Una joven madre de diecinueve años desapareció en 1974. Décadas más tarde, el caso cobró una nueva vida a partir de la relación improbable entre dos hombres recluidos en el corredor de la muerte en California: un pintor y escritor condenado y un asesino en serie.
Escuchar con insistencia, con el peligro que implica abrirse al abismo de un criminal que no calla, cambió una historia de polvo y olvido. Así lo relató Vanity Fair, haciendo hincapié en cómo el acto persistente de poner atención puede transformar para siempre los casos que parecían congelados.
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La desaparición de Charlotte Cook y los años de silencio
El 3 de enero de 1974, Charlotte Cook salió de su casa en Oakland vistiendo botas altas, una blusa azul sin mangas y un abrigo de pelo de camello. Tenía diecinueve años, era estudiante universitaria y madre joven.
Al día siguiente, fue hallada sin vida en la base de un despeñadero en Thornton Beach, con un cinturón ceñido al cuello. No hubo arrestos ni respuestas. Pronto, tampoco palabras. En la casa golpeada por su ausencia, su nombre se convirtió en un susurro.
Su hija, Freedom, creció en medio de ese silencio: “Nunca supe qué pensar”, comentó años después al mismo medio estadounidense. De hecho, tardó años en enterarse de que su madre había muerto.
El caso se mantuvo como el homicidio “activo” más antiguo de Daly City, abierto solo de nombre. El giro llegó desde un lugar insospechado: el corredor de la muerte. William A. Noguera, condenado en 1983, llevaba treinta y seis años en San Quentin, dedicado a pintar y escribir, forjando su vida entre pinceladas, anotaciones minuciosas y la línea delgada entre la amenaza y la empatía.
En ese universo restringido, hizo lo que rara vez logran los estudiosos: logró infiltrarse en la mente de un depredador.
Noguera relató a Vanity Fair que entabló con cuidado una relación con Joseph Naso (el colombiano con nacionalidad estadounidense), el exentrenador de “Little League” y supuesto fotógrafo de modelos cuyo arresto en 2010 destapó un historial de horrores: un “diario de violaciones”, ligas de pantimedias armadas como lazos, recortes de periódicos sobre mujeres asesinadas y una “Lista de 10” manuscrita con frases codificadas que, según los fiscales, resultó ser un macabro mapa.
Naso fue condenado en 2013 por cuatro homicidios, aunque las autoridades sospechaban que pudieron ser muchos más. La evidencia estaba fría y los recuerdos convertidos en mito. Noguera llegó con una libreta y un plan.
Noguera desarrolló la relación a fuego lento: café, barras de caramelo y una actuación estudiada que, según sus palabras, decía “no me toques, pero háblame”. También identificó las vanidades de Naso, alimentó sus resentimientos, lo observó hincharse ante la idea de “arte” y enfurecerse si alguien llamaba “profesionales” a otros asesinos.
Incluso, su compañero de celda registró cada gesto, cada debilidad. “Tenía miedo”, reconoció. Su máscara era protección y carnada, agregó Latinamerican Post.
Escuchar en prisión: cuando la charla se convierte en confesión
Las confesiones en prisión obedecen a su propia lógica. La fanfarronería se transforma poco a poco en admisión.
Como Noguera describió la misma revista norteamericana, Naso, al señalar su collage de mujeres famosas y tocarse la sien, decía: “Todas viven aquí”.
Con el tiempo, las palabras se convirtieron en patrones, los patrones en lugares, los lugares en pruebas escritas.
En 2019 y 2020, Naso le escribió a Noguera cartas reveladoras. En una describía a la “chica de Berkeley”: había respondido a un anuncio en el Berkeley Barb de una joven que buscaba trabajo como modelo de desnudos, la fotografió en su sofá de Oakland, la estranguló “rápido” y arrojó el cuerpo desde el puente Richmond–San Rafael.
Aquellos datos resultaron tan precisos que Kenneth Mains, ex policía y ahora investigador privado, pudo contrastarlos con archivos de personas desaparecidas. Mains –quien colaboraba con Noguera tras recibir sus notas carcelarias– halló una coincidencia casi exacta: Lynn Ruth Connes, de veinte años, ausente desde 1976, cuyo cicla quedó encadenada en el lugar donde supuestamente iba a encontrarse con un “fotógrafo”.
Sus restos nunca fueron recuperados. “La familia finalmente sintió que sabía quién lo había hecho”, afirmó Mains en diálogo al portal norteamericano que le hizo seguimiento a los casos.
Otro rastro de la Lista de 10, “chica de Miami cerca del Down Peninsula”, comenzó como una simple frase y pronto se transformó en una pista.
Miami Court es una pequeña calle sin salida en Oakland, cerca de una dirección vinculada a Naso; Peninsula News era el periódico que cubrió el asesinato de Charlotte.
Mains recordó otro detalle que Noguera había logrado sonsacar: Naso se jactaba del “kick-ass jacket” (un tipo de chaqueta de “malo”) de una víctima.
El expediente de Charlotte anotaba un “caro abrigo de camello”, la prenda que ayudó a su padre a identificarla. La conexión resultó ineludible. La policía de Daly City retomó la investigación. “Creo que Charlotte Cook es la víctima de la Lista de 10”, dijo el detective William Reininger a Vanity Fair.
Del rumor a las pruebas, del duelo a la acción
Sospechar de un asesino serial es una cosa. Lograr movilizar agencias, otra. Convencer al homicida de seguir hablando, un maratón aparte.
Vanity Fair trazó la ruta: Mains, tatuado y nervudo, con su canal “Unsolved No More”, asumió la investigación junto a Noguera y sistematizó las pruebas, que ahora atraviesan conversaciones con el FBI y cuerpos policiales de California, Las Vegas y Rochester, Nueva York.
La Lista de 10 marcaba el alcance. Los objetos hallados en la casa de Naso en Reno, desde maniquíes hasta monedas de oro y diarios de ataques, expandían el ámbito de la pesquisa. Naso le insistió a Noguera que la lista reflejaba solo sus “grandes éxitos”, pero presumía un número de víctimas mucho mayor: “veintiséis”. Fue el mismo hombre que insultó al jurado y llamó “puta” a la fiscal, el mismo que describía sus fotos como “arte” y luego mendigaba protección tras un altercado en prisión, detalló el mismo medio.
Para transformar las palabras en pruebas, Noguera y Mains se obsesionaron con detalles concretos. Naso mencionaba que “cazaba” en partidos de los Oakland A’s con credenciales falsas de prensa.
Un caso de una actriz que fue hallada cerca del Monte Tamalpais, tras citarse con un “fotógrafo”, encajaba con los lugares y modus operandi descritos por Naso, no con otros sospechosos. El sheriff del condado de Marin abrió nuevas líneas de investigación.
En Las Vegas, Mains usó reconocimiento facial sobre un collage que Naso había dado a Noguera y detectó un posible vínculo con otra desaparición en 1979; aunque la policía reabrió el expediente, luego comunicó que no surgieron pruebas concluyentes. En Rochester, el legendario caso de los asesinatos de niñas con iniciales dobles cobró otra dimensión al revisar el “diario de violaciones” de Naso, pero las pruebas genéticas solo permitieron descartarlo en uno de los crímenes.
Y siempre Charlotte. Durante una visita en la que un agente del FBI y un detective de Daly City se entrevistaron con Naso en prisión, le ofrecieron la posibilidad de ser trasladado a una cárcel menos dura y cerca de sus hijos, a cambio de confesiones sobre casos antiguos.
Naso se mostró renuente, pero, al salir los agentes, se arrepintió: “¿Se referían a casos antiguos?”, preguntó. “Creo que podría ayudar con eso.” Freedom Cook, tras años de enojo sin destinatario, notó que algo se quebraba en su interior. “Gracias al trabajo de Noguera”, declaró, “por fin puedo dejar ir parte de la rabia”.
Qué significa una confesión para los vivos: el alcance de las palabras de William Noguera
Muchas narrativas de crímenes reales se contentan con la persecución y rara vez se detienen en quienes enfrentan las secuelas.
La misma revista norteamericana siguió a esas personas: Rachel Smith, que perdió a su madre a los cuatro años y cuya familia empezó a sanar tras el juicio; el hermano de Lynn Connes, que aún cuida una lápida que dice “Desaparecida” y que ahora se siente casi seguro de lo ocurrido; Freedom, mirando la foto de Charlotte y viendo a una madre, no a un número de caso sin resolver. “Era hermosa”, dijo. “Siempre vestía con elegancia.” Adivina la promesa en frases como ¿Quieres que te tome una foto?
Está también el intermediario. William Noguera fue sentenciado a muerte a los dieciocho años por el homicidio de la madre de su novia. Décadas después, ofrece su experiencia no como redención sino como herramienta: “Devolver algo”, es el término en su declaración.
En 2024, un tribunal redujo su condena a veinticinco años a vida; con cuarenta años cumplidos, obtuvo la libertad condicional y salió al mundo: un breve altercado con la ley y después silencio, cuadros, llamadas al canal de Mains, presionando a las autoridades para reabrir casos mientras Naso negocia nueva información a cambio de una celda mejor.
Estos hechos no encajan en una fábula de redención. Los cuerpos siguen desaparecidos; la justicia, esquiva; el informante, responsable de una tragedia propia. Aun así, el trabajo continúa. Una hija puede pronunciar el nombre de su madre en voz alta. Un hermano duda en borrar la palabra “Desaparecida” de una lápida. Un policía que alguna vez llamó a la evidencia de Naso “caso de película” encuentra un teléfono en un cajón polvoriento y marca.
La justicia en los casos fríos llega en pedazos. A veces es el nombre de un periódico que revela una región; a veces, una calle sin salida que guía una búsqueda, o un abrigo de camello que ayuda a identificar a una joven. Y, ocasionalmente, es la voz de un hombre confinado que deja de dibujar flores el tiempo suficiente para trazar la silueta de un monstruo y escuchar hasta que esa silueta toma palabra propia.
Lo que queda es la espera, las cuentas nunca saldadas. Pero en las habitaciones donde solo había silencio, por fin se escuchan nombres. Y, en el espacio donde una madre de diecinueve años desapareció, hay una línea –invisible pero cierta– que une un acantilado sobre Thornton Beach, una celda en San Quentin y el hogar de una familia que aguardó medio siglo por una respuesta.