Cómo hacer para vivir el presente en tiempos acelerados

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Hay vidas que se colmaron de sentido. No abandonaron el asombro, la curiosidad, las preguntas, la atención al mundo que las rodeaba, en el que transcurrían. Mantuvieron y honraron un propósito esencial, renovaron metas, gozaron los procesos antes que los resultados. Estuvieron presentes en cada minuto de su devenir. Y hay vidas que erraron sin rumbo, temieron la incertidumbre hasta verse paralizadas, prefirieron la inercia antes que el impulso, la repetición antes que la renovación. No miraron más allá del horizonte, eligieron no saber antes que interrogar, eludieron el dolor con todo tipo de anestesia. Muchas de las primeras duraron cronológicamente menos que las segundas, pero su tiempo fue más ancho, largo y profundo. Porque, en definitiva, la verdad del tiempo, por mucho que diferentes ciencias lo estudien desde variadas perspectivas, no parece estar en los relojes, en los calendarios, en determinados campos neuronales, sino en la memoria y en el corazón.

Mario Benedetti, autor de tanta poesía inspirada y memorable, afirmaba que “cinco minutos bastan para soñar toda una vida, así de relativo es el tiempo”

“Nuestra experiencia del tiempo semeja acortarse cuando está llena de eventos, experiencias y episodios nuevos, emocionantes, significativos; todo pasa como un torbellino. Pero, al reflexionar sobre ello, la experiencia del tiempo en la memoria se dilata y se siente más larga”. Martin Wiener, profesor asociado en el Departamento de Psicología de la Universidad George Mason, en Virginia, EE. UU., sabe de lo que habla cuando hace esta afirmación. Desde hace años estudia la percepción temporal.

Vivir el momento (lo cual tanto puede significar un segundo como una hora, una semana o un año), bucearlo, no pasar livianamente por su superficie, hacer de él un sol que desde la memoria ilumine nuestra vida, y no una estrella fugaz

En un ensayo sobre el tema publicado en el sitio digital especializado Psyche, Wiener hace hincapié en que nuestra relación con el tiempo es siempre subjetiva, y que, por mucho que miremos el reloj, éste parecerá marchar más rápido ante lo temido y más lento ante lo deseado. Hay un tiempo prospectivo, señala, en el cual transcurren nuestras experiencias, y uno retrospectivo, en el cual las recordamos. Hay momentos felices de corta duración que serán recordados durante mucho tiempo e incluso alargados en la memoria. Y hay circunstancias tristes que pronto pasan al olvido, aunque hayan tenido cierta duración. Mario Benedetti, autor de tanta poesía inspirada y memorable, afirmaba que “cinco minutos bastan para soñar toda una vida, así de relativo es el tiempo”.

Sin duda lo es, por eso Albert Einstein pudo decir que el tiempo es una ilusión, concluyente idea, sobre todo cuando proviene del padre de la física moderna, ciencia que estudia el tiempo. Y, justamente porque es ilusorio, todo intento por atraparlo y toda lucha por detenerlo o hacerlo retroceder serán siempre inútiles. “Si quieres ralentizar el tiempo mientras transcurre, préstale atención, disfrútalo”, aconseja Wiener. Traducido, esto significa estar presente en el presente, explorar vivencias preñadas de sentido, conectadas a la naturaleza, a nuestros vínculos, a la observación, comprensión y agradecimiento hacia el mundo que nos contiene. Vivir el momento (lo cual tanto puede significar un segundo como una hora, una semana o un año), bucearlo, no pasar livianamente por su superficie, hacer de él un sol que desde la memoria ilumine nuestra vida, y no una estrella fugaz.

El filósofo, poeta y naturalista estadounidense Henry David Thoreau (1817-1862), que exploraba el papel de la naturaleza en la vida humana, se recluyó durante cuatro años en los bosques de Walden (título de su libro imperecedero), lapso al cabo del cual afirmó: “El tiempo no es sino la corriente en la que estoy pescando”. Su experiencia es extensible a todo ser humano. Hay quienes nunca atrapan algo en la corriente de la existencia y hay quienes, cuando esta llega a su fin, muestran una pesca variada y abundante. Sea lo que fuere, el tiempo pasa y, llegado el momento final, resuena un pensamiento del filósofo griego Epicuro ((341-270 a.C.), quien tanto indagó en la felicidad: “No será dichoso el joven, sino el viejo que ha vivido una hermosa vida”.

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