Con un oficio muy peculiar vivía bien en Bs. As., Argentina cambió, y hoy halló un equilibrio ideal: “Es un lujo”

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Hubo un tiempo en donde la ciudad no dormía y decir que era `ecléctica´ estaba de moda. Corría la segunda mitad de la década del noventa y las expresiones artísticas callejeras habían transformado a diversos rincones de Buenos Aires en un espectáculo a cielo abierto. Entre monociclos, bailarines, actores, malabaristas, magos, músicos y estatuas vivas, había un lugar de la ciudad que vivía su auge: Plaza Francia. Todos los días, pero en especial los fines de semana de sol, decenas de niños, hombres y mujeres de todas las edades atravesaban Buenos Aires Design, se paseaban por el parque, el Centro Cultural Recoleta, el cementerio, y los bares y restaurantes de sus alrededores, que convocaban a locales y extranjeros hasta altas horas de la noche. Y allí, entre la multitud, estaba Pablo, un joven que trabajaba de estatua viva y que en sus comienzos, en 1996 y gracias a la performance, podía vivir muy bien.

Pero los años pasaron, 1999 amaneció con menos ánimos de fiesta y más preocupaciones. Las estatuas vivas se habían multiplicado y, de pronto, el brillo y el bienestar en el día a día de Pablo se habían apagado y su vida toda parecía haberse paralizado.

El artista argentino, Pablo Contestabile

Fue así que ese año decidió emprender un viaje a Europa para renovar las ideas y volver al movimiento. ¿Podría encontrar en el viejo mundo un nuevo aire? Pero, sobre todo, ¿podría volver a encontrar la sensación de libertad perdida?

El arte en la sangre y una decisión inesperada: “La situación económica y social se estaba degradando”

Pablo Contestabile nació y se crió en un barrio tranquilo de Morón. Hijo de inmigrantes italianos, su padre tenía un supermercado en Rafael Castillo y su mamá era ama de casa. El arte en todas sus formas corría por su sangre y desde niño comenzó a estudiar teatro en una escuelita de barrio.

Con el paso de los años, Pablo supo que lo suyo con las tablas era más que un pasatiempo. Y así, a los 18, comenzó a estudiar de forma intensiva con Guillermo Angelelli en Chacarita. Para ganarse la vida, por aquellos tiempos se acercó a la televisión y a la publicidad, pero fue su trabajo como estatua viva lo que le brindó el mayor ingreso: “En el 96 éramos re pocas estatuas y me iba muy bien”, asegura hoy mientras rememora su historia.

Pablo Contestabile junto a Marcelo Subiotto actuando en Puerta Roja, Buenos Aires.

A Europa llegó en la previa a la crisis, el plan era quedarse cuatro meses, pero cuando su visa venció, llamó a sus padres para comunicarles una noticia inesperada: “Decidí quedarme. Mis padres se pusieron tristes cuando les dije que no iba a volver, pero lo entendieron porque la situación económica y social se estaba degradando cada vez más en Argentina, ya se sentían las premisas de la crisis del 2001”.

Una estatua en movimiento y la llegada a París

En los primeros tiempos se quedó en Roma, allí tenía familia y pudo alojarse en la casa de una tía. De inmediato, Pablo se sintió atraído por la idea de aprender cómo se hacían las cosas en una cuna como Italia, una de las fuentes de arte e inspiración europeas. Tomó clases de teatro y optó por ganarse la vida como estatua viva en Piazza Navona. El joven argentino había armado una rutina en una ciudad magnífica, pero sus habitantes no lo conmovieron. Más allá de la calidez de su familia, las personas le resultaron bastante frías y distantes.

Piazza Navona.

Pasados los dos meses, decidió que era tiempo de ver qué había más allá. Comenzó a recorrer diferentes capitales y grandes ciudades europeas, y en cada una buscó esa plaza donde pudiera ofrecer su performance como estatua. Viena, Múnich, Berna, París desfilaron ante sus ojos hasta que llegó Londres, la urbe multicultural que lo inspiró a regresar a sus estudios. Se inscribió en la escuela de teatro de Philippe Gaulier, donde permaneció algunos meses.

Pero ¿qué ciudad respiraba realmente arte en cada esquina? Pablo volvió a París, la ciudad del amor y de todas las expresiones del alma. Allí decidió estudiar Comedia del Arte y, poco a poco, la capital francesa, con sus claroscuros, comenzó a formar parte de su cotidianidad.

Pablo en una de sus performance como estatua viva.

París, Atenas, y la estabilidad entre dos tierras: “Poder pasar de una a otra es un lujo”

Allí estaba, en otra Francia muy diferente a la plaza que había dejado en Argentina atrás. París. Fascinante, irreverente, sarcástica, peculiar en su forma de ver y respirar el arte. Fue en París donde Pablo halló trabajo como actor. Los días pasaron y se quedó. Otro trabajo llegó y luego otro más, no solo como actor, sino como músico y también cuentacuentos en dos museos parisinos. Y entre roles y shows con un inicio y un final, comenzó a dar clases de música y de teatro, un manto de estabilidad para un oficio nómade y cambiante.

En París, Pablo trabajó como actor, músico y también cuentacuentos en dos museos parisinos.

Pero, tal como sucedió en ese rincón de la Plaza Francia del país austral, las cosas cambiaron. De Argentina, Pablo se había ido justo antes de la crisis del 2001; de Francia, partió por razones personales a Grecia, justo antes del COVID: “Desde ese entonces comparto mí tiempo entre París y Atenas”, revela.

“Es muy interesante el contraste entre estas dos ciudades que tienen ritmos y culturas tan diferentes, lo que no me permite cansarme de ninguna de las dos… En París la riqueza cultural que ofrece la ciudad y la belleza arquitecturas son impresionantes”, continúa Pablo.

“Al mismo tiempo el ritmo tan acelerado y el humor un tanto apesadumbrado, ofuscado de los parisinos puede cansar un poco. En Atenas no encuentro la locura creativa y la riqueza cultural que hay en París, pero la gente es más tranquila, más parecida a los argentinos… además tenés el mar y la montaña al lado de la ciudad y el clima es mucho mejor que en París. Poder pasar de una a otra es un lujo”.

Argentina, arte y movimiento: “Lo más lindo es la sensación de libertad”

Para algunos el movimiento constante provoca sensación de inestabilidad, para otros, es el movimiento lo que genera sensación de equilibrio. Para la mayoría, el objetivo es hallar bienestar. Y en el caso de Pablo, el bienestar siempre estuvo en el arte y su movimiento inherente. Como actor, músico, cuentista, estatua viva y tanto más, la expresión artística forma parte de su esencia y lo acompaña desde su infancia, desde esos días cuando buscaba su propio camino en las calles de Morón.

Buenos Aires siempre fue una fuente de inspiración, pero como casi todo artista, había mucho mundo que Pablo deseaba descubrir y sensaciones que prefería evitar. Por aquellos años noventa, como estatua viva y desde su propia quietud y perspectiva, pudo contemplar como a su alrededor era Argentina la que se paralizaba.

Pero a pesar del movimiento y la distancia, para Pablo, su tierra de origen siempre albergará lo esencial: “Argentina para mí es sobre todo mí familia y son algunos amigos entrañables que duran a pesar del tiempo y de la distancia. Cada vez que vuelvo a Buenos Aires siento que me inyectan un montón de sensaciones y emociones que no tengo en otros lugares”, dice.

“Me encanta empaparme de cultura cuando voy a Buenos Aires: teatro, música, libros… Estas últimas veces noté la ciudad bastante degradada, y a la gente bastante decaída. Pero los entiendo, si estuviera viviendo en Argentina probablemente estaría igual”, dice pensativo. “Yo me fui de Argentina con la intención de volver cuando la situación fuese mejor pero cuando veo cómo está todo, pienso que tal vez las cosas no van a mejorar hasta dentro de mucho tiempo”.

“Lo más lindo que uno aprende cuando prueba suerte en diferentes países es la sensación de libertad, que a pesar de la adversidad y de lo difícil que es empezar todo de cero en un país nuevo, uno siempre encuentra los recursos necesarios para salir adelante. Eso hace que uno no se sienta atado a ningún lugar y pueda realmente elegir dónde quiere vivir”, concluye.

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