El 24 de abril de 2025, el Ministerio de Salud de la Nación encendió las alarmas. El laboratorio nacional de referencia Anlis Malbrán había detectado casos de Listeria monocytogenes, la bacteria que provoca la listeriosis, en tres jurisdicciones distintas del país. Los análisis genómicos, es decir, el estudio del ADN del microorganismo, revelaban algo inquietante: las cepas eran prácticamente idénticas, lo que sugería una fuente común de contaminación.
El hilo de la historia se remontaba a diciembre de 2024, cuando se notificaron los primeros dos casos de la enfermedad en diferentes localidades bonaerenses. En enero de este año se sumó un paciente de la ciudad de Buenos Aires, que previamente había viajado a Tucumán. Luego, en febrero y mayo, aparecieron dos casos más, ambos residentes en Tucumán. Todos los análisis coincidían: había una “alta relación genómica” –similitud genética que indica que la infección proviene del mismo origen– entre ellos.
Ante este patrón, se desplegó una investigación coordinada entre el Ministerio de Salud –a través del Anlis Malbrán, el área de Epidemiología y el Instituto Nacional de Alimentos (INAL)– y las autoridades provinciales. En Tucumán, equipos de epidemiología y bromatología entrevistaron a los pacientes y familiares para reconstruir el rastro de lo que habían comido antes de enfermar. También visitaron comercios, tomaron muestras de productos listos para consumir (que no requieren cocción) y evaluaron las condiciones de producción y venta.
En total se analizaron 26 muestras de alimentos. Cinco dieron positivo para Listeria monocytogenes. Una de ellas, un queso criollo de producción en pequeña escala, coincidía genéticamente con las bacterias halladas en los pacientes. El hallazgo fue clave: el sitio de elaboración de ese queso quedó identificado como la fuente del brote y los productos contaminados fueron decomisados. Según fuentes del Ministerio de Salud de Tucumán, se trataba de un productor local que vendía los quesos de manera informal en la localidad de Tafí del Valle.
El laboratorio confirmó que el aislamiento proveniente del queso pertenecía al complejo clonal hipervirulento 1 (CC1), un linaje de la bacteria especialmente agresivo, y que la coincidencia genética con los casos humanos era altísima, una diferencia de nueve o menos SNPs (variaciones mínimas en el ADN bacteriano). La conclusión fue categórica: el queso criollo estaba contaminado con el mismo patógeno que había enfermado a las personas.
El Boletín Epidemiológico Nacional destacó que esta fue la primera vez en la Argentina que se pudo establecer un vínculo tan claro entre casos humanos de listeriosis y una fuente común, confirmado por análisis genómicos. El caso puso en evidencia el valor de la vigilancia genómica, la importancia de notificar y enviar muestras de todos los casos sospechosos, y la necesidad de encuestas alimentarias completas para orientar la investigación.
Gracias a la rápida actuación de la provincia de Tucumán y de los organismos nacionales, se logró intervenir sobre el origen del brote y prevenir nuevos casos. También quedó en claro que, para evitar episodios similares, es imprescindible reforzar las buenas prácticas de manufactura, realizar inspecciones periódicas y difundir información preventiva que proteja a los consumidores.
Riesgos, síntomas y prevención
El infectólogo y epidemiólogo Hugo Pizzi explicó que la Listeria monocytogenes es una bacteria presente en medios como el agua o la tierra, pero que se transmite principalmente a través de alimentos contaminados. “Puede provocar complicaciones severas, especialmente en embarazadas, ya que la infección puede derivar en cuadros graves como meningitis, trastornos medulares o septicemia”, advirtió. Si bien destacó que “los antibióticos son altamente efectivos” cuando el tratamiento se inicia a tiempo, alertó que el diagnóstico suele llegar cuando ya se han producido daños en órganos vitales, lo que eleva el riesgo de mortalidad hasta un 30%.
Pizzi detalló que la gravedad del cuadro depende de la edad y el estado inmunológico del paciente, siendo los adultos mayores y los niños los más vulnerables. Entre los síntomas más frecuentes mencionó escalofríos, fatiga, fiebre, dolor abdominal, diarrea, náuseas, vómitos y dolor de cabeza. “El índice de mortalidad es elevado, y la prevención pasa por mantener medidas estrictas de higiene en la manipulación de alimentos así como garantizar su adecuada cocción, ya que el calor destruye la bacteria”, remarcó, agregando que incluso animales y agua contaminada pueden ser fuentes de transmisión.
Por su parte, Francisco Dadic, toxicólogo del Hospital General de Agudos Carlos Durand, señaló que “habitualmente la intoxicación se produce por la ingesta de lácteos que no están pasteurizados”, proceso que elimina las bacterias presentes en la leche o el queso. Subrayó la necesidad de evitar el consumo de alimentos sin control sanitario y advirtió que brotes como el actual “pueden deberse a contaminación del alimento, falta de higiene en la manipulación, contaminación cruzada o problemas en la cadena de frío”. Según el especialista, la correcta refrigeración y el cumplimiento de las normas bromatológicas son clave para prevenir no solo la listeriosis, sino también otras enfermedades como la brucelosis, triquinosis, shigelosis o salmonelosis.