La potencia muscular, definida como la capacidad de generar fuerza rápidamente, constituye uno de los componentes físicos más determinantes para la autonomía y seguridad en la vida diaria, especialmente con el paso de los años.
Aunque muchas personas enfocan su atención en el entrenamiento de fuerza tradicional y en la resistencia cardiovascular, científicos y expertos en salud advierten que la pérdida de potencia ocurre mucho antes de lo que comúnmente se cree y con un ritmo más acelerado que la pérdida de fuerza.
El declive de la potencia comienza temprano
A partir de los 30 años, la potencia —capacidad de moverse con rapidez— inicia su declive, incluso décadas antes de que resulte evidente una merma de fuerza muscular.
“Se pierde velocidad en el músculo antes de perder ese componente de fuerza”, destaca Stephen Sayers, investigador en rendimiento y función muscular en adultos mayores de la Universidad de Missouri.
Es una advertencia clave: entre los 50 y 60 años, la fuerza muscular disminuye alrededor de un 1 a 2% anual, mientras que la potencia puede caer hasta un 3 o 4% cada año si no se entrena. Esta diferencia se traduce en un riesgo incrementado de perder la autonomía física antes de lo esperado, incluso en adultos motivados y activos.
Fuerza versus potencia: una diferencia crucial
La fuerza es la capacidad de un músculo para ejercer tensión y mover o soportar cargas; la potencia agrega el factor tiempo, es decir, la capacidad de generar esa fuerza con rapidez. Este matiz es fundamental en la vida diaria.
“Imagina cruzar una intersección —propone Sayers—. Puede que tengas suficiente fuerza muscular. Puede que seas lo suficientemente fuerte, pero si no tienes velocidad, no vas a cruzar la intersección en el tiempo de la luz”. La potencia, entonces, marca la diferencia entre realizar con éxito una acción cotidiana o quedar expuesto a accidentes y caídas.
Este atributo físico depende de las fibras musculares de contracción rápida, cuya función es permitir reacciones explosivas. “El problema con estas fibras es que no las usamos mucho en la vida real”, observa Sayers, por lo que requieren de entrenamiento específico para preservarse.
Adicionalmente, la velocidad explosiva está vinculada al sistema nervioso y su comunicación con el músculo, un proceso que también pierde eficiencia con el paso de las décadas. Sayers advierte que “a los 60 años, se pierde casi la mitad de los nervios que inervan esos músculos. Una vez que el nervio desaparece, el músculo muere”.
Impacto del descenso de la potencia en adultos mayores
Con la pérdida progresiva de potencia, actividades cotidianas tan simples como levantarse de una silla baja, subir la acera o cargar una compra resultan cada vez más pesadas. Más allá de una menor facilidad para moverse, esta pérdida se refleja en un aumento del riesgo de caídas, una de las principales causas de lesión y pérdida de independencia en adultos mayores.
Claire Morrow, fisioterapeuta en Hinge Health subraya: “Uno de los indicadores clave del riesgo de caídas es en realidad la velocidad de alguien cuando camina, su velocidad de marcha”.
La capacidad de reaccionar velozmente ante un tropiezo o un obstáculo es determinante. Incluso con buena fuerza, si no se logra estabilizar el cuerpo a tiempo, la caída es inminente. Estudios de laboratorio liderados por Sayers muestran que quienes han entrenado su potencia pueden mover las extremidades rápidamente y recuperar el equilibrio antes de llegar al suelo: “Es una diferencia real, sobre todo a medida que las personas llegan a los 60, 70 y más años”.
Métodos y recomendaciones para entrenar la potencia muscular
Incorporar el entrenamiento de potencia es una estrategia eficaz y segura para proteger la movilidad, independencia y reducir el riesgo de caídas durante el envejecimiento. Según un estudio publicado en Journal of Aging and Physical Activity, el entrenamiento de resistencia a alta velocidad supera al de fuerza tradicional en la mejora del movimiento funcional en adultos mayores.
Sayers comparte experiencias de laboratorio: “He tenido personas que antes no hacían nada y luego hicieron entrenamiento de potencia, y hemos observado aumentos de fuerza del 25 al 30%”.
La clave es la velocidad: usar pesas ligeras y realizar la fase de elevación del movimiento lo más rápido posible, manteniendo la fase de bajada lenta y controlada. Sayers recomienda comenzar con máquinas en el gimnasio para mayor seguridad y control, usando solo el 40% de la capacidad máxima.
En casa, ejercicios como sentadillas rápidas con peso corporal o repeticiones de sentarse y levantarse de una silla ofrecen beneficios notables. “Cualquier ejercicio que añada resistencia al movimiento es entrenamiento de resistencia… simplemente hazlo con rapidez”, puntualiza.
Señales tempranas y autoevaluación
No existe un test casero único para evaluar la potencia, pero hay indicadores subyacentes. Morrow sugiere preguntarse: “¿Qué tan fácil te resulta levantar la maleta y colocarla en el compartimento superior de un avión? ¿Qué tan fácil te resulta subir y bajar las escaleras? ¿Sientes que necesitas usar los pasamanos?”.
Una autoevaluación simple es intentar levantar el talón con una sola pierna; realizar 30 repeticiones se considera normal, y la pérdida de fuerza en la pantorrilla suele ser de las primeras señales de alerta.
La evidencia científica y la experiencia clínica convergen al afirmar que entrenar la potencia muscular no solo mejora el rendimiento funcional, sino que puede marcar la diferencia en la autonomía y bienestar de las personas a medida que envejecen.