Cada campaña presidencial en el Perú sigue el mismo libreto: promesas espectaculares que se derrumban al primer contacto con la realidad. En los últimos años, hemos escuchado a candidatos ofrecer crear millones de empleos en tiempo récord, refundar la Constitución sin contar con mayoría en el Congreso, o duplicar el presupuesto en salud y educación sin explicar de dónde saldría el dinero. Lo increíble es que seguimos aplaudiendo esas frases, aunque sepamos que son imposibles.
Ciudadanos con brújula
Un estudio del CIOP (2025) muestra que el 98 % de universitarios cree que las instituciones públicas están manchadas por la corrupción y el 97 % sostiene que no actúan con transparencia. El 54 % afirma que la clase política ha empeorado en los últimos 20 años, y seis de cada diez no se identifican con ninguna tendencia ideológica. La desconfianza es absoluta, pero seguimos votando con las vísceras.
La verdad es incómoda: los políticos nos venden humo porque nosotros lo compramos.
La pregunta es entonces inevitable: ¿cómo evitamos repetir el mismo error? La respuesta está en aprender a evaluar a los candidatos con la misma exigencia con la que evaluaríamos a cualquier líder o estrategia. Ahí entra el modelo S.T.R.A.T.E.G.I.C., concebido originalmente para evaluar líderes en el sector privado, pero igual de útil para analizar a quienes aspiran a dirigir el Estado.
Ocho filtros incómodos
El modelo se organiza en tres grandes bloques. El primero es la visión y el plan. Aquí surge la primera pregunta: ¿tiene el candidato una estrategia clara de país a diez o quince años, o solo frases para el titular de mañana? La segunda es inevitable: ¿qué tácticas propone para los primeros cien días, para el primer año, para los dos primeros años? Y la tercera es la que casi nadie responde con seriedad: ¿de dónde saldrá el dinero para financiar sus promesas?
El segundo bloque es la ejecución y la gestión. La cuarta pregunta es decisiva: ¿sus propuestas están respaldadas en evidencia y datos, o nacen de ocurrencias de campaña? La quinta pregunta apunta al futuro inmediato: ¿cómo piensa usar la tecnología para construir un Estado digital, seguro e inclusivo, o seguirá gobernando con trámites en papel? Y la sexta es la más incómoda: ¿ha demostrado experiencia real en gestión, liderazgo y negociación política, o su único mérito es gritar en mítines y acumular likes?
El tercer bloque es gobernar para durar. Aquí la séptima pregunta es crucial: ¿fortalecerá las instituciones y la transparencia, o las usará como adornos para el caudillismo? Y la octava define si habrá verdadero cambio: ¿qué cultura política transmitirá desde arriba: unidad y visión de futuro o polarización y cortoplacismo?
La mayoría de candidatos no resiste ni siquiera la primera de estas ocho preguntas. Y, sin embargo, ahí siguen, apelando a nuestra indignación y esperanza.
Conclusión
En abril de 2026 no solo elegiremos un presidente. Decidiremos si seguimos atrapados en la improvisación o si damos un paso hacia un país gobernado con visión y evidencia.
El marco S.T.R.A.T.E.G.I.C. no es un ejercicio académico: es una brújula ciudadana que nos permite desnudar a los candidatos y ver si tienen lo necesario para liderar al Perú.
El voto del 2026 no es un acto de fe ni de simpatía. Es decidir si seguimos aplaudiendo humo o si, por primera vez, votamos con cabeza. El cambio no está en ellos. Está en nosotros.