Ninguna elección se agota en el domingo electoral. Siempre hay secuelas dentro del partido (o el gobierno) que ganó y en la política de sus alrededores. También obliga a los opositores furiosos, el peronismo kirchnerista en este caso, a replantearse la estrategia que habían elegido. Sobre estos últimos, hay un aviso que dar: veremos más pronto que tarde la unidad entre Cristina Kirchner, Axel Kicillof y Sergio Massa en la provincia de Buenos Aires. Ya la señora de Kirchner anticipó que “no rifará la unidad” cuando vio que hasta su otrora detestado adversario Mauricio Macri había perdido en el distrito donde fundó su partido, Pro, y se lanzó a la carrera política que lo llevó a la presidencia de la Nación. Cristina Kirchner es una romántica cuando habla en las tribunas del conurbano o es arbitraria y ofensiva cuando habla de sus adversarios y del periodismo, pero practica un pragmatismo ciego y sordo cuando debe enfrentar elecciones cruciales para ella. Nunca aborreció tanto a nadie cuando era presidenta como a Alberto Fernández y Sergio Massa, pero terminó gobernando con los dos en la fallida administración peronista que concluyó encaramando a Javier Milei en la presidencia. Es lo que hay, dice –le guste o no–, y se abraza a lo que hay.
Otras consecuencias fueron menos previsibles. Una de ellas fue el tono humorístico que le dio el Presidente al intento de fraude electoral que sucedió cuando tuiteros de La Libertad Avanza viralizaron un video trucho con imágenes hechas con inteligencia artificial, en el que se veía y escuchaba al expresidente Macri anunciar que Silvia Lospennato declinaba su candidatura en la Capital y llamaba a votar por Manuel Adorni. La primera conclusión consiste en que el Gobierno aceptó la autoría propia de ese delito electoral; por primera vez, no denunció conspiraciones nacionales e internacionales en contra suya, ni culpó a nadie ajeno a su espacio, ni imaginó una alianza imposible entre Macri y Cristina Kirchner, como lo hizo cuando dos senadores cambiaron su voto a último momento y sepultaron el proyecto de ficha limpia. Esta vez la carga de la prueba se abatió sobre el Gobierno y era abrumadora. Fue una broma, pretextó por la fake news, y defendió la libertad de expresión de los tuiteros anónimos; es la libertad que les niega a los periodistas con nombre y apellido. La supuesta “broma” fue el reconocimiento implícito de su culpa en el uso de la IA en las elecciones. La broma inverosímil significó el hecho más grave que haya ocurrido en el mundo con el uso de la IA para interferir en elecciones de funcionarios. Nadie sabrá nunca cuánto influyó –si es que influyó– ese video trucho en las elecciones o en la enorme cantidad de porteños que se ausentaron de las elecciones, novedad que el Gobierno no mencionó ni una sola vez. ¿Fue a votar una importante mayoría de los porteños empadronados? No. Solo la mitad. Julio Cobos, actual diputado nacional, aseguró que ese video falso tuvo 14 millones de vistas y que, por eso, presentó un proyecto de ley para evitar que el intento de fraude se repita en las próximas elecciones de este año (o en cualquier otra elección). La iniciativa de Cobos tuvo el apoyo explícito e inmediato de diputados de distintas extracciones políticas. ¿Lo vetará Milei si se convierte en ley? Quién lo sabe. Milei quiere el camino y el atajo. Todo despejado.
A pesar de todo, Macri decidió enviarle un sobrio mensaje de felicitación a Milei cuando se enteró de que el Presidente dijo que “llama el que pierde, no el que gana”. Es cierto, pero llaman los candidatos, no los jefes partidarios. Y Lospennato lo había llamado a Adorni para reconocer el triunfo de este. Milei le respondió a Macri como si no pasara nada entre ellos. Resulta que el jefe del Estado tuvo palabras inexplicablemente agresivas contra el expresidente de Cambiemos no bien constató su victoria en la Capital. Fue extraño: destrató a Macri y a Pro y casi no mencionó al peronismo también derrotado, que era la facción política a la que le auguraban la victoria casi todas las encuestas. Milei declaró la defunción de los “amarillos” (en alusión a Pro) y le mandó decir a Macri que debería tomar nota de que “su tiempo ya pasó”. Antes, por el escándalo de la inteligencia artificial, lo trató al expresidente de “llorón” y “muy de cristal”. Incapaz de prodigar afectos, el Presidente ninguneó con la victoria al jefe de la fuerza política que más lo ayudó en el Congreso durante el año y medio de soledad parlamentaria. El precio de la ingratitud es alto y se paga. A veces, tarda en llegar cuando se hace política, pero llega. Inexorable.
Por ahora, el espanto de los otros no se deja ver. Al contrario, son muchos más los que se cuelgan, no sin desesperación, del carromato del vencedor. Algunos intendentes eligieron la sumisión porque temen perder las elecciones de este año, si se alejan de La Libertad Avanza, y quedar expuestos a concejos deliberantes en condiciones de destituirlos. Gobernadores no peronistas presienten que una derrota los podría dejar en manos de los seguidores de Cristina Kirchner en las legislaturas provinciales. Hay dirigentes del radicalismo que hasta suponen que podrían llegar a las gobernaciones de sus provincias aferrados a Milei. Algunos de ellos (la piedad impide nombrarlos) hasta han defendido públicamente los ataques del Presidente al periodismo, aunque lo hicieron de una manera implícita y rocambolesca. Siempre con una crítica muy general a los agravios de Milei a la prensa; siempre, también, con un “pero” posterior que desnaturalizó la crítica anterior. Llegó lo que era difícil imaginar: que dirigentes notables del radicalismo coincidieran con el destrato presidencial al periodismo. No todos son iguales. Hubo algunos, pocos, dirigentes políticos, entre ellos radicales, de la Coalición Cívica, de Pro, del peronismo y Margarita Stolbizer, que manifestaron su rechazo al trato de Milei al periodismo, hecho por lo general delante de periodistas que simpatizan con él.
Así como Milei disocia el trato público y privado con Macri, también lo hace con el periodismo. Pasa del compadreo con los periodistas amigos a decir que el 85 por ciento de lo que publican los diarios es falso. ¿Para qué les concede reportajes a periodistas, entonces? Si fuera así, no le sirven ni sus periodistas amigos. Es cierto que cuando se le pregunta a la gente común sobre su confianza en “los medios” los resultados no son buenos para el periodismo. Pero otra cosa es cuando se la consulta sobre el medio y los periodistas que eligió para informarse. Las estadísticas se dan vuelta en el acto cuando la pregunta cambia. Seguramente leyendo la primera encuesta, la que indaga sobre “los medios” en general, el ministro de Economía, Luis Caputo, anunció la desaparición del periodismo. El periodista Pablo Sirvén advirtió, con razón, que la palabra “desaparecer” tiene en la Argentina evocaciones históricas más graves que su significado académico. La administración de Milei y muchos de sus funcionarios exhiben lagunas, que se parecen a océanos, en el conocimiento de la historia más reciente del país que gobiernan. Caputo, un eficaz titular de la cartera económica, no necesita convertirse en un profesional de la adulación a Milei para conservar el cargo.
El precio de la ingratitud es alto y se paga. Tarda en llegar cuando se hace política, pero llega
Desde que Patricia Bullrich es ministra de Seguridad, el periodismo, sobre todo los fotógrafos, tienen que lidiar con la innecesaria violencia de las fuerzas de seguridad. Hubo hechos cuestionables desde el principio de su gestión. Ya hubo un fotógrafo, Pablo Grillo, que fue herido por un proyectil de gas lacrimógeno que casi le quita le vida. El miércoles último, otro fotógrafo, Tomás Cuesta, colaborador de la agencia francesa AFP y de LA NACION, fue aplastado contra el piso por la rodilla de un gendarme. Las imágenes que se vieron se parecieron demasiado a las de la detención del ciudadano norteamericano George Floyd, quien murió asfixiado de la misma forma en Minnesota, en 2021, bajo la rodilla del policía Derek Chauvin. Chauvin fue condenado en los Estados Unidos a 22 años de prisión por la muerte de Floyd. Ya sea por la violencia verbal del Presidente y sus funcionarios genuflexos, o por el silencio de la mayoría de la política, de las organizaciones empresarias y de los líderes religiosos del país, o por la acción violenta y amateur de las fuerzas de seguridad, la brutalidad rodea peligrosamente al periodismo. Así las cosas, la prensa no necesitará de un loco suelto para que haya un periodista herido o muerto en la calle. Muy pocos dicen algo sobre tanta violencia. La mayoría calla. O no quieren enemistarse con el poder, siempre pasajero, o son dirigentes que tenían viejos rencores escondidos contra el periodismo. Milei les abrió las puertas de la revancha, como en su momento lo hizo Cristina Kirchner, profesora y maestra del Presidente en las formas de gobernar.
Pero ¿cómo sigue el proceso electoral? La decisiva provincia de Buenos Aires tendrá dos fechas significativas: el 7 de septiembre se realizarán las elecciones para cargos legislativos provinciales; el 26 de octubre sucederán, como en todo el país, las elecciones para los cargos legislativos nacionales. Milei aspira, según dijo públicamente, a un acuerdo con Pro y con otros partidos para derrotar por un amplio margen al kirchnerismo. No se sabe, hasta ahora, si el acuerdo bonaerense que imagina el Presidente es con Pro o con dirigentes de Pro que están dispuestos a saltar sin que los llamen. Macri indicó que quiere un acuerdo “orgánico” con La Libertad Avanza, que el expresidente suele llamar un “frente”. Difícilmente en las elecciones de septiembre Pro pueda eludir un acuerdo con el oficialismo; varios intendentes macristas le están avisando al propio Macri que necesitan esa alianza. Otra cosa es una alianza nacional para octubre. Milei, dicen a su lado, no la rechaza, pero reclama que se llame La Libertad Avanza. Nunca ninguna coalición electoral de partidos llevó solo el nombre de uno de los partidos que la integran. Por ahora, Cristian Ritondo fue designado por Macri para negociar con el mileísmo. Pobre Ritondo.
El problema al que nadie alude es la profunda diferencia interna dentro del propio mileísmo sobre qué hacer en la provincia de Buenos Aires. Santiago Caputo, que fue quien diseñó la estrategia de las elecciones que lo llevaron a Milei al poder, sostiene que las listas bonaerenses de los próximos comicios deben integrarse con representantes de La Libertad Avanza que representen más al mundo joven de los tuiteros que él construyó. También propone que el oficialismo enhebre una alianza con Pro y con el radicalismo. O con dirigentes bonaerenses del radicalismo que estén dispuestos a acordar con el mileísmo. La prioridad de Caputo es dejar muy atrás al kirchnerismo. La lucha interna del joven Caputo es con el armador bonaerense Sebastián Pareja, que lleva a la Casa de Gobierno los desechos del peronismo y del kirchnerismo. “Eso no es una ambulancia recogiendo heridos del kirchnerismo; es un camión de traslado de presos”, describió, irónico, un alto funcionario oficial. Pareja está más cerca de la hermanísima Karina Milei que del asesor todoterreno Caputo. El triángulo vacila.
El conflicto de fondo que se debate en Pro es qué papel cumplirá ese partido en los próximos años, aunque ahora las encuestas no le sean amables. “Si dejamos sin representación a la sociedad que está de acuerdo con la política económica, pero no con la furia y la locura del Gobierno, nuestro espacio será ocupado por algún otro”, dice un alto dirigente de Pro. Pero hay otros dirigentes de ese partido a los que no les importa lo que suceda en los próximos años, sino la peripecia de ellos mismos en los próximos meses. El papa León XIV acaba de señalar, con incomparable acierto, que “la paz comienza con la forma en que hablamos de los demás” y que “debemos decir no a la guerra de las palabras”. Guerra de las palabras. Aunque el Papa no hablaba de nadie en particular, y mucho menos de la Argentina, esa guerra es la que se instaló en un país donde sus dirigentes se encandilan ante cualquier guerra.