Confesiones y recuerdos. Alejandro Roemmers y Álvaro Vargas Llosa: el legado de sus padres, los libros y sus años de amistad

admin

El abrazo que se dan al verse resume lo que vendrá después: una charla de corazón entre dos amigos que se admiran y se respetan tanto que ni siquiera el dolor más profundo logró romper una promesa. “Le había dado mi palabra a Alejandro, a quien aprecio muchísimo. No son las circunstancias más alegres para mí, pero aquí estoy”, dice Álvaro Vargas Llosa (59) a días de despedir a su padre, el premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa (murió el 13 de abril). A su lado, el entrepreneur y escritor Alejandro Roemmers (67), que lo invitó para que participe en la presentación de su última novela, El misterio del último Stradivarius, en la 49° Feria Internacional del Libro en Buenos Aires, se muestra conmovido y agradecido.

“En estos últimos meses donde hubo una tremenda erosión de su salud, la música fue una de las cosas que mantuvo en vida a mi padre”, dice Álvaro.

–¿Cómo se conocieron?

Álvaro: A través de un amigo en común, Gerardo Bongiovanni, hace ya algunos años y en este mismo hotel (el Palacio Duhau Park Hyatt Buenos Aires). Alejandro ha sido también un colaborador muy valioso de una fundación que mi padre presidía, Fundación Internacional para la Libertad, en la que yo estoy muy involucrado. Es un amigo con el que hablamos de muchas cosas, sobre todo de literatura, una conversación que ha tenido lugar en distintos países, como España, que es donde más nos hemos visto. Aprecio su vocación por la literatura, aprecio su obra y su sensibilidad para con la literatura de otros, incluyendo la de mi padre. Sé que tenía por él mucho afecto y admiración literaria.

Alejandro: La lucha de Mario Vargas Llosa por las ideas de la libertad del ser humano en todo sentido es algo que me resuena mucho porque tengo una vocación espiritual. Me emociona que haya querido escribir el prólogo de esta última novela. Y cómo lo hizo, puso el foco en mi persona.

Álvaro: Yo hablaba de eso con mi padre. Si tú conoces a Alejandro y no sabes de su trayectoria empresarial tu primera impresión es que es un soñador, que vive en las nubes, imposible que se mueva con una mínima eficacia en el mundo de los negocios, que es tan duro. Su personalidad tiene una complejidad fascinante, es capaz de producir poesía, de imaginar un mundo como el de esta novela que recorre períodos históricos muy amplios y al mismo tiempo tiene los pies muy en la tierra y es capaz de multiplicar el valor de una empresa (los laboratorios Roemmers, que fundó su abuelo). Eso es algo que muy poca gente puede hacer.

–El título de la novela hace referencia a la música. ¿Qué lugar ocupa en sus vidas?

Álvaro: En el colegio, cuando tenía 14 años, pertenecí a la Sociedad Orfeo. Nos reuníamos los sábados un grupo de muchachos a escuchar música, sobre todo clásica, y luego hacíamos una pequeña exposición sobre una pieza musical o un compositor. Desde hace muchísimo voy todos los años al Festival de Salzburgo, mi padre lo hizo durante 33 años. En estos últimos meses donde hubo una tremenda erosión de su salud, la música fue una de las cosas que lo mantuvo en vida. En los momentos en que ya no podía leer todavía podía escuchar música y ponerle un concierto de dos horas era hacerlo muy feliz. Los médicos nos dijeron: “Lo último que se pierde en ese momento final es la sensibilidad que tiene el oído por la música, aunque él ya no pueda comunicarse con ustedes, no pueda reaccionar, está escuchando”. Cuando estaba agonizando, casi en el umbral de la muerte, le pusimos Mahler y fue hermoso saber que ahí dentro, en el fondo, había todavía un Mario Vargas Llosa reaccionando a lo auditivo.

Alejandro: La misma experiencia tuve con mi papá (Alberto Roemmers). Él dejó por escrito que después de su entierro se hiciera una celebración en el hotel Alvear y eligió todo, desde la comida y los vinos hasta la música: valses vieneses.

–Tuvieron padres de temperamentos fuertes y exitosos. ¿Qué recuerdo les saca una sonrisa?

Álvaro: Cuando pienso en mi padre no pienso en el hombre público, es el hombre privado el que prevalece. Me tocó decir unas palabras en el velorio y dije que allá afuera estaban todos celebrando al hombre público, creador de mundos de palabras y líder cívico, pero nosotros estábamos celebrando el millón de pequeñas anécdotas que a lo largo de la vida nos dieron una idea muy precisa de qué había en ese hombre, cuál era su sensibilidad, qué lo motivaba, lo entristecía, lo indignaba. También conté que una noche, a mis 8 años, sentimos que unos ladrones estaban intentando meterse a la casa, y él agarró una pantufla y salió a enfrentarse con estos malhechores. A mitad de camino se dio cuenta de la barbaridad, pero siguió su camino porque había en él un iluso, era un hombre que se entregaba a una ilusión y no importaba la realidad. Luego se daba de bruces con la realidad y ponía el mundo alrededor patas arriba, pero esas son las cosas que yo más recuerdo. Y luego están los valores. Nací a la conciencia política o asuntos cívicos cuando mi padre había roto con una izquierda extremista, una izquierda totalitaria, procubana. Yo vi las campañas de odio que se montaron contra él y como hijo era muy duro. Hoy es distinto, pero en aquel momento, en el mundo de la cultura, criticar el totalitarismo cubano era quedarse muy solo, muy aislado. Crecí en la conciencia viendo a ese padre enfrentado al mundo entero. Eso me enseñó que tu sentido de la verdad o lo que crees que es la verdad debe prevalecer contra la moda, el acomodo, el oportunismo. Debes ser íntegro moralmente y defender lo que crees independientemente del precio que pague. También aprendí que un intelectual debe revisar constantemente sus convicciones frente a la realidad. Mi padre podía ser un iluso en muchas cosas, pero cuando hablaba de valores cívicos o políticos era un hombre enormemente íntegro. Si juzgaba que la realidad corregía sus convicciones lo decía sin temor. Por eso los volúmenes que recogen sus textos periodísticos, por ejemplo, Contra viento y marea, son interesantes porque se ve un itinerario que es un recorrido por casi todo el espectro ideológico, que no es otra cosa que un acto de enorme honestidad, de decir “esto es lo que hay, y esta es la razón por la que evolucioné”.

Álvaro junto a su padre, Mario Vargas Llosa. Es el mayor de los tres hijos que el Premio Nobel de Literatura tuvo con Patricia Llosa.

Alejandro: Comparto el tema de la integridad. Mi padre siempre fue fiel a sus convicciones. Era muy afincado a los valores cristianos, pero no desde el punto de vista de la teoría, sino de actuar de determinada manera. No sacaba partido de situaciones en las que se podría aprovechar. Era un caballero a la antigua. Con mi mamá tuvo una enorme adoración, de ponerla en un lugar y que nosotros también le diéramos ese respeto. Actuaba siempre con mucha altura. Jamás le escuché una discusión, una mala palabra. De joven me sentía muy diferente a él, no reconocido en algunas cosas. El tema de la poesía no lo entendía ni valoraba, él quería que me dedicara a la empresa. Y para mí era difícil. Un día me sentó y me dijo “si querés estudiar filosofía o literatura todo bien, pero yo no te voy a mantener”. Y aunque uno no quiere ser sumiso, fui pragmático. Me propuse aprender cómo funcionaba la compañía, trabajar 20 años a full y después retirarme del día a día. Esos 20 años fui sumamente exitoso, multipliqué la compañía diez veces y mi papá me tomó una enorme confianza y no quería que me fuera. Pero armé un muy buen equipo que funciona hasta el día de hoy. Un íntimo amigo sigue siendo el CEO del grupo, mis hermanos también aceptaron esto y la familia participa desde el directorio, desde detrás y el día a día lo hace una gerencia profesional. Ahí tuve tiempo de escribir, hacer teatro, guiones de películas.

En febrero de 2018, Alejandro celebró sus 60 años en Marruecos. Acá se lo ve junto a su padre, Alberto Roemmers.

–Álvaro, en la despedida de tu padre te mostraste sorprendido por tantas muestras de cariño.

–Lo lógico era esperar expresiones públicas, pero hubo gente de todas partes del mundo que no conocíamos haciéndonos llegar mensajes muy personales, contando lo que mi padre había significado para ellos. Yo me di cuenta de que mi padre era un escritor que había logrado desbordar las fronteras de una manera muy curiosa. Tengo un hermano que trabaja con ACNUR hace treinta y pico de años, ahora está basado en Siria, pero en los 90 estuvo basado en Paquistán y cada tanto tenía que cruzar a Afganistán. Lo acompañé en tres oportunidades y en una de ellas, a través de traductores, varios dirigentes afganos reconocieron el apellido y nos dijeron que habían leído la obra de nuestro padre. Ahora, cuando mi padre se puso mal y tuve que volar a Lima, un amigo diplomático basado en Irán me había convencido de visitar el país de la única manera que se puede para alguien como yo, con ayuda diplomática. Estaba haciendo un recorrido por el antiguo Imperio persa y me topé con un traductor de mi padre al iraní. Le pregunté cómo era posible y me dijo que de joven había leído Conversación en La Catedral y el libro lo había ayudado a definir su vocación, traerle al lector iraní el mundo latinoamericano.

–Alejandro, tenés una película en carpeta que nació de una charla con el papa Francisco. ¿Qué relación tenían?

–Muy cercana, nos escribíamos y lo visité varias veces. La primera le llevé un poema que le dediqué, Un regalo para Francisco, se emocionó mucho y quedó esta relación. Como teníamos esa afinidad, él me escuchaba también porque le interesaba cómo se veían algunos temas desde afuera. Fue una persona admirable, de gran corazón. Nuestra conexión arrancó con la fraternidad humana, creer que todos somos hijos de Dios y por lo tanto hermanos. Esa utopía le da propósito a mi vida, aportar mi gotita de agua. Escribo partiendo de que las diferencias son superficiales, somos seres espirituales, tenemos un mismo origen y destino. Y en este tránsito por este mundo, tenemos que lograr hacer diferencia en la vida de otros, por más pequeña que sea. Estoy en eso.

La tapa de revista ¡Hola! de esta semana

Deja un comentario

Next Post

En Nevada: Joe Lombardo impulsa nueva ley que impactará a los estudiantes

​La nueva reforma educativa del gobernador de Nevada, Joe Lombardo, tiene como objetivo transformar el sistema de educación. A través de una serie medidas mayoritariamente enfocadas en la rendición de cuentas y en la ampliación de opciones escolares, el político confirmó que abogaría por una mejora académica radical.​ ¿En qué […]
En Nevada: Joe Lombardo impulsa nueva ley que impactará a los estudiantes

NOTICIAS RELACIONADAS

error: Content is protected !!