
Tinkuy, del quechua, significa encuentro. Y desde hace más de quince años, Gloria Claro y Ariel Marcel están en el camino del convidar lecturas.
Con experiencia como docentes –Gloria es licenciada en Educación y profesora de educación inicial y preescolar y Ariel, diseñador gráfico y docente universitario– y mediadores, en 2016, se embarcaron hacia un nuevo viaje. Esta vez la apuesta fue por lo lúdico, y desarrollaron juegos de cartas literarios para todas las edades con el objetivo de “habilitar un espacio y un tiempo en el que propiciar el juego con las palabras” alejados de las pantallas.
“El catálogo se fue construyendo en relación con cómo pensamos la lectura y la infancia, con el propósito inicial de generar encuentros entre libros y lectores, apoyándonos en la idea de que leer es un derecho. Y en esa búsqueda apareció el juego como un puente, para favorecer el acceso a los bienes culturales”, cuentan.
La idea es, continúan, tender un puente a través del cual el juego sea la puerta de ingreso, de forma creativa, a la lectura.
—¿Cómo se construye la identidad lectora?
—Gloria Claro: Lo asocio con una construcción, y como toda construcción, es un proceso que lleva tiempo, días, instantes, momentos. No es de un día para el otro, pero sí se necesitan días, tiempo, disposición de libros, quién te acerque los libros, quién te los ponga a mano. Es un compartir. Esta identidad se va a ir construyendo con un otro. La lectura en soledad no sé si tiene tanta vida a largo plazo. Y si hay un otro que te acerque a los libros, creo que va dando como cierta impronta en tu camino lector.
—Ariel Marcel: Por mi parte, agrego que siempre tiene que haber algún aspecto lúdico. Porque también es fundamental, me parece, en esta construcción, que se va a ir haciendo de menor a mayor, quizás. Es fundamental ese lugar de encuentro, no de jugar un juego de tablero, sino de leer con otros, de leer en voz alta, de que te lean, de escuchar.
—G. C.: Y me quedo pensando en esto de identidad lectora como esta marca personal, que también puede ir variando a lo largo del tiempo, como que podemos ser un tipo de lectores en la infancia y después ir yendo para un lado o para el otro.
—A. M.: Y depende también un montón de con quiénes te cruces en el camino, ¿no? Quiénes te acerquen más libros. No solamente es en la infancia cuando te los acercan. Qué bibliotecas puedas tener cerca, cómo es la función de los libros en la escuela donde participes, en la secundaria, en la universidad. Yo creo que esa identidad se va a ir formando.

—¿Creen que un libro podría despertar el interés por leer?
—G. C.: Creo que sí. Y es el libro que lo va a lograr. No es el mismo título para todos ni en el mismo momento. Incluso puede ser que el mismo libro en un momento no te genere ese interés y más adelante sí lo haga. Puede suceder en la infancia, en la adolescencia, en la adultez, pero sí. Y a veces puede ser el libro de la mano de alguien, que también despierte el interés.
—A. M.: Sí, depende también mucho del contexto y quién te lo puede acercar o dónde lo encontraste. Y me parece también que no solamente despierta el interés en la lectura o en leer. También te puede despertar el interés en viajar adonde sucede esa historia, si es que hay una historia, si es que es ficción. Te puede invitar a convidar ese libro con otros. Te puede invitar a conocer el autor, a ver la obra, si es algo ilustrado. Creo que el libro abre [cosas] que ni los autores se dan una idea de todo lo que puede llegar a abrir ese recurso.
—G. C.: Y ahora me viene a la mente esto de que el interés por leer también puede ser no un libro, sino una circunstancia, una situación, un viaje.
—A. M.: Un lugar inesperado.
—G. C.: Claro. Cualquier cosa puede disparar el interés por leer, por lo menos a nosotros nos ha pasado.
—De un hogar sin madre ni padre ni familiares lectores ¿puede surgir un ávido lector?
—G. C.: Bueno, sí, claramente. Ya lo dijo Graciela Montes, que la gran ocasión es la escuela; que la escuela iguala derechos en torno a los bienes culturales. Y la escuela puede ser esa generadora: un docente, un bibliotecario, incluso compañeros pueden ser quienes generen ese interés.
—A. M.: En casa, por ejemplo, no había muchos libros cuando yo era chico y siempre estaban los mismos libros, además. Igual, de a poco después sí fueron llegando más. Y después, de grande, sí me hice ávido lector. Igual, siempre fui un lector más de imágenes, de ilustraciones. Todo lo visual siempre me atrajo mucho más que el texto escrito.
—G. C.: Igual, siempre que en un ambiente familiar haya bibliotecas y haya gente leyendo, también los niños se apropian de esas imágenes, de esas escenas lectoras. Entonces, es muy probable que disfruten del acto de leer y lo hagan como una rutina. Nosotros, por ejemplo, a la noche, leemos todas las noches con nuestro hijo de seis años, y se hizo un ritual. No hay noche que no pida un libro. Ahora que está empezando a leer solo, también se le instaló, pero eso fue porque día a día fuimos creando ese hábito.

—Pensando en esto, ¿hay un momento para empezar a leer?
—G. C.: No, no hay un momento, y todos son buenos momentos para empezar a leer. Como tampoco hay un momento del día ideal para leer. Para algunos es la mañana; para otros, la tarde; para otros, la noche. Y siempre, si uno tiene ganas de empezar, siempre son buenos momentos.
—¿Qué es ser mediador de lectura? ¿Es algo ligado a la educación o hay otros tipos de mediadores?
—G. C.: El concepto lo dice: quien está mediando entre libros. Y sí que el docente es un gran mediador, pero también hay otras personas que pueden actuar de mediadores cuando acercás libros a otros. Los bibliotecarios son grandes mediadores. Los adultos, los padres. Las familias, los abuelos también son mediadores.
—A. M.: Hermanos mayores.
—G. C.: (ríe) Hermanos mayores, acá me van acotando. Y uno puede ser un mediador de lectura sin saberlo. Me pasa que a veces, como estoy vinculada con el ámbito de los libros, me piden recomendaciones o qué pueden leer. Niños leyendo también pueden ser mediadores de otros niños lectores, también.
—A. M.: Nuestros juegos tienen eso de mediar, entre lo lúdico y lo literario. Que cuando terminen de jugar o mientras están jugando, mientras están creando alguna historia, por qué no, el adulto o quien esté ahí, que acerque algún libro que tenga relación con esa creatividad que está sucediendo. Y muchas veces pasa que asocian determinados juegos con determinados libros, y nos mandan fotos, nos cuentan en las escuelas cómo trabajan.
—G. C.: Y pienso que quien oficia de mediador está bueno que se forme, que lea mucho, que se capacite, que reflexione, si es que quiere ser un mediador ante otros. Sobre todo ante los niños y niñas. Hay una gran responsabilidad en este ser mediador.

—¿Recuerdan su primer encuentro con libros?
—G. C.: Me viene a, a la mente una escena con una colección de libros que heredamos con mis hermanos de unas primas mayores, que es la colección Muñequitos. Siempre que recuerdo esta escena, jugando con los libros, haciendo un camino cual escalera… Y ahora, más grande, lo pienso como el libro como invitando a otros mundos.
Después, de la literatura oral, a mi abuela cantándome en su regazo algunas canciones del folclore tradicional.
—A. M.: Y yo tengo algunos recuerdos de los libros de tapa amarilla dura…
—G. C.: ¿Robin Hood?
—A. M.: Sí, Robin Hood. No es que yo los leía ni me los leían, pero digo, es el primer contacto, estaban ahí, se podían tocar. Después, sí me acuerdo de los libros de lectura que teníamos en primer grado, el de Pupi y yo, y en segundo grado, Pupi y nosotros. Leer esos textos, acordárselos de memoria para después repetirlos en la escuela. Bueno…, otra época, ¿no?
[Fotos: gentileza Tinkuy.]
