Menos terrorífica y más romántica. Luc Besson se sumó desde esa perspectiva a la reciente ola de revisionismo cinematográfico alrededor de la figura de Drácula que convocó presencias y miradas diversas que van del Nosferatu de Robert Eggers al Renfield de Nicolas Cage.
La nueva película del celebrado director de Azul profundo, El perfecto asesino y El quinto elemento, que llegará a los cines argentinos el próximo jueves 14, se presenta en la cartelera como Drácula a secas, pero los créditos que aparecen en la pantalla agregan al nombre dos palabras claves a modo de subtítulo: “Drácula: A Love Tale” (Drácula: Una historia de amor).
“Cuando leí de nuevo la novela de Bram Stoker me asombró la dimensión romántica del relato, algo que estaba olvidado por completo. El cine siempre tomó a Drácula para convertirlo en un monstruo y hacer alrededor de este personaje casi siempre una película de terror. Para mí es otra cosa: un hombre capaz de esperar 400 años solo porque quiere despedirse de su esposa”, explica vía Zoom a LA NACION desde su París natal el realizador de 66 años.
“Este detalle es asombroso precisamente porque lleva el romanticismo del personaje hasta las últimas instancias. Me interesó sobre todo porque atravesamos un tiempo en el que el mensaje romántico, por más pequeño que fuera, no puede resultar algo malo. Todo lo contrario”, agrega.
Para encarnar su visión sobre el príncipe de Transilvania transformado en el vampiro más famoso de la historia del cine, Besson eligió al actor texano Caleb Landry Jones, el mismo protagonista de la película anterior del director, Dogman: “Caleb es la razón fundamental por la que hice esta película. Como actor es un fenómeno, el mejor de su generación. Después de Dogman nos pusimos a buscar lo próximo que podíamos hacer juntos y empezamos a hablar de todo tipo de personajes para que pueda interpretarlos: Napoleón, Mao, Jesús, Gandhi, de todo. Podría hacer tranquilamente dos o tres películas más con él”.
Dice también que en esos diálogos, de repente, director y actor comprobaron que estaban pensando lo mismo: “OK, vamos a leer de nuevo a Bram Stoker, vamos a leer de nuevo Drácula”, fue la conclusión. Cuando pusieron manos a la obra, Besson se jactó de haber recuperado el espíritu romántico de la novela, publicada por primera vez en 1897. Pero también se tomó libertades para ajustar la adaptación a su propia mirada.
La historia, como es de esperar, tiene como punto fundamental de referencia el castillo del aristócrata (Drácula es un príncipe guerrero y tiene el título nobiliario de conde) en las montañas rumanas de Transilvania. Pero, una vez consumada su transformación en vampiro, en vez de viajar a través del tiempo hacia Londres, como propone la mayoría de las adaptaciones, Besson lleva la acción a París en la época de la Belle Epoque.
Drácula pierde a su esposa Elisabeta en una batalla que transcurre en pleno siglo XV y frente a lo irreversible lanza un desafío contra Dios que lo condena. Cuatro siglos después descubre en París a Mina (Zoë Bleu, la hija de Rosanna Arquette), una mujer idéntica a su fallecido amor y hace todo lo posible para encontrarla.
“No he visto esa película en los últimos 25 años”, responde Besson cuando LA NACION le pregunta sobre las posibles conexiones entre su flamante creación y el Drácula de 1992 que dirigió Francis Ford Coppola, en el que también aparecen búsquedas e inquietudes románticas alrededor del personaje. “He cruzado océanos de tiempo para encontrarte” es la más famosa frase del vampiro personificado por Gary Oldman en esa adaptación, reconocida hasta hoy como una de las mejores obras de Coppola.
“Lo que sí recuerdo muy bien es que ese Drácula me había gustado mucho –apunta Besson-. Pero al fin y al cabo es la versión de Coppola, y en mi memoria aparece de un modo muy diferente a lo que yo hice. Si no recuerdo mal, Drácula tiene a tres mujeres esperándolo en el castillo, luego va a Londres, hace el amor con la amiga de Mina y, ya se sabe, no fue tan particularmente fiel a ella. La película por cierto es muy buena, pero el eje que propone Coppola allí no es el mío”, explica Besson.
El conde Drácula imaginado por el realizador francés tiene una obsesión única y excluyente: “En la versión que hicimos, Drácula inventa un perfume para que todas las mujeres vengan a él, pero solo le interesa una. No le importa ninguna de las demás mujeres. Elisabeta es su obsesión. Por eso mi película es una historia de amor”.
La contrafigura de Drácula es el sacerdote personificado por el actor austríaco Christoph Waltz, dos veces ganador del Oscar como mejor actor de reparto de la mano de Quentin Tarantino en Bastardos sin gloria (2010) y Django sin cadenas (2013). En vez del clásico cazador de vampiros Gabriel Van Helsing aparece este representante de Dios y de la religión que Besson imaginó como una persona muy pragmática.
“Ya sabés, trabaja con su propio manual –justifica el realizador-. Sabe cómo funciona, tiene un trabajo que hacer y cuando lo termina simplemente se va a su casa. Así que es muy pragmático. Observa que Drácula está matando en nombre de Dios y lo toma como un traidor. No le gusta la situación y no la entiende. ¿Por qué se lleva a su esposa si lo único que le pide es mantenerla a su lado?”.
Besson explica que el personaje de Waltz pronuncia las palabras más importantes de toda la película: “Nadie mata en nombre de Dios. Los hombres matan a los hombres en su propio nombre y por su propio interés”. Y dice también que de esa línea se desprende el mensaje que quiere dar con esta nueva visión de Drácula en el cine: “No importa qué religión tengas –subraya el director-. Nunca matás en nombre de Dios, porque Dios nunca te pidió que mataras a su propia creación”.
Con un presupuesto de 45 millones de euros, altísimo para los estándares de la producción de cine en Europa, Besson convirtió a su Drácula en la película más cara de 2025 hecha en Francia. El rodaje se hizo en exteriores nevados de la región finlandesa de Kainuu y en los amplios sets de los estudios Darkmatters, en las afueras de París, donde se construyeron los enormes decorados que representan al castillo de Transilvania. Algunas escenas ambientadas en suntuosos escenarios de la aristocracia francesa del siglo XIX se filmaron en el Palace Royal de París.
¿Qué tan difícil es hacer hoy en Europa un largometraje de semejante escala, con tantas y tan complejas exigencias de producción?, le pregunta LA NACION a Besson antes de la despedida. “Cuando hice mi primera película tenía 20 años y estaba sin dinero –responde-. Así que todo fue difícil desde el primer día. Piense en un marinero que sale a navegar. A veces el mar es amigable y a veces es un monstruo que puede devorarte. No queda otra que seguir adelante. Yo soy un vendedor y me enfrento a todas las complicaciones del viaje igual que el marinero que sale al océano. Con Drácula tuvimos algunos días muy difíciles y otros muy mágicos. Cuando aparece la magia te olvidás de todo”.