Conflictos de pareja por necesidades opuestas: ¿cómo manejar la distancia y el espacio personal?

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En muchas relaciones, el amor no desaparece por falta de afecto, sino por algo más silencioso: la diferencia en la forma de descansar del mundo. Para algunos, el sosiego llega en el bullicio compartido; para otros, en el silencio propio.

La coach y mentora en gestión de la ira Sonia Díaz Rois lo explica con sencillez: “Las personas que necesitan momentos de soledad para recargarse se sienten invadidas cuando el entorno no se los permite, mientras que las más sociales pueden interpretar ese deseo de aislamiento como un rechazo personal”.

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Ese contraste de lenguajes emocionales, tan humanos como inevitables, sin una traducción mutua puede convertir el hogar en un terreno de malentendidos si no se reconoce a tiempo.

Hay parejas que discuten por la forma de servir la sopa o por el silencio de una tarde. Lo que parece una molestia sin importancia, en realidad revela algo más profundo, la necesidad de control, de espacio o de presencia.

Cada relación encuentra su propio ritmo para respirar

Díaz Rois recuerda el caso de quien se enfadó porque su pareja quiso ayudarle y terminó ensuciando todo. El enojo no fue por el accidente, sino por la irrupción en su pequeño instante de autonomía.

Cuando el amor se mide en lejanía y silencios

Algunas personas necesitan su propio metro y medio, un respiro entre las tareas y el ruido cotidiano. Otras florecen en la compañía constante, en el intercambio de palabras y miradas. Ninguno de los dos estilos está equivocado. Lo que hiere no es la diferencia, sino la falta de comprensión que la rodea.

Esa tensión no solo ocupa los espacios físicos, también los emocionales. Hay quienes viven cómodamente entre rutinas, previsibilidad y descanso, mientras su pareja anhela movimiento, planes y conversación.

Para unos, la calma es refugio; para otros, encierro. “Hay personas que, si las llevás a pasar cuatro días en una casa con mucha gente, sienten la necesidad de fumar solo para alejarse un kilómetro”, dice la especialista.

En ese contraste, lo importante no es convencer al otro, sino reconocer que se trata de estilos legítimos y distintos. No se puede pedir a quien recarga su energía en silencio que lo haga en medio de una fiesta, ni esperar que quien vibra con la interacción entienda el silencio como muestra de amor.

El enojo como espejo

Cuando el conflicto se repite, conviene mirar más allá de las apariencias. Díaz Rois afirma que el enojo suele ser una pista, no una condena. Detrás de una molestia, a menudo se esconde cansancio, tristeza o soledad.

Una de sus clientas, por ejemplo, se enojaba porque su pareja salía con amigos. Pero el verdadero malestar no provenía de esa salida, sino de la falta de compañía propia, ella también deseaba tiempo para sí misma, aunque no lo había reconocido.

Respetar el espacio del otro fortalece la conexión

Comprender esto exige detenerse antes de juzgar. Preguntarse si lo que irrita es una injusticia o solo una diferencia de ritmo. En muchas ocasiones, la distancia emocional surge no por desinterés, sino por agotamiento o falta de aire.

Hacer del hogar un espacio de crecimiento

La convivencia no tiene por qué ser una batalla de voluntades. Puede convertirse en un laboratorio de aprendizaje si ambos entienden que el espacio personal también es una forma de amor. Dar distancia no significa desatender; pedirla no equivale a rechazar.

La experta sugiere tratar el tiempo en pareja con la misma atención que se daría a una reunión importante, con escucha, presencia y curiosidad. “Cuando llegamos a casa y bajamos la guardia por completo, asumimos que ya conocemos al otro. Pero dejamos de mirar con interés”, advierte.

Quizás la clave esté en los pequeños gestos. En recordar cuál es la manzana preferida de quien comparte la mesa, o en reconocer que el silencio también puede ser una manera de acompañar. Así, la convivencia deja de ser un sacrificio y se convierte en un espacio donde el amor respira, crece y se redefine cada día.

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