“Su hipocampo era hermoso”, recordaba la doctora Tamar Gefen. La neuropsicóloga había quedado cautivada con cuán definida estaba “la arquitectura” de esa parte del cerebro. “Sus neuronas eran grandes y saludables. Recuerdo haber pensado en lo increíble que era que una estructura tan impresionante e intrincada pudiera contener recuerdos tan terribles”, añadio.
Gefen, una de las investigadoras del Programa de Superenvejecimiento de la Universidad Northwestern, en Chicago, se refería a una “SuperAger” o superanciana cuyo cerebro estudió en vida y que todavía, después de su muerte, continúa examinando. Aunque fue una sobreviviente del Holocausto, la investigadora no olvida cuán feliz, fuerte y divertida era. “Pasaron más de 10 años, pero todavía pienso en ella todo el tiempo”, cuenta.
Así se lo contó a Martin Wilson, autor de What We Can Learn From SuperAgers (“Lo que podemos aprender de los superancianos”), artículo publicado en Northwestern Magazine. En los 25 años del programa, hay científicos y participantes que se convirtieron por muchos años y, como lo refleja la experiencia de Gefen, la conexión con los que donaron sus cerebros puede llegar a ser muy profunda.
“Tenemos personas que fallecieron hace más de 20 años cuyos cerebros se usan para los estudios”, le dice a BBC Mundo Molly Mather, una de las investigadoras y profesora asistente de Psiquiatría y Ciencias del comportamiento en la Universidad de Northwestern. “Se construye una relación de confianza y cuando deciden donar su cerebro después de morir, saben a dónde irá y quién lo va a estudiar. Quieren ser parte de la investigación en el futuro”, añade.
El cerebro que inspiró todo
El término superaging (aging en inglés significa “envejecimiento”) fue acuñado en el Centro de investigación de la enfermedad de Alzheimer de la Universidad de Northwestern. Para conocer el origen de su Programa de Superancianos, hay que remontarse a mediados de los años 90, cuando algo pasó por pura “serendipia”.
“Recibimos la autopsia cerebral post mortem de una mujer de 81 años”, cuentan los autores del artículo científico The first 25 years of the Northwestern University SuperAging Program (“Los primeros 25 años del Programa de Superenvejecimiento de la Universidad de Northwestern”). Se trataba de alguien que había participado en un estudio dirigido por una doctora en Miami y que “no había mostrado evidencia de deterioro funcional”.
De hecho, en pruebas de memoria había sacado puntajes “superiores” para su edad y similares a los de personas de 50 años. Algo que sorprendió a los investigadores fue la detección de un solo ovillo neurofibrilar en una sección a través de la corteza entorrinal, una región conectada con varias áreas del cerebro que se considera fundamental en la consolidación de la memoria espacial, episódica y autobiográfica.
Los ovillos neurofibrilares son unas especies de marañas de fibras diminutas de la proteína tau —vital en el funcionamiento del cerebro— que se entrelazan dentro de las neuronas. Su formación es parte de la degeneración neurofibrilar, un proceso en el que la proteína tau empieza a fallar, y su acumulación se asoció con el deterioro cognitivo y la enfermedad de Alzheimer.
Y llegó el segundo
De acuerdo con los investigadores, la detección de un solo ovillo en esa mujer era “una circunstancia rara a esa edad, incluso para aquellos sin anomalías cognitivas conocidas”. “La implicación resultante de que el envejecimiento no tiene por qué causar una pérdida significativa de memoria” fue una las ideas que impulsaron el nacimiento del programa en el año 2000.
Ese primer cerebro era muy particular porque la mayoría de las personas, a medida que envejecen, presentan algunos ovillos y también algunas placas de otra proteína llamada amiloide. “Entre más años tienes, más probable es que se hayan desarrollado algunos de ellos”, indica Mather.
En el programa de la BBC Health Check, la doctora Sandra Weintraub, una de las investigadoras líderes del estudio y también profesora de la Universidad de Northwestern, recordó los inicios del estudio: “Nuestro primer cerebro superanciano tenía un ovillo y pensamos: ‘¡Dios mío, hemos descubierto el secreto para conservar el cerebro: no producir ovillos! El siguiente cerebro superanciano tenía tantos ovillos como alguien a quien le hubieses dado un diagnóstico post mortem de la enfermedad de Alzheimer”.
¿Quiénes son los superancianos?
Con ese término, los científicos del Programa de Superancianos definen a personas de 80 años o mayores que consiguen puntajes iguales a los que obtienen individuos que son 30 o 20 años menores en pruebas de memorización de listas de palabras. Usan el Test de Aprendizaje Verbal de Rey, una herramienta ampliamente empleada en neuropsicología para evaluar, entre varios aspectos, la memoria. Otros recursos son utilizados para valorar las demás funciones cognitivas.
Eligieron la memoria episódica como el principal marcador porque “es la facultad con mayor deterioro” en el proceso de envejecimiento promedio, explican en el artículo. Así es que para clasificar a alguien como superanciano, los investigadores pusieron una vara realmente alta: que tenga una memoria como la de alguien al menos 30 años más joven. Y los resultados son impresionantes.
“Es una sorpresa pura ver a un nonagenario capaz de recordar semejante cantidad de información nueva cuando a veces veo a pacientes quincuagenarios y sexagenarios con dificultades en una prueba de memoria mucho más sencilla”, dice Mather y añade: “Es una experiencia realmente reveladora ver cuán amplio es el espectro de las diferentes trayectorias que puede tomar el envejecimiento”.
Y es que los superancianos “desafían” la idea de que el deterioro cognitivo es inevitable al envejecer. Tradicionalmente, dice la neurocientífica, el lente con el que se ha estudiado el envejecimiento cerebral se ha enfocado en las patologías, en los cambios que provocarán síntomas.
Estudiar a los superancianos es un cambio de perspectiva, es ver “lo que sigue intacto, lo que permite que el cerebro continúe funcionando a un nivel realmente alto”: “No es solo la ausencia de enfermedad, también es lo que va bien y cómo tratamos de aprovechar ese conocimiento para que le sea útil a otras personas”.
¿Cómo son sus cerebros?
Los investigadores del programa lograron establecer que los superancianos poseen un fenotipo neuropsicológico y neurobiológico que los distingue de las personas de su misma edad. De acuerdo con Mather, uno de los primeros hallazgos apuntaba a que sus cerebros se parecen más a los cerebros de quincuagenarios y sexagenarios.
“Parece que el encogimiento del cerebro que tiende a ocurrir con el envejecimiento, de manera normal, es menos pronunciado en las personas que logran preservar una memoria fuerte a lo largo del tiempo”, dice. De hecho, señala el estudio, los superancianos presentan “volúmenes corticales que no difieren de los de adultos neurotípicos entre 20 y 30 años más jóvenes”.
El volumen cortical se refiere a la cantidad de tejido de la corteza cerebral, que es la capa externa del cerebro clave en el pensamiento consciente. Las regiones de esta parte del cerebro están vinculadas, entre varias funciones, a los recuerdos y al procesamiento del lenguaje.
Uno de los hallazgos más sorprendentes se dio en una región del giro cingulado, que es una circunvolución que se encuentra en el medio del cerebro y que se suele dividir en tres regiones: anterior, medial y posterior. Los científicos identificaron que el giro cingulado anterior de los superancianos tenía un mayor grosor cortical que “incluso el de los participantes neurotípicos de entre 50 y 60 años de edad”.
Esa parte del cerebro, explican los expertos, es clave en varios procesos, entre ellos los que tienen que ver con la motivación, la toma de decisiones, las emociones y la sociabilidad.
Las neuronas amigables
Al observar esa zona en tejido post mortem, los investigadores descubrieron que los cerebros de los superancianos tienen muchas más neuronas Von Economo no solo en comparación con sus pares, sino con personas mucho más jóvenes que ellos.
Se cree que ese tipo de neuronas, también conocidas como neuronas en huso, desempeñan un rol clave en las interacciones sociales y en el desarrollo de conductas sociales complejas. Y ese hallazgo resuena con lo que los expertos observaron al estudiar a los superancianos: su interés en mantener relaciones sociales sólidas. “Pero no sabemos qué fue primero”, indica la profesora Mather.
¿Es que siempre tuvieron más de esas neuronas y eso hace que su comportamiento sea más sociable o ser sociable en sí mismo da como resultado más de esas células? “La cuestión del huevo o la gallina está en gran parte sin resolver”, marca. Los científicos también hallaron que las neuronas entorrinales, ubicadas en la corteza entorrinal, son más grandes que las de personas de su misma edad. Esas células son cruciales para la memoria.
Entre la resistencia y la resiliencia
A nivel celular, los cerebros de los superancianos también reflejan menos cambios relacionados con la enfermedad de Alzheimer. “Lo que es bastante notable con los superancianos es que muchos de ellos son octogenarios, nonagenarios, incluso mayores de 100 años y presentan muy pocos ovillos en comparación con los que normalmente se esperarían a su edad”, indica Mather.
Los científicos aún no saben por qué y se preguntan si quizás hay algo que está deteniendo su formación, que se resiste. ¿Puede ser que la memoria que lograron preservar sea el resultado de no sufrir esos cambios físicos en el cerebro? Y en el caso de los superancianos que sí tienen ovillos, ¿cómo es que conservan su memoria?
“Ahí entraría la resiliencia, hay algo sobre esas neuronas en esa parte del cerebro que todavía están funcionando muy bien y eso es algo muy interesante por descubrir: qué permite ese tipo de resiliencia celular”, dice.
La escuadra de limpieza
Al estudiar cerebros de superancianos los científicos también detectaron una menor actividad inflamatoria de la microglía en la materia blanca. La profesora Mather explica que la microglía es como el equipo de limpieza del cerebro, que se activa cuando hay un invasor, como una infección, o cuando hay algún daño.
“Su función es entrar, limpiar y luego desaparecer”, dice y remarca: “Hay indicios de que ese equipo trabaja un poco diferente en los superancianos, quizás de una manera más efectiva”. Y es que si en su afán protector, la reacción de esa escuadra lleva a procesos inflamatorios, puede dañar gravemente neuronas y contribuir al desarrollo de enfermedades neurodegenerativas.
Otra característica que los investigadores encontraron en los cerebros de los superancianos es una inervación colinérgica mejor conservada.
En el cerebro tenemos unas células nerviosas llamadas neuronas colinérgicas que transmiten señales a la corteza cerebral, entre otras regiones, y que se cree son importantes en procesos cognitivos y de la memoria así como también en el funcionamiento del sistema nervioso autónomo. A esa dinámica de transmisión de señales que se produce en el sistema colinérgico se le conoce como inervación colinérgica.
Hábitos muy diferentes
Ralph Rehbock, quien nació en 1934, es uno de los voluntarios del estudio. “Estoy muy orgulloso de ser un superanciano”, dice en un video de la universidad. Para Rehbock, a quien le gusta armar rompecabezas y pasar tiempo con su familia, es importante compartir la historia de cómo logró escapar de Alemania durante el nazismo.
Desde sus inicios, en el programa participaron 290 superancianos y se hicieron las autopsias de 77 de sus cerebros para tratar de comprender lo que los hace resistentes al deterioro cognitivo. En la actualidad, tienen 133 participantes activos.
En su reportaje, Wilson dice que no existe un superanciano “típico”: no es que sea “un grupo monolítico de corredores, abstemios o feligreses”. En su artículo, los investigadores nos hablan de un grupo con estilos de vida muy distintos: “Algunos superancianos parecían seguir todas las recomendaciones imaginables para llevar una vida saludable. Otros no comían bien, disfrutaban de fumar y beber, evitaban el ejercicio, sufrían situaciones estresantes y no dormían bien”.
Tampoco parecían ser más saludables, en términos médicos, que otras personas de su misma edad. Y es que los científicos también tomaron en cuenta regímenes de medicamentos. “En el programa, no excluimos a personas con limitaciones físicas o motoras porque eso no necesariamente tiene relación con sus procesos cognitivos y con cuán buena es su memoria. No es que tengas que entrar a nuestro edificio sin un bastón”, indica Mather.
No hay una fórmula
El deseo de llegar a la vejez con una memoria excelente es una aspiración de muchas personas, pero lo cierto es que los científicos aún tienen que dilucidar “lo que promueve el envejecimiento cognitivo excepcional”, señala la experta.
“Mucha gente se pregunta: ‘¿qué puedo hacer para tener ese resultado?’. Definitivamente, con nuestra comprensión general de la salud del cerebro, no estamos en un punto en el que podamos ser prescriptivos sobre lo que se supone que se debe hacer para garantizar un buen resultado”, señala Mather.
“Hay cosas que se pueden hacer que probablemente se correlacionarán con una mejor salud física, cardíaca, lo que también mejorará la salud del cerebro en general. Hay cosas que recomendamos y que creemos que son importantes en términos de actividad mental”, explica.
Y añade: “Pero si no sos alguien que hizo cada una de esas cosas al pie de la letra, no significa que no podés llegar a tener ese buen resultado. Y eso es lo que creo que es un poco tranquilizador y hasta liberador para las personas que aún van a tomar decisiones sobre lo que es importante y significativo en sus vidas”.
Se trata de que las personas incorporen las recomendaciones para llevar una vida saludable de una manera que tenga sentido para ellas. “Hay gente que le encanta ir al gimnasio, pero a otras no les gusta y quizás prefieran salir a caminar con un amigo, ir a una clase de baile social o limpiar la casa. Es realmente personal”, dice Mather.
“Lo cierto es que no hay una fórmula simple. Quién sabe, tal vez algún día la tengamos, pero creo que estamos muy lejos. Hay tantas cosas que aún no entendemos”, marca.
Gefen advierte que alcanzar un envejecimiento excelente “no es tan simple como comer arándanos” o “socializar”: “Siempre habrá una interacción entre la biología, la genética y otros factores que contribuyen a la resiliencia”. A Mather le preocupa que algunas veces la gente pueda sentir que si desarrolla una enfermedad es de alguna manera su culpa: “Me alejo de eso porque creamos esta sensación de responsabilidad personal por cosas que son problemas mucho más sistemáticos y complejos”.
¿Cuán posible es que lleguemos a tener un cerebro como el de los superancianos?
“Como demostramos, no hay un cerebro superanciano”, responde la doctora Weintraub cuando le hago esa pregunta. “Lo que es estupendo es su memoria y perspectiva de la vida”. “Hemos mostrado que en algunos, el cerebro, en la autopsia post mortem, puede estar lo más libre posible del daño relacionado con la edad y, en otros, puede tener las proteínas anormales de la enfermedad de Alzheimer que, en la mayoría de las personas, causa la pérdida de neuronas sanas, el deterioro cognitivo y la demencia”, expresa.
Y subraya: “Por alguna razón, los superancianos no fabrican esas (placas y ovillos de) proteínas al mismo ritmo que la mayoría de los adultos mayores o las fabrican pero de alguna manera son inmunes a sus efectos sobre las células cerebrales sanas”.
Como Mather, Weintraub considera que el mensaje clave es tratar de reducir los riesgos para la salud. “No te convertirás repentinamente en un superanciano si comes bien, duermes bien, tratas tu depresión, dejas de beber, etcétera”, indicó en el programa de la BBC.
“Pero sabemos que cada una de esas cosas reduce el riesgo de deterioro cognitivo a medida que se envejece. Así que nuestro mensaje es hacer todo lo posible para reducir el riesgo. Y si haces eso y tienes la composición genética, tienes una oportunidad de convertirte en un superanciano”, cierra.
Por Margarita Rodríguez