Para la mayor parte de la humanidad, la pandemia de Covid fue una especie de mal sueño, un período oscuro y negado, cuyas consecuencias personales y sociales todavía no terminan de entenderse. Pero para muchos –el 6% de la población, según cálculos de la Organización Mundial de la Salud– es una pesadilla que no acaba. Son quienes sufren de Covid persistente, para quienes la ciencia tiene solo respuestas parciales, y soportan una colección de síntomas que van desde el desgano y la apatía hasta la niebla mental, como se define a los momentos en que la mente se pone en blanco y no puede resolver asuntos básicos de la vida cotidiana.
“Me daban amnesias de corto plazo, no podía recordar cosas o expresar con palabras lo que quería decir”, dice Marcela Bottale, una ingeniera química salteña de 61 años. Lo más difícil para ella es lidiar con la falta de energía, que puede confundirse con cansancio o agotamiento. Pero es peor. “Es como si te desenchufaran. No podés moverte, tampoco podés pensar bien. Es una ausencia total de fuerza, que me llevaba a dormir mucho, 14, 16 horas seguidas”, contó a LA NACION.
Como en los casos de las enfermedades raras o de difícil diagnóstico, lo más duro para ella y otros pacientes en iguales condiciones es conseguir médicos que puedan dar en el blanco y explicar qué tienen. Bottale abandonó la empresa donde llevaba casi tres décadas trabajando, adelantó su jubilación y se tomó un avión a Buenos Aires para entregarse a una ronda de estudios para descubrir qué le pasaba; en el Fleni, cuenta, le dieron una respuesta después de mucho trajinar por otras instituciones. Descartado todo lo demás, era Covid prolongado: ella había estado en terapia intensiva en 2021 por una neumonía bilateral causada por el nuevo coronavirus.
“Hay un antes y un después para mí en cuanto a calidad de vida”, coincide Laura González, una bióloga molecular que también tuvo neumonía por Covid en 2020 y aún sufre las consecuencias, por más que el riesgo de vida haya pasado. “Me repercute en la vida cotidiana, me cuesta salir de la cama y, para no llegar tarde al trabajo, tengo que levantarme mucho antes”, detalla, y agrega que siempre fue muy activa. “Yo iba a correr, hoy tengo que elegir qué día hago cosas, según cómo me siento. El médico me dice que el cansancio es subjetivo, pero creo que en este caso no lo es”, señaló. También tuvo episodios de niebla mental, como al olvidar la clave de un candado que usa desde hace 15 años; tuvo que probar varias combinaciones hasta que logró abrirlo. González –que como técnica estuvo abocada a hacer análisis de PCR para detectar muestras con Covid– no encuentra explicaciones a lo que le pasa y lo peor para ella son los bajones, el cansancio, y estar un día bien y otro, mal.
Convencida de la necesidad de reunir a las personas que tuvieron un derrotero similar después de tener Covid, Bottale intenta generar una red, todavía informal, de pacientes para poner en común los casos y aprender y sostenerse mutuamente. Incluso si las estimaciones de la OMS fueran exageradas, hay por lo menos cientos de miles de argentinos con este tipo de problemas tras el Covid. Un trabajo de agosto de 2024 calculó 400 millones de personas con Covid persistente en todo el mundo y un gasto anual de un billón de dólares (trillion, en inglés). En Europa, ya hay instituciones que se dedican enteramente a estos nuevos pacientes o disponen de servicios dedicados a ellos, y se sugiere que médicos de todo el mundo estén más atentos para no subdiagnosticarlos.
Ciencia local
Pero ¿cómo puede ser que el virus siga haciendo daño en los cuerpos tanto tiempo después, meses o años, incluso cuando es inhallable en los análisis? Los médicos todavía no lo saben con certeza y evalúan como hipótesis que se trata de una hiperreacción del sistema inmunitario, o que los anticuerpos generados atacan a los órganos propios, o que algunas partículas del virus se activan en ciertos órganos, especialmente el cerebro (de ahí los problemas intelectuales). Y, si bien le puede pasar a cualquiera, aquellos que tuvieron enfermedad grave y debieron ser internados tienen más posibilidades de sufrirla. Adultos, mujeres y no vacunados también resultan en proporción más afectados, según varias investigaciones publicadas en revistas científicas.
Mientras la investigación sobre Covid persistente, o long Covid, continúa en el mundo para saber cómo es que funciona en detalle, también es vital generar herramientas de diagnóstico para poder distinguirla de otras enfermedades psicológicas, psiquiátricas o de otros órganos. Ese camino empezaron a transitar, por ejemplo, en la Universidad de San Martín (Unsam), donde un equipo encabezado por la neurocientífica Marcela Brocco y el ingeniero Martín Belzunce, investigadores del Conicet, trabajan en un proyecto para encontrar biomarcadores –proteínas de las neuronas que salen a la sangre– en la saliva y con imágenes cerebrales para determinar los efectos del Covid persistente en la salud mental y la actividad cognitiva.
Brocco está asombrada por las historias que oye: “Van desde casos muy leves hasta complejos, como la niebla mental, donde no se pueden concentrar o estudiar. También les cuesta salir a la calle por los dolores físicos. Algunos tienen síntomas parecidos a la fibromialgia (o fatiga crónica) y pérdida de memoria. Eso impacta”, dijo a LA NACION. Y contó que “algunos tienen pánico de volver a tener covid, que puede agravarles el cuadro, andan con miedo y barbijo. Y militan al barbijo tanto como a la ventilación cruzada, además de la vacunación anual”.
Brocco también explicó que el número de síntomas que se le atribuyen al Covid persistente es de unos doscientos, pero los que más se repiten son las ya mencionados como niebla mental, la fatiga: “Se cansan muy rápido, y les resulta cíclico: durante semanas están bien y tienen semanas donde se les apaga el mundo. Tienen que frenar todo y aprender a lidiar con eso. Varias horas después o días después, están bien. Y es un ciclo que no se puede predecir porque aparecen súbitamente los síntomas, lo que lleva al estrés y al agotamiento, e incluso a cuadros depresivos”, agregó.
Como todavía se desconoce cómo funciona la fisiología del Covid persistente no hay, por lo tanto, tratamientos y la respuesta de los profesionales es el tratamiento de los síntomas, con expertos que van desde el psiquiatra al reumatólogo. A los voluntarios del estudio de la Unsam, unos 250 hasta ahora, se les hace una resonancia de unos 50 minutos cuyos resultados tienen que analizar para sacar conclusiones, con participación de profesionales del Hospital Eva Perón de San Martín. “A nosotros nos interesa encontrar patrones comunes entre imágenes de resonancia, el PET [tomografía por emisión de positrones] y los niveles de biomarcadores en saliva, de salud mental, un patrón que los unifique y generar herramientas diagnósticas más rápidas”, indicó Brocco. Uno de los objetivos es coincidente con lo que más reclaman los pacientes, no solo en estos casos, sino en toda enfermedad: un diagnóstico rápido, saber qué tiene uno para encarar la vida al menos con esa certeza.
La desesperación por la falta de diagnóstico es lo que sufrió Silvina Güezo Bautista, una odontóloga de La Plata, que tuvo que peregrinar por distintos médicos que creían que su pesar no era de origen fisiológico. “No tenía fuerzas para nada, y me mandaban a hacer deportes”, se queja. Recién ahora, incorporada a un protocolo de una clínica norteamericana, siente que está un poco mejor. “En mi familia no terminan de entenderlo, pero yo no me doy por vencida”, añadió. “Te tenés que amigar con los síntomas y tomarlo con calma porque tu vida cambió. No podés hacer lo mismo que antes, hay que aceptar las nuevas condiciones de vida”, concluyó Bottale. Al menos, hasta que la ciencia encuentre una solución definitiva al Covid persistente.