas, y ahora pienso mucho en mis nietos, no quiero que lean algo incorrecto. Y estoy segura que puedo soportar un archivo que no va a haber algo mío donde pueda decir algo malo de Diego, del papá de mis hijas. Todo el mundo me pregunta por mi serie, y me encantaría hacer algo desde el amor, que yo pueda contar mi verdad, que es una sola pero contada de diferentes maneras. En mi caso, nadie la contó, y por un lado me gustaría, pero también sé que puede lastimar a otras personas.
— Sí, es abrir una puerta.
— ¿Voy a lastimar a mis hijas, a mis nietos el día de mañana con algunas cosas? Eso me frena. Por un lado quiero, porque me encantaría que Dalma sea la que me interprete, porque aparte del parecido, sería increíble. Pero para contar cosas que no pasaron realmente, prefiero no contar nada.
— Esta pregunta se la había hecho a Paulo y un poco me divierte porque ahora la puedo hacer como el lado B: ¿De qué estás orgullosa en tu vida?
— Uno cierra los ojos y mira para atrás… Me veo con el uniforme yendo en colectivo al colegio y me veo ahora, con 62 años, tres nietos, dos hijas. Y la verdad que haber formado la familia que formé y sigo sosteniendo es mi mayor orgullo. Y también, haberme podido desempeñar en mi carrera. Los 15 de Dalma en cancha de Boca, los hice como cualquier mamá le festeja el cumpleaños a los chicos, sin imaginarme que años después iba a ser una profesión que amo y la paso genial. Y lo hago con mucho amor.
— Y se nota. ¿Cuándo fue el momento en el que dijiste che, por ahí esto lo puedo hacer?
— Fue cuando Diego hacía La noche del Diez, en el 2005. Tocó su cumpleaños y cuando le consulté a ver si lo quería festejar, me dijo ‘No, no tengo ganas’. Faltando una semana, me dice ‘¿sabes qué? Lo pensé mejor y sí, quiero festejar’. Estaba en la producción del programa Ceci Hergueta, que es una amiga ahora. familia, y le digo ‘Che, Ceci ahora quiere festejar, qué hacemos’. Y bueno, pongámonos las pilas. Y salió tan lindo que dijimos che, tenemos que hacer algo de esto. Y ahí me di cuenta que era algo que tenía dentro, que tenía que sacar. Bueno, ahora es un trabajo donde te lleva mucha responsabilidad, mucho esfuerzo y la verdad que lo hago junto a Flor, mi mano derecha e izquierda, es una hija más, es amiga de Dalma desde los tres años.
—Pensando en el trayecto de tu vida, y más allá de que obviamente vos te separaste del papá de tus hijas, ¿cómo es perder a la persona que era el papá de tus hijos?
— Eso fue muy duro, muy fuerte. Porque pienso a veces que se perdió un montón. Sé que está igual, dando vueltas por ahí, pero se perdió un montón. A Azul, la última hija de Dalma no la conoció, a Roma así. A Benja lo disfrutó muchísimo. Se tomaba un avión y se iba a verlo cuando vivía en Madrid. Benja lo recuerda. Roma, aunque lo vio re poquito, también se acuerda. Y Azul lo nombra como si lo conociera y no. Esas cosas me dan bronca, más sabiendo lo que pasó, que todavía estamos esperando justicia. Quiero, para que mis hijas estén tranquilas, que todo esto se resuelva y que puedan estar en paz. Pienso a veces que por más que nosotros estábamos separados, compartíamos muchas cosas juntos, salir a comer con las chicas, cumpleaños de Benja. Presentaciones de Dalma, de Giani, lo que sea. Mucho recorrido. Bueno o malo, como hablábamos antes. Cosas lindas, cosas feas. Alegrías, tristezas. Y a veces le hablo. Viste cuando estás sola y ‘la puta madre vos podrías haber estado acá, poder estar, estar disfrutando de un montón de cosas’. Y hay cosas que me duelen más cuando se trata de mis hijas.
—Por suerte las dos tienen carácter.
— Giannina lo demuestra, Dalma hace un tiempito no se calla nada. A veces le digo bajá un poco un cambio. Yo traté de inculcarles siempre que se tienen que defender, por supuesto, pero con mucho respeto, salvo que ya no den más. No son más nenas, son grandes y se pueden defender tranquilamente solas.
— ¿A qué edad te separaste de Diego?
— Yo tenía 41. En realidad estábamos como separados, entre comillas, porque él se fue a vivir a Cuba. Yo lo acompañé un tiempo y después me di cuenta que era inútil el sacrificio de dejar a mis hijas en Argentina con los abuelos y yo ir y venir porque no veía resultados. Entonces dije hasta acá llegamos. Y en ese momento era todo muy diferente, el divorcio, las separaciones, había otras leyes. Si vos no vivías con la persona bajo el mismo techo, podías pedir el divorcio sin que la otra persona te diga no, por ejemplo. Diego no fue a ninguna audiencia.
— ¿Qué?
— Claro, yo pedí el divorcio en el 2000, cuando ya no convivíamos. En realidad lo pedí antes, pero él se opuso. En el 2003 me salió el divorcio automático.
—No tenés que decirme si te has enamorado, pero ¿seguiste dándole ese protagonismo al amor después de haberte separado?
— De forma diferente. No es lo mismo a los 14 que a los 45. Porque ya tenés un montón de experiencia, un montón de cosas vividas que a los 14 o 15 no tenías ni idea. Y creo que todo lo encaras desde la prioridad: mis hijas y mis nietos. Y después de ahí viene todo lo demás. Hasta yo misma.
— No quiero que te vayas sin contestarme la última.
— A ver.
— ¿Quién sería Claudia sin haberse enamorado de Diego?
— Lla mamá de hijos, seguramente. No sé cuántos ni cuáles, pero me veo mamá 100%. Hubiera tenido una familia. Me veo mamá, abuela, lo que soy ahora.