Después de tres temporadas, 33 episodios e innumerable cantidad de lentejuelas And Just Like That…, el spin-off de Sex and the City, llegó a su fin. Y habrá un momento para lamentarse por los estragos que la continuación le infringió al legado de la serie original, pero este no es el texto para eso. Esta es la despedida de una ficción que comenzó durante la pandemia por varias razones extranarrativas, pero que se propuso contar el presente de tres personajes conocidos, icónicos para la TV y los espectadores de una generación que creció y maduró con ellos. Y, hay que decirlo, también envejeció a la par de Carrie (Sarah Jessica Parker), Miranda (Cynthia Nixon)y Charlotte (Kristin Davis). La versión actualizada de Samantha, el personaje de Kim Catrall, por cuestiones ajenas a la ficción, no llegó a la pantalla. Esa ausencia que se sintió durante toda la extensión de la secuela fue aún más pronunciada en su último episodio, que intentó darle un cierre ¿definitivo? al recorrido de las fabulosas e idealizadas neoyorquinas.
Con una duración de poco más de 33 minutos el episodio giró en torno al festejo de Acción de gracias, un guiño para nada sutil hacia los espectadores que, parecían decir los creadores del programa con su showrunner Michael Patrick King y su alma mater, Sarah Jessica Parker, a la cabeza, acompañaron a los personajes en este accidentado recorrido. De hecho, la sutileza estuvo completamente ausente en el capítulo que comenzó con Carrie probando un nuevo restaurante de inspiración asiática en el que algunos mozos son robots y otros lo parecen y a las mujeres que comen solas se les asigna un peluche como compañero de mesa. Todavía preocupada por los comentarios de su editora sobre su novela y la sugerencia de que el final en solitario de su protagonista era una tragedia que convenía aligerar con la posibilidad de un nuevo romance en el horizonte, la experiencia como comensal la perturba.
Si la vida en solitario en el pasado es una tragedia, aparentemente en el futuro también se vislumbra como algo a evitar. Una conclusión que la trama refuerza durante un desfile de vestidos de novia a la que asisten las protagonistas que aprovechan el momento para reflexionar sobre la vida de casada, los mandatos culturales y el sentido de sus existencias. Una combinación usual para el programa, pero que nunca se puso en escena de manera tan torpe ni subrayada.
Unas cualidades que se extendieron al resto del episodio que transformó la valentía temática de otros tiempos en chistes sobre inodoros tapados y centennials aborrecibles mientras le daba conclusiones más o menos adecuadas a las historias de Charlotte -feliz y satisfecha con su vida familiar-, Miranda -en pleno romance con Joy, interpretada por Dolly Wells, por lejos la mejor incorporación al elenco-, y Carrie, por supuesto. Parker eligió cerrar el recorrido de su personaje con una escena en la que se la ve bailando sola al ritmo de la versión para karaoke de la canción “You’re The First, The Last, My Everything”. Mientras Barry White le canta a alguien que es “la primera, mi última, mi todo”, Carrie se encuentra a sí misma recorriendo su mansión subida a los tacos de vértigo que estuvieron ahí desde el principio y, para bien o para mal, la acompañaron hasta el final.